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Tercera parte. El beneficio de Cristo » Tiziano » Capítulo 24

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Capítulo 24 Venecia, 10 de abril de 1547

João y Bernardo Miquez se recortan en la puerta como dos gigantes, comparados con el pequeñajo de calvas sienes que apenas si asoma en medio de ellos, contrabandista de libros y experto en vinos. Viene a mi encuentro dando saltitos y aferrando mi mano tendida.

—Es un verdadero placer, viejo amigo, no puedes ni imaginarte la que nos ha pasado… Las ventas han ido viento en popa, prácticamente en casa del muy católico Emperador, pero ¡qué coño de falta hacía el Santo Oficio!

Freno la lengua de Perna saludando a los dos hermanos:

—Bienvenidos.

Una palmada en la espalda:

—Espero que no nos dejes muertos de sed. Hemos hecho muy pocas paradas durante el viaje.

—Voy por una botella. Sentaos y contádmelo todo.

Perna coge una silla y ataca:

—De menuda hemos salido, joder. Estaban a punto de llevarse a tu amigo judío, sí, sí, tú ríete ahora, pero se las ha visto muy feas, te lo digo yo, y si no llega a ser por el dinero contante y sonante que le dio a ese frailucho, ahora no estaríamos brindando, ¿entendido? Ahora estaría haciéndoles compañía a los ratones en las mazmorras de Milán.

—Con calma. Explicádmelo todo desde el principio.

Perna se acomoda, con las manos temblorosas sobre la mesa. Es Bernardo quien habla, mientras João exhibe una de sus sonrisas cautivadoras.

—La Inquisición lo tuvo detenido durante tres días, acusado de vender escritos heréticos.

Miro al mayor, que permanece en cambio callado y hace proseguir a su hermano:

—Un montón de preguntas. Alguien debe de haber estado espiando. La cosa acabó bien, bastó con untarles la mano a las personas adecuadas y lo soltaron, no era gente seria, pero la próxima vez podríamos no salir tan bien parados.

Un instante de silencio, Perna se estremece, espero que João diga algo.

Cruza sus delgados dedos apoyando los codos sobre la mesa.

—Exageran. Esos no sabían nada de El beneficio, únicamente vagas sospechas. Alguien dio mi nombre y vinieron a buscarme. Eso es todo. Si de veras se hubieran olido una pista no habrían aceptado mi dinero… —un gesto de burla— o habrían pedido más.

Nuestro librero estalla:

—Sí, sí, para él todo es muy fácil, pero hemos de estar atentos. También yo sé que esos cuatro cuervos no sabían nada, pero ¿quién vuelve ahora a Milán, eh? ¿Quién? Hemos quemado esa plaza, es una tierra que duele, ¿entendido? El ducado entero, cerrado, nada, ya no podemos poner los pies en él, si no es con riesgo y peligro para nosotros. ¿Y cómo vamos a recuperar el dinero de las partidas que hemos entregado?

João lo tranquiliza:

—Nos recuperaremos por otro lado.

Sirvo la segunda ronda de vino:

—Olvidémonos por un tiempo de Milán. De todas formas, mantengámonos todos con los ojos bien abiertos: la Inquisición está organizándose mejor. Paulo Tercero es un medroso, un intrigante, pero no durará eternamente. Todos los destinos estarán pendientes del próximo Papa. Incluso los nuestros.

Los tres socios asienten a la vez. No es preciso decir nada más: compartimos las mismas preocupaciones.

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