Purga

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QUINTA PARTE » 25 de agosto de 1950

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25 de agosto de 1950

¡Por una Estonia libre!

En el bosque me encontré con un hombre. Era el hermano del marido de Liide, de ese Martin. Estaba mal de la cabeza. Un comunista. Lo estrangulé.

Había estado en Nueva York con Hans Pöögelman. Y allí había organizado actividades comunistas y publicado el periódico Uus Ilm («Nuevo Mundo»). Era de esa clase de hombres. Resultaba un poco difícil entender lo que decía, la cabeza le temblaba mucho y sólo tartamudeaba, a veces la voz se le perdía del todo y únicamente escupía. Al principio, cuando pasó por mi refugio subterráneo, pensé que era un animal del bosque. Él no se dio cuenta de que yo estaba allí y cortó con el pie el hilo de la trampa. Entonces advertí su presencia. No salí tras él enseguida. No fui a ver si había dejado algún rastro hasta que cayó la noche. Había comido los arándanos de las proximidades, pero no como lo hacen los animales. Eso me hizo pensar que podía ser una persona. No obstante, había permanecido tan quieto que no noté nada hasta que se abalanzó contra mis piernas, como un animal. Sus ojos eran iguales a los de un animal, pero carecía de fuerza, así que lo dominé sin dificultad. Me senté encima de su pecho y le pregunté cómo se llamaba. Al principio sólo gimoteaba y tuve que mantenerle la boca tapada, pero después se tranquilizó. Llevaba conmigo un trozo de cuerda y le até las manos para mayor seguridad. No portaba ninguna arma, eso fue lo que primero comprobé. Consiguió decir a duras penas que se llamaba Konstantin Truu. Le pregunté si era familiar de Martin Truu. Por supuesto que lo era. No le dije nada de que éramos familia política porque yo nunca reconozco mi parentesco con esos rusos. Sólo le dije que Martin Truu era un hombre conocido en la aldea, y él se alegró o se asustó, realmente no se podía estar seguro de sus reacciones. Fuera como fuese, se puso como loco. Empezó a hablar de un gran malentendido, de que había que avisar a Stalin. Tuve mis sospechas de que estaba fingiendo con tanto tartamudeo. Por el bosque andaba toda clase de gente, no podías fiarte de nadie. Konstantin pedía socorro y comida. Debía de haber sido un señorito de esos de ciudad, esa clase de gente que no sabe arreglárselas en el bosque. Vaya tropa que mandaba allí la NKVD a espiar a los muchachos de Estonia. Pero terminé de escuchar su historia, pensando que quizá pudiese descubrir algo sobre el marido ese de Liide. También cabía que Konstantin fuese un agente que se había pasado de rosca al llegar al bosque y que acabara soltando unas cuantas verdades.

Konstantin había vuelto con Pöögelman y luego había ido a la Unión Soviética a trabajar. Después había regresado a Estonia con un amigo suyo, al que habían fusilado en la frontera. A él le perdonaron la vida y se dirigió a Tallin. Allí tramó algo con los comunistas, pero después ellos quisieron mandarlo a Siberia. Consiguió escapar y llegar al bosque. No sabía en qué año estábamos, sólo le interesaba escribirle a Stalin para decirle que había que enmendar el malentendido. Entonces lo estrangulé. Me había visto vivo y yo estaba oficialmente muerto.

Le registré los bolsillos. Tenía cartas. Cartas que Martin le había mandado a Nueva York. Me las llevé y las leí.

Estuve a punto de dárselas a Aliide, pero no lo hice. No vale la pena asustarla aún más. Voy a esconderlas aquí, debajo de las tablas, en el mismo sitio donde tengo guardada esta libreta mía. Será mejor que nadie las encuentre. Por unas cartas así te mandan a Siberia, aunque fueron escritas en los años treinta. ¿Qué habrá tenido que hacer Martin para que no lo hayan deportado ya? ¿Sabía siquiera que su hermano había vuelto a Estonia?

Hans Pekk,

hijo de Eerik,

campesino de Estonia

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