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NIVEL TRES » 0036

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Cuando tu avatar muere, la pantalla no vuelve al negro enseguida. Lo que ocurre es que tu punto de vista pasa, automáticamente, a una perspectiva objetiva, de tercera persona, y te permite presenciar brevemente, desde fuera, el fin de la existencia de tu avatar.

Una décima de segundo después de que oyéramos aquel atronador estallido, mi perspectiva cambió y me encontré contemplando a nuestros tres avatares inmóviles frente a la puerta abierta. Entonces, una luz blanca, cegadora, inundó el mundo, acompañada de una pantalla de sonido ensordecedor. Así era como siempre había imaginado verse atrapado en una explosión nuclear.

Durante un breve instante, vi los esqueletos de nuestros avatares suspendidos en el interior de los perfiles transparentes de nuestros cuerpos inmóviles. Y acto seguido, la puntuación en mi contador de vidas se desplomó hasta el cero.

El impacto se produjo un segundo después, desintegrándolo todo a su paso; nuestros avatares, el suelo, las paredes, el propio castillo y a los miles de avatares congregados a su alrededor. Todo se convirtió en un polvo fino, atomizado, que permaneció suspendido en el aire durante un segundo, antes de posarse sobre la tierra.

La superficie entera del planeta había sido arrasada. El área que rodeaba el Castillo de Anorak, lleno hasta ese momento de avatares guerreros, se había convertido en un erial árido y desolador. Todo y todos habían sido destruidos. Solo la Tercera Puerta permanecía en su sitio, un marco de cristal que flotaba en el aire, sobre el cráter donde el castillo se alzaba un instante antes.

Mi sorpresa inicial dio paso al temor cuando me di cuenta de lo que acababa de suceder.

Los sixers habían detonado el Cataclista.

Era la única explicación. Solo ese artefacto, increíblemente potente, era capaz de algo así. Había matado a los avatares del sector y destruido incluso el Castillo de Anorak, una fortaleza que, hasta ese momento, había resultado indestructible.

Yo contemplaba la puerta abierta que flotaba en el espacio vacío y esperaba lo inevitable, que apareciera el mensaje final en el centro de mi visualizador: las palabras que sabía que todos los demás avatares debían de estar viendo en ese momento: GAME OVER.

Pero cuando al fin aparecieron unas letras, el mensaje era otro: «¡FELICIDADES! ¡TIENES UNA VIDA EXTRA!».

Después, mientras contemplaba asombrado el mensaje, vi que mi avatar reaparecía, regresando a la existencia en el punto exacto donde acababa de morir segundos antes: volvía a encontrarme frente a la puerta abierta. Pero, entonces, flotaba en el aire, suspendida varios metros por encima de la superficie del planeta, sobre el cráter creado por la destrucción del castillo. Mientras mi avatar terminaba de materializarse, bajé la vista y constaté que el suelo sobre el que me había apoyado hasta hacía un momento había desaparecido. Y lo mismo sucedía con mis botas de propulsión y el resto de cosas que llevaba.

Parecía que yo también me había quedado suspendido en el aire, como el coyote de los dibujos animados del Correcaminos. Y entonces me desplomé. Traté desesperadamente de agarrarme a la puerta que tenía delante, pero quedaba fuera de mi alcance.

Impacté en el suelo y, a consecuencia de la caída, perdí un tercio de mis puntos. Me puse en pie despacio y miré a mi alrededor. Me encontraba en un gran cráter de forma cúbica, el espacio ocupado, hacía muy poco, por los cimientos y el primer sótano del Castillo de Anorak. El paisaje era desolador y el silencio, fantasmal. No había ruinas de la fortaleza, ni chatarra de los miles de cazas y naves que segundos atrás inundaban el aire. De hecho, no había ni rastro de la gran batalla que acababa de librarse allí. El Cataclista lo había volatilizado todo.

Me concentré en mi avatar y vi que llevaba una camiseta negra y unos vaqueros, las prendas que aparecían por defecto en todo avatar recién creado. Abrí mi hoja de resultados y mi inventario. Mi avatar mantenía el mismo nivel y puntuaciones que antes, pero el inventario estaba totalmente vacío, salvo por un artículo: la moneda de veinticinco centavos que había obtenido tras jugar la partida perfecta de Pac-Man en Archaide. Tras guardarla en mi inventario, no había podido sacarla de allí, por lo que no había podido aplicarle adivinaciones ni hechizos de identificación. No había podido averiguar cuál era el verdadero propósito de la moneda, ni sus posibles poderes. Con todos los acontecimientos tumultuosos de los meses pasados, había llegado a olvidar incluso que la tenía.

Al fin sabía lo que era aquella moneda: un artefacto de un solo uso que había concedido a mi avatar una vida extra. Hasta ese momento yo ni siquiera sabía que algo así fuera posible. En la historia de Oasis, no había constancia de que nadie hubiera adquirido una vida extra.

Seleccioné la moneda del inventario y, una vez más, intenté extraerla. En esa ocasión pude retirarla y la sostuve en la palma de la mano. Pero su único poder ya había sido usado, no poseía propiedades mágicas. Era una moneda de veinticinco centavos; nada más.

Alcé la vista y vi que la puerta de cristal flotaba veinte metros por encima de mí. Seguía en su mismo lugar, abierta de par en par. Pero no tenía ni idea de cómo subir y franquearla. No tenía botas de propulsión, ni nave, ni otros artículos mágicos, ni recordaba hechizos. Nada que me permitiera volar ni levitar. Y por allí no se veía ninguna escalera de mano.

Ahí estaba yo, a un tiro de piedra de la Tercera Puerta, pero sin poder llegar hasta ella.

—Eh, Zeta —oí que decía una voz—. ¿Me oyes?

Era Hache, pero su voz ya no me llegaba distorsionada para parecer masculina. La oía perfectamente, como si hablara conmigo a través del intercomunicador. Aquello no tenía sentido, porque mi avatar ya no tenía intercomunicador. Y el avatar de Hache estaba muerto.

—¿Dónde estás? —pregunté al aire.

—Estoy muerta, como todos los demás —dijo Hache—. Todos menos tú.

—¿Entonces por qué te oigo?

—Og nos ha conectado a tus alimentadores de vídeo y audio —respondió—. Para que podamos ver lo que ves y oír lo que oyes.

—Ah.

—¿Te molesta, Parzival? —oí que me preguntaba Og—. Si te importa, dilo.

—No, no, no me molesta —dije, tras pensarlo un momento—. ¿Shoto y Art3mis también me oyen?

—Sí —intervino Shoto—. Estoy aquí.

—Sí, sí, estamos aquí —dijo Art3mis, y por su voz noté que apenas disimulaba la rabia—. Y estamos más muertos que muñecos. La cuestión es, ¿por qué no estás muerto tú también, Parzival?

—Sí, Zeta —insistió Hache—. Tenemos cierta curiosidad. ¿Qué ha pasado?

Saqué la moneda y la sostuve a la altura de los ojos.

—Yo había obtenido esta moneda en Archaide hace unos meses, como premio por jugar una partida perfecta de Pac-Man. Era un artefacto, sí, pero nunca llegué a saber para qué servía. No hasta ahora. Y resulta que me ha proporcionado una vida extra.

Durante un momento no oí más que silencio. Y entonces Hache se echó a reír.

—Qué suerte tiene el muy hijo de puta —dijo—. Los canales de noticias informan de que todos los avatares del sector han muerto. Más de la mitad de la población de Oasis.

—¿Ha sido el Cataclista? —pregunté.

—Ha tenido que serlo —respondió Art3mis—. Seguramente los sixers debieron de comprarlo cuando salió a subasta hace unos años. Y lo han mantenido guardado, esperando el momento adecuado para hacerlo explotar.

—Pero también se han cargado a la mitad de sus tropas —añadió Shoto—. ¿Por qué harían una cosa así?

—Creo que casi todos los suyos ya estaban muertos —comentó Art3mis.

—Los sixers no tenían otra alternativa —dije yo—. Era la única manera de detenernos. Ya habíamos abierto la Tercera Puerta y estábamos a punto de franquearla cuando detonaron la cosa esa… —Me detuve al darme cuenta de algo—. ¿Cómo han sabido que la habíamos abierto? A menos que…

—Nos estaban observando —dijo Hache—. Seguramente habían instalado cámaras de vigilancia con control remoto alrededor de la puerta.

—O sea, que si han visto cómo la abríamos, ahora ellos también saben cómo hacerlo —dedujo Art3mis.

—Eso ahora ya no importa —observó Shoto—. Sorrento está muerto. Y los demás avatares sixers también.

—Te equivocas —discrepó Art3mis—. Fíjate en La Tabla. Todavía quedan veintiséis avatares en la lista, por debajo de ti. Y sus puntuaciones indican que todos ellos están en posesión de la Llave de Cristal.

—¡Mierda! —Hache y Shoto exclamaron al unísono.

—Los sixers sabían que tal vez tuvieran que hacer estallar el Cataclista —dije yo—. Y por eso, seguramente, tomaron la precaución de trasladar a algunos de sus avatares fuera del Sector 10. Es probable que aguardaran en algún caza al otro lado de la frontera, a salvo de la explosión.

—Tienes razón —concedió Hache—. Lo que significa que en este momento hay veinte sixers más que van hacia ti, Zeta. O sea que ponte en marcha y cruza esa puerta. No creo que tengas muchas más ocasiones de hacerlo. —Oí que soltaba un suspiro de derrota—. Para nosotros ya todo ha terminado. Todos estamos contigo. Buena suerte, amigo.

—Gracias, Hache.

Gokouun o inorimasu —dijo Shoto—. Hazlo lo mejor que puedas.

—Lo haré —contesté, esperando a que Art3mis me transmitiera también sus buenos deseos.

—Buena suerte, Parzival —pronunció al fin, tras una larga pausa—. Hache tiene razón. Nunca tendrás otra oportunidad. Ni ningún otro gunter. —Noté que le temblaba la voz, como si reprimiera las lágrimas. Aspiró hondo y añadió—: No la cagues.

—No la cagaré —le aseguré—. Gracias por no meterme presión.

Alcé la vista hasta la puerta abierta, suspendida en el aire, sobre mí, tan lejos de mi alcance. La bajé de nuevo y escruté lo que me rodeaba, buscando desesperadamente el modo de llegar hasta ella. Algo llamó mi atención, unos pocos píxeles parpadeantes en la distancia, cerca del extremo opuesto del cráter. Corrí hacia ellos.

—Esto… —intervino Hache—. No es mi intención hacer de copiloto pesado, ni mucho menos. Pero ¿adónde coño vas?

—El Cataclista destruyó todos los artículos de mi avatar —le respondí—. O sea, que no tengo manera de volar hasta ahí arriba y franquear la puerta.

—¡No me lo puedo creer! —exclamó, suspirando—. Tío, menuda racha.

A medida que me acercaba al objeto, este se definía ante mis ojos. Se trataba de una Cápsula Beta, que flotaba a unos centímetros del suelo y giraba en el sentido de las agujas del reloj. El Cataclista había destruido todo lo que podía resultar destruido en el sector, pero los artefactos eran indestructibles. Como también lo era la puerta.

—¡Es la Cápsula Beta! —exclamó Shoto—. Debe haber ido a parar ahí por la fuerza de la explosión. Puedes usarla para convertirte en Ultraman y volar hasta la puerta.

Asentí, levanté la cápsula por encima de mi cabeza y pulsé el botón del lateral para activarla. Pero no ocurrió nada.

—¡Mierda! —murmuré, al darme cuenta de lo que ocurría—. No funciona. Solo puede usarse una vez al día. —La guardé y seguí buscando con la mirada—. Debe de haber otros artefactos esparcidos por aquí —dije. Empecé a correr por el perímetro de los cimientos del castillo, rebuscando—. ¿Alguno de vosotros llevaba algún artefacto? ¿Algo que me permitiera volar? ¿O levitar? ¿O teletransportarme?

—No —respondió Shoto—. Yo no llevaba ninguno.

—Mi espada del Ba’Heer era un artefacto —dijo Hache—. Pero para llegar a la puerta no te serviría.

—Pero mis Chucks sí —intervino Art3mis.

—¿Tus «chucks»? —repetí yo.

—Mis zapatillas. Unas Chuck Taylor negras, All Stars. Proporcionan a quien las lleva velocidad y vuelo.

—¡Genial! ¡Perfecto! —dije—. Ahora solo tengo que encontrarlas.

Seguí corriendo, fijándome en todo lo que veía a mi alrededor. Encontré la espada de Hache al cabo de un minuto, y la añadí a mi inventario, pero tardé otros cinco en encontrar las zapatillas mágicas de Art3mis, en la zona sur del cráter. Me las puse y comprobé que encajaban a la perfección en los pies de mi avatar.

—Te las devolveré, Arty —le dije mientras terminaba de abrochármelas—. Te lo prometo.

—Más te vale —me amenazó—. Son mis preferidas.

Di tres pasos rápidos, un salto, y ya estaba volando. Me volví en el aire y me dirigí a la puerta en línea recta. Pero, en el último momento, viré a la derecha y la rodeé. Permanecí frente a ella, suspendido. La puerta de cristal abierta también se encontraba suspendida en el aire, a unos pocos metros de mí. Me recordaba a la puerta flotante que acompañaba los créditos de inicio de la serie La dimensión desconocida.

—¿Qué estás esperando? —me gritó Hache—. Los sixers pueden aparecer en cualquier momento.

—Lo sé. Pero antes de entrar tengo que deciros algo a todos.

—Bueno, pues suéltalo rápido —dijo Art3mis—. ¡No hay tiempo!

—Está bien, está bien. Solo quería decir que sé cómo debéis sentiros los tres en este momento. Lo que ha ocurrido no es justo. Deberíamos estar franqueando todos juntos esta puerta. En fin, que antes de entrar quiero que sepáis algo. Si consigo el Huevo pienso repartir el dinero del premio en cuatro partes iguales, para los cuatro.

Se hizo un silencio prolongado.

—¡Eh! —exclamé, transcurridos unos segundos—. ¿Me habéis oído?

—¿Estás loco? —preguntó Hache al fin—. ¿Y para qué vas a hacer una cosa así?

—Porque es la única salida digna —respondí—. Porque yo solo nunca habría llegado tan lejos. Porque los cuatro merecemos ver lo que hay del otro lado de la puerta y saber cómo termina el juego. Y porque necesito vuestra ayuda.

—¿Podrías repetir eso último? —me pidió Art3mis.

—Necesito vuestra ayuda —reiteré—. Tenéis razón. Esta es mi única oportunidad para franquear la Tercera Puerta. No habrá segundas ocasiones para nadie. Los sixers llegarán pronto y en cuanto lo hagan, entrarán. O sea que tengo que lograrlo yo antes que ellos, al primer intento. Mis probabilidades de hacerlo se incrementarán drásticamente si vosotros tres me ofrecéis vuestro apoyo. ¿Qué decís?

—Cuenta conmigo —contestó Hache—. Yo ya pensaba ofrecerte mis consejos de todos modos.

—Y conmigo también —dijo Shoto—. No tengo nada que perder.

—A ver si lo entiendo bien —soltó Art3mis—. Nosotros te ayudamos a franquear la puerta y a cambio tú aceptas compartir el dinero con nosotros.

—No. Si gano, me ayudéis o no, repartiré el premio entre los cuatro. Es decir, que probablemente os interese ayudarme de todos modos.

—Supongo que no hay tiempo para que lo pongas por escrito —propuso Art3mis.

Lo pensé un momento, y abrí el menú de control de mi canal privado de emisiones. Inicié una transmisión en directo para que todos los que me estuvieran viendo (el marcador de audiencia indicaba que tenía más de doscientos millones de espectadores) oyeran lo que estaba a punto de decir.

—Saludos —dije—. Soy Wade Watts, también conocido como Parzival. Quiero que el mundo entero sepa que si finalmente encuentro el Huevo de Pascua de Halliday, me comprometo a repartir las ganancias, a partes iguales, con Art3mis, Hache y Shoto. Lo juro por mi honor de gunter. Y si miento, que siempre me consideren un desalmado y un sixer chupapollas.

Concluida la emisión, oí que Art3mis decía:

—Tío, ¿tú estás loco? Lo decía en broma.

—Ah. Bueno. Ya lo sabía.

Entrecrucé los dedos, hice chasquear los nudillos, di un paso al frente y mi avatar se hundió en el torbellino de estrellas.

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