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19. Apoquinar

Mi preciosa galería es mi sueño hecho realidad. No puedo creer que haya estado a punto de dormirme por culpa de Cullen, pese a que me ha sonado el despertador. Además, anoche me quedé despierta hasta muy tarde para repasar todos los detalles y los últimos toques de la exposición.

Vamos a exhibir las obras de los diez artistas contemporáneos más prometedores de Nueva York y vendrá gente importante. Blogueros de moda y casi todos los nuevos periodistas de la ciudad hacen cola para obtener una acreditación. Si bien quiero que la muestra sea exclusiva, tampoco quiero prohibir la entrada a aquellos que tienen el poder de asegurarme el éxito o abocarme al fracaso.

Mis artistas merecen que los expongan.

Les daremos todo a lo que pueden aspirar.

Cuando llego, me complace descubrir que todos los voluntarios, incluidos mis amigos, llevan a cabo las tareas que les encargué sin problemas y que cumplen con el horario que preparé con esmero para la exposición de esta noche.

—Hola, chicos. —Saludo a Rachel y a Saint y me uno a ellos junto a la fuente de champán—. Muchas gracias por ayudarnos esta noche.

—Para eso están los amigos —dice Rachel, que me abraza de lado.

—No hay de qué —añade Saint, que hace un gesto con la cabeza hacia la puerta, por donde entran algunos de sus amigos ricos—. He invitado a un par de amigos. Voy a saludarlos y ahora te los presento.

—Tú finge que los conoces —me insta Rachel—. Acuérdate de que enviamos la invitación en tu nombre.

—Pues claro que me acuerdo. —Pongo los ojos en blanco—. He estado en Las Vegas, pero no he olvidado mis obligaciones mientras estaba fuera.

—Por si acaso.

Me acerco a ella y le digo en broma:

—El buen sexo me ha inspirado y me ha motivado mucho.

—Ni que lo jures —repone Rachel con alegría.

Respiro hondo y susurro:

—Si tú supieras…

—Me lo puedo imaginar. Desde que llegaste no has hecho otra cosa que guardar cama para reponer fuerzas —dice Rachel entre risas—. Pero nada de pensar en tu playboy esta noche. Vas a posar con tus invitados, darás a los blogueros algo sobre lo que escribir y vas a hacer que el señor Carmichael se muera de envidia cuando encienda el ordenador esta noche.

—Qué buena idea. —Incluso mientras lo digo sé que no lo haré.

Lo más seguro es que mi playboy esté ahora mismo acercándose una silla para disputar otra partida de póquer.

Espero que lo hayas petado, pero yo lo estoy petando todavía más esta noche. Al fin y al cabo, el arte es arte. Exhalo con brusquedad y apenas se me oye cuando susurro:

—¿Ahora me dedico a hablarle en mi cabeza?

—¿A quién?

Una voz áspera a mi espalda hace que me gire. Una parte de mí se muere de ganas por ver a Cullen, así que me llevo un chasco tremendo cuando me encuentro con Isaac.

Y por si fuera poco, Pepper lo mira como si acabara de traer comida para llevar de Wings on the Corner. Le retorcería el pescuezo, pero decido que ya tendré tiempo luego para mantenerla lejos de este tío.

—Buenas noches, señor Ingram. Gracias por venir.

—Gracias por la invitación.

Es frío y distante y, por lo que sea, no recuerdo haberlo invitado.

—Esto…

No doy con las palabras adecuadas.

Él me tiende el brazo y me lleva a otro lado.

—Me interesan varios carboncillos. ¿Podríamos hablar de ello en privado?

Estupendo. Justo lo que necesito para inaugurar mi muestra: alguien que quiera apartarme de los focos.

—¡Sonrían!

Una rubia bajita y delgada se nos acerca a toda prisa, nos enfoca con la cámara, saca algunas fotos y, mientras trato de recomponerme, me percato de que he puesto cara de ciervo deslumbrado por los faros de un coche.

Gina y Tahoe vienen detrás de ella. Los saludo con la mano y Gina alza un dedo y señala la fuente de champán.

Ahora que lo pienso, ¿quién ha encargado una fuente de champán? ¿Eso no es muy caro? ¿No se verá cutre?

Están pasando muchas cosas, pero agarro a Isaac y a la rubita a la vez.

—¿Nos puedes hacer otra foto, porfa? —Aprieto los dientes y le ordeno a Isaac—: Acérquese y finja que se lo está pasando bien.

—Si me lo estoy pasando bien.

—Pues deje de fruncir el ceño —refunfuño.

—No sé sonreír.

—Pues piense en mi ayudante. Está allí y lo mira como si fuera un caramelito.

La cara que pone no tiene desperdicio, pero no tengo claro que esté sonriendo. No le favorece, pero creo que yo habré salido con aspecto de galerista profesional y educada.

Además, Cullen se pondrá hecho un basilisco cuando la vea.

Todavía frunce el ceño cuando me dice:

—Se estará preguntando quién me ha invitado.

—Pues sí —reconozco mientras saludo a los señores Benson, la pareja de ancianos que me compró mi primer cuadro. Qué alivio que hayan venido. Seguro que compran algo.

—Cullen.

Me da un vuelco el corazón al oír su nombre y se me retuerce el estómago como si fuera un pretzel.

—Sí, Cullen es… —Callo, niego con la cabeza y pregunto—: ¿Por qué estamos hablando de Cullen?

—Él me invitó… a través de Lucas.

—Perdón, ¿quién es Lucas?

—Mi hermano. Le tiene bastante cariño a Cullen. Es el hermano mayor que desearía tener.

—Ya veo.

Como si fuese una señal, empieza a sonar de fondo «Poker Face» de Lady Gaga por toda la galería.

—Bueno… Supongo que vendrá. —Duda al ver que me pongo blanca de repente y añade—: Eh, no sé si podré serle de ayuda porque hay una gran diferencia entre esperar a un hermano y esperar a un amante, pero si necesita utilizarme un rato más, ya sabe dónde estoy.

Se me cae el alma a los pies y no quiero que mi desilusión me estropee la velada. Respiro hondo y trato de tranquilizarme y de animarme. Intento sentirme orgullosa de mí misma, que es como estoy. No importa que, por alguna razón, también quisiera que él lo estuviese. Quería que me viera manejarme en esta sala y me admirara igual que yo lo vi a él manejarse con las cartas, igual que admiré su destreza.

—Gracias, Isaac —susurro.

Creo que no me ha oído. Debería habérselo mandado a Saint. Malcolm es realmente bueno haciendo que sus amigos saquen la tarjeta.

Estoy apoyada en la pared y avisto una silueta indefinida al final del pasillo que habla con Rachel y Saint. Se aleja de ellos y cruza la estancia. Se me abren los ojos como platos. Me embargan la incredulidad y la emoción cuando reparo en lo alto y ancho que es, en su color de pelo y en sus rasgos.

Todos los que no estaban mirando nada en particular se fijan en él.

Pero él solo me mira a mí. Me da un repaso descarado mientras avanza a grandes zancadas. Me tiemblan las rodillas.

Siento un cúmulo de emociones a la vez que trato de seguir como si no hubiese pasado —estuviese pasando— nada extraordinario. No estoy segura de que vaya a poder hacerlo, de que vaya a relajarme con Cullen aquí, en mi mundo, en mi galería.

No me muevo. No puedo moverme.

Cullen.

Me va a explotar el corazón.

El puñetero Cullen Carmichael.

Nos miramos fijamente.

El martilleo de mi corazón se convierte en retumbo. Me resulta imposible calmarlo.

Mira con el ceño fruncido a un punto en la oscuridad, y sé que le está poniendo mala cara a Isaac, que está detrás de mí.

La madre que lo parió.

Quiero gritar y chillar por hacerme perder los estribos, pero ya me he pasado de atrevida. No tengo la situación bajo control.

Él sí.

Y eso me da rabia, hace que me rebele, me pone furiosa y me entran ganas de plantarle cara por hacerme sentir así.

No digo nada. No tengo por qué. Cullen se para delante de mí y su perfume me atonta. Me recorre el rostro con la mirada mientras me echa la cabeza hacia atrás para analizarme.

—¿Así van a ser las cosas a partir de ahora? —pregunta al fin, en voz baja y áspera.

Se coloca, imponente, junto a mí y me pone las manos en los hombros. Me mira con cara de póquer.

Aprieto los puños y me clavo las uñas en las palmas. Me alza la barbilla.

—Pelirroja.

Lo miro a los ojos, a esos ardientes ojos plateados, esos ojos a los que me encanta mirar mientras se hunde en mí, me hace sexo oral y me besa con locura.

Este hombre es mi perdición. Lo es porque ningún otro se le puede comparar.

—Respóndeme.

—¿Qué quieres que te diga?

Me siento tentada de hablarle de mi sesión de sexo en la ducha que él no ha podido disfrutar, de mi fantasía erótica, del sueño en el que le comía la polla y que él nunca llegó a experimentar.

—¿Las cosas van a ser así a partir de ahora si no hago lo que quieres? ¿Qué? ¿Darás con el próximo tiburón de Las Vegas y harás lo imposible por ponerme celoso?

—¿Estás celoso?

Se le crispan los labios.

—Me lo imaginaba.

Voy a pasar por debajo de su brazo, pero me detiene…

—Ven aquí, Watson. Todavía no hemos acabado…

Me pone la mano en la cadera y me acerca a él. Me envuelve con su calor.

—Vale, sí, estoy celoso. No quiero que pases el día con nadie que no sea yo… Lo que me haces, Wynn… ¿No ves lo que pasa? No juego bien. No me concentro…

—Eso es lo que soy para ti —le recuerdo—. Un juego.

—Eres tú la que está jugando. —Niega con la cabeza, serio. Se ha quitado la cara de póquer y el deseo le oscurece los ojos—. Yo voy en serio.

—¿Cómo?

Asiente muy despacio mientras me pone la otra mano en la cadera. Me sujeta a la pared y me patea flojo los tobillos para que los separe y poder colocarse entre mis piernas.

Me muero cuando apoya el brazo en la pared como quien no quiere la cosa, me besa en la frente y dice:

—¿Crees que a la prensa le importará si te doy un besito?

—Venga —le susurro.

—Empieza. El. Juego.

Antes de que nuestras bocas se toquen, sé que me he metido en un lío. Estoy en un lío tan pronto como fundo mis labios con los suyos y arqueo el cuerpo para acercarme a él. Me esfuerzo por recobrar el aliento mientras nuestras lenguas se baten en duelo. Los dos buscamos la portada, y si es eso lo que queremos, no nos costará conseguirla.

Los periodistas se acercan a nosotros y nos rodean con sus flashes. En la estancia reinan el silencio y la quietud hasta que una salva de aplausos y risas se traga la energía atemporal.

Aprieto los labios y me caigo un poco hacia delante. Lo agarro de la camisa; lo hago más para aferrarme a él que para apartarlo.

Malcolm Saint se convierte en nuestro héroe cuando se pone delante de nosotros y redirige a los mirones al corazón de la galería. Tahoe se queda atrás el tiempo justo como para sonreír con suficiencia y decir algo parecido a:

—Madre mía, chavales, id a un hotel.

Me sonrojo porque es muy probable que sea eso lo que veamos en los titulares de mañana, pero prefiero una noticia embarazosa que ninguna en absoluto.

Al menos será decadente y auténtica.

Miro a mi jugador, que está realmente atractivo, y le susurro:

—Mira lo que has hecho.

Me atrae un poquito hacia él y me susurra:

—Espérate a que pase una hora a solas contigo y entonces me dices. —Se va a paso tranquilo cuando vuelve a inclinarse y besarme. Está a un milímetro de distancia cuando añade—: Y, Wynn… No me provoques…

—¡Cullen! —gimo, y me pongo roja.

Exhalo y lo miro a los ojos. Lo último que quiero hacer es romper este momento, pero si hay algo que me importa tanto como Cullen, son mis artistas. Lo atraigo hacia mí.

—Te prometo que retomaremos esto luego y que hasta nos regodearemos, pero ahora mismo tengo que presentarte unas obras de arte increíbles; bueno, a ti y a mis invitados.

Le brillan los ojos de orgullo.

—Carmichael —lo llaman Tahoe y Saint.

Cullen deja de mirarme y los saluda.

—Saint. Roth.

Se dan palmadas en los hombros y Cullen me echa un vistazo mientras les dejo su espacio para que se entretengan y den vueltas por la sala.

No paso por alto que Cullen me mira mientras recibo a mis invitados y, no sé por qué, pero me esfuerzo un montón. No solo por mis artistas y por mí. Es como si necesitase con urgencia que Cullen viese que soy un pez gordo de las galerías de arte.

***

No puedo creer que haya venido.

Después de que el último cliente se haya marchado y Pepper y yo hayamos cerrado, Cullen me lleva a casa. Le tengo tantas ganas a mi jugador que cuando llegamos, le indico dónde aparcar y lo conduzco arriba como si nos persiguieran. Quizá sean las hormonas. O estos días sin él. O nuestros corazones. Suspiro cuando, al fin, entra. Es todo mío. Todo para mí.

No obstante, Ojos Plateados me mira como si fuese al revés. Como si yo fuese toda suya. Toda para él.

—Pues esta es mi casa. Está un poco patas arriba… Con la inauguración de la galería y eso…

Cullen parece terriblemente masculino en mi espacio femenino. El cuarto se me antoja muy pequeño. El olor de su colonia inunda la estancia en un momento.

Me ruborizo.

Él se da cuenta.

Me mira con actitud seductora mientras se acerca y me atrae hacia él.

Nada más abrir la boca, me la roza con la suya y deposita un beso en mis labios. Chisporroteo como si me hubieran prendido fuego. Me pongo de puntillas. Cullen se inclina para darme otro beso que acaba con un rico mordisquito en mi labio inferior. El deseo me contrae las entrañas. Separo los labios y lo invito a que me haga más daño.

Repite el mismo beso y me vuelve a morder, me tira del labio inferior y lo succiona con cuidado, con lo que me daña todo mi ser. Gimo y le paso las manos por el cuello. Se las bajo por el pecho; me muero de ganas por tocarlo.

Me acaricia la espalda arriba y abajo mientras me mordisquea los labios con avidez y me quita la blusa de seda dorada. El sujetador de encaje queda al descubierto. Lo tira a nuestros pies y me mira con ojos ardientes.

—Preciosa —gruñe, y me cubre los pechos con las manos.

Dirige la misma mirada intensa a mis pezones, que lo saludan.

Me los pellizca a la vez y me observa mientras lo hace. Jadeo de placer; placer que me recorre las venas como un rayo blanco. Se le oscurecen los ojos al captar mis reacciones. Sonríe y me vuelve a pellizcar.

—¡Dios, Cullen!

Le doy un empujoncito, pero al no conseguir moverlo, le pongo las manos en las nalgas y lo agarro del culo para atraerlo hacia mí.

Él gruñe y se lanza a por mis labios de nuevo: los muerde, los besa, los succiona.

Nos besamos con más y más vehemencia y con menos reflexión. Nos cuesta respirar. Se está desmelenando, y cada vez se comporta con una actitud más dominante y de macho alfa.

Se desabrocha la hebilla del cinturón, el botón y la cremallera.

Se le marcan los músculos con los movimientos y me contraigo cuando el cinturón cae al suelo con un estrépito. Voy a explotar de deseo, de anhelo y de algo tan intenso que ni siquiera entiendo el sentimiento.

Miro a Cullen y quiero pegarme a él de tal modo que nos convirtamos en uno solo.

He ido de flor en flor toda mi vida. Sabía lo que necesitaba, pero ni lo encontraba ni sentía que lo tenía. Ahora estoy con este hombre, y es todo lo que quiero. Estoy tan colada por él que solo deseo darle lo que tengo y hasta más.

Lo beso en los labios. Él me besa en los míos. Me dedica mi sonrisa favorita: varonil, arrogante y elusiva; la sonrisa que hace que el corazón me dé un vuelco.

Tras quitarme la pinza del pelo, sus ojos formulan una pregunta. Asiento en respuesta y el pelo me cae sobre los hombros. Mira los mechones pelirrojos con aprecio.

—No lo quieres —murmura, y sus dedos se mueven bajo mi melena, en la nuca.

Me mira con posesión y desafío, como si me retara a seguir provocándolo con Isaac. Con cualquier otro hombre.

Mi respiración se detiene al tiempo que sus dedos se deslizan debajo de mi pecho. Sentir las yemas de sus dedos en mi piel; la sorprendente ternura de sus labios, ávidos y ardientes, en el costado de mi cuello derriba todos mis muros.

Giro la cabeza y abro la boca para él. Me pone la mano en la mejilla. Me clava en el sitio. Y sus labios se apoderan de los míos. Yo jadeo.

Me desabrocha el sostén y lo arroja a un lado. Le agarro la cabeza mientras me chupetea el pezón.

—Ah, joder… —jadeo.

Su respiración se altera y el deseo nubla su ira.

—Estás enfadado, pero no conmigo —susurro.

—Estoy enfadado contigo, te lo aseguro. Tengo un cabreo impresionante. Intentabas ponerme celoso aposta. No me gusta que jueguen conmigo.

—Sí te gusta —me quejo.

Le quito el jersey. Le acaricio el pecho; es suave y fuerte. Me besa con más voracidad. Cullen me acerca más y me toma en brazos. Lo beso en la mandíbula y en el cuello y le toco el pecho, musculoso y magnífico.

Me succiona el lóbulo de la oreja.

—Preciosa pelirroja —susurra.

Se cuela con cuidado bajo mi ropa interior y me acaricia los pliegues. Entra. Jadeo contra su garganta.

—Dulce pelirroja, ¿no sabes que ya te han reclamado? Ya te han marcado, joder. Ya tienes un puto dueño.

Me mete dos dedos, tres.

Gimo. No tengo aire, pierdo la cabeza.

Me apoya en la puerta, me levanta más la falda y me separa los muslos. Me mete los dedos más adentro y traza círculos en mi clítoris con el pulgar.

Me revuelvo entre sus brazos.

Esos gemidos adictivos que emite mientras me lame, me muerde y me mordisquea me ponen todavía más.

Noto su cálido aliento en la mejilla. Me sujeta la cabeza y me besa con gran brusquedad, hasta que, poco a poco, el beso se vuelve más lento y ansioso.

Lo oigo bajarse los pantalones. Me fulmina con la mirada. Su erección está en su máximo esplendor.

Me quema con cada roce.

Me embiste despacio; tiene el pecho igual de duro que la pared. Poso las manos en sus pectorales mientras separo más los muslos.

Incrementa la velocidad. Acelera más y más. Me arrasa con sus acometidas. Huelo su colonia y su gel.

Resoplo entre gemidos en su oído.

Lo tomo de la mandíbula y lo atraigo hacia mí, cada vez más cerca. Me oigo gritar. Respira con pesadez y tan rápido como yo. Cuando lo miro a los ojos, veo que me observa directamente a los míos con un cariño desmedido.

* * *

Pasamos la noche el uno encima del otro y, al día siguiente, ya entrada la mañana, me apetece mucho deleitar a mi hombre con mi mejor receta. Le preparo mi famosa coliflor con patatas al estilo hash browns y salchichas de pavo de la marca Applegate. Ecológico y de lo mejor que hay. Lo engulle y yo sonrío con satisfacción mientras pienso: «Mmm, necesita toda esa energía para poder aguantar». Como si me leyera la mente, Cullen deja los cubiertos. La silla chirría cuando la echa hacia atrás. Me hace un gesto con el dedo para que me acerque.

Así de fácil. Quiere que me siente sobre él.

El corazón me da un vuelco. No puedo resistirme a él.

Me levanto y aparto el desayuno. Me acomodo en su regazo. Lo beso y él a mí. Lento, pero con pasión. En segundos, nos falta el aire a los dos.

Él me vuelve débil. Tiemblo de necesidad, pero, por suerte, él está fuerte. Me levanta y me lleva a la cama, donde pasamos el resto de la mañana.

—Como con mi padre —me anuncia cuando terminamos.

Me da un beso y me obliga a separarme de él.

—Oooh, qué majo. ¿Nos vemos después?

—Tendrá que ser por la noche. Tengo un día ajetreado. He quedado con un arquitecto para hablar de mis planes para construir un hotel en Las Vegas.

Me incorporo con unos ojos como platos.

—¿Cómo? Cullen, eso es increíble.

Él sonríe de oreja a oreja.

—Lo sé.

Avanza y me da un beso en los labios.

—¿Nos vemos esta noche?

—Mis amigas me han dicho que nos vamos a juntar para dar la bienvenida a los recién casados.

—¿Nos vemos allí entonces?

—Pero notarán…

Callo cuando me doy cuenta de que me mira como si no le importara.

Sonrío y siento cómo me sonrojo. Me lo como con otro beso y se va. A continuación, me recuesto con una amplia sonrisa; no me he sentido tan sexy y a gusto en mi cama en mi vida.

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