Perfect

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Capítulo 20

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CAPÍTULO 20

Nos vamos poniendo límites constantemente. Nos marcamos una línea imaginaria y estamos convencidos de que nunca la cruzaremos…, hasta que lo hacemos.

Una madre o un padre no dudarían en matar a alguien que estuviera a punto de matar a su hijo.

Y, al hacerlo, desplazan su límite.

Una chica consumida por el dolor y el vacío de la soledad es capaz de hacer cualquier cosa, sin importar lo degradante que sea, por anestesiar su dolor.

Y, al hacerlo, desplaza su límite.

Esos límites se desplazan constantemente, hasta que llega un día en el que se da cuenta de que no tiene límites.

Mi cuerpo, mi mente y mi alma dejaron de funcionar cuando vi a Noah volcar nuestra mesa y dar puntapiés a las patas hasta romperlas. Ver cómo se dejaba caer al suelo de rodillas fue durísimo, y cuando cogió una de las patas rotas y la lanzó al aire con toda su rabia, no pude más y volví la cabeza. Me odiaba a mí misma. ¿Cómo podía haberle hecho eso? Al mirarlo por última vez, vi que sus hombros se sacudían porque estaba sollozando y me sentí morir.

Eso debería haber sido algo temporal, pero no me parecía que fuera a serlo. No era como la ruptura del año anterior. Esta parecía que iba a ser permanente. Se había hartado de mis excusas, de mis inseguridades y de todas las veces que parecía que iba a rendirme a mis deseos solo para echarme atrás en el último momento. Esa noche la gota había colmado el vaso. Había conseguido mi objetivo, con creces. No es que hubiera roto nuestra amistad, la había hecho añicos. Tenía que convencerme de que estaba haciendo lo mejor para él, o no podría seguir viviendo en mi piel.

Me volví y salí del parque. No tenía ni idea de adónde iba. Tenía el cuerpo entumecido y la mente en blanco. Al cabo de un rato, seguía sin saber hacia dónde iba ni el tiempo que llevaba andando.

Cuando al fin me detuve y alcé los ojos, tardé varios minutos en darme cuenta de dónde estaba. Vi que mi mano se dirigía al timbre y llamaba. Cuando la puerta se abrió, la luz del interior me deslumbró, haciéndome entornar los ojos. Él me miraba, sorprendido. No estoy segura, pero creo que sonrió al reconocerme.

—Amanda, ¿qué estás haciendo aquí?

No supe qué decirle. No sabía qué impulso me había llevado hasta allí; ciertamente, no había sido una decisión racional.

No había vuelto a hablar con Brad desde el día en que me humilló. Por su expresión noté que llevaba un rato allí parada, en silencio.

—¿Estás solo? —le pregunté con un hilo de voz.

Él miró por encima del hombro y se volvió hacia mí. Alzó una ceja y, sonriendo, respondió:

—No, pero puedo estarlo. Dame un segundo.

Se echó hacia atrás para dejarme pasar. Mis piernas no titubearon. Sabía dónde estaba y con quién estaba. Ese chico se había encargado de humillarme meses antes. Probablemente mi subconsciente sabía que Brad era lo que me merecía. Desde luego, no me merecía nada mejor que ese capullo.

Oí música que salía de la sala de juegos que había al final del pasillo. Brad me metió en la cocina.

—Espera aquí mientras me libro de…, eh…, la compañía.

Salió de la cocina y desapareció pasillo abajo. La música dejó de sonar y me llegó el sonido de voces apagadas.

En un extremo de la cocina había un rincón con una mesa para desayunar. Me quedé en la esquina, tratando de pasar lo más desapercibida posible. Mi cuerpo eligió ese momento para recuperar la sensibilidad. Cuanto más se acercaban, más claras me llegaban las voces. Y, cuanto más recobraba la sensibilidad, más me costaba respirar, puesto que se me había formado un nudo en el pecho. Tenía los dedos de las manos muy fríos, pero me sudaban las palmas. Noté que una gota de sudor me resbalaba por la frente. Estaba ardiendo. Y, por desgracia, mi cuerpo no era lo único que estaba despertando. No podía detener el flujo de imágenes de Noah sufriendo que me aparecían ante mis ojos. No era el momento ni el lugar adecuado para tener un colapso nervioso. Tenía que volver a atontarme. Necesitaba escapar de tanto dolor.

Cuando pensaba que la noche ya no podía empeorar más, oí la voz almibarada que siempre me ponía los pelos de punta:

—¿Adónde vamos? Pensaba que querías que me inclinara sobre la mesa de billar y…

—Esta noche no, Brit. Acaba de salirme algo importante. —Brad parecía ansioso por librarse de ella.

—Si me dejas, yo haré que te salga algo importante —comentó ella, y se rio de su propio chiste.

Sus voces aumentaron tanto de intensidad que pensé que iban a entrar en la cocina. Me sequé el sudor de la frente con la manga y traté de calmarme respirando más lentamente.

—Brittani, el taxi llegará en cualquier momento. Sal y espéralo fuera.

—Solo quiero coger una botella de agua.

Brittani entró tambaleándose y se dirigió a la nevera, dándome la espalda. Sacó una botella de agua, se apoyó en la encimera, echó la cabeza hacia atrás y bebió con ganas. Si cualquiera de las dos se hubiera movido un centímetro, me habría descubierto.

La cocina tenía dos puertas: una daba al recibidor y la otra al comedor. El comedor daba al salón y, desde el salón, se accedía también a la puerta principal. Si decidía salir por ahí, no me vería. Se dirigió hacia Brad o, lo que es lo mismo, hacia el comedor, y yo solté el aire que había estado conteniendo. Pero en ese momento oí:

—Me he dejado el bolso.

Brittani se volvió en redondo y me vio. Tardó unos instantes en enfocar la vista y darse cuenta de que era yo la que estaba ante ella.

—¿Qué coño hace ella aquí? ¿Es ella el asunto importante que te acaba de salir? —saltó.

Brad se limitó a encogerse de hombros y le dirigió una sonrisa canalla.

—Brit, vamos, el taxi acaba de llegar.

Se metió la mano en el bolsillo, sacó un fajo de billetes y se los dio de mala manera. No pude evitar pensar que esa escena era una premonición de lo que sería el futuro profesional de Brittani.

Ella cogió el dinero y dio unos cuantos pasos en mi dirección, fulminándome con la mirada.

—No lo entiendo —dijo señalándome con el dedo índice y trazando una línea en zigzag en el aire—, Noah siempre quería metértela, y ahora es Brad el que no puede esperar para hacerlo.

Se tambaleó hacia atrás y se echó a reír. Miró a Brad y le preguntó:

—¿Qué pasa? ¿Tiene una vagina mágica o algo así?

—Vamos, Brit, es hora de que te vayas. —Brad se acercó a ella y la sujetó por el codo.

—Necesito mi bolso —replicó ella, soltándose.

—Ya lo tienes. —Brad señaló el bolso que le colgaba del hombro. Volvió a sujetarla del brazo con más fuerza y tiró de ella hacia el taxi que aguardaba.

Sabía que debería haberme ido de allí, pero no lo hice. Me quedé en aquella cocina, esperando a que regresara el cabronazo de Brad. ¿En qué momento me había vuelto tan patética? No hacía más que repetirme que tenía que irme a algún lugar donde nadie me encontrara.

Brad volvió a la cocina y se plantó ante mí con su habitual expresión chulesca.

—¿Tu madre no está en casa?

Nop. Tiene novio nuevo, así que los pocos segundos que no dedica a sus casos los pasa con él. Me temo que este año tampoco le van a dar el premio a la Madre del Año.

Hizo una pausa y me miró de arriba abajo, como un depredador examinando a su presa.

—¿Estás bien?

Respiré hondo y asentí en silencio. Se acercó más a mí. Estaba tan cerca que podía oler su aroma a canela.

—¿Para qué has venido, Amanda? —me preguntó en un tono sensual.

Le dirigí una mirada desvalida.

—No tenía ningún otro sitio adonde ir. ¿Puedo quedarme un rato, por favor?

—Claro. ¿Quieres tomar algo? —Su mirada me decía que estaba impaciente por abalanzarse sobre mí.

—Una copa me vendría muy bien, gracias.

—¿Qué te apetece, aparte de notar mi cara entre tus piernas?

Quise darle una bofetada para borrarle esa expresión de suficiencia de la cara. Me miraba como si supiera exactamente por qué me había presentado en su casa, cuando la verdad era que ni siquiera yo sabía qué me había llevado hasta allí. Si me hubiera dicho algo así hace unos meses, me habría reído porque habría sabido que estaba bromeando, pero ahora todo lo que salía de su boca iba cubierto de babas.

«Amanda, ten un poco de dignidad y lárgate de aquí».

—Cualquier cosa que sea fuerte. —Respondí.

—Creo que tengo algo fuerte y duro para darte por aquí.

Con la mano, me indicó que pasara delante de él. Sabía que guardaban el alcohol en la sala de juegos. Al entrar, vi que el mueble bar estaba lleno de botellas que acababan de ser usadas. Había suficiente alcohol para una fiesta. Debía de habérselo tomado todo Brittani, porque Brad parecía estar totalmente sobrio.

—¿Qué quieres que te prepare? —me preguntó, colocándose detrás del mueble bar.

—Lo que quieras, elige tú.

—Esas palabras son peligrosas, preciosa.

—¡No me llames así! —repliqué furiosa.

Me senté en uno de los taburetes y observé cómo Brad cogía una coctelera limpia y la iba llenando con el contenido de varias botellas. De vez en cuando, me miraba. Echó cubitos de hielo en un vaso, luego vertió una generosa cantidad del combinado encima y me lo ofreció. Acto seguido se sirvió otra copa para él y se acercó a mí.

—¿Qué es? —le pregunté.

—Long Island Iced Tea —respondió mirando por encima de la copa—. ¿Nos sentamos en el sofá?

—No, aquí estamos bien. —Hice una pausa—. Siento haberte estropeado la velada. —Añadí con todo mi sarcasmo.

Él negó con la cabeza.

—No te preocupes. Brit solo es un tres y medio.

Menudo capullo arrogante.

—Eres asqueroso.

Él sonrió, se acercó a mí y me dijo al oído:

—Pero te molo.

Puse los ojos en blanco y di un trago.

—Amanda, ¿vas a decirme de una vez para qué has venido? Parece que vengas del entierro de tu mejor amigo. Y, hablando de amigos, ¿tengo que preocuparme por si Stewart viene mañana a romperme la cara?

—No, no tendrás que volver a preocuparte por Stewart nunca más.

Hice girar el taburete hacia el mueble bar y me serví otra copa. Me había bebido la primera en tiempo récord. Quería emborracharme cuanto antes, necesitaba dejar de sentir.

—Oh, ¿problemas con don Perfecto?

—No hables de él. —Brad no era lo bastante bueno ni siquiera para tener su nombre en los labios.

Vacié la segunda copa al mismo ritmo que la primera. Empezaba a notar los efectos del alcohol, pero mi mente seguía demasiado lúcida, y no paraba de decirme cosas como esta: «Soy una persona horrible y no me merezco que me pase nada bueno en la vida. Lo único que me merezco es estar con alguien tan asqueroso como este ser humano que tengo delante».

—Frena un poco; no quiero que me dejes un regalito en la papelera como la otra vez.

Me eché a reír.

—Ese día estaba tan ocupada sufriendo un colapso nervioso que me olvidé de disfrutar imaginándome la cara que pondrías cuando te encontraras la papelera vomitada. Dime, ¿las demás chicas también vomitan después de que te las folles? Porque, si la respuesta es «Sí», eso no te deja en muy buen lugar, colega. —Me serví otra copa.

Odiaba a Brad por lo que me había hecho, pero de algún modo seguía sintiéndome atraída por él, borracha y serena.

«Soy idiota y patética».

Llevaba unos vaqueros gastados de talle bajo que le colgaban de las caderas. La tela estaba rota por varios sitios: a la altura del muslo en ambas piernas y por debajo de la rodilla derecha. La camiseta le sentaba como un guante y le marcaba los detalles del torso, bien definido. Debía de haber estado yendo al gimnasio, porque tenía más músculos y estaban más marcados. Las mangas le apretaban un poco en los bíceps, resaltando lo fuertes que los tenía. La camiseta era de color coral y hacía destacar su piel bronceada y su pelo dorado. A muchos chicos no les habría sentado bien ese color, pero a Brad le quedaba genial. Nos miramos fijamente mientras vaciaba la tercera copa. El dolor que sentía cuando había llegado se había calmado. El Long Island Iced Tea era un elixir milagroso. Cuando estaba a punto de servirme el cuarto, Brad lo impidió, agarrándome del brazo.

—Creo que tienes que parar un poco.

—Vaya, estás hecho un auténtico boy scout. —Me moví a un lado y a otro sobre el taburete, mirando a mi alrededor. Brad no apartaba la mirada de mí—. ¿Y bien?…, conque Brittani, ¿eh? ¿Qué ha pasado? ¿Una temporada de vacas flacas?

—¿Qué quieres decir? —Se notaba que me encontraba divertida.

Me incliné hacia él y le dije al oído sin bajar la voz:

—Es un zorrón. Además, has dicho que solo es un tres y medio. —Me eché hacia atrás, riéndome—. Seguro que hasta tú te mereces algo más que eso. Aunque no, claro, tú no entras en esa competición porque no eres virgen. No, no, lo que tú eres es un follapitufos. ¿De qué estábamos hablando? Eh, y ¿por qué me has dejado entrar si Bichani y tú estabais a punto de jugar al… billar? ¿Ahora se llama así?

—Te echaba de menos —replicó Brad, con su sonrisa de un millón de vatios marca de la casa.

Francamente, Brad era más sexi que un montón de tortitas cubiertas de sirope, y quería hincar mi tenedor en él.

«Brad es un baboso, pero es lo que me merezco después de lo que le he hecho a Noah».

—Bueno, hasta un tres y medio es mejor que el recuerdo de un nueve setenta y cinco. Y eso es todo lo que vas a sacar de mí, follapitufos. —Le planté la mano delante de los ojos y chasqueé los dedos para demostrarle que hablaba en serio.

—Pero si soy un auténtico encanto. Estoy seguro de que puedo convencerte para que te sientes un rato sobre mi cara.

—Me pones la carne de gallina.

—Déjame comprobarlo. Quiero lamer tu piel de arriba abajo.

—¿De verdad crees que a las chicas nos gusta oír esas cosas?

Ignorándome por completo, me preguntó una vez más:

—Amanda, ¿para qué has venido?

—No lo sé.

—Sí lo sabes.

—Ilumíname, pues —repliqué con una sonrisa burlona.

—Tú y yo no somos tan distintos en el fondo. Yo te usé para ganar una apuesta, pero tú también me has utilizado.

—¿Ah, sí? ¿Cómo te he utilizado?

—¿En quién pensabas cada vez que te lo montabas conmigo y a quién has venido a olvidar esta noche?

Me lo quedé mirando, tratando de mantener una expresión neutra. No quería darle la satisfacción de reconocer que tenía razón.

—Me usaste como sustituto de don Perfecto. Yo te usé para ganar pasta, y tú has vuelto buscando más. Cuando te folle esta noche, no ganaré ni un céntimo. ¿Y tú? Cuando cierres los ojos mientras me clavo en ti, ¿qué cara verás en tu mente? —Hizo una pausa—. Así que, dime, ¿quién es más asqueroso de los dos?

Brad se inclinó hacia mí y dejó el vaso sobre el mueble bar. Estaba tan cerca que notaba el calor que desprendía su cuerpo. Bajó la vista hacia mí y me apartó el pelo de la cara, colocándomelo detrás de la oreja. Luego me resiguió la línea de la mandíbula con los dedos y continuó descendiendo por mi cuello hasta llegar casi hasta el pecho. Clavé la mirada en sus ojos azules como el zafiro y quedé hipnotizada.

El roce de sus dedos me provocaba escalofríos. ¿Cómo podía sentirme tan atraída por alguien a quien despreciaba, el responsable de uno de los peores días de mi vida?

«Porque tiene razón: no eres mejor que él, Amanda».

No podía dejar de mirarlo. Solo quería olvidarme de todo, olvidar el dolor abrumador que sentía y el que había provocado.

—Así que, ahora que hemos dejado las cosas claras, ¿para qué has venido, Amanda?

—Quiero que me hagas olvidar —susurré.

Estábamos tan cerca que nuestros labios se rozaban con cada palabra que pronunciaba.

—No era tan difícil de admitir, ¿no? De hecho, estaré encantado de llamarte Piolín si eso te ayuda. —Al oír mi apodo de sus labios estuve a punto de vomitar.

Antes de que pudiera decir nada más, lo agarré por la nuca y le devoré la boca. Me aferré a su camiseta, rogándole en silencio que se la quitara. Él lo hizo y luego no perdió ni un segundo y coló las manos por debajo de mi falda hasta llegar a mis caderas. Mientras yo le rodeaba la cintura con las piernas, él hundió los dedos en mi carne. Me levantó, me llevó hasta la mesa de billar, me sentó y me tumbó de espaldas sobre el tapete. Oí el sonido de una cremallera y luego el del aluminio que se rompía. Brad me agarró por detrás de las rodillas y tiró de mí hasta que quedé sentada justo en el borde de la mesa. Me recorrió las piernas con las manos; las tenía frías. Casi sin darme cuenta, me había arrancado las bragas y estaba embistiéndome.

Estaba atontada por el alcohol, pero me mantenía concentrada en lo que estaba haciendo. No pensaba en el pasado ni en el futuro. Lo único que importaba era el presente. Y eso era un gran alivio. No sentía ni culpa, ni desamor ni soledad. Había logrado quitarme todo eso de la cabeza con unas cuantas copas y un tipo dispuesto. Ya me ocuparía de la vergüenza más tarde.

Pasé el verano tratando de olvidar a Noah con Brad. El sexo con él era como una droga. Me permitía evadirme de la realidad. Me proporcionaba alivio momentáneo y con él conseguía escapar del dolor que me atenazaba todas las mañanas. Huir de la realidad resultó ser muy adictivo y, además, como pasa con las demás drogas, cuando viene el bajón, el dolor y la soledad regresan, acompañados por la decepción y la baja autoestima.

Estar con Brad me permitía liberarme de la necesidad de ser perfecta. Me daba igual lo que él pensara o esperara de mí. Me daba igual lo que me hiciera. Era irrelevante en mi vida. Habría obtenido el mismo resultado con cualquier otro. A Brad lo conocía y estaba a mano: era cómodo.

Cuando no estaba con él, trataba de mantenerme ocupada, pero Noah siempre se colaba en mis pensamientos. Pasaba los días lo mejor que podía. Lo que no podría haber soportado era ver a Noah. Si lo hubiera visto, habría tenido que meterme en la cama y no salir hasta el día siguiente. Hice todo lo que estaba en mi mano para que no pasara, pero algunos días no podía resistir la tentación de mirar por la ventana, esperando verlo aunque fuera un segundo.

Una semana antes de marcharme a la universidad, me quedé pasmada en la ventana de la cocina, la que estaba sobre el fregadero, desde la que tenía una visión muy clara del patio trasero de los Stewart. Solo quedaba una semana, así que pensé que no pasaría nada por dejar de luchar contra el impulso de mirar un ratito. Cuando llegara a la facultad, Noah ya estaría fuera de mi alcance y podría quitármelo de la cabeza.

Mamá ya había pasado una vez por la cocina y me había visto allí, pegada al cristal. Cuando quince minutos más tarde volvió a pasar, seguía en el mismo sitio y en la misma postura. La curiosidad fue más fuerte que ella. Se colocó a mi lado y siguió la dirección de mi mirada.

—¿Te importaría aclararme qué hay en el patio que es tan interesante?

—Nada, supongo que me he embobado. Tengo muchas cosas en la cabeza: la universidad, la mudanza… —mentí.

Lo que me tenía pegada a la ventana eran Noah y Brooke, que estaban jugando en la piscina de los Stewart. No era la primera vez que los veía, pero lo que era distinto ese día era la sonrisa en el rostro de Noah. La sonrisa que tanto amaba y añoraba había vuelto a aparecer. Era feliz junto a Brooke. Al verlo sentí un dolor muy grande en el estómago que fue extendiéndose por todo el cuerpo. Se me había roto el corazón una vez más al comprender que era yo quien le había arrebatado la sonrisa y ella quien se la había devuelto.

Mamá me pasó el brazo por los hombros y apoyó la mejilla en mi cabeza.

—¿Aún sale con Brooke? ¿Es por eso por lo que no lo hemos visto por casa este verano?

Asentí.

—No hay sitio para Brooke y para mí en su vida. —Los ojos se me estaban llenando de lágrimas—. Ella lo hace feliz; mira cómo sonríe.

Tragué saliva para librarme del nudo que tenía en la garganta, pero no logré que la voz dejara de temblarme.

Mamá me abrazó con fuerza y dijo:

—Las apariencias pueden ser engañosas. No siempre puedes juzgar lo que siente una persona por su aspecto externo. La gente se esfuerza en poner buena cara cuando alguien les rompe el corazón, pero eso no significa que lo hayan superado. El vínculo que existe entre Noah y tú es muy especial; ningún extraño podrá romperlo.

—Gracias, mamá.

Al fin logré apartar la vista de la ventana. Abracé a mi madre y subí a mi habitación. Cogí el teléfono e hice lo que había estado haciendo todo el verano, especialmente cada vez que veía a Noah: le envié un mensaje a mi camello.

¿Solo en casa? ¿Quieres compañía?

Me respondió inmediatamente.

Depende. ¿Qué llevas puesto? Olvídalo, no importa; te lo voy a arrancar en cuanto llegues. ¡Ven! ;)

Al leer su mensaje se me hizo un nudo en el estómago. Brad era un auténtico follapitufos, pero daba igual. Sabía que al cabo de veinte minutos mi mente estaría en otro sitio y podría huir del dolor.

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