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NIVEL DOS » 0017

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ART3MIS: ¿Estás ahí?

PARZIVAL: ¡Hola! ¡Sí! No puedo creerme que por fin respondas a una de mis peticiones de chat.

ART3MIS: Y lo hago solo para pedirte que pares. No es buena idea que tú y yo empecemos a chatear ahora.

PARZIVAL: ¿Por qué? Creía que éramos amigos.

ART3MIS: Pareces un buen tío. Pero somos competidores. Gunters rivales. Enemigos declarados. Ya sabes cómo es esto.

PARZIVAL: No tenemos por qué hablar de nada relacionado con La Cacería.

ART3MIS: Todo está relacionado con La Cacería.

PARZIVAL: Vamos. Intentémoslo al menos. Hola, Art3mis. ¿Cómo estás?

ART3MIS: Bien. Gracias por preguntarlo. ¿Y tú?

PARZIVAL: Genial. Oye, ¿por qué estamos usando este chat tan antiguo solo de texto? Si quieres solicito una sala de chat virtual para los dos.

ART3MIS: Prefiero este.

PARZIVAL: ¿Por qué?

ART3MIS: Como tal vez recuerdes, en la vida real tiendo a hablar demasiado deprisa. Pero si tengo que escribir todo lo que quiero decir, tengo que frenar un poco y no me muestro tan descontrolada.

PARZIVAL: A mí no me parece que pierdas el control. A mí me pareces encantadora.

ART3MIS: ¿Acabas de usar la palabra «encantadora»?

PARZIVAL: Tienes la palabra que he escrito delante, ¿no?

ART3MIS: Eres muy tierno. Y un mentiroso.

PARZIVAL: Lo digo completamente en serio.

ART3MIS: ¿Y qué tal se ve la vida desde lo alto de La Tabla, fenómeno? ¿Estás harto de ser famoso?

PARZIVAL: Yo no creo que sea famoso.

ART3MIS: ¿Estás de broma? El mundo entero se muere de ganas de averiguar quién eres en realidad. Eres una estrella de rock, tío.

PARZIVAL: Pues tú eres tan famosa como yo. Y si soy esa estrella de rock que dices, ¿cómo es que los medios de comunicación siempre me presentan como un geek que no se lava y nunca sale de su casa?

ART3MIS: O sea, que has visto esa parodia que nos dedicaron en el programa del sábado.

PARZIVAL: Sí. ¿Por qué todo el mundo presupone que soy un loco antisocial?

ART3MIS: ¿No eres antisocial?

PARZIVAL: ¡No! Bueno, puede que sí. Está bien, sí, lo soy. Pero mi higiene personal es irreprochable.

ART3MIS: Al menos acertaron en el género. De mí todos dicen que, en la vida real, soy un hombre.

PARZIVAL: Eso es porque la mayoría de los gunters lo es, y no aceptan la idea de que una mujer sea más lista que ellos y vaya por delante.

ART3MIS: Lo sé. Neandertales.

PARZIVAL: O sea, que definitivamente me confirmas que eres una mujer. En la vida real.

ART3MIS: Eso ya deberías haberlo descubierto por tu cuenta, Clouseau.

PARZIVAL: Y lo hice. De verdad.

ART3MIS: ¿Ah, sí?

PARZIVAL: Sí. Tras analizar los datos disponibles, he llegado a la conclusión de que tienes que ser mujer.

ART3MIS: ¿Por qué tengo que serlo?

PARZIVAL: Porque no quiero descubrir que me he colgado de un tipo gordo llamado Chuck que vive en el sótano de su madre, en algún barrio de Detroit.

ART3MIS: ¿Estás colgado de mí?

PARZIVAL: Eso ya deberías haberlo descubierto por tu cuenta, Clouseau.

ART3MIS: ¿Y si fuera una gorda que vive en el sótano de su madre en un barrio de Detroit? ¿Seguirías colgado de mí?

PARZIVAL: No lo sé. ¿Vives en el sótano de tu madre?

ART3MIS: No.

PARZIVAL: Sí. En ese caso seguramente seguiría colgado, sí.

ART3MIS: O sea, que se supone que tengo que creerme que eres uno de esos tíos fuera de lo común que solo se fijan en la personalidad de las mujeres, y no en el envoltorio.

PARZIVAL: ¿Y por qué presupones que soy un hombre?

ART3MIS: Por favor. Pero si es obvio. De ti no me llegan más que vibraciones masculinas.

PARZIVAL: ¿Vibraciones masculinas? ¿Acaso uso estructuras sintácticas masculinas, o algo por el estilo?

ART3MIS: No cambies de tema. ¿Decías que estabas colgado de mí?

PARZIVAL: Ya lo estaba desde antes de conocerte. Desde que empecé a leer tu blog y a conocer tus puntos de vista. Llevo años persiguiéndote informáticamente.

ART3MIS: Pero sigues sin saber nada de mí, en realidad. De mi verdadera personalidad.

PARZIVAL: Esto es Oasis. Aquí no somos más que pura personalidad.

ART3MIS: Permíteme discrepar. Todo lo que tiene que ver con nuestra personalidad está filtrado por nuestros avatares, que nos permiten controlar qué aspecto tenemos y cómo sonamos ante los demás. Oasis nos permite ser quien queramos ser. Por eso todo el mundo es adicto a él.

PARZIVAL: O sea, que tú, en la vida real, no eres en absoluto como la persona a la que conocí la otra noche en la tumba.

ART3MIS: Esa era solo una parte de mí. La parte que decidí mostrarte.

PARZIVAL: Pues esa parte me gusta. Y estoy seguro de que si me mostraras las demás, también me gustarían.

ART3MIS: Eso lo dices ahora. Pero ya sé cómo son las cosas. Tarde o temprano querrás ver una foto de mi yo verdadero.

PARZIVAL: Yo no soy de los que van con exigencias. Además, yo no voy a enseñarte ninguna foto mía, eso seguro.

ART3MIS: ¿Por qué? ¿Tan feo eres?

PARZIVAL: ¡Qué hipócrita!

ART3MIS: ¿Y? Responde a mi pregunta. ¿Eres feo?

PARZIVAL: Debo de serlo.

ART3MIS: ¿Por qué?

PARZIVAL: Las mujeres de la especie siempre me encuentran repelente.

ART3MIS: Yo no te encuentro repelente.

PARZIVAL: Por supuesto que no. Eso es porque eres un hombre obeso llamado Chuck al que le gusta chatear con jovencitos feos.

ART3MIS: O sea, que eres joven.

PARZIVAL: Relativamente joven.

ART3MIS: ¿Relativamente respecto a qué?

PARZIVAL: Respecto a un tipo de cincuenta años como tú, Chuck. ¿Tu madre te deja vivir en el sótano gratis, o te cobra alquiler?

ART3MIS: ¿De verdad que es así como me imaginas?

PARZIVAL: Si fuera así, en este momento no estaría hablando contigo.

ART3MIS: Entonces, ¿cómo me imaginas?

PARZIVAL: Como tu avatar, supongo. Pero sin armadura, sin armas y sin espada resplandeciente.

ART3MIS: Estás de broma, ¿no? Pero si esa es la primera regla de las aventuras online: nadie se parece en nada a su avatar.

PARZIVAL: ¿Vamos a tener una aventura? [Cruza los dedos.]

ART3MIS: De ninguna manera. Lo siento.

PARZIVAL: ¿Por qué no?

ART3MIS: No hay tiempo para el amor, doctor Jones. Mi adicción al ciber-sexo consume todo mi tiempo libre. Y la búsqueda de la Llave de Jade se lleva el resto. De hecho, eso es lo que debería estar haciendo ahora.

PARZIVAL: Sí, yo también. Pero hablar contigo es más divertido.

ART3MIS: ¿Y tú?

PARZIVAL: ¿Y yo qué?

ART3MIS: ¿Tienes tiempo para una aventura online?

PARZIVAL: Tengo tiempo para ti.

ART3MIS: Eres demasiado.

PARZIVAL: Pues todavía no he terminado de hacerte la pelota.

ART3MIS: ¿Y tienes trabajo? ¿O todavía estás en el instituto?

PARZIVAL: En el instituto. Me gradúo la semana que viene.

ART3MIS: ¡No deberías revelar ese tipo de datos! Yo podría ser un espía sixer intentando identificarte.

PARZIVAL: Los sixers ya me tienen identificado, ¿no te acuerdas? Bombardearon mi casa. Bueno, era una caravana fija. Pero la hicieron saltar por los aires.

ART3MIS: Lo sé. Todavía estoy impresionada. Me imagino cómo debes sentirte.

PARZIVAL: La venganza es un plato que se sirve frío.

ART3MIS: Pues buen provecho. ¿Y a qué te dedicas cuando no estás cazando?

PARZIVAL: Me niego a seguir respondiendo a más preguntas hasta que tú hagas lo mismo.

ART3MIS: De acuerdo. Quid pro quo, doctor Lecter. Preguntaremos por turnos. Adelante.

PARZIVAL: ¿Trabajas o vas al instituto?

ART3MIS: A la universidad.

PARZIVAL: ¿Qué estudias?

ART3MIS: Ahora me toca a mí. ¿Qué haces cuando no estás cazando?

PARZIVAL: Nada. Solo cazo. Ahora mismo estoy cazando. Realizando múltiples tareas en todas partes.

ART3MIS: Yo también.

PARZIVAL: ¿De veras? Pues no le quitaré el ojo a La Tabla, por si acaso.

ART3MIS: Hazlo, número uno.

PARZIVAL: ¿Qué estudias en la universidad?

ART3MIS: Poesía y escritura creativa.

PARZIVAL: Tiene sentido. Escribes muy bien.

ART3MIS: Gracias por el cumplido. ¿Cuántos años tienes?

PARZIVAL: Cumplí dieciocho el mes pasado. ¿Y tú?

ART3MIS: ¿No te parece que estamos intimando demasiado?

PARZIVAL: En absoluto.

ART3MIS: Diecinueve.

PARZIVAL: Ah. Una mujer mayor. Me pone.

ART3MIS: Si es que soy mujer…

PARZIVAL: ¿Eres una mujer?

ART3MIS: No te toca a ti preguntar.

PARZIVAL: Está bien.

ART3MIS: ¿Conoces bien a Hache?

PARZIVAL: Es mi mejor amigo desde hace cinco años. Y ahora, suéltalo ya. ¿Eres una mujer? Lo que quiero saber es si eres un ser humano de sexo femenino que no se ha sometido nunca a un cambio de sexo.

ART3MIS: Eso es ser muy específico.

PARZIVAL: Responde a la pregunta, Claire.

ART3MIS: Lo soy. Siempre lo he sido. Un ser humano de sexo femenino. ¿Conoces a Hache en persona?

PARZIVAL: No. ¿Tienes hermanos?

ART3MIS: No. ¿Y tú?

PARZIVAL: No. ¿Tienes padres?

ART3MIS: Murieron. De gripe. Me criaron mis abuelos. ¿Tú tienes padres?

PARZIVAL: No. Los míos también están muertos.

ART3MIS: Menuda mierda, ¿no? No tener a los padres cerca…

PARZIVAL: Sí. Pero hay mucha gente que está peor que yo…

ART3MIS: Sí, eso mismo me digo continuamente. ¿Hache y tú actuáis como un dúo?

PARZIVAL: Vaya, ya está…

ART3MIS: ¿Sí o no?

PARZIVAL: No. Y que sepas que él me ha preguntado lo mismo sobre nosotros. Porque franqueaste la Primera Puerta pocas horas después de que lo hiciera yo.

ART3MIS: Lo que me recuerda que… ¿Por qué me ayudaste? ¿Por qué me dijiste que me cambiara de lado en el juego de La justa?

PARZIVAL: Me apeteció ayudarte.

ART3MIS: Pues no deberías volver a cometer el mismo error. Porque yo soy la que va a ganar. Supongo que lo sabes, ¿no?

PARZIVAL: Sí, sí. Ya lo veremos.

ART3MIS: Estamos jugando a las preguntas, tonto. Y tú ya te has saltado al menos cinco.

PARZIVAL: Está bien, está bien. ¿De qué color tienes el pelo?

ART3MIS: Castaño oscuro.

PARZIVAL: ¿Y los ojos?

ART3MIS: Azules.

PARZIVAL: Como tu avatar. ¿Tienes también la misma cara, el mismo cuerpo?

ART3MIS: Hasta donde has de saber tú, sí.

PARZIVAL: Está bien. ¿Cuál es tu película favorita de todos los tiempos?

ART3MIS: Va cambiando. ¿Ahora mismo? Tal vez, Los inmortales.

PARZIVAL: Tenéis buen gusto, señora.

ART3MIS: Lo sé. No puedo evitarlo, me gustan los tipos malos y calvos. Kurgan es tan sexy

PARZIVAL: Pues tendré que afeitarme la cabeza ahora mismo. Y empezaré a vestirme con ropa de cuero.

ART3MIS: Pues envíame fotos. Oye, tengo que desconectarme ya, Romeo. Puedes formularme una última pregunta. Es que he de dormir un poco.

PARZIVAL: ¿Cuándo podremos volver a chatear?

ART3MIS: Cuando uno de los dos haya encontrado el Huevo.

PARZIVAL: Podríamos tardar años.

ART3MIS: Qué le vamos a hacer.

PARZIVAL: ¿Puedo, al menos, seguir enviándote e-mails?

ART3MIS: No es buena idea.

PARZIVAL: No puedes impedirme que te los mande.

ART3MIS: En realidad sí puedo. Puedo bloquearte en mi lista de contactos.

PARZIVAL: Pero no lo harías, ¿verdad?

ART3MIS: No, si no me obligas.

PARZIVAL: Qué dura. Innecesariamente dura.

ART3MIS: Buenas noches, Parzival.

PARZIVAL: Adiós, Art3mis. Dulces sueños.

Fin de chat: 27-2-2045/02.51.38

Empecé a enviarle e-mails. Al principio me reprimía un poco y le escribía solo una vez a la semana. Para mi sorpresa, ella nunca dejaba de responderme. Por lo general lo hacía con una frase, en la que me comunicaba que estaba demasiado ocupada para responder. Pero de vez en cuando, sus respuestas eran más largas y así fue como empezamos a escribirnos. Al principio, varias veces a la semana. Gradualmente, nuestros correos se hicieron más extensos, más personales. Empezamos a escribirnos al menos una vez al día. En ocasiones, más. Cada vez que un e-mail suyo llegaba a mi bandeja de entrada, dejaba todo lo que estuviera haciendo y lo leía.

Al poco tiempo nos reuníamos en sesiones de chat privadas al menos una vez al día. Competíamos en juegos de mesa antiguos, veíamos películas y escuchábamos música. Hablábamos durante horas. Conversaciones larguísimas, apasionadas, sobre todo lo humano y lo divino. Pasar tiempo con ella me embriagaba. Parecíamos tenerlo todo en común. Compartíamos los mismos intereses. Nos movíamos por una misma meta. Ella comprendía todas mis bromas. Me hacía reír. Me hacía pensar y cambiar mi manera de ver el mundo. Yo nunca había establecido una relación tan estrecha y cercana con otro ser humano. Ni siquiera con Hache.

Ya no me importaba que, en teoría, fuéramos rivales y, al parecer, a ella tampoco. Empezamos a compartir detalles de nuestras investigaciones. Nos contábamos qué películas estábamos viendo en ese momento, qué libros leíamos. Empezamos incluso a intercambiar teorías y a debatir nuestras interpretaciones de distintos pasajes del Almanaque. Cuando estaba con ella no era capaz de mostrarme cauto. Una vocecilla en mi mente no dejaba de advertirme de que todo lo que ella me decía podía ser, en realidad, un intento de enredarme y de que, tal vez, quisiera confundirme. Pero yo no lo creía. Yo confiaba en Art3mis, a pesar de tener motivos para no hacerlo.

A principios de junio terminé el instituto. No asistí a la ceremonia de graduación. Había dejado de ir a clase cuando huí de las torres. Según suponía, los sixers me daban por muerto y no quería proporcionarles pistas asistiendo a clase durante aquellas últimas semanas. Perderme los exámenes finales no era grave en mi caso, pues había conseguido un número de créditos más que suficiente para obtener el título. La escuela me lo envió por e-mail. El diploma real, en papel, lo mandaron por correo postal a mi domicilio de las torres, que ya no existía, por lo que no sé qué fue de él.

Mi intención, al terminar el instituto, era entregarme en cuerpo y alma a La Cacería. Pero lo único que me apetecía era estar con Art3mis.

Cuando no salía con mi nueva seudonovia online, pasaba el rato ganando más puntos para que mi avatar subiera de nivel. Los gunters llamaban a esa actividad «escalar hasta el noventa y nueve», porque ese era el nivel de poder máximo que los avatares podían alcanzar. Art3mis y Hache lo habían logrado hacía poco, y yo no quería quedarme atrás. En realidad, no tardé mucho, porque disponía de todo el tiempo del mundo y de dinero y medios para explorar Oasis sin restricciones. De modo que empecé a superar las misiones que se me cruzaban en el camino y, a veces, en un solo día, ascendía cinco o seis niveles. Me convertí en un guerrero/hechicero de primera categoría. Al tiempo que mejoraba mi puntuación, mejoraban también mis aptitudes para el combate y los hechizos, además de que iba apoderándome de una gran variedad de potentes armas, objetos mágicos y vehículos.

Art3mis y yo llegamos a salir juntos de expedición, formando equipo. Visitamos el planeta Goondocks y completamos la misión entera de Los goonies en un solo día. Ella participaba representando el personaje de Martha Plimpton, Stef, mientras que yo hacía de Mikey, el personaje que en la película interpretaba Sean Astin. Nos divertíamos mucho.

De todos modos, no siempre era así. Yo intentaba no apartarme del objetivo del juego. Lo intentaba. Al menos una vez al día, me ponía frente a «La cuarteta» y trataba de descifrar su significado.

Una Llave de Jade oculta el capitán

en hogar viejo y decrépito.

Mas el silbato solo harás sonar

cuando los trofeos tengas en tu crédito.

Durante un tiempo había creído que el silbato del tercer verso podía hacer referencia a un programa de la televisión japonesa de finales de los años sesenta llamado Gigantes del espacio, doblado al inglés y emitido en Estados Unidos durante los años setenta y ochenta. Aquellos «gigantes del espacio» (que en japonés se llamaban Maguma Taishi) eran una familia de robots articulados que vivían en un volcán y luchaban contra un malvado alienígena llamado Rodak. Halliday, en el Almanaque de Anorak, se refería a aquellos dibujos en varias ocasiones, y los consideraba de sus favoritos durante su infancia. Uno de los personajes principales de la serie era un niño llamado Miko, que hacía sonar un silbato especial para llamar a los robots cuando necesitaba que acudieran en su ayuda. Yo había visto los cincuenta y dos episodios de los Gigantes del espacio (de lo más cutre), del derecho y del revés, mientras engullía fritos de maíz y tomaba notas. Pero después de aquella maratón de tele, seguía sin entender el significado de «La cuarteta». Estaba ante otro callejón sin salida. Y llegué a la conclusión de que Halliday debía de referirse a algún otro silbato.

Y entonces, un sábado por la mañana, finalmente, tuve una pequeña revelación. Estaba viendo una serie de anuncios de cereales de los ochenta, cuando me dio por preguntarme por qué los fabricantes habían dejado de incorporar juguetes de regalo a las cajas. En mi opinión, aquello era una tragedia, una señal más de que la civilización se estaba yendo a la mierda. Estaba pensando en todo aquello cuando en la pantalla apareció un anuncio viejo de los cereales Cap’n Crunch. Entonces establecí la relación entre el primer y el tercer verso de la cuarteta: «Una llave de Jade oculta el capitán/…/mas el silbato solo harás sonar…».

Halliday hacía referencia al célebre pirata informático de los setenta, John Draper, más conocido por su alias, Capitán Crunch. Draper fue uno de los primeros piratas telefónicos del mundo y se hizo famoso por descubrir que los silbatos de plástico que incorporaban de regalo las cajas de cereales Cap’n Crunch podían usarse para realizar llamadas de larga distancia, pues emitían un tono de dos mil seiscientos hercios, que engañaba al sistema telefónico analógico y permitía el acceso gratuito a la línea.

«Una Llave de Jade oculta el capitán».

Tenía que ser eso. «El capitán» era Cap’n Crunch y «el silbato», el famoso regalo de plástico, arcano de la piratería telefónica.

Tal vez la Llave de Jade estuviera camuflada en forma de uno de aquellos silbatos de juguete, oculto en una caja de cereales Cap’n Crunch… Pero ¿dónde se ocultaba aquella caja?

«En hogar viejo y decrépito».

Yo seguía sin saber a qué hogar viejo y decrépito se refería ese verso, ni adónde acudir para encontrarlo. Visité todas las viviendas viejas y decrépitas que se me ocurrieron. Recreaciones de la mansión de la Familia Adams, del chamizo abandonado de la trilogía de Posesión infernal, la pensión de Tyler Durden en El club de la lucha y la granja de los Lars situada en Tatooine de La guerra de las galaxias. Pero no encontré la Llave de Jade en ninguna de ellas. Un punto muerto tras otro.

Mas el silbato solo harás sonar

cuando los trofeos tengas en tu crédito.

Tampoco había descifrado aún el significado del último verso. ¿Qué trofeos debía ganar? ¿O acaso se trataba de una metáfora barata? Debía de estar saltándome alguna conexión evidente, alguna taimada alusión a algo que no era capaz de captar por no ser lo bastante listo o entendido en el tema.

A partir de ahí no había podido seguir avanzando. Cada vez que regresaba a «La cuarteta», mi deslumbramiento por Art3mis me impedía concentrarme como antes y, casi enseguida, cerraba mi Diario del Grial y la llamaba para preguntarle si quería que nos encontráramos. Y ella casi siempre quería.

Me convencí a mí mismo de que no pasaba nada por aflojar un poco el ritmo, porque nadie parecía avanzar en la búsqueda de la Llave de Jade. La Tabla no experimentaba cambios. Todo el mundo parecía tan perdido como yo.

Con el paso de las semanas, Art3mis y yo pasábamos cada vez más tiempo juntos. Incluso cuando nuestros avatares se dedicaban a otras cosas, nos enviábamos e-mails y mensajes instantáneos. Entre nosotros fluía un caudal de palabras.

Lo que yo deseaba, más que nada en el mundo, era conocerla en la vida real. Cara a cara. Pero no se lo decía. Estaba seguro de que ella sentía algo profundo por mí, pero también me mantenía a distancia. Por más que yo le revelara cosas de mí —y acabaría revelándoselo casi todo, incluido mi verdadero nombre—, ella siempre se negaba a contarme nada de su propia vida. Lo único que sabía de ella era que tenía diecinueve años y que vivía en algún lugar de la costa noroeste, en el Pacífico. No me había confiado nada más.

La imagen de ella que me había formado mentalmente era la más obvia.

Me la imaginaba como una manifestación física de su avatar: la misma cara, los mismos ojos, el mismo pelo, el mismo cuerpo. Y eso a pesar de que me había repetido hasta la saciedad que no se parecía casi en nada a su avatar y que en persona era mucho menos atractiva.

A partir del momento en que empecé a relacionarme más con Art3mis, Hache y yo fuimos distanciándonos. En lugar de encontrarnos varios días a la semana, chateábamos apenas unas pocas veces al mes. Hache sabía que yo me estaba enamorando de Art3mis, pero nunca se metió demasiado conmigo por eso, ni siquiera cuando yo lo dejaba colgado en el último minuto para quedar con ella. Se encogía de hombros, me aconsejaba que tuviera cuidado y me decía: «Espero que sepas lo que haces, Zeta».

Pero yo no sabía lo que hacía, claro. Mi relación con Art3mis, de principio a fin, era un desafío al sentido común. Pero no podía evitar enamorarme de ella. No sabía por qué pero, sin darme cuenta, gradualmente, mi obsesión por encontrar el Huevo se iba viendo suplantada por mi obsesión por Art3mis.

Finalmente, ella y yo empezamos a «salir juntos», a quedar para ir de excursión a locales exóticos de Oasis y a clubes nocturnos exclusivos. En un primer momento Art3mis no estuvo de acuerdo. Creía que yo debía moverme con discreción, porque tan pronto como me vieran en público, los sixers sabrían que su intento de asesinarme había fallado y volverían a intentarlo. Pero yo le dije que eso ya no me importaba. Me escondía de ellos en el mundo real, pero me negaba a hacerlo en Oasis. Además, mi avatar había alcanzado el nivel noventa y nueve y me sentía prácticamente invencible.

Tal vez solo pretendiera impresionar a Art3mis mostrándome invencible. Si era así, creo que lo estaba consiguiendo.

Todavía disfrazábamos a nuestros avatares antes de salir, porque sabíamos que si Parzival y Art3mis empezaban a exhibirse juntos en lugares públicos, la prensa sensacionalista no nos dejaría en paz. Pero hubo una excepción. Una noche, ella me llevó a ver Rocky Horror Picture Show en una sala de cine más grande que un estadio, en el planeta Transexual, en Oasis, donde la proyección de la película llevaba más tiempo en cartel que cualquier otra y era seguida por más gente. Cada pase era seguido por miles de avatares que se sentaban en las gradas y se divertían participando e interviniendo en la acción con el resto del público. Por lo general solo los miembros más antiguos del club de fans de Rocky Horror podían salir al escenario y representar las acciones de la película frente a la pantalla gigante, después de superar un casting durísimo. Pero Art3mis se aprovechó de su fama para mover algunos hilos y, finalmente, nos permitieron unirnos al reparto en el pase de esa noche. En aquel planeta no estaban autorizados los combates PvP, por lo que no me preocupaba que los sixers me tendieran una emboscada. Lo que sí experimenté, apenas empezó el espectáculo, fue un caso agudo de pánico escénico.

Art3mis interpretó a la perfección su papel de Columbia y yo tuve el honor de hacer de Eddie, su zombi enamorado. Había modificado la apariencia de mi avatar para que fuera idéntico al del papel de Meat Loaf, pero mi actuación y mis playbacks fueron un desastre. Por suerte, el público me lo perdonaba todo, porque yo era el famoso gunter Parzival y era evidente que lo estaba pasando en grande.

Aquella noche fue, sin comparación, la mejor de mi vida hasta ese momento. Se lo dije más tarde a Art3mis y entonces ella se inclinó hacia mí y me besó por primera vez. Yo no sentí el beso, claro. Y, sin embargo, el corazón me latió con mucha fuerza.

Había oído mil veces las advertencias típicas sobre los peligros de enamorarse de alguien a quien solo se conocía online, pero no hice caso. Decidí que, fuera quien fuese Art3mis, estaba enamorado de ella. Lo sentía en lo más profundo, en lo más sensible, en lo más dulce de mi ser.

Y entonces, una noche, como un perfecto imbécil, le dije lo que sentía por ella.

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