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Tercera parte. El beneficio de Cristo » Tiziano » Capítulo 23

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Capítulo 23 Venecia, 12 de febrero de 1547

Miquez y Perna están en Milán.

El Alemán ha hecho entender a todo el mundo que no conviene apostar contra él.

Tiziano se ha hecho notar en tres ocasiones distintas. En Ferrara ha conocido incluso a la princesa Renata de Francia, amiga de los exiliados y muy interesada en El beneficio de Cristo. El anabaptista ha dado en la diana.

Puedo estar satisfecho, pero eso no basta. Estoy pensando en una segunda ronda. Treviso, Asolo, Bassano y Vicenza, para luego volver a Venecia. Ahora que le tengo tomada la medida a mi predicador anabaptista puedo acortar los tiempos. Diez días, dos semanas a lo sumo.

Esta noche he soñado con Kathleen y Eloi. Únicamente imágenes confusas, no recuerdo nada más, pero me he despertado con la sensación de algo amenazante sobre el destino de todos. Como una sombra oscura que oprime la mente.

He ahuyentado el mal humor con un paseo hasta San Marcos, recogiendo los saludos de mucha gente a la que no conozco. Al volver he tenido la sensación de que me seguían, tal vez una cara vista ya esta misma mañana en Campo San Casciano. He dado un largo rodeo, tan solo para confirmar la sospecha. Dos individuos, hopalandas negras, treinta pasos detrás. Tal vez esbirros. No debe de haber sido difícil intuir que he podido ser yo el que mutilara la mano de aquel marinero griego. Tendré que acostumbrarme a tener a alguien cerca en mis desplazamientos por la ciudad. Razón de más para partir enseguida.

—¿Te vas de nuevo?

Ha aparecido en silencio a mis espaldas, los ojos esmeralda sobre la alforja recién cerrada.

Trato de evitar su mirada.

—Estaré de nuevo aquí dentro de dos semanas.

Un suspiro. Demetra se sienta en la cama al lado de la alforja de viaje. Pierdo tiempo anudando un pañuelo en la muñeca: desde hace un tiempo el reuma no me da tregua y tengo que limitar mis movimientos.

—Si te hubieras quedado aquí, Sabina aún conservaría su bonito rostro.

Finalmente la miro:

—Ese bastardo la ha pagado. Nadie tocará más un pelo a las chicas.

—Tendrías que haber acabado con él.

Contengo la agitación:

—Lo único que habría conseguido con eso es echarnos encima a los esbirros. Esta mañana me han seguido hasta el mercado.

Otro suspiro para desahogar sus ganas de echarme en cara aquel chirlo.

—¿Por eso te escondes? ¿Tienes miedo?

—Hay una cosa que debo hacer.

—¿Más importante que el Tonel?

Me detengo. Tiene razón, le debo una explicación.

—Hay cosas que deben hacerse y basta.

—Cuando los hombres hablan así es para irse para siempre o es porque tienen alguna venganza que cumplir.

Sonrío ante su agudeza, sentándome al lado de ella:

—Volveré. De esto puedes estar segura.

—¿Adónde vas? ¿Tiene algo que ver con los judíos con los que tienes negocios?

—Esto es mejor que no lo sepas. Hay unas viejas cuentas que arreglar, tienes razón. Tan viejas como yo.

Demetra sacude la cabeza, un velo de tristeza empaña el verde de sus ojos:

—Uno tiene que saber elegir a sus enemigos, Ludovico. No malquistarse con gente equivocada.

La obsequio con una abierta sonrisa, está más preocupada por mí que por el burdel.

—No temas: he salvado el pellejo en situaciones peores. Es mi especialidad.

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