Planeta

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Cuarta parte » Capítulo 103

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103.

 

 

 

 

—No es Evita.

 

Ramón sigue sentado en el suelo, en el mismo lugar en el que le dejó. Tiene los ojos cerrados y ni tan siquiera parece haberla oído. Es como si hubiera entrado en un estado inerme del que no es capaz de salir.

—¿Me has oído, Ramón? Te he dicho que no es Evita.

Los párpados se entreabren, pero tras ellos solo se vislumbra una mirada perdida de pupilas dilatadas. Un temblor le recorre el cuerpo, el sudor le cae por la frente y los labios empiezan a tornarse violáceos. Shock de libro. Camino piensa en soltarle un guantazo para hacerle reaccionar. Ganas no le faltan, pero al final se decanta por la vía de la oratoria.

—Evita está muerta, Ramón. Los dos la vimos en el ataúd, ¿recuerdas?

—Yo... Yo..., la televisión...

—Lo que has visto es solo un dibujo de ordenador. Quien está detrás de la red criminal no es Evita, sino la mujer que más se le parece en el mundo.

Poco a poco, la cabeza de Ramón se levanta y sus ojos se clavan en los de la inspectora buscando asegurarse de que no le está tomando el pelo. Pero, cuando uno sabe que todas las piezas encajan, en realidad no necesita más confirmación que la que le dicta su propia mente. Pues claro. Cómo ha podido caer en esa confusión tan absurda.

—Laura.

—Sí. Y ahora vas a salir de esa empanada mental que tienes y vas a decirme todo lo que sepas de ella.

—Es su hermana.

—Eso ya lo sé, tarugo.

A que le arrea el tortazo al final. A que se lo arrea.

—Venía a menudo por Sevilla.

—Pero si vivía en Bolonia...

—Hay vuelos low cost. Se los pillaba de vez en cuando para pasar el fin de semana.

—¿Tan unidas estaban las hermanas?

—Qué va. Lo que pasa es que hizo amigos por aquí.

—¿Qué amigos?

—No sé, no nos contaba mucho.

Camino le coge por el cuello de la camisa.

—Ya basta de tonterías. Si Evita murió fue por culpa de esa gente, ¿te enteras? Y ahora puede morir otro chico.

Los ojos de Ramón se pierden en la pared de enfrente. Incluso con los zarandeos de Camino, tarda en reaccionar.

—Era su cumpleaños. Le organicé una fiesta sorpresa y conseguí que su hermana viniera desde Italia. Como Evita todavía no conocía a mucha gente en Sevilla, invité a mis compas del curro. Lo pasamos muy bien.

—¿A los de la protectora? ¿Quiénes exactamente?

—Salomé, Álex, Uriel... Todos menos Yasmina, que dijo que estaba mala. Era mentira, claro. No quería hacer nada por Evita —dice con rencor.

—No te vayas por las ramas.

—Fue con él con quien más conectó Laura, a los demás no les hizo ni caso. Se pasaron toda la noche hablando.

—¿Álex? ¿El barbudo de la oficina de prensa es quien está detrás de todo esto?

Camino recuerda al periodista con pinta de hipster y ojos azules tras unas gafas de aviador. El que la instruyó sobre el vocabulario antiespecista y le hizo ver que era más puta que las gallinas. Lo cual se limitaba a confirmar lo que otros muchos ya habían pensado antes. Pero Álex también fue quien aseveró que aquel diente por diente del Animalista no ayudaba en nada a la causa, que no podía provenir de alguien de adentro. «Puto falso», masculla para sí.

—No, a Álex ni le miró —aclara Ramón—. Quería decir con Uriel.

—¿Uriel? ¿El de la silla de ruedas? ¿Ese pánfilo?

Ramón asiente.

—Es bastante más espabilado de lo que parece. Evita y yo estábamos seguros de que andaban liados y que por eso Laura venía a Sevilla cada vez que podía.

—¿Hablaba de él?

—Qué va, no había manera de que soltara prenda. Pero Laura es que siempre ha sido muy suya. Un poco rarita esa chica.

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