Protector

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Phssthpok

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Phssthpok

Génesis, capítulo 3, versión del rey James:

Y dijo Dios Nuestro Señor: «¡He aquí que el hombre ha venido a ser como uno de nosotros, en cuanto a conocer el bien y el mal! Ahora, pues, cuidado, no alargue su mano y tome también del árbol de la vida y comiendo de él viva para siempre.»

Y le echó Dios Nuestro Señor del jardín de Edén, para que labrase el suelo de donde había sido tomado.

Y habiendo expulsado al hombre, puso delante del jardín de Edén querubines, y la llama de espada vibrante, para guardar el camino del árbol de la vida.

1

Se sentó en medio del círculo de claro twing, observando el infinito pero nada excitante paisaje del exterior.

Apenas una década atrás, estas estrellas no eran más que un cúmulo de puntitos rojos desparramados por el espacio, siempre alerta.

Cuando se reveló la visión frontal, las estrellas tenían un aspecto azul y amenazador, y su reflejo era brillante sobre los controles. A un lado, las más grandes se habían aplanado visiblemente. Eran lo único al alcance de la vista, unos pocos lunares blancos esparcidos sobre un fondo dominantemente negro. Un cielo solitario. Las nubes de polvo escondían tras su velo la radiante gloria de su hogar.

Sin embargo, la luz que se veía justo en el centro no era una estrella. Era tan grande como un sol, oscura en el centro y lo bastante brillante para quemar las retinas de un hombre. Era la luz de un hiperreactor Bussard, a apenas doce kilómetros de distancia. Una vez cada varios años, Phssthpok pasaba algún tiempo observando el impulsor, con el fin de asegurarse de que funcionaba correctamente. Mucho tiempo atrás percibió un lento y periódico titubeo, justo a tiempo para prevenir que la nave se convirtiera en una nova diminuta. En cambio, en esta ocasión, la luz blanquiazul no había cambiado en absoluto durante las varias semanas que había estado contemplándola.

La mayor parte de su larga y lenta vida, el espacio había discurrido junto a la escotilla de la nave de Phssthpok. A pesar de ello, no recordaba mucho de su viaje. El interés de todo ese tiempo de espera había sido demasiado escaso para merecer ser salvaguardado en su memoria. Así es la fase de protector de la especie de los pak; los recuerdos agradables pertenecen al pasado, cuando eran niños y después criadores, cuando el mundo era nuevo y brillante y libre de responsabilidades. Únicamente una situación peligrosa, bien para él mismo o para sus retoños, puede despertar a un protector de su relajado estado de somnolienta laxitud, transformándolo en una bestia luchadora imposible de comparar con cualquier otro ser consciente.

Phssthpok soñaba, sentado en su asiento de protección.

Los controles de actitud de la cabina estaban al alcance de su mano izquierda. Cuando tenía hambre, algo que sucedía cada diez horas, su mano nudosa, de una textura semejante a dos puñados de nueces negras, buscaba en una ranura a su derecha y emergía con una raíz amarilla retorcida y carnosa del tamaño de una batata. Habían pasado semanas terrestres desde la última vez que Phssthpok dejara su asiento de protección. En todo ese periodo de tiempo no había movido nada excepto las manos y la mandíbula. Sus ojos no habían cambiado de posición.

Antes de eso hubo una fase de pertinaz ejercicio físico. Es el deber de un protector mantenerse en forma.

Incluso el de un protector sin nadie a quien proteger.

El impulso del reactor era estable, o al menos lo suficiente para satisfacer a Phssthpok. Los nudosos dedos del protector se movieron, y el cielo giró a su alrededor. Observó la otra luz brillante, flotando camino de la escotilla. Una vez estuvo centrada, detuvo el movimiento rotatorio.

A pesar de que ya era más brillante que cualquier estrella a su alrededor, su destino aún brillaba de manera demasiado tenue para ser considerado algo más que una simple estrella. Pero su brillo era mayor de lo que Phssthpok esperaba, y supo entonces que había pasado mucho tiempo. ¡Demasiados sueños! No era de extrañar. Se había pasado la mayor parte de los últimos mil doscientos años en ese asiento, permaneciendo inmóvil para ahorrar sus suministros alimenticios. Si no fuera por los efectos de la relatividad, hubiera tenido que multiplicar ese número de años por treinta.

Aunque parecía ser el protagonista del caso más abrumador de artritis de la historia de la medicina, aunque llevaba semanas como un paralítico, el nudoso protector se puso en marcha de inmediato. La llama del reactor perdió consistencia, se expandió y comenzó a enfriarse. Apagar un hiperreactor Bussard es casi tan complicado como encenderlo. A las velocidades de este hiperreactor, el hidrógeno interestelar entra en forma de rayos gamma. Este ha de ser expulsado con la ayuda de campos magnéticos, incluso si no es quemado como combustible.

Había llegado a la zona del espacio más probable. Delante de él se encontraba la estrella más probable. Phssthpok tenía el éxito al alcance de su mano. Le esperaban aquellos a los que había venido a ayudar. Si es que todavía existían; si no habían muerto en todo este tiempo; si orbitaban esta estrella y no otra menos probable. Sus mentes eran casi animales. Puede que conocieran el fuego, pero estaba claro que no disponían de telescopios. Sin embargo le esperaban… en cierto modo. Si continuaban aquí, llevaban esperándole dos millones y medio de años.

No iba a decepcionarles.

No debía hacerlo. Un protector sin descendencia es un ser sin un propósito. Tal anomalía debe encontrar uno, y rápido, o morir. Casi todos mueren. Un reflejo se activa en sus mentes o en sus glándulas, y entonces dejan de sentir hambre. A veces, uno concreto aprende que puede adoptar a toda la especie de los pak como su progenie, pero entonces debe buscar una manera de servir a esa especie. Phssthpok era uno de esos afortunados.

Si fracasara sería terrible.

Nick Sohl estaba regresando a casa.

Ahora que sus oídos habían aprendido a ignorar el murmullo del movimiento de la nave, la quietud del espacio era lo único que le rodeaba. El equivalente a dos semanas de pelusilla cerrada cubría su mandíbula y la zona rapada a ambos lados de su cresta cinturonia. Si se concentraba podía percibir su propio olor. Había estado extrayendo minerales en los anillos de Saturno, con una nave monoplaza orbitando a su alrededor y una pala en la mano; los imanes usados para extraer monopolos de hierro asteroideo guardaban un gran parecido con palas corrientes. Le hubiera gustado permanecer allí más tiempo, pero le gustaba pensar que la civilización cinturonia no podría sobrevivir sin su presencia mucho más de tres semanas.

Un siglo atrás, los monopolos eran una mera teoría y, además, una conflictiva. La teoría magnética decía que un polo magnético norte no podía existir sin un polo magnético sur, y viceversa. La teoría cuántica implicaba que sí que podían existir de forma independiente.

Los primeros asentamientos permanentes habían surgido en los asteroides de mayor tamaño del Cinturón. Todo empezó cuando un equipo de exploración encontró monopolos que se habían colado en el núcleo de ferroníquel de un asteroide. Hoy ya no había teorías, pero sí una boyante industria de monopolos en el Cinturón. Un campo magnético generado por monopolos actúa con una relación inversa lineal en lugar de con una cuadrada. En términos prácticos, un motor o instrumento basado en monopolos daría mucho más de sí. Los monopolos eran de gran valor cuando el peso era un factor, y en el Cinturón, el peso siempre lo era. Pero la extracción de monopolos seguía siendo una labor de un solo hombre.

Nick no había tenido mucha suerte. De todas maneras, los anillos de Saturno no eran una buena zona de monopolos; demasiado hielo, poco metal. El campo electromagnético que rodeaba su cubo de carga probablemente no contenía más de dos puñados de polos magnéticos norte. Muy poco botín para dos semanas de esforzada labor… pero le darían bastante por ellos en Ceres.

Le hubiera dado igual no encontrar nada. La extracción de monopolos era una excusa para que el primer portavoz de la Sección Política del Cinturón escapara de su minúscula oficina enterrada en lo más profundo de Ceres, de las constantes disputas entre las Naciones Unidas y el Cinturón, de su mujer e hijos, de amigos y conocidos, de enemigos y extraños. Y el próximo año volvería, tras varias semanas maratonianas poniéndose al día de los eventos recientes, y diez meses manipulando la política del sistema solar.

Cuando Nick estaba ganando velocidad para el viaje hacia Ceres, Saturno ya un mero adorno a su espalda, vio que su imán de extracción se alejaba lentamente del tanque de carga. A su izquierda, en alguna parte, había una nueva y potente fuente de monopolos.

Una sonrisa cruzó su rostro, como un rayo en un cielo oscuro. ¡Más vale tarde que nunca! Una lástima que no lo hubiera encontrado en el camino de ida, pero podría venderlo en cuanto lo localizara… lo que requeriría esfuerzo. La aguja se agitaba ante las dos atracciones, una de las cuales provenía del propio tanque de carga.

Empleó unos veinte minutos en direccionar un láser de comunicaciones hacia Ceres.

—Al habla Nick Sohl, repito, Nicholas Brewster Sohl. Deseo que conste registro de mi reclamación de una fuente de monopolos en la dirección general de… —intentó suponer en qué medida su carga afectaba a la aguja— de Sagitario. Quiero ofrecer la venta de esta fuente al gobierno del Cinturón. Pronto los detalles, en media hora.

Entonces apagó el motor de fusión, se enfundó laboriosamente el traje y la mochila y abandonó la nave llevando solo un telescopio y un imán de extracción.

Las estrellas no son eternas, pero para el hombre no distan mucho de serlo. Nick gravitó entre las eternas estrellas, inmóviles en apariencia pero sin embargo cayendo en dirección al diminuto sol a decenas de miles de kilómetros por hora. Esa era la razón por la que extraía monopolos. El universo resplandecía como un puñado de diamantes sobre una tela de terciopelo negro, un inolvidable telón de fondo para el dorado Saturno. La vía láctea era el brazalete enjoyado del universo. A Nick le encantaba el Cinturón, con sus rocas extraídas y sus burbujeantes espirales. Pero por encima de todo amaba el espacio en sí mismo.

A kilómetro y medio de la nave usó el telescopio y el imán minero para fijar la posición de la nueva fuente. Entonces regresó a la nave para hacer la llamada pendiente. En unas pocas horas realizaría otra fijación y demarcaría la fuente por medio de una triangulación.

Cuando regresó a la nave, el comunicador estaba encendido. El demacrado pero honesto rostro de Martin Shaeffer, tercer portavoz, le hablaba al vacío asiento de aceleración.

—Debes comunicarte con nosotros de inmediato, Nick. No esperes a después de realizar la segunda fijación. Hay asuntos urgentes en el Cinturón. Repito: Martin Shaeffer llamando a Nick Sohl a bordo de la monoplaza Hummingbird

Nick reajustó el láser de comunicación.

—Lit, me siento honestamente halagado. Un simple funcionario hubiera bastado para registrar mi humilde hallazgo. Repitiendo…

Dispuso el mensaje en un bucle, para después comenzar a apartar sus herramientas. Ceres se encontraba a varios minutos luz de distancia. No intentó pronosticar qué emergencia podría necesitar de su atención personal, pero estaba preocupado.

La respuesta no tardó en llegar. La expresión de Lit Shaeffer era extraña, pero su tono era jocoso.

—Nick, eres muy modesto acerca de tu pobre hallazgo. Es una pena que nos veamos obligados a desaprobarlo. Han llamado ciento cuatro mineros para informar sobre esa fuente de monopolos.

Nick se atragantó. ¿Ciento cuatro? Pero él estaba en el sistema exterior… y de todas maneras la mayor parte de los mineros preferían extraer de sus propias minas ¿Cuántos no se habrían siquiera molestado en llamar?

—Llaman desde todo el Sistema —continuó Lit—. Se trata de una fuente endiabladamente grande. De hecho, ya hemos usado el paralaje para localizarla. Una única fuente, a cuarenta UA del Sol, con lo cual está algo más alejada que Plutón, y a dieciocho grados sobre el plano del sistema solar. Mitchikov dice que en la fuente puede haber una masa de monopolos magnéticos sur igual al total de lo que hemos extraído en el último siglo.

¡Un extraño!, pensó Nick. No autorizarán mi reclamación.

—Mitchikov dice que una fuente semejante podría servir de suministro para un hiperreactor Bussard verdaderamente grande… un ramrobot tripulado…

Nick asintió. Los ramrobots eran sondas robot enviadas a las estrellas cercanas, y suponían una de las pocas vías de verdadera cooperación entre las Naciones Unidas y el Cinturón.

—Hemos seguido a la fuente durante la última media hora. Se dirige hacia el interior del Sistema Solar, a siete mil kilómetros por segundo en caída libre. Eso supera con creces las velocidades interestelares estándar. Todos tenemos la certeza de que es un extraño. ¿Algo que comentar? Repitiendo…

Nick se limitó a apagar el transmisor y a sentarse unos momentos, intentando asimilar la idea. ¡Un extraño!

En el Cinturón, la palabra «extraño» se usaba informalmente para referirse a una entidad alienígena; pero esa palabra implicaba mucho más que eso. El extraño iba a ser el primer ser alienígena consciente que tendría contacto con la especie humana. El ser iba a contactar primero con el Cinturón, antes que con la Tierra, no solo porque el Cinturón tuviera potestad sobre la mayor parte del Sistema Solar, también porque los humanos que se habían lanzado a la colonización del espacio eran claramente más inteligentes. Existían muchas otras presunciones escondidas en el significado de esa palabra, no todos los habitantes del Cinturón las creían a pie juntillas.

Y la emergencia había pillado a Nick Sohl de vacaciones. ¡Maldita sea! Ahora tendría que trabajar con mensajes láser.

—Nick Sohl llamando a Martin Shaeffer, de la base Ceres. Sí, tengo comentarios. Uno: parece ser que tu presunción es acertada. Dos: deja de propagar la noticia por todo el Sistema. Alguna nave terrafirmia podría captar las ondas del mensaje. Tarde o temprano tendremos que hacerlo público, pero es pronto aún. Tres: en cinco días estaré en casa. Concéntrate en reunir más información. No vamos a vernos obligados a tomar ninguna decisión crucial por el momento. —Al menos, pensó, hasta que el extraño entre en el Sistema Solar, o trate de enviar algún mensaje por su cuenta—. Cuatro… —¡Averigua si el hijo de perra está desacelerando! ¡Averigua el lugar donde se detendrá! Pero no podía decir eso. Era demasiado específico para propagarlo a través de un mensaje láser. Shaeffer sabría lo que hacer—. No hay un cuatro. Sohl cierra.

El Sistema Solar es grande, y en sus confines más alejados, muy estrecho. En el Cinturón principal, desde el interior de la órbita de Marte hasta poco más allá de la de Júpiter, un hombre determinado a hacerlo puede examinar cien rocas en un mes. Más allá de esa zona, es probable que se pase un par de semanas yendo y viniendo, con la esperanza de encontrar algo que nadie más haya visto.

El Cinturón principal no tiene actividad minera, aunque la mayoría de las rocas grandes son ahora propiedad privada. La mayor parte de los mineros prefiere trabajar en el Cinturón, porque saben que tienen la civilización a su alcance, y también sus subproductos: aire y agua almacenados, combustible de hidrógeno, mujeres y otros seres humanos, un nuevo regenerador de aire, autodoctores y drogas psicomiméticas terapéuticas…

Brennan no necesitaba drogas o compañía para mantener la cordura; por eso prefería los confines exteriores.

Se encontraba en el punto troyano posterior de Urano, sesenta grados detrás de la órbita del gigante gaseoso. Los puntos troyanos, al tratarse de lugares de equilibrio estable, son recolectores de polvo y de otros objetos de mayor tamaño. Allí había una gran cantidad de polvo proveniente del espacio interplanetario, y un buen puñado de rocas que merecía la pena explorar.

Si no hubiera encontrado absolutamente nada, Brennan habría continuado hacia las lunas de delante, para luego regresar al punto troyano principal, situado sesenta grados frente a Urano. Después habría ido de vuelta a su hogar, para descansar un corto período de tiempo y visitar a Charlotte. Como para entonces sus fondos estarían bajo mínimos, le tocaría hacer una odiosa visita para cumplir con su deber a Mercurio.

Si hubiera encontrado pechblenda, se hubiera detenido a extraer en ese punto durante meses. Sin embargo, ninguna de las rocas tenía suficientes radioactivos como para interesarle. Eso sí, algo cercano mostraba el típico resplandor metálico de un artefacto. Brennan se puso en movimiento para llegar a él, no esperando encontrarse nada mejor que un tanque de combustible desechable soltado por algún minero del Cinturón, pero sin descartar la idea de investigar a pesar de todo. Jack Brennan era un optimista reconocido.

El objeto que encontró era la carcasa de un motor cohete de combustible sólido. Restos del Mariner XX, según ponía en el letrero.

El Mariner XX era el antiguo ferri a Plutón. Eones atrás, la antigua carcasa vacía debió haberse perdido a la deriva en dirección al lejano Sol, vagando entre el fino polvo del punto troyano y frenando poco a poco hasta detenerse. El casco estaba agujereado por polvo de meteoritos y aún mantenía el movimiento rotatorio causado por el impulso que le fue dado tres generaciones atrás.

Como objeto de coleccionista, el precio del artefacto podría llegar a ser desorbitado. Brennan tomó varias fotografías allí mismo, antes de aferrarse al morro plano del artefacto y usar la mochila jet para frenar su rotación. En seguida lo ató al tubo de fusión de su nave, bajo la cabina de los sistemas vitales. Los giroscopios compensarían los desequilibrios.

Por otra parte, el bulto que ahora cargaba representaba una dificultad.

Se detuvo junto a él, sobre la fina carcasa del tubo de fusión. El antiguo motor era de la mitad del tamaño que su nave minera monoplaza, pero muy ligero, apenas una fina piel de metal recubría su carga original de núcleo formado. Si Brennan hubiera encontrado pechblenda, la monoplaza arrastraría redes de carga bajo los anillos de combustible, portando casi su propio peso en mineral radioactivo. En ese caso, hubiera regresado al Cinturón a medio ge, pero ahora que llevaba a bordo la reliquia que era el Mariner, podría acelerar a un ge, que era el estándar para las monoplazas vacías.

Esto podría darle justo el empujón que necesitaba. Si vendía el tanque en algún lugar del Cinturón, el gobierno se quedaría con el treinta por ciento, entre tasas de importación y comisiones de los agentes. Pero si lo vendía en la Luna, el Museo Terrestre del Vuelo Espacial no le cobraría ningún tipo de impuesto.

Brennan se hallaba en un buen lugar para el contrabando. Aquí afuera no había dorados. La velocidad de crucero que llevaría durante la mayor parte del trayecto sería tremenda. No podrían siquiera intentar alcanzarle hasta que no se aproximara a la Luna. No estaba tratando de pasar monopolos ni radioactivos; los detectores magnéticos y de radiación ni se fijarían en él. Podría maniobrar sobre el plano del Sistema, evitando rocas y otras naves.

Pero si le atrapaban perdería el cien por cien de su hallazgo. Todo.

Brennan sonrió para sí. Se arriesgaría.

La boca de Phssthpok se cerró una, dos y hasta tres veces. Una raíz amarilla del árbol de la vida se dividió en cuatro pedazos de distinta forma y tamaño, pues los bordes del pico de Phssthpok no eran afilados. Eran romos y desiguales, como la corona de un molar. Phssthpok tragó cuatro veces.

Apenas había sido consciente de todo el proceso. Era como si su mano, boca y barriga estuvieran en modo automático mientras Phssthpok observaba la pantalla de estado.

Gracias al aumento de diez elevado a la cuarta, la pantalla mostraba tres pequeños puntos de color violeta.

Al mirar alrededor del borde de la pantalla, Phssthpok solo era capaz de ver la brillante estrella amarilla que había denominado GO Objetivo N.º 1. Había tratado de centrarse en la búsqueda de algún planeta. Encontró uno, una belleza, del tamaño adecuado y con una temperatura aproximada, de atmósfera transparente y húmeda, y con una luna más grande de lo normal. Pero también había encontrado miríadas de puntos violeta tan pequeños que al principio pensó que eran meros destellos captados por sus retinas.

Eran reales, y se movían. Algunos no tan rápido como los objetos planetarios; otros, cientos de veces más rápido que la velocidad de escape del sistema. Resplandecían con un intenso calor, del color de una estrella de neutrones en su cuarta semana de vida, cuando su temperatura aún se mantiene en millones de grados.

Obviamente eran naves espaciales. A esas velocidades, un objeto natural se habría perdido en el espacio interestelar en cuestión de meses. Probablemente usaban impulsores de fusión. Si era así, y juzgando por su color, se consumían a mayor temperatura y de manera más eficiente que los de su propia nave.

Parecían pasar la mayor parte del tiempo en el espacio. Al principio había esperado que se tratara de algún tipo de vida nacida en el espacio, quizá relacionada con las semillas estelares del núcleo galáctico. Pero a medida que se acercaba al amarillento sol tuvo que abandonar la idea. Todas las chispas tenían un destino, desde la miríada de pequeñas rocas orbitando hasta las lunas y planetas del interior del sistema. Un objetivo frecuente era el mundo con la atmósfera acuosa, el que él mismo había clasificado como habitable para los pak. Ninguna forma de vida nativa del espacio podría haberse adaptado a su gravedad ni a su atmósfera.

Ese planeta, GO Objetivo N.º 1-3, era el mayor objetivo de esa índole, aunque la nave tocaba muchos cuerpos pequeños. Interesante. Si los pilotos de esas naves de fusión se habían desarrollado en el GO Objetivo N.º 1-3, preferirían de manera natural unas gravedades ligeras a otras más pesadas.

Pero los que él buscaba no tenían capacidad mental para desarrollar una nave semejante. ¿Acaso algo alienígena había usurpado el lugar?

Entonces su milenaria progenie y él mismo habrían entregado sus largas vidas solo para conseguir una estéril venganza.

Phssthpok sintió la furia creciendo en su interior. Trató de sofocarla. Esa no tenía por qué ser la respuesta. GO Objetivo N.º 1 no era el único objetivo probable. De hecho, la probabilidad era únicamente del veintiún por ciento. Esperaba que aquellos a los que había venido a ayudar orbitaran otra estrella.

Pero tendría que comprobarlo.

Hay una velocidad mínima bajo la que opera un hiperreactor Bussard, y Phssthpok no estaba muy por encima de ella. Tenía el plan de costear por todo el sistema hasta encontrar algo definido. Ahora tendría que usar su combustible de reserva. Ya había encontrado una chispa blanquiazul moviéndose a alta velocidad hacia el interior del sistema. No le resultaría muy complicado igualar su trayectoria.

Nada más aterrizar la Hummingbird, Nick dio órdenes de descargar la nave y vender su carga, para justo después bajar al subterráneo. Su oficina estaba a casi tres kilómetros bajo la burbujeante superficie de Ceres, en lo más profundo del sustrato de ferroníquel.

Colgó el traje y el casco en el vestíbulo de la oficina. Había una imagen en la parte frontal de su traje, y Nick la acarició con cariño antes de entrar. Siempre lo hacía.

La mayor parte de los cinturonios decoraban sus trajes. ¿Por qué no? El interior del traje era el único lugar que muchos cinturonios podían llamar hogar, y la única posesión que debían mantener en perfectas condiciones. Pero el traje de Nick era único, incluso en el Cinturón.

La imagen representaba la figura de una chica sobre un fondo naranja. Era de baja estatura, su cabeza apenas llegaba al anillo del cuello de Nick. Su piel era de un verde suave brillante. En el traje solo se llegaba a ver su bonita espalda. De sus cabellos surgían llamas como las de una hoguera, de un vivo color naranja salpicado de amarillo y blanco, oscureciéndose hasta convertirse en un humo rojo y negro al subir por el hombro izquierdo de la chica. Estaba desnuda. Los brazos se le cerraban en torno al torso del traje, y sus manos tocaban las entradas del aire; las piernas abrazaban los muslos del traje, de tal modo que sus talones tocaban la parte anterior de las flexibles protecciones de las rodillas. Era una imagen preciosa, tanto que casi no parecía vulgar. Era una pena que la salida higiénica del traje no se encontrara en otro lugar.

Lit descansaba en uno de los asientos para invitados de la oficina de Nick, con sus largas piernas confortablemente estiradas hacia delante. Era más un hombre achatado que gordo. En su infancia pasó demasiado tiempo en caída libre. Ahora le era imposible enfundarse ningún traje estándar de presión o entrar en la cabina de una nave espacial, y cada vez que se sentaba daba la impresión de estar intentando abarcar todo el espacio a su alrededor.

Nick se dejó caer en su silla y cerró los ojos durante un momento, para hacerse a la idea de que a partir de ahora tenía que desempeñar de nuevo el papel de primer portavoz.

—Está bien, Lit. ¿Qué ha pasado? —dijo sin abrir los ojos.

—Está todo aquí. —Roce de papeles—. Sí. La fuente de monopolos se está acercando, sobre el plano del Sistema Solar, en dirección al mismo Sol. Hace una hora estaba a tres mil trescientos millones de kilómetros del exterior. En la semana que ha pasado desde que lo localizamos ha mantenido un nivel de aceleración constante de dos ges, primordialmente lateral, y ha frenado para acomodar su curso alrededor del Sol. Ahora decelera la mayor parte del tiempo, y el impulso ha decaído hasta cero coma catorce ge. Eso significa que va directo hacia la órbita de la Tierra.

—¿Dónde estará la Tierra entonces?

—Lo hemos comprobado. Si vuelve a los cero coma noventa y dos ge en este punto, se detendrá en ocho días.

—Y entonces llegará a la Tierra. Lit se puso rígido.

—Todo esto no es más que una mera aproximación. Lo único que sabemos a ciencia cierta es que se dirige al Sistema interior.

—Pero la Tierra es el objetivo obvio. No es justo. Se supone que el extraño ha de contactar con nosotros, no con ellos. ¿Qué más has hecho?

—Observaciones, básicamente. Tenemos fotos de lo que parece la llama de un reactor. Una llama de fusión, algo más fría que las nuestras.

—Por lo tanto menos eficiente… pero utiliza un hiperreactor Bussard, y eso conlleva combustible ilimitado. Sin embargo, supongo que va a velocidades por debajo de las de los hiperreactores.

—Correcto.

—Ha de ser enorme, podría ser una nave de batalla, Lit, si usa tal fuente de monopolos.

—No necesariamente. ¿Sabes cómo funciona un ramrobot? Un campo magnético atrapa plasma de hidrógeno interestelar, lo aleja de la sección de carga y lo contrae de tal forma que pase por un proceso de fusión. La diferencia es que nadie puede tripularlos porque se filtra demasiado hidrógeno y se convierte en radiación. En una nave tripulada se necesita un enorme control sobre los campos de plasma.

—¿Tanto?

—Eso es lo que dice Mitchikov, depende de la lejanía de su punto de origen. A mayor distancia mayor habrá sido la velocidad punta a la que haya llegado durante el trayecto.

—Ajá.

—Te estás volviendo paranoico, Nick. ¿Por qué iba cualquier especie a mandarnos una nave de batalla interestelar?

—¿Y por qué iba a mandarnos cualquier tipo de nave? Quiero decir, puestos a ser humildes… ¿Podemos establecer contacto con la nave antes de que llegue a la Tierra?

—He pensado en eso, aunque parezca mentira… Mitchikov tiene varios trayectos marcados. Nuestra mejor apuesta sería mandar en los próximos seis días una flota desde los troyanos apostados en Júpiter.

—Una flota no. Queremos que el extraño nos crea inofensivos. ¿Tenemos alguna nave grande en los troyanos?

—El Buey Azul. Estaba a punto de salir hacia Juno, pero di órdenes de que vaciaran su tanque de carga.

—Bien, bien hecho. —El Buey Azul era un giganteso carguero de fluidos, tan grande como una de las lujosas naves del hotel Titán, aunque no tan bella—. Vamos a necesitar un ordenador, uno bueno, no un mero piloto automático. También un técnico para manejarlo y algunos sensores extra para la máquina. Quiero usarlo como traductor, puede que el extraño se comunique parpadeando, o a través de radio o de corrientes moduladas, es imposible saberlo. ¿Podríamos quizá meter una nave monoplaza en el tanque de carga del Buey?

—¿Con qué fin?

—Por si acaso. Será el salvavidas del Buey. Si el extraño quisiera jugar duro alguien tendría posibilidad de escapar.

Lit no mencionó la palabra paranoia, pero estaba claro que se estaba conteniendo.

—Es grande —dijo Nick con paciencia—. Su tecnología es lo bastante poderosa para llevarle al espacio interestelar. Podría ser tan amistoso como un cachorrito, pero aún así alguien podría decir algo inadecuado. Ponme con Aquiles, tablero principal —dijo tras coger el teléfono.

Al operador le llevaría un rato redireccionar el láser hacia Aquiles. Nick colgó para esperar, pero entonces el teléfono sonó estrepitosamente en sus manos.

—¿Sí?

—Control de tráfico —dijo una voz desde el aparato—. Cutter. Su oficina quería saber algo sobre la fuente de monopolos.

Nick puso el altavoz para que Shaeffer pudiera oír la conversación.

—Bien, hable.

—Está igualando su trayectoria con una nave del Cinturón. El piloto no parece estar intentando evitar el contacto.

Sohl apretó los labios.

—¿Qué tipo de nave?

—No es posible saberlo a esta distancia. Probablemente se trate de una monoplaza minera. Sus órbitas coincidirán en treinta y siete horas y veinte minutos, si ninguno de ellos decide cambiar de idea.

—Manténgame informado. Mande a los telescopios cercanos a observar, no quiero perderme nada —dijo, colgando acto seguido el aparato y mirando a Lit—. ¿Has oído eso?

—Sí. La primera ley de Finagle.

—¿Podemos parar al cinturonio?

—Lo dudo.

Pudo haber sido cualquiera. Pero resultó ser Jack Brennan.

Habían pasado varias horas desde que dio la vuelta y puso rumbo a la luna de la Tierra. El reactor descartado por el Mariner XX iba pegado a su casco como un hermano siamés desnutrido. El silbato seguía fijado en su morro plano, el silbato supersónico cuyo tono había controlado la quema del combustible sólido en el núcleo. Brennan había gateado dentro para mirar, pues sabía que cualquier daño haría que el precio de la reliquia decayera.

Para ser un objeto de un solo uso estaba en buen estado. La boquilla se había quemado de manera algo desigual, pero no era grave; si no, la nave no hubiera llegado a su destino. El Museo del Vuelo Espacial pagaría bastante por él.

En el Cinturón, el contrabando es ilegal, pero no inmoral. El contrabando no era más inmoral para Brennan que para un terrafirmio lo era no pagar un tique de parquímetro. Si te cogen, pagas la multa y ahí acaba todo.

Brennan era un optimista. No esperaba que lo cogieran.

Había estado acelerando durante cuatro días a poco menos de un ge. La órbita de Urano ya quedaba muy atrás, el Sistema interior muy adelante. Iba a una velocidad de mil demonios. No se observaban efectos relacionados con la relatividad, no iba tan rápido, pero iba a tener que reajustar su reloj una vez llegara a su destino.

Ahí está Brennan. Su masa corporal es de ochenta y cinco kilos por ge, mide un metro ochenta y cinco. Como todos los cinturonios, tiene el aspecto de un jugador de baloncesto poco musculado. Se siente pesado y encogido por llevar cuatro días sentado en el sillón de control. Pero la perfecta visión de sus ojos marrones es clara y alerta, le fue corregida microquirúrgicamente cuando contaba con dieciocho años. Su pelo oscuro y liso, de un largo no mayor de unos pocos centímetros, le cubre la cabeza desde la frente hasta la nuca, rodeando una coronilla brillante y bronceada. Es de raza blanca, eso significa que su bronceado cinturonio no es más oscuro que el cuero cordobés, y como es habitual solo se muestra en sus manos y en la calva sobre su cuello. El resto de su piel es del color de un batido de vainilla.

Tiene cuarenta y cinco años. Aparenta treinta. La gravedad ha sido bondadosa con los músculos de su rostro, y el pelo que rodea la potencial calva de la coronilla disimula el efecto. Sin embargo, las líneas alrededor de sus ojos son cada vez más evidentes, sobre todo porque ha pasado las últimas veinte horas frunciendo el ceño. Se ha dado cuenta de que algo le está siguiendo.

Al principio pensó que se trataba de un dorado, un policía de Ceres, pero ¿qué iba a estar haciendo un dorado a esta distancia del Sol?

Al mirar una segunda vez supo que era imposible que fuera un dorado. La llama de su impulsor era demasiado borrosa, demasiado grande y no lo bastante brillante. La tercera vez que miró vino acompañada de algunas lecturas de su ordenador. Brennan estaba acelerando, pero el extraño deceleraba sin dejar, no obstante, de ir a una gran velocidad. O bien procedía de más allá de la órbita de Plutón o su impulsor debía de generar decenas de ges. Ambas posibilidades llevaban a la misma respuesta.

La peculiar luz era un extraño.

¿Cuánto tiempo llevaba el Cinturón esperándolo? Deja que cualquier hombre pase un tiempo entre las estrellas, incluso un piloto terrafirmio de naves lunares, y algún día se dará cuenta de la profundidad del universo. Tan profundo como cientos de millones de años de vuelo, en los que han podido pasar muchas cosas. No había duda de que el extraño estaba allí, en alguna parte. La primera especie alienígena en contactar con el hombre estaría ocupándose de sus asuntos más allá del alcance de los telescopios del Cinturón.

Ahora el extraño estaba aquí, igualando su trayectoria con la de Jack Brennan.

Y Brennan no estaba ni siquiera sorprendido. Alerta sí, incluso asustado, pero no sorprendido, ni siquiera porque el extraño lo hubiese elegido a él. Eso era un mero accidente del destino. Sencillamente, ambos habían tomado la misma dirección de entrada hacia el Sistema interior.

¿Debería llamar al Cinturón? Para entonces ya estarían al corriente. La red de telescopios del Cinturón rastreaba todas las naves del Sistema, era fácil apostar que ya habrían localizado un punto de un color anormal moviéndose a una velocidad anormal. Brennan se la había jugado con la esperanza de que no encontraran su nave tan pronto. Con total seguridad habrían localizado al extraño. Con total seguridad estaban observándole, y ese hecho implicaba claramente que también le estaban observando a él. En cualquier caso, Brennan no podía mandar un mensaje a Ceres. Una nave terrafirmia podría interceptar el haz, y Brennan desconocía la política del Cinturón respecto a los contactos Tierra-extraños.

El Cinturón iba a tener que actuar sin contar con él. Lo que dejaba a Brennan con dos decisiones posibles.

Una era fácil. No tenía posibilidad alguna de contrabandear nada. Tendría que alterar su curso para llegar a uno de los asteroides mayores, y llamar al Cinturón en la primera ocasión que tuviera, para informarles de su curso y carga.

¿Pero qué pasaría con el extraño?

¿Tácticas de evasión? Demasiado fácil. A modo de axioma, es imposible detener a una nave hostil en el espacio. Un poli puede igualar su curso con el de un contrabandista, pero no puede arrestarle a no ser que este colabore, o se quede sin combustible. Puede hacer volar la nave, o incluso colisionar contra ella si tiene un buen sistema de piloto automático, pero ¿cómo va a conectar las escotillas con una nave que no cesa de impulsarse a base de ráfagas impredecibles? Brennan podía ir a cualquier parte, y lo único que el extraño podría hacer era destruirle o seguirle.

Correr sería lo sensato. Brennan tenía una familia a la que proteger. Charlotte podía cuidar de sí misma. Era una cinturonia adulta, tan competente para manejar su propia vida como lo era el propio Brennan, aunque nunca había tenido la ambición suficiente para sacarse una licencia de pilotaje. Además, Brennan había pagado las tasas establecidas para Estelle y Jennifer. La educación y crianza de sus hijas estaba asegurada.

Pero podía hacer más por ellas. O podría ser padre de nuevo… probablemente con Charlotte. Llevaba dinero atado al casco de su nave. El dinero era poder. Como el poder eléctrico o el político, había muchas formas de usarlo.

Contactar con el alienígena podría suponerle no ver nunca más a Charlotte. Había riesgos considerables en ser el primero en encontrarse con una raza alienígena.

Y también considerables honores.

¿Acaso podría la historia olvidar al primer hombre que contactó con el extraño?

Se sintió atrapado durante un momento, como si el destino jugara con su línea de vida, pero no podía darle la espalda a esto. Que el extraño fuera a él. Brennan mantuvo su trayectoria.

En el Cinturón hay una vasta red de telescopios. Cientos de miles de ellos.

Es necesario que así sea. Cada nave lleva un telescopio. Los asteroides tienen que ser observados constantemente, porque sus órbitas pueden ser perturbadas, y porque es vital contar con un mapa actualizado al segundo del Sistema Solar. La luz de cada impulsor de fusión ha de ser observada. En los sectores más concurridos, una nave puede tropezar con el escape de otra si nadie la avisa, y los escapes de un motor de fusión son mortales.

Nick Sohl no paraba de levantar la vista hacia la pantalla, bajarla al montón de dosieres en su mesa, y de nuevo levantarla en dirección a la pantalla… La pantalla mostraba dos puntos de luz entre blanca y violeta, uno más grande y vago que el otro. Ya aparecían los dos en la misma pantalla, porque el asteroide desde donde se estaban tomando las imágenes estaba casi en línea con su trayectoria.

Había examinado los dosieres en varias ocasiones. Eran diez, y cualquiera de ellos podría ser el cinturonio anónimo que ahora se aproximaba al extraño. Antes había una docena. En las oficinas exteriores, los hombres estaban intentando localizar y descartar a estos diez, pues a los otros dos ya los habían encontrado por medio de llamadas telefónicas, comunicaciones por láser y llamadas de red.

Como la nave no estaba escapando, Nick había eliminado seis de los dosieres por su cuenta. Dos nunca habían sido atrapados en acciones de contrabando, lo que demostraba su cautela, bien por no haberlo hecho o porque no habían sido descubiertos. A una la conocía, era una xenófoba. Tres eran viejos zorros, y en el Cinturón no llegas a serlo si te la juegas tontamente. En el Cinturón, las leyes de Finagle-Murphy son solo broma a medias.

Uno de los cuatro mineros había tenido la colosal arrogancia de autoproclamarse embajador universal de la humanidad. Si metía la pata se lo había buscado, pensó Nick. ¿Cuál era?

A un millón y medio de kilómetros de la órbita de Júpiter, desplazándose muy por encima del plano del Sistema Solar, Phssthpok equiparó su velocidad con la de la nave nativa y comenzó a acercarse.

De entre las miles de especies conscientes de la galaxia, Phssthpok y su raza solo habían estudiado la suya propia. Cuando en ocasiones se topaban con otras, por ejemplo al extraer materias primas de los sistemas cercanos, las destruían tan rápida y fiablemente como podían. Los alienígenas eran peligrosos, o al menos podían serlo, y a los pak únicamente les interesaban los pak. Un protector poseía una gran inteligencia, pero la inteligencia es una herramienta que ha de usarse para conseguir una meta, y es la elección de esas metas lo que no siempre es inteligente.

Phssthpok actuaba desde la más estricta ignorancia. Lo único que podía hacer eran suposiciones.

Entonces, suponiendo y asumiendo que la abertura oval en el casco de la nave del nativo fuera una puerta, el sujeto no era mucho más alto ni más bajo que el propio Phssthpok. Digamos someramente que mediría entre noventa centímetros y dos metros diez, dependiendo de cuánto espacio necesitara para los codos. Por supuesto, la abertura no estaría diseñada para la mayor altura posible de un nativo, ni para el bípedo Phssthpok. Pero definitivamente la nave era pequeña, no podía albergar nada mucho más grande que Phssthpok.

Una simple mirada al nativo bastaría. Si no era un pak, tendría que hacerle preguntas. Si lo era…

Aun así habría preguntas, muchas. Pero su búsqueda habría concluido. Unos cuantos días de navegación para llegar al GO Objetivo N.º 1-3, un corto periodo necesario para aprender su lengua y enseñarles a usar las cosas que había traído, y entonces ya podría dejar de comer.

La otra nave no mostraba consciencia de la presencia de la nave de Phssthpok. En unos pocos minutos estarían una al lado de la otra, y sin embargo el extraño no hacía ningún movimiento… o sí. El nativo había detenido su impulsor. Phssthpok estaba siendo invitado a igualar su trayectoria.

Y eso hizo Phssthpok. No malgastó ni movimientos ni combustible, como si se hubiera pasado la vida entera preparándose para esta maniobra. Acercó su sección de soporte vital a la nave nativa, y se detuvo.

Llevaba puesto el traje de presión, pero no se movió. Phssthpok no se atrevería a arriesgar su integridad, no ahora que estaba tan cerca de la victoria. Si el nativo saliera de su nave…

Brennan observó como la nave se ponía a su lado.

Tres secciones, cada una espaciada por doce kilómetros. No veía ningún cable uniéndolas, aunque a tal distancia podrían ser tan finos que serían poco menos que invisibles. La sección mayor, enorme, debía de ser el impulsor. Un cilindro con tres pequeños conos en ángulo desde la cola. A pesar de ser tan grande, puede que el cilindro fuera demasiado pequeño para contener el combustible necesario para un viaje interestelar. A no ser que el extraño hubiera ido soltando tanques durante el trayecto… o fuera un ramrobot tripulado.

La sección dos era una esfera de unos veinte metros de largo. Esta era la sección que estaba justo frente a Brennan cuando la nave se detuvo. En la esfera destacaba una gran ventana circular, dispuesta de tal modo que le daba el aspecto de un gran globo ocular. El ojo siguió a Brennan cuando pasó por su lado, y le resultó difícil devolverle esa extraña mirada.

Le estaban surgiendo dudas. Seguramente el Cinturón podría haber organizado un mejor encuentro que este… Echó una buena mirada a la sección que quedaba cuando pasó por su lado. Tenía forma de huevo, quizá mediría unos veinte metros por doce. El extremo ancho, alejado del impulsor, estaba tan uniformemente salpicado de granos de polvo que parecía haber sido azotado por una tormenta de arena. El extremo menor era apuntado y liso, casi brillante. Brennan asintió para sí. Un campo de recogida habría protegido el extremo frontal de micrometeoritos durante el proceso de aceleración. En la deceleración, la posición establecida hubiera hecho eso mismo.

En el huevo no había ninguna grieta.

Percibió un agitado movimiento en el iris de la sección central. Brennan se puso tenso e intentó ver más… pero no sucedió nada.

Pensó que era un modo peculiar de construir una nave. La sección central tenía que ser el sistema de soporte vital, aunque solo fuera porque tenía una escotilla, ya que la última sección no disponía de una. Y el impulsor era peligrosamente radioactivo, si no ¿por qué alargar tanto la nave? Pero eso significaba que el soporte vital estaba posicionado de tal modo que protegía a la última sección de la radiación del impulsor. En opinión de un piloto, lo que estuviera allí dentro era considerado más importante que el propio piloto.

O bien el piloto y el diseñador habían sido unos ineptos o unos locos.

La nave del extraño estaba ahora inmóvil, el impulsor se estaba enfriando, su soporte vital a cientos de metros de distancia. Brennan esperó.

Estoy siendo un chovinista, se dijo. No puedo juzgar la cordura de un alienígena por los estándares del Cinturón, ¿o sí?

Torció la boca. Sí que puedo. Esa nave está mal diseñada.

El alienígena salió del casco de su nave.

A Brennan le temblaron todos los músculos cuando lo vio. Era bípedo, y desde aquella distancia parecía lo suficientemente humano. Había salido por la escotilla y permanecía de pie sobre el casco, quieto, esperando.

Tenía dos brazos, una cabeza, dos piernas. Usaba un traje de presión. Llevaba un arma, o una pistola de reacción, no había forma de saberlo. Pero Brennan no veía ninguna mochila. Una pistola de reacción necesitaba de más destreza para su manejo que cualquier mochila jet. ¿Quién usaría una en espacio abierto?

¿Qué demonios estaba esperando?

Claro. A Brennan.

Por un disparatado instante consideró la posibilidad de arrancar el impulsor y salir de allí a toda prisa antes de que fuera demasiado tarde. Maldiciendo su miedo, Brennan se dirigió deliberadamente hacia la puerta. Los constructores de naves monoplazas las fabricaban abaratando los costes al máximo. Su nave no poseía cámara de aire, solo una puerta y bombas de evacuación del soporte vital. A Brennan le apretaba el traje. Lo único que le quedaba por hacer era abrir la puerta.

Salió al exterior con su calzado magnético.

Brennan y el extraño se examinaron el uno al otro durante unos segundos que parecieron eternos. Parece lo suficientemente humano, pensó Brennan. Bípedo. Una cabeza sobre los hombros. Pero si es humano y ha estado en el espacio lo bastante como para construir una nave, no puede ser tan inepto como el diseño del aparato parece dar a entender.

Hay que averiguar qué lleva a bordo. Quizá tenga razón. Quizá su carga es más valiosa que la vida del piloto.

El extraño dio un salto. Cayó sobre él como un halcón en picado. Brennan mantuvo la compostura, asustado, pero admirado por la habilidad del alienígena. El ser no usó su pistola de reacción. El salto había sido perfecto, tanto que en unos momentos acabaría al lado de Brennan.

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