Persona

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Danvikstull

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Danvikstull

Danvikstull

Al tercer muchacho lo hallaron cerca del terreno de petanca de Danvikstull. Según los peritos, era un buen ejemplo de embalsamamiento logrado.

Jeanette Kihlberg estaba de un humor de perros. No solo porque su equipo acababa de perder el partido contra Gröndal, sino también porque en lugar de ir a casa a tomar una ducha se hallaba de camino a una nueva escena del crimen.

Llegó allí sudada, aún vestida con chándal. Saludó con la mano a Schwarz y Åhlund y se acercó a Hurting, que fumaba junto a la cinta de balizamiento.

—¿Qué tal el partido?

—Hemos perdido, tres a dos. Un penalti injusto, un gol en propia puerta y rotura de los ligamentos cruzados de nuestra portera.

—¡Pues vaya! Siempre lo he dicho —soltó Schwarz riendo—, las tías no tendríais que jugar a fútbol. Siempre tenéis problemas con las rodillas. Es que no estáis hechas para eso.

Ella sintió que su cólera iba en aumento, pero no tenía valor para enzarzarse en esa discusión. En cuanto salía el tema de que jugaba al fútbol, siempre merecía los mismos comentarios de sus colegas, pero le parecía raro que un tipo tan joven como Schwarz tuviera unas opiniones tan retrógradas.

—Siempre la misma historia. Y aquí, ¿cómo está la situación? ¿Sabemos quién es?

—Aún no —dijo Hurtig—, pero me temo que recuerda de una manera inquietante los dos casos precedentes. El chaval está embalsamado, parece vivo, solo un poco pálido. Lo han tumbado allá abajo sobre una manta como si estuviera tomando el sol.

Åhlund señaló el bosquecillo junto al terreno de petanca.

—¿Algo más?

—Según Andric, el cadáver teóricamente puede llevar aquí un par de días —respondió Hurtig—. Para mí, es poco probable. Al fin y al cabo, está al aire libre y a mí me parecería extraño un tipo tendido sobre una manta en plena noche.

—Quizá nadie pasó por aquí anoche.

—No, claro, pero en cualquier caso…

Jeanette Kihlberg hizo cuanto se esperaba de ella y luego le pidió a Ivo Andric que la llamara en cuanto terminara su informe. Quería un resumen oral, podía llamarla a cualquier hora del día o de la noche.

Ordenó a Åhlund y a Schwarz que se quedaran allí a la espera del informe preliminar de los técnicos.

Dos horas después de su llegada a la escena del crimen, Jeanette se metió de nuevo en su coche y, solo en ese momento, sintió las agujetas.

Pasada la rotonda de Sickla, llamó a Dennis Billing.

—Hola, soy Jeanette. ¿Estás muy ocupado?

El jefe de policía parecía sin resuello.

—Voy camino a casa. Cuéntame, ¿qué pinta tiene?

Ella tomó el desvío sur en dirección al puente que conducía a lo alto de Hammarby.

—Pues tenemos otro chaval muerto. ¿Cómo está lo de Lundström y Von Kwist?

—Desgraciadamente, Von Kwist se opone a cualquier interrogatorio de Lundström. De momento, poco puedo hacer.

—Pero ¿por qué es tan tozudo? ¿Juega al golf con Lundström o qué?

—Cuidado con lo que dices, Jeanette. Los dos sabemos que Von Kwist es un hábil…

—¡Tonterías!

—En todo caso, así es. Tengo que dejarte. Hablamos mañana.

Dennis Billing colgó.

En el semáforo en rojo, tras tomar a la derecha la carretera de Enskede, su teléfono sonó.

—Jeanette Kihlberg al habla.

—Hola… buenos días. Me llamo Ulrika. Me ha dejado un mensaje…

La voz era muy débil. Jeanette comprendió que era Ulrika Wendin.

—¿Ulrika? Gracias por llamarme.

—¿Qué desea?

—Karl Lundström —dijo Jeanette.

Silencio al otro lado del teléfono.

—De acuerdo —dijo la chica al cabo de un momento—. ¿Y por qué?

—Me gustaría hablar con usted de lo que le hizo y espero que pueda ayudarme.

—Mierda… —Ulrika suspiró—. No sé si tengo el valor de recordarlo.

—Sé que es doloroso para usted, pero es por una buena causa. Contándome lo que sabe, puede ayudar a otros. Si Lundström va a la cárcel por el caso en el que está imputado, para usted será una reparación.

—¿De qué está acusado?

—Se lo contaré mañana, si es posible vernos. ¿Quiere que vaya a su casa?

Nuevo silencio. Jeanette escuchó durante unos segundos la pesada respiración de la chica.

—Supongo que sí… ¿a qué hora?

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