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La Florida, Estados Unidos. Agosto de 1970

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 La Florida, Estados Unidos. Agosto de 1970

El calor húmedo de La Florida es insoportable y perfora los huesos, provocando dolores reumáticos a todos, incluso a los que no tenemos reuma ni artrosis. Pero estamos viejos, ¿quién puede dudarlo? Karl y yo ya alcanzamos las seis décadas, parecemos dos caricaturas de los espías que supimos ser y que nos empecinamos en seguir siendo. Incluso, ambos estamos a punto de convertirnos en abuelos. Gregorio será padre en los próximos meses. Mi nieto se llamará Esteban. Lo sé por María Teresa. Últimamente, Gregorio se ha distanciado. No lo culpo. Mis ausencias han sido la causa de todo. Pero es tarde para cambiar de rumbo. Soy un anciano empecinado. ¿Me reconocerías Kristen si me vieras así, vestido con una guayabera blanca holgada y estas sandalias que no logran esconder las deformaciones que ya empezaron a sufrir los huesos gastados de mis pies cansados? ¿Seguirás con vida? ¿Habrás encanecido? ¿Te mecerás en una silla de mimbre, como hago yo ahora, con la vista puesta en el mar que se extiende más abajo, frente al hotel?

Al fin hoy hemos escuchado lo que el doble agente tenía para decir. Un ruso criado en una base militar americana que se ha introducido en la CIA y responde a la KGB. Su nombre no aparecerá en este diario: respetaré su frágil doble identidad. Nos ha entregado la información que esperábamos: un viejo jerarca nazi se esconde en la selva panameña. Con los datos concretos en mano, hemos enviado la información al servicio secreto israelí, que será nuestro apoyo militar y realizará la extracción del Cerdo.

Arretí, Panamá. Agosto de 1970

Vestidos de turistas, hemos viajado a Panamá. Contratamos a un guía que prometió llevarnos al lugar donde, según el doble agente ruso, se esconde el Cerdo que debemos extraer de la selva y enviar a Israel para que reciba un juicio y el castigo que sólo podemos dar los hombres: la muerte. Ayer, poco antes de llegar al sitio, una balacera nos ha hecho regresar por donde vinimos. El miedo nos ha dejado inmóviles en nuestros asientos mientras el conductor gritaba de pánico conduciendo el camión en reversa. De nuevo al hotel. Telegramas, comunicaciones telefónicas en código secreto. Información confirmada, pero ampliada con connotaciones que jamás hubiéramos esperado: el Cerdo es uno de los principales instructores de un campo de entrenamiento secreto escondido en la selva panameña. Han pasado dos días, pero aún no somos capaces de entenderlo. O, mejor dicho, aceptarlo. Desde Israel nos informaron que pronto estallará una guerra en Argentina y toda América Latina. La guerra contra el comunismo latinoamericano, contra los grupos subversivos que se están formando para contrarrestar la ofensiva capitalista americana que se ha extendido hacia el sur del río Bravo desde que los Aliados ganaron la guerra. Los anticomunistas están dispuestos a actuar antes de que todo acontezca. Por eso, están “capacitando” a las cúpulas militares latinoamericanas para que actúen de inmediato y sofoquen cualquier intento por socavar el dominio americano en la zona. “Es necesario que haya un equilibrio en el mundo”, han dicho: los rusos deben quedarse con Asia y Europa del Este, los americanos con América. Y mientras tanto, los hombres se siguen matando por el mundo. Lo único que cambia es el título, pero la humanidad no parece evolucionar hacia la convivencia pacífica. Sólo busca destruirse a sí misma. Primero el Bien y el Mal, luego Civilización o Barbarie, hoy Imperialismo contra Comunismo. Pero, inevitablemente, la guillotina sigue cayendo siglo tras siglo, generación tras generación.

El plan continental tiene nombre de poemario con improntas de Mein Kampf, la biblia del Monstruo: “Tormenta Libertaria para América Latina”. Así se llamará el sable que atravesará a este joven continente. Las comunicaciones de la Mossad con la Casa Blanca han terminado por abortar nuestra misión. El Cerdo no será extraído y enjuiciado.

Hoy hemos sobrevolado la zona con una avioneta privada para comprobar toda la información recibida. Campamentos de entrenamiento. Barracones donde militares paraguayos, argentinos, bolivianos, brasileros, chilenos y uruguayos aprenden el arte de la tortura física, psicológica, moral, ética. El plan es sencillo: borrarles cualquier signo de humanidad, convertirlos en máquinas sistemáticas de matar. Cómo derrotar a un enemigo cuasi invisible, cuasi desarmado, en medio de la ciudad.

De regreso al hotel, como siempre, nos hemos detenido a beber un café en el bar de enfrente para asegurarnos de que nadie nos seguía. Los camiones del ejército estaban detenidos en la puerta del hotel. Cerdos vestidos de verde custodiaban la entrada. Desde el bar hemos llamado al conserje y hemos preguntado por nosotros mismos. El hombre, nervioso, dijo que no sabía nada de los turistas alemanes, que la policía los estaba esperando y que…

Riosucio, Colombia. Agosto de 1970

Hemos pasado varios días huyendo por la selva, a la deriva. Al fin hemos cruzado la frontera colombiana, sedientos, hambrientos, con la piel perforada por las picaduras de los extraños insectos tropicales. Agotados, hemos alcanzado una pequeña aldea. Todo esto me está hartando. Pero pienso en Gregorio, que ya es mayor. No puedo permitir que le toque vivir en este mundo despreciable que no deja de perseguir, asesinar, torturar. Los fantasmas vuelven a nosotros desde la memoria, pero también desde el presente. Mañana alcanzaremos Medellín y desde allí viajaremos de regreso a Argentina. La proximidad de la muerte me ha quebrado. Puedo sentirlo. Pienso en ese niño llamado Esteban que nacerá dentro de unos meses, ¿seré capaz de darle todo lo que no pude brindarle a Gregorio? Y vos, hijo mío, ¿sabrás perdonarme antes de que la Dama de Negro ponga fin a mis días?

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