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Segunda parte. Un Dios, una Fe, un Bautismo » Eloi (1538) » Capítulo 16

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Capítulo 16 Estrasburgo, 16 de abril de 1530

Le estallo dentro, sin conseguir contener el grito que se mezcla con el suyo. El placer sacude mi cuerpo hasta doblarme como una rama seca en el fuego. Desciende sobre mí, empapada, la onda negra de los cabellos me envuelve, el olor de los humores en la boca, en las manos, sus senos contra mi pecho. Se tiende a mi lado, blanca y magnífica: escucho apaciguarse su respiración. Me coge la mano, en un gesto que he aprendido a secundar, y la apoya entre sus muslos, para coger de un solo apretón delicado el sexo que aún se contrae. Ursula es algo que no volveré a probar nunca más: es Melancolía, una marca en el alma y en la carne.

Mantengo la mirada fija en las vigas del techo. No tengo necesidad de decirle nada, también ahora lo sabe todo, más claro y más nítido que yo.

—Has decidido partir con él.

—A Emden, en el norte. Hofmann dice que allí se reúnen los prófugos de Holanda. Se preparan grandes cosas.

Se vuelve sobre un costado, hacia mí, ofreciéndome los ojos brillantes:

—¿Cosas por las que vale la pena morir?

—Cosas por las que vale la pena vivir.

Su índice recorre mi perfil sinuoso, la barba pelirroja, desciende pecho abajo, para detenerse en una cicatriz, luego en la tripa.

—Tú vivirás.

La miro.

—Tú no eres como Hofmann: no esperas nada. Tus ojos reflejan una derrota, desesperada, pero no es la resignación lo que te aflige. Es la muerte. Ya una vez elegiste la vida.

Asiento en silencio, esperando que me siga asombrando.

Sonríe:

—Cada ser sigue su destino en el ciclo del mundo: y el tuyo es vivir.

—Esto te lo debo también a ti.

—Pero sabes que yo no iré.

Es tristeza o emoción, faltan las palabras.

Suspira serena:

—Melancolía. Así me llamaba mi marido. Era médico, un hombre muy culto, que amaba también la vida, pero no como tú; él amaba sus secretos, quería captar el misterio de la naturaleza, de las piedras, de las estrellas. Lo quemaron por esto. Una mujer fiel tal vez habría seguido su suerte. Yo, en cambio, escapé: elegí sobrevivir. —Me acaricia el rostro—. También tú. Seguirás tu estrella.

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