Reina

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Querría estar en Madrid. Es 8 de marzo y el único pensamiento que recorre mi cabeza es este: querría estar en Madrid, bajar con la madre de Pablo a la cacerolada de las doce como el año pasado, no poder moverme en medio de la manifestación desbordada, gritar frente a Justicia, gritar frente a Sanidad, seguir indignada ante la sentencia de un juicio de hace un año y también frente a unas cuantas nuevas sentencias que deben de haber ido apareciendo. Cuando las feministas francesas cuelgan una pancarta en el monumento a la República, cambiándole el nombre a la plaza por unas horas a Place des Sorcières, yo me siento otra. Sé que mi sitio ahora está aquí, pero yo querría estar en otra parte.

Me lío a discutir con un amigo marxista que denigra la huelga de hoy en España diciendo que se ha desinflado, que va a acabar siendo una cabalgata como el Orgullo. Me dice que no hay nada más cómodo que el revisionismo; yo, que no hay nada más cómodo que la inútil ortodoxia. Yo digo que los leninistas son absolutamente irrelevantes; él, que todo es un juego de masas sin sentido; yo, que puede seguir creyendo ser el portador único y absoluto de la Verdad sobre el pueblo, que al parecer es medio tonto; él no me responde. Abandona la conversación. Después, a través de indirectas en Twitter, me llama moralista, pequeñoburguesa, pedante.

Como unos dulces típicos de Argelia con Elsa antes de la marche de nuit. Para no tener que aplaudir discursos con los que no estoy de acuerdo, me enciendo un cigarrillo. Escucho algunas proclamas en español, me emociono, grito: descubro que son Lola y sus compañeras de piso. El mundo se repliega sobre sí mismo. Todo es pequeñito, muy pequeñito; todas nos morimos por estar en Madrid.

Duermo en casa de Elsa después de la manifestación. Cenamos tortellinis, vemos películas y nos acostamos en camas separadas. Los dos lexemas que contenía la erótica de la revolución han muerto. Borrados. Recordándonos en el sofá, tocando con mi mano su pierna desnuda y con ella acostada sobre mí, me pregunto cómo se puede morir tan rápido, tan levemente.

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