Requiem

Requiem


Lena

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—¿Dónde está Dani? —por primera vez, me doy cuenta de que no está en el grupo.

—Muerta —dice Raven brevemente, evitando mi mirada—. Y a Lu la han cogido. No pudimos llegar a ellas a tiempo.

Lo siento, Lena —concluye con un tono más suave, y vuelve a mirarme.

Siento otro ataque de náusea. Me abrazo el estómago con los brazos, como si pudiera contener las ganas de vomitar.

—A Lu no la han cogido —digo. Me sale la voz como un ladrido—. Y claro que os estaban esperando los reguladores. Era una trampa.

Hay un momento de silencio. Raven y Tack intercambian una mirada. Álex es el que habla.

—¿Qué estás diciendo?

Es la primera vez que me habla directamente desde aquella noche en la orilla, después de que los reguladores nos quemaran el campamento.

—Lu no es lo que pensábamos que era —digo—. No es quien creíamos que era. Ha sido curada.

Más silencio: un minuto afilado de estupefacción.

Por fin, Raven estalla:

—¿Cómo lo sabes?

—Le he visto la marca —digo. De pronto me siento exhausta—. Y me lo ha dicho ella misma.

—Imposible —dice Hunter—. Yo estuve con ella… Fuimos juntos a Maryland…

—No es imposible —dice Raven lentamente—. Me dijo que durante un tiempo se había separado del grupo, que pasó una temporada yendo de un hogar a otro.

—Solo estuvo fuera unas pocas semanas.

Hunter mira a Bram buscando una confirmación. Este asiente con la cabeza.

—Con ese tiempo basta —dice Julián suavemente. Álex le mira fijamente. Pero Julián tiene razón: con ese tiempo basta.

La voz de Raven suena tensa.

—Continúa, Lena.

—Van a traer soldados —digo. Una vez las palabras abandonan mi boca, me siento como si me hubieran dado un puñetazo en el estómago.

Se produce otro momento de silencio.

—¿Cuántos? —exige saber Pippa.

—Diez mil.

Apenas puedo pronunciar las palabras.

Se oye la respiración contenida, jadeos por todo el círculo. Pippa mantiene sus ojos en mí como un rayo láser.

—¿Cuándo?

—En menos de veinticuatro horas —contesto.

—Si es que decía la verdad —dice Bram.

Pippa se pasa una mano por el pelo, haciendo que se quede todo de punta.

—No lo creo —dice, pero añade casi al momento—: Me preocupaba que pasara algo así.

—Joder, la voy a matar —dice suavemente Hunter.

—¿Qué hacemos ahora? —Raven dirige el comentario a Pippa.

Esta se queda en silencio un instante mirando fijamente el fuego. Luego se despeja.

—No vamos a hacer nada —dice firmemente, recorriendo deliberadamente el grupo con la mirada: de Tack y Raven a Hunter y Bram; de Beast y Álex a Coral y Julián. Por fin, sus ojos se fijan en los míos y retrocedo sin querer. Es como si se hubiera cerrado una puerta en su interior. Por una vez, no se mueve—. Raven, Tack y tú vais a liderar el grupo y lo vais a conducir a una casa de seguridad justo en las afueras de Hartford. Summer me indicó cómo llegar. Algunos contactos de la Resistencia llegarán allí en los próximos días. Tendréis que esperarlos.

—¿Y tú? —pregunta Beast.

Pippa sale de un empujón del círculo, entra en la estructura de tres lados situada en el centro del campamento y se acerca al viejo frigorífico.

—Yo haré lo que pueda por aquí —dice.

Todos se ponen a hablar a la vez. Beast dice:

—Yo me quedo contigo.

Tack suelta:

—Eso es un suicidio, Pippa.

Y Raven dice:

—No eres rival para diez mil soldados. Os arrollarán…

Pippa alza una mano.

—No estoy pensando en luchar —dice—. Intentaré hacer correr la voz de lo que va a pasar. Haré lo que pueda para que la gente se vaya.

—No hay tiempo —interviene Coral. Su voz es aguda—. Las tropas están en camino… No hay tiempo de trasladar a todos, no hay tiempo de hacer correr la voz…

—He dicho que voy a hacer lo que pueda.

En este momento, su voz se vuelve cortante. Se quita la llave que lleva al cuello, abre el candado que asegura el frigorífico, y empieza a sacar comida y equipo médico de las baldas en penumbra.

—No nos iremos sin ti —dice testarudo Beast—. Nos quedaremos. Te ayudaremos a hacer que la gente se vaya.

—Haréis lo que yo os diga —replica Pippa sin volverse a mirarle. Se agacha y empieza a sacar mantas de debajo del banco—. Iréis a la casa de seguridad y esperaréis allí a la Resistencia.

—No —dice él—. Yo no.

Sus ojos se encuentran. Entre ellos se produce una especie de diálogo sin palabras y, finalmente, Pippa asiente con la cabeza.

—De acuerdo —dice—. Pero el resto os tenéis que pirar.

—Pippa… —Raven empieza a protestar.

Pippa se endereza.

—Nada de protestar —en este momento veo de dónde ha sacado Raven su dureza, su forma de liderar a la gente—. Coral tiene razón en una cosa —continúa con voz suave—. Casi no queda tiempo. Quiero que estéis fuera de aquí en veinte minutos —vuelve a recorrer el círculo de gente con la mirada—. Raven coge los pertrechos que te parezca que vais a necesitar. Hay un día de camino hasta la casa, algo más si tenéis que rodear a los soldados. Tack, ven conmigo. Te haré un mapa.

El grupo se divide. Quizá sea el cansancio, o el miedo, pero todo parece suceder como en un sueño: Tack y Pippa están agachados mirando algo, haciendo gestos; Raven envuelve la comida en mantas, atando los bultos con cuerda vieja; Hunter me apremia para que beba más agua y entonces, de pronto, Pippa nos mete prisa para que nos vayamos, ya, ya, ya.

La luna cae sobre los senderos en zigzag que se entrecruzan por la colina, secos y de color pardo, como si estuvieran sumergidos en sangre seca. Lanzo una última mirada hacia el campamento, hacia ese mar de sombras que se retuercen: gente, toda esa gente que no sabe que en este mismo instante ya se aproximan las armas y las bombas y los soldados.

Raven también debe notarlo: el nuevo miedo en el aire, la proximidad de la muerte, la forma en que debe sentirse un animal cuando cae en una trampa. Se vuelve y le grita a Pippa:

—Por favor, Pippa.

Su voz se desliza por la pendiente vacía. Pippa está al pie del camino de tierra, observándonos. Beast está detrás de ella. Ella sostiene una linterna que ilumina su cara desde abajo y la talla en piedra, en planos de sombra y luz.

—Iros —dice Pippa—. No os preocupéis. Me reuniré con vosotros en la casa de seguridad.

Raven la mira fijamente durante algunos segundos más, y luego comienza a darse la vuelta de nuevo.

Luego, Pippa nos dice gritando:

—Pero si no llego dentro de tres días, no me esperéis.

Su voz nunca pierde la calma. Y en ese momento sé qué era esa mirada que he visto antes en sus ojos. Era algo más que calma. Era aceptación.

Era la mirada de alguien que sabe que va a morir.

Dejamos atrás a Pippa, de pie en las oscuras entrañas del campamento, mientras el sol comienza a manchar el cielo de una luz eléctrica y las armas se acercan por todas direcciones.

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