Perfect

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Capítulo 32

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CAPÍTULO 32

Cuando era niña parecía que las cosas que me gustaban, como Navidad o mi cumpleaños, tardaban una eternidad en llegar. Me decían que llegarían «pronto», pero nunca era «pronto». Y, de repente, en diez segundos, el tiempo que tarda un médico en darte un diagnóstico, pasas de pensar que el mundo es un lugar donde dispones de una cantidad de tiempo ilimitada a percatarte de que nada en este mundo es infinito.

Todo tiene un principio, un nudo y un final. Antes del cáncer, nunca pensaba en el final. Es una broma macabra de la vida que, cuando te das cuenta de que hay un final, el tiempo empieza a avanzar más deprisa, como si quisiera abalanzarse sobre él. La vida va demasiado rápido. «Pronto» podría tardar un poco más en llegar.

Esta entrada me la ha inspirado el gran filósofo Ferris Bueller… Bueller… Bueller…

Salí del baño y me dirigí a nuestra mesa. Al sentarme junto a Dalton, no daba crédito a la conversación que mis dos amigos estaban manteniendo.

—Entonces ¿quieres follar conmigo?

—Sí, si a ti te parece bien.

—Solo estaré aquí un par de días; luego me voy a Florida. No estaré aquí mucho tiempo.

—Yo tampoco.

Mi cabeza iba de un lado a otro tan deprisa que temí que me diera un latigazo cervical.

Lisa, Dalton y yo habíamos quedado para comer en The Hungry Lion, un local muy sencillo cerca de la universidad donde servían las mejores hamburguesas de por allí. Lisa había llegado esa misma mañana, muy temprano. Acababa de conocer a Dalton y se habían caído muy bien, pero no pensaba que ese fuera a ser el tema de su primera conversación.

—No me puedo creer que estéis hablando de eso así, como si nada, delante de mí.

—El tiempo es oro, pequeño saltamontes —replicó Dalton, sosteniendo en alto una patata frita antes de metérsela en la boca.

—Dalton tiene razón. —Lisa se echó hacia delante, como si quisiera contarle un secreto—. Pero, para que queden las cosas claras desde el principio, solo te dejaré entrar por la puerta principal; la puerta trasera no está para fiestas.

La Pepsi light salió disparada de mi boca como si esta fuera un surtidor y a punto estuvo de salirme también por la nariz. Lisa y Dalton empezaron a partirse de risa.

Cuando paró de reír y recuperó la capacidad de respirar, Dalton dijo:

—Pequeño saltamontes, no te preocupes, que a la única que le van a dar por culo hoy es a tu mente.

—Te estábamos tomando el pelo —aclaró Lisa. Dalton y ella chocaron las manos—. Bravo, caballero, tu retrato de un cerdo salido es muy convincente.

—Vaya, muchas gracias, tú también eres muy convincente como zorrón.

—Sois muy graciosos los dos —repliqué yo con ironía.

Me gustó que Dalton y Lisa se conocieran, aunque se me hacía raro que dos de mis universos colisionaran. Cada uno de ellos conocía una parte de mí, pero no a la Amanda completa.

—Bueno, ¿y qué planes tenemos para esta noche?

—He pensado que podríamos ir al centro a dar un paseo. Siempre hacen algo por las calles, sobre todo ahora que vuelve a haber turistas. ¿Te parece bien, Dalton?

—Haced conmigo lo que queráis. Soy todo vuestro.

Lo vi en cuanto asomó por la puerta. No le había hablado a Dalton de Noah ni viceversa. No había salido el tema en la conversación. Aunque no estaba saliendo con ninguno de los dos, no pude evitar sentir que Noah me había pillado haciendo algo que no debía, sobre todo porque estaba sentada al lado de Dalton.

—¿Piolín?

—Hola, Noah. —Él no apartaba los ojos de Dalton—. Noah, ¿te acuerdas de Lisa?

—Sí, hola, ¿cómo estás?

—Hola, ese Noah. Bien, gracias. —Noah sonrió al oír su mote.

—Y él es Dalton. —Añadí.

—Hola, ¿estás con Lisa? —le preguntó Noah.

—No, de hecho…

«¡Oh, no, mierda! Con lo que le gusta a Dalton tomar el pelo a la gente sin importarle las consecuencias…».

Me pasó el brazo por los hombros y me atrajo contra su pecho.

—Mi pequeño saltamontes y yo nos enrollamos todos los lunes —anunció dirigiéndole una sonrisa burlona a Noah, que parecía estar a punto de agarrarlo y levantarlo del asiento—. Llevamos con esto…, ¿qué hará? Dos meses, ¿verdad? —Volviéndose hacia mí, añadió—: Nuestros encuentros me dejan totalmente agotado.

Noah apretó los puños y los dientes.

—Está hablando de la quimio, Noah. Nos dan la quimio juntos los lunes. Dalton, por favor, dile que hablas de la quimio.

—¿Es así como se le llama ahora?

Lisa trataba de aguantarse la risa, pero a mí no me hacía ninguna gracia. Noah parecía estar a punto de darle una paliza a Dalton.

—Me estoy quedando contigo, tío. Vamos a la quimio juntos, eso es todo. A menos que consideres que una mamada en el cuarto de la limpieza sea tener una relación.

—Piolín, ¿puedo hablar contigo un momento? Fuera.

En ese instante, alguien llamó a Noah. Era la voz de Brooke. Se acercó a la mesa, pero no nos miró.

—Nuestra mesa está lista.

—Voy enseguida.

Brooke nos miró uno por uno y se centró en mí.

—Amanda, ¿cómo está la pierna?

—Sigue perdida.

A Brooke le encantaba sacar el tema de mi pierna amputada. Era una manera de aparentar que se preocupaba por mí mientras le recordaba a Noah que yo era un producto defectuoso.

Rodeó el musculoso brazo de Noah con sus manos esqueléticas y dijo:

—Vamos ya, antes de que alguien nos robe la mesa.

—Siéntate tú, yo iré enseguida. —Ella se marchó al fin, refunfuñando en voz alta—. Piolín, vamos fuera —repitió. Se volvió y se alejó sin esperarme.

Al salir, vi que se estaba pasando las manos por el pelo.

—¿Quién es ese capullo?

—No es ningún capullo. Estaba bromeando; siempre lo hace.

—¿Le gusta hacer bromas sobre follar contigo? —preguntó furioso. No entendía su reacción—. ¿Lo hace?

—¿El qué?

—Follar contigo.

—¿A qué coño viene esto? Dalton y yo somos amigos. Estaba bromeando. ¿Qué te pasa?

—No me gusta que los hombres hablen de ti de esa manera. No me gusta ese tipo.

—Pues mala suerte, porque a mí me gusta mucho. Me está ayudando a superar toda esta mierda y lo necesito en mi vida. —No había sido mi intención, pero me di cuenta de que a Noah mis palabras le habían dolido como un puñetazo en el estómago.

—Antes me necesitabas a mí.

El dolor que vi en sus ojos me destrozó.

—Noah, siempre te voy a necesitar, pero… es que Dalton sabe exactamente por lo que estoy pasando. ¡Esto es ridículo! Estoy harta de ver a Brooke meterte mano siempre que puede y de que me recuerde que me han cortado una pierna. Y ahora que he encontrado a alguien que ocupe…

—¿Mi lugar?

—No, nadie ocupará nunca tu lugar. Pero ¿por qué tú puedes tener a otra persona en tu vida y yo no?

Noah se acercó a mí hasta que nuestras narices se rozaron.

—Te recuerdo, cariño, que nunca quise tener a nadie más en mi vida. Eso fue decisión tuya.

Se apartó de mí bruscamente y entró en el local.

El resto del fin de semana fue mucho más tranquilo y agradable. Lisa y yo nos fuimos de compras el sábado y por la tarde quedamos con Dalton para tomar algo y ver una peli en el cine. Me encantó volver a ver a Lisa; la echaba mucho de menos. Aunque nos enviábamos mensajes y hablábamos por teléfono a menudo, no era lo mismo.

Era domingo por la noche; ese lunes tocaba quimio. Dalton y yo estábamos en el apartamento de Emily comiendo pizza y escuchando música. Habíamos establecido la costumbre de pasar juntos los domingos antes del tratamiento. La quimio era horrible, pero la noche anterior era casi igual de mala porque sabías que al día siguiente empezaría la tortura una vez más. Dalton y yo procurábamos distraernos mutuamente pensando en otras cosas.

—Tienes razón, pequeño saltamontes, Lifehouse son la caña.

—Ah, la discípula se ha convertido en la maestra y el maestro en el discípulo.

Dalton cogió un cojín del sofá y me golpeó suavemente con él.

Empecé a recoger la pizza que había sobrado para dejarla en la cocina.

—Y ¿cómo es que don Perfecto y tú no estáis juntos? —me preguntó de repente.

—Vaya, cambiar sutilmente de tema no es lo tuyo, ¿no?

—No tengo tiempo para esas mierdas. Responde a la pregunta.

—Eh… —Volví a sentarme en el sofá.

—¿La tiene pequeña? ¿Es por eso? —Ladeó la cabeza y me miró fingiendo compasión.

—No.

—¿La tiene demasiado grande? Hay mucha gente que cree que el tamaño lo es todo, pero no es verdad. Puedes tenerla tan grande como un bate de béisbol, pero si no sabes batear es como si tuvieras un trozo de madera seca entre las piernas, no sé si me explico —comentó alzando las cejas y ladeando la cabeza otra vez.

Yo me lo quedé mirando en silencio. Las cosas que salían de esa boca eran asombrosas, y no siempre para bien.

—Es complicado.

—¿Qué es tan complicado? Él se despelota, tú te despelotas y… —Se detuvo tan bruscamente que me preocupó.

Tenía la vista clavada al frente y permanecía inmóvil, petrificado. Sabía que le daban ataques de vez en cuando, y temí que estuviera sufriendo uno.

—Dalton, ¿te encuentras bien?

Sin mover la cabeza, levantó un dedo y me dijo:

—Un momento. Te estoy imaginando desnuda.

Le di un golpe en el brazo y grité:

—¡Mierda, Dalton! No me des estos sustos; no tiene gracia.

—A ver, ¿por dónde iba? Ah, sí. Los dos os despelotáis y os ponéis a ello. —Me dirigió una mirada solemne—. Ahora en serio. ¿Dónde está la complicación?

Suspiré hondo y me planteé si contárselo todo o no.

—Noah y yo somos amigos de toda la vida. Siempre ha sido mi mejor amigo y lo necesito en mi vida. Si cruzáramos la línea de la amistad y luego rompiéramos, no lo soportaría. Prefiero que siga en mi vida como amigo y no arriesgarme a perderlo. Y sé que lo perdería porque siempre la cago. Siempre lo hago.

Dalton permaneció observándome en silencio unos segundos. Juntó las cejas, entornó los ojos y unió los labios hasta formar una fina línea.

—Amanda, esa es la tontería más grande que he oído en mucho tiempo.

—Es la verdad. Mi hermana salió con su mejor amigo y acabaron mal. Ahora se odian. Y eso que Emily es perfecta en todo. Si ni siquiera ella fue capaz de conseguirlo, yo nunca podría hacerlo. Noah se merece a alguien mejor que yo.

Dalton volvió el torso para que quedáramos sentados cara a cara.

—Ah, pequeño saltamontes, la perfección es una ilusión alimentada por nuestras inseguridades. —Lo miré como si se hubiera vuelto loco—. Emily no es perfecta.

—No hace falta que digas eso para hacerme sentir mejor.

—No lo hago. Los ojos de tu hermana miran cada uno por un lado.

—Pero ¿qué dices?

—La verdad. Me fijé cuando me la presentaste. La miré a los ojos y ella me devolvió la mirada con el ojo derecho, pero el izquierdo iba a su bola. Me asusté. —Puso cara de idiota e hizo girar los ojos en todas direcciones, haciéndome reír.

—No me he dado cuenta.

—Tal vez el chico que salía con ella la dejó porque también se asustó.

—No lo sé; nunca le pregunté qué había pasado.

—Bueno, pues ahora que ya hemos establecido que Emily es un monstruo de circo y que de perfecta no tiene nada, ya no puedes usarla como excusa, así que responde a mi pregunta.

Permanecí en silencio varios minutos, incapaz de contestar. Me sentía incómoda hablando de Noah con Dalton, pero cuando empezaba una conversación, no la soltaba hasta que se daba por satisfecho.

—Siempre he pensado que no estaba a su altura, y encima ahora…, con el cáncer y la amputación…, no quiero ser una carga para él.

—Deja de buscar excusas para no enfrentarte a tus miedos. ¿Por qué no le das la oportunidad de decidir qué vida quiere llevar y al lado de quién quiere vivirla?

—¿De qué estás hablando?

—Amanda, no podemos hacer nada para cambiar el pasado, y la gente como nosotros no sabe si tendrá futuro. El pasado ya no existe; solo existe el presente. Y el presente es perfecto, pequeño saltamontes, porque respiramos, nos movemos, reímos, lloramos y nos sorprendemos cuando conocemos a alguien con quien conectamos de verdad. Deja de vivir en el pasado y de malgastar el presente. Tienes que hablar con Noah y decirle lo que sientes.

—¿Y si es demasiado tarde y Brooke es la persona que lo hace feliz?

—No importa. Se merece saber que es importante en tu vida. Él te hizo un regalo. Gracias a él sabes lo que es amar a alguien. Y eso no es algo que se encuentre todos los días, no, si es amor verdadero. Tienes que decírselo antes de que sea hora de despedirse. Todo el mundo se merece que le den las gracias y que le digan adiós.

Esas palabras resonaron en mi interior con la fuerza de un terremoto. Eso era exactamente lo que había escrito en mi diario cuando murió el padre de Noah.

Come Away with Me, de Norah Jones, empezó a sonar por los altavoces. Dalton se levantó y me ofreció la mano.

—Venga, vamos a probar esa pierna nueva. Baila conmigo.

Le di la mano y él me guio hacia el centro del salón. Cuando se detuvo, nos abrazamos. Apoyé la cabeza en su hombro. Él agachó la suya y la apoyó entre mi hombro y mi cuello.

Mientras la seductora voz de Norah Jones nos envolvía, nos mecimos de lado a lado con movimientos muy leves, casi imperceptibles. Cerré los ojos y me perdí en las sensaciones: la música, su cuerpo contra el mío… El presente era perfecto.

Cuando la canción acabó, Dalton me susurró al oído:

—Me alegro mucho de haber aguantado lo suficiente para conocerte. Gracias por haberme regalado a alguien a quien poder echar de menos.

Nos separamos un poco, pero sin soltarnos.

—No podría haber soportado esto sin ti. Lo único bueno de todo esto ha sido conocerte.

Dalton apoyó la frente en la mía y permanecimos así hasta que la canción acabó. Luego levantó la cabeza, me besó en la frente y se despidió.

—Tengo que irme —susurró. Ya en la puerta, se volvió y dijo—: No lo olvides nunca, pequeño saltamontes: el presente es perfecto.

Y, con una sonrisa preciosa, se marchó.

Había pasado una semana desde que Dalton y yo bailamos en el salón del apartamento de Emily. Algo cambió durante esa noche, o tal vez simplemente se me cayó la venda de los ojos. Dalton era mi alma gemela. Estaba escrito que lo conocería cuando lo conocí. Dalton y el cáncer me obligaron a plantearme las cosas, a ver el mundo con otros ojos y, sobre todo, a verme a mí misma de otra manera.

No, no era perfecta, ni puñetera falta que hacía, pero me daba igual. Había cosas mucho más importantes en la vida que buscar ese mito llamado perfección. La perfección está en el ojo del que mira. Había perdido ya demasiado tiempo tratando de controlarlo todo en mi vida. Era agotador. Lo único que podía controlar era a mí misma. Si tomaba una decisión y el resultado era doloroso, pues me dolería y punto, pero al menos no tendría que cargar con el arrepentimiento.

Por eso estaba ahora allí, ante su puerta, lista para lo que viniera. Acababa de enviarle un mensaje, avisándolo de que estaba frente a su casa. Llamé a la puerta y me abrió. Lo que vi me hizo soltar el aire ruidosamente. Iba sin camisa, con unos vaqueros gastados y el pelo revuelto. Nos quedamos mirándonos en silencio. Aunque lo había avisado, me miró sorprendido. No tenía ni idea de qué hacía yo allí. Inspiré hondo. Había llegado el momento; no podía echarme atrás.

—Te quiero —le dije—. Te he querido desde siempre, y cada vez que te veo te quiero más. Sé que es un mal momento, pero es que no existe el momento perfecto. Así que no me importa lo que pase, tenía que decirte lo que siento. —Al acabar, solté el aire.

Se había quedado pasmado. Mi instinto me decía que saliera de allí corriendo, pero me quedé esperando su respuesta.

Me pareció que pasaban horas.

—Piolín —murmuró al fin.

Acababa de susurrar mi nombre cuando oí que alguien gritaba el suyo. Miré tras él y vi que Brooke salía de la habitación envuelta en una sábana.

—¡Oh, Dios mío! Pensaba que estabas solo. Solo he visto tu coche aparcado en la entrada. —Me volví para marcharme, pero él me agarró del brazo.

—Piolín, no te vayas. Dame un momento. Brooke, entra en la habitación.

—¡¡¡LEÍSTE SU MENSAJE MIENTRAS ME ESTABAS FOLLANDO!!! —chilló ella.

—Tenía el móvil en la mesilla de noche; solo le eché un vistazo.

—¡Y luego casi te rompes el cuello de lo rápido que has saltado de la cama para abrir la puerta!

No podía seguir allí. Volví al coche lo más rápido que pude y salí huyendo. La cabeza me daba vueltas y la adrenalina me recorría el cuerpo. Las cosas habían salido peor que en mi peor pesadilla. Era lo más humillante y embarazoso que me había pasado en la vida, incluso si tenía en cuenta la apuesta y el desvirgamiento a manos de Brad. Guau, la primera vez que le abría mi corazón a un chico tenía que ser segundos después de que hubiera estado encima de su novia. ¡Qué puntería!

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