Perfecta

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Capítulo 24

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El viernes, día de mi cumpleaños, decido volver a la oficina a pesar de que Patrick insiste en que me tome el día libre. Pero como he estado toda la semana inactiva en casa y con la cabeza a punto de explotar debido al asesinato de Valerie, siento la necesidad de retomar mi vida volviendo a mi rutina diaria y el trabajo me distrae. Así que a las nueve llegamos puntuales a la oficina Patrick y yo.

Aunque intentamos guardar las apariencias, nuestras miradas cómplices y la sonrisita de felicidad perenne en nuestros rostros, nos delatan. Y como pasamos tantas horas en la oficina al final la gran mayoría se ha dado cuenta de que mantenemos una relación.

Siento las miradas de envidia que me dirigen algunas chicas de la plantilla y soy plenamente consciente de los comentarios malintencionados que hacen a mis espaldas. Sólo mis cuatro amigos se alegran sinceramente de mi relación con Patrick. Sobre todo, porque desde que estamos juntos, él se muestra más relajado en la oficina y su trato con los empleados ha pasado de ser frío y distante a más cordial y cercano.

En el desayuno de media mañana celebro mi cumpleaños con Héctor, Paula y los demás en la cafetería de la planta doce y me regalan un precioso ramo de flores varias y un bolso de muchos colores de Desigual, una firma española que me encanta.

A las tres recojo mi mesa y apago el ordenador. Entro en el despacho y veo que Patrick aún sigue enfrascado en el trabajo. Cuando advierte mi presencia levanta la vista del montón de documentos que tiene delante y me dedica una maravillosa, aunque triste sonrisa.

—Cielo, no voy a poder acompañarte a casa. Todavía no he terminado y no puedo dejarlo para el lunes.

—Puedo coger unos sándwiches en la cafetería y los comemos aquí mismo, juntos, antes de irme. Porque...tendrás que comer algo, ¿no? —le contesto acercándome a él para darle un suave beso en los labios.

—Me parece muy buena idea. —dice Patrick antes de profundizar el beso.

Mientras comemos sentados uno frente al otro en su despacho, con la gran mesa entre nosotros, Patrick me pregunta acerca de mi infancia.

—Pocas veces mi madre celebró mi cumpleaños. —le cuento intentando que no se note mi tristeza—No le gustaba tener niños en casa y tampoco teníamos dinero para hacer una gran fiesta, bueno, ni una pequeña, si vamos a eso. —doy un mordisco a mi sándwich y cuando he tragado continúo hablando—Apenas tenía juguetes…Recuerdo que una vecina me regaló una muñeca Barbie cuando cumplí ocho años. Pero mi madre me la rompió en uno de sus arranques de furia antes de darme una paliza que me tuvo varios días en el hospital.

—¿Y los médicos no se dieron cuenta de nada? —pregunta Patrick preocupado.

Con una triste sonrisa y la amargura en mi voz le contesto:

—Mi madre era una mentirosa extraordinaria. Dijo que me caí por las escaleras del portal, después de haberlas fregado y de ahí los golpes y las dos costillas rotas que tenía. Si los médicos sospecharon algo o no, no lo sé, pero nadie indagó más en el asunto.

La expresión del rostro de Patrick es de una rabia ciega hacia mi madre. Puedo verlo. Y eso que no lo sabe todo. Aún.

Llegados a este punto en nuestra relación y, ya que estamos hablando de mi infancia y de los malos tratos de mi madre, creo que debería contarle lo que desencadenó mi huida a Madrid hace ya tantos años.

Respiro hondo y antes de que él pueda hacer algún comentario sobre lo que le he dicho, comienzo a hablar de nuevo.

—La última vez que me pegó, yo tenía dieciocho años y ese día era mi cumpleaños.

Oigo cómo Patrick masculla algo en francés y veo que aprieta los puños con fuerza hasta que los nudillos se le ponen blancos.

—Por entonces ella tenía un novio que se había venido a vivir con nosotras hacía pocos meses. Era un borracho. Se pasaba el día pegado a una botella y cuando no lo estaba, se enzarzaba en alguna pelea con mi madre, que siempre acababa pagando yo, porque a él no podía agredirle. Era un hombre bastante corpulento y estoy segura de que de una sola hostia habría tumbado a mi madre.

Hago una pausa antes de continuar y me levanto de mi asiento. Ya he terminado de comer y necesito pasear un rato por la estancia. No puedo estarme quieta frente a Patrick observando sus reacciones según le voy contando mi historia. Me pone muy nerviosa ver el grado de indignación que él va adquiriendo con las cosas que le explico.

—El día de mi dieciocho cumpleaños salí a celebrarlo con mis amigas. Fuimos al cine y después cenamos en un burguer. Cuando regresé a casa, mi madre no estaba, pero él sí. —hago una pausa para tragar saliva—Él estaba esperándome. Me dijo que tenía que darme mi regalo. Me sorprendí al oírle ya que no esperaba nada de él ni de mi madre. Y además…También me sorprendí al ver que no estaba borracho. —suspiro pesadamente—Me dijo que lo tenía en la habitación y que le acompañase hasta allí. Al entrar…me senté en la cama y él me pidió que cerrase los ojos para “no estropear la sorpresa”. Sentí algo alrededor de mis muñecas y me sobresalté. Cuando abrí los ojos, comprobé que me estaba atando las muñecas. Forcejeé con él, pero era mucho más fuerte que yo, así que…perdí la batalla. En pocos minutos me tuvo tumbada en la cama, atada y con la camiseta enrollada por encima del pecho.

Patrick se levanta rápidamente de su silla de cuero negro y se acerca a mí. Me abraza con fuerza y yo me derrumbo. Comienzo a llorar. No puedo evitarlo. Son recuerdos demasiado dolorosos. Pero él tiene que saberlo. Noto el dolor y la rabia en su voz cuando me habla.

—¿Te violó? Ese malnacido, ¿te violó? ¿Lo hizo?

Sacudo la cabeza negando mientras las lágrimas corren por mis mejillas y caen sobre la cara camisa de Patrick empapándosela.

—No. Sólo consiguió quitarme el sujetador y desabrocharme el pantalón. Me manoseaba y me besaba justo cuando entró mi madre.

—Entonces ella te salvó de ese desgraciado.

—Sí. Me salvó de él, pero nadie pudo salvarme de ella.

—¿Qué quieres decir, chéri? —pregunta y veo la confusión en los ojos de Patrick cuando levanto la mirada hacia su cara.

Le dedico una amarga sonrisa antes de contestar.

—No sé cómo mi madre consiguió sacarle del piso. Cuando ella volvió a la habitación, yo aún seguía atada a la cama, medio desnuda. Creí que me iba a soltar, pero en lugar de eso…comenzó a pegarme. Me dijo que había intentado quitarle a su hombre. Que le había seducido a propósito y que iba a pagar por ello.

Patrick me abraza con más fuerza y veo cómo sus ojos se llenan de lágrimas, aunque hace un gran esfuerzo por contenerlas.

—Oh, chéri…Ma petit fille…

—Cuando se cansó de pegarme, me desató. Salió de la habitación y me dejó allí. Tirada en la cama y cubierta de moratones. Me partió un labio y…Como pude me…me levanté—trago el nudo que se me ha formado en la garganta para poder continuar y terminar la historia mientras Patrick me besa una y otra vez en la frente y el nacimiento del pelo— y me vestí a toda prisa. En una mochila metí un poco de dinero y algo de ropa, el DNI…Ella me sorprendió y volvió a pegarme. Pero la empujé a un lado y salí de la casa lo más rápido que pude mientras oía sus gritos diciéndome que si volvía por allí me mataría. El resto ya lo sabes. Llegué a Madrid, me robaron y Juan y Susi me encontraron sentada en la puerta del Addiction hecha un mar de lágrimas. Estaba desesperada.

Patrick, que continúa abrazándome con toda la fuerza que posee, me acaricia la espalda y el pelo. Levanto mi mirada para encontrarme con la suya y veo la pena inmensa que siente en su interior por todo lo que me ha ocurrido. Despacio acerco mi boca a la suya y recorro con mis labios la comisura de los suyos antes de obligarle a abrirlos y sumergir mi lengua en su interior buscando la suya.

No quiero ver esa tristeza en su mirada, así que cierro los ojos y me pierdo en el maravilloso beso que nos estamos dando y que me hace sentir querida, valorada y protegida.

—Por eso te asustaste tanto cuando intenté atarte a la cama en mi ático de París, ¿verdad?

Asiento mientras le contesto pegada todavía a sus dulces y carnosos labios.

—Sí. Pero es algo que quiero superar. Y quiero que tú me ayudes. Quiero…que esta noche cuando termine de trabajar en el Addiction, vayamos a tu casa—le doy un corto beso en la boca—Quiero que abras una botellita de esas verdes con flores blancas…

—Perrier Jouët—me corrige Patrick, que ya comienza a sonreír.

—Y quiero que brindemos por mi cumpleaños y por una vida sexual plena y satisfactoria. Y cuando hayamos hecho esto, —continúo separándome un poco de sus labios para mirarle a sus inmensos ojos azules—quiero que me ates a la cama y me hagas el amor muy despacio. Que me digas mil veces que me amas y que me hagas sentir como si fuera la única mujer en el mundo. La única que siempre amarás.

—Eres la única. Ya lo sabes. Y además de ser la única eres perfecta. Perfecta para mí.

 

 

 

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