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Tercera parte. El beneficio de Cristo » Tiziano » Capítulo 27

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Capítulo 27 Venecia, 30 de agosto de 1548

Una forma negra recortada en la puerta. Duarte Gómez da un paso, se detiene y da un taconazo. Rostro aceitunado, rasgos finos, levemente femeninos, interrumpidos por una arruga en la frente.

Una indicación a Demetra, que aleja a las muchachas.

—¿Qué pasa?

—Ven, te lo ruego.

El ayudante de los Miquez me acompaña fuera, al soportal y luego al callejón donde se entra de uno en uno. Los dos hermanos están allí. Como dos sicarios que esperan el paso de su víctima.

João, más alto, con un gran sombrero negro adornado por una cinta de cuero. Bernardo, con el aire de un chiquillo y una divertida mosca en el mentón. Las toledanas asoman por debajo de las capas. La luz va disminuyendo cada vez más.

—¿Qué sucede, señores? ¿A qué viene tanto misterio?

La acostumbrada sonrisa se resquebraja, como si se esforzara en mostrarla, por más que su estado de ánimo no se lo permite:

—Han apresado a Perna.

—¿Dónde?

—En Milán.

—¿Qué coño hacía en Milán? ¿No habíamos decidido olvidarnos de esa plaza?

Los rostros de los tres sefarditas se ponen sombríos, la luz sigue disminuyendo.

—Tenía que hacer una parada en Bérgamo, recoger el dinero de los libreros y volverse. Por lo que parece, ha querido arriesgarse. Se le acusa de vender libros heréticos.

Oigo resonar mi suspiro de un extremo al otro del callejón, me apoyo en la pared.

—¿El Santo Oficio?

—Puedes apostar lo que quieras.

Gómez, nervioso, continúa dando taconazos contra el empedrado.

—¿Qué podemos hacer?

João muestra una hoja enrollada.

—Pagaremos y lo sacaremos antes de que el asunto se ponga demasiado feo. Duarte parte esta noche. Gonzaga me debe dinero: le he propuesto cancelar su deuda si intercede.

—¿Funcionará?

—Espero que sí.

—Mierda. No me gusta, João, no me gusta en absoluto.

—Ha sido pura casualidad, estoy convencido. Mala suerte e imprudencia.

Presentimientos pesimistas, no consigo pensar.

El mayor de los Miquez me obsequia con su sonrisa más sincera:

—Estate tranquilo. Soy todavía el financiero más importante en la ciudad. No se atreverán a tocarnos.

Aprieto las manos contra ambas paredes, como si quisiera desplazarlas:

—¿Hasta cuándo, João? ¿Hasta cuándo?

Venecia, 3 de septiembre

Tal vez alguien ha conseguido juntar las piezas del rompecabezas. Malas noticias de Nápoles: Infante, nuestro contacto allí, ha sido encarcelado y será interrogado por los inquisidores.

Lentamente están descubriendo la trama que hemos tejido en estos dos años.

El cardenal Carafa aún no ha alineado en orden de combate a sus mejores piezas: mientras sigan en auge Pole, Morone, Soranzo y todos los demás espirituales, tiene las manos atadas.

Si Reginald Pole se convierte en Papa antes de que Carafa consiga pasar al ataque, se pararía la Inquisición: todas las posibilidades volverían a estar abiertas, hasta la excomunión de El beneficio de Cristo se vería suspendida.

Tramas demasiado extensas para un solo hombre. Acaso también fascinantes para quien ha llegado al quinto decenio de su vida y es capaz de apreciar su geometría, el diseño, pero hay algo más que hacer. Algo personal.

Algo que lleva esperando desde hace veinte años. Cuando los músculos comienzan a ponerse rígidos y los huesos duelen, las cuentas que han quedado pendientes se vuelven más importantes que las batallas y las estrategias.

Tiziano el anabaptista tendrá que golpear de nuevo, pero lejos de aquí: con los vientos que comienzan a soplar, conviene mantener alejada la venganza de los asuntos venecianos.

Tienes que venir a buscarme. Para que yo pueda echarte el guante.

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