Osada

Osada


Capítulo 11

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Capítulo 11

La precisión a la hora de elegir el momento adecuado volvía a ser crítica. Geary esperó, mientras veía a los síndicos perseguir la flota de la Alianza a una velocidad que en aquel momento alcanzaba las catorce centésimas de la velocidad de la luz y sacándole cada vez más terreno. El punto de salto a Ixion estaba a solo una hora de distancia, pero el enemigo alcanzaría el campo de combate mucho antes. ¿Cuándo lanzarán los proyectiles? Espera un poco. Casi estamos en su rango extremo de misiles. Aguarda hasta reducir el margen de error en caso de que intentemos acelerar de repente en el último momento. Aguanta, aguanta… ahora.

—A todas las unidades, cambien la orientación de la formación ciento ochenta grados, catorce grados en dirección ascendente, y deceleren hasta cinco centésimas velocidad luz en cuatro siete. Abran fuego en cuanto el enemigo entre en el campo de tiro.

Las naves de la Alianza viraron para apuntar hacia el enemigo y desactivaron momentáneamente los sistemas de propulsión para aminorar rápidamente, por lo que la velocidad a la que se aproximaban los síndicos aumentó al mismo ritmo. Entonces las unidades de la Alianza se movieron hacia atrás a cero con cero cinco c, mientras los síndicos se abalanzaban sobre ellos a gran velocidad. En vez de interceptarlos a una velocidad relativa de cero con cero cuatro c, su ventaja aumentó hasta casi cero con uno c, y ambas fuerzas avanzaron contra la Alianza al unísono.

Los síndicos, cogidos de nuevo por sorpresa y con tiempo escaso para reaccionar, lanzaron sus misiles y su metralla, pero solo los disparos procedentes de las naves enemigas más cercanas al lugar al que apuntaba la flota de la Alianza tuvieron posibilidades reales de impactar. El borde más avanzado del cilindro se iluminó y centelleó en cuanto los disparos enemigos alcanzaron los escudos.

Las naves de guerra de la Alianza también dispararon, apuntando a una zona relativamente reducida del gran muro síndico. Los escudos de las naves de combate enemigas se iluminaron, formando un círculo de luz en el punto hacia el que estaba orientado el cilindro de la Alianza. No muy lejos de esa zona se encontraba el buque insignia síndico. A una velocidad relativa de poco menos que treinta mil kilómetros por segundo, en un instante parecía que la formación enemiga estaba todavía lejos, y al siguiente el cilindro de la Alianza había atravesado ya el muro síndico igual que una bala atraviesa un tablero.

El momento de choque llegó, y casi al mismo tiempo pasó. Geary respiró en cuanto se percató de que estaba manteniendo el aliento, mientras el Intrépido se sacudía ante los impactos de los síndicos que habían dado en el blanco durante la fracción de segundo en la que ambas formaciones estuvieron dentro del campo de tiro.

—Escudos levemente dañados; algunos errores; impactos de poca importancia en popa; sin pérdidas en los sistemas —anunció rápidamente uno de los consultores del Intrépido.

—A todas las unidades de la Alianza, que la formación cambie su orientación ciento ochenta grados, aceleren hasta una décima de la velocidad de la luz en cinco nueve.

—¿Vamos a volver a cargar contra ellos? —preguntó Rione, aparentemente conmocionada.

—Esa es la idea. Si frenan para igualar nuestra velocidad, tendremos problemas, pero con suerte, asumirán que vamos a alejarnos y acelerarán también hacia nosotros.

La mirada de Geary permanecía atenta a la pantalla, observando los informes de daño de ambas flotas al mismo tiempo que los sensores analizaban los resultados del instante de contacto.

—Dos acorazados —anunció Desjani, satisfecha—. También hemos dejado fuera de combate tres cruceros de batalla, uno de los cuales seguramente era el buque insignia.

—Esperemos que sí.

Unas diez o doce pasadas tan fructíferas como aquella y equilibrarían las posibilidades de victoria para ambos bandos en aquel sistema. El panorama tampoco es que fuese como para envalentonarse.

—No hemos sufrido demasiado daño, pero la próxima vez será peor.

Las naves de la Alianza volvieron a dar la vuelta completamente, y se orientaron de nuevo hacia el punto de salto y hacia la formación síndica. Geary observó los movimientos del enemigo, esperando que realizasen la maniobra más natural y, por lo tanto, diesen también la vuelta para perseguirlos de nuevo.

Y fue lo que hicieron, aunque no lo con la suficiente rapidez.

—Vuelven a dirigirse hacia nosotros, pero vamos a atravesarlos a una velocidad relativa de solo veinte centésimas de la velocidad de la luz —le informó Desjani.

Eso quería decir que pasarían más tiempo dentro del área de disparo enemigo y que serían un blanco fácil para los misiles y la metralla que los síndicos todavía conservaban en cantidades abundantes, al contrario que la Alianza.

No tenía ganas de mirar el estado de las células de combustible después de las maniobras, aunque tampoco es que importase. Era necesario aprovecharlas al máximo, puesto que si no lo hacía, la flota no sobreviviría el tiempo suficiente como para tener que preocuparse por ello.

La formación síndica comenzó a reagruparse, intentando reforzar el punto por el que pasaría la flota de la Alianza. Por suerte, no dispuso del tiempo suficiente para conseguirlo.

Una vez más, el muro síndico se acercó y se alejó, y los escudos del Intrépido se pusieron incandescentes ante la lluvia de impactos enemigos.

—Se han detectado fallos en los escudos de proa y en los de los flancos. Daños menores por impactos de metralla. Impactos de varias lanzas en el centro de la nave. Baterías de lanzas infernales 3A y 5B no disponibles. Tiempo necesario para la reparación, desconocido. Bajas sufridas, desconocidas.

Los ojos de Geary se posaron sobre los informes del estado de la flota. El Intrépido había salido casi indemne en comparación con los demás cruceros de batalla. La Osada, de Duellos, había resultado bastante dañada, y el Arrojado había perdido la mitad de su armamento. Los sistemas de propulsión de la Leviatán y la Dragón estaban en mal estado, aunque todavía podían mantenerse a duras penas con el resto de la formación. A la Formidable y la Increíble les habían destrozado la parte central de la nave. Incluso los acorazados habían sufrido daños, aunque no tantos como los cruceros de batalla. La nave de reconocimiento Ejemplar había recibido bastantes impactos, pero por suerte no era nada serio. Además, habían perdido a los cruceros pesados Bacinete y Sallet. El primero explotó bajo una ráfaga de fuego síndico, y el segundo se alejaba de la formación dando vueltas, hecho trizas e indefenso, expulsando todavía cápsulas de escape.

Los cruceros ligeros Espuela, Damasquina y Centinela habían sido destruidos o reducidos a pedazos, y de los destructores Martillón, Prasa, Talwar y Xiphos quedaban poco más que añicos, pese a estar situados en una posición protegida del cilindro.

La Titánica había vuelto a sufrir daños. Parecía atraer a la munición síndica igual que un imán atrae el hierro. Por suerte, no era grave. Pese al dolor que le producían las pérdidas, Geary se sintió satisfecho al ver el estado de la Guerrera, la Orión y la Majestuosa. El estado lamentable en el que se encontraban sus escudos y el daño que habían recibido directamente ponían de manifiesto que habían hecho todo lo posible por proteger las naves auxiliares.

Los síndicos tampoco habían salido indemnes de aquella pasada, gracias a la superioridad de poderío ofensivo del que gozaba la Alianza en aquella situación. Otro de sus acorazados había quedado fuera de combate, y otros tres cruceros de batalla habían saltado por los aires o estaban destrozados. Por lo menos una docena de cruceros pesados había quedado inutilizada o había sido destruida, y numerosos restos de varios cruceros ligeros y naves de caza asesinas cubrían gran parte del espacio en aquella zona.

—¿Vamos a realizar otra pasada? —preguntó Desjani con un tono de voz algo apagado después de ver el daño que había sufrido su nave.

—No. Tendríamos que atravesarlos dos veces más, y nos harían pedazos. Estamos a menos de una hora del punto de salto, y es adonde vamos a ir.

La formación con la figura de un muro de los síndicos, deformada y curvada debido a las maniobras y a los dos ataques de la Alianza, giraba para dirigirse de nuevo hacia la flota enemiga, acelerando para seguir su estela.

¿Debía intentar atacar de nuevo? ¿Intentar despistarlos otra vez? Geary comprobó el estado de los escudos de la flota, observó la poca cantidad de misiles espectro y de metralla que le quedaba, y el daño que sus naves habían sufrido, y supo que lo que le había dicho a Desjani era totalmente cierto. Aventurarse a atravesar un par de veces más la formación síndica era un suicidio. No disponían ni de la ventaja de la velocidad ni de la distancia necesaria para intentar golpear con fuerza los flancos de la formación síndica, que por entonces era más fina y más ancha que alta, pero todavía suficientemente grande como para cubrir el espacio que había tras la formación de la Alianza.

Quedaban cuarenta y cinco minutos para llegar al punto de salto. La flota de la Alianza tendría que frenar para poder superar el campo de minas que había enfrente del punto.

Los síndicos estaban demasiado cerca, y seguían recortando terreno a gran velocidad. No sería suficiente. Nada de lo que pudiese intentar sería suficiente.

Geary observó que los sistemas de navegación predecían el resultado de la persecución a esas velocidades y según esos vectores direccionales, y pudo ver a los síndicos alcanzar la retaguardia de su formación. Tenía dos opciones, ambas bastante desagradables: o bien abandonar a las naves de la retaguardia, o bien reducir la velocidad de toda la flota para unirse a ella y condenar el resto de las naves en el proceso. ¿Debía perder un tercio de las naves, por lo menos, o todas y cada una de ellas, sin excepción? Por si fuese poco, sabía que aunque escapase abandonando sus naves de retaguardia a su funesto destino, las supervivientes no estarían a salvo, puesto que el enemigo seguiría tras ellos.

—Capitán Geary. —De repente apareció una ventana con la imagen del capitán Mosko, aparentemente calmado, casi como paralizado—. Mi división está situada en el extremo de la retaguardia de la Alianza, en el punto más cercano a los síndicos.

—Así es.

La Séptima División de Acorazados había sufrido los impactos de los misiles y la metralla síndica la primera vez que atravesaron la formación enemiga, y había evitado la misma situación en la segunda al liderar la carga de las naves situadas en la parte frontal del cilindro. Sin embargo, volverían a quedar en el punto de mira en cuanto los síndicos interceptasen la flota de la Alianza. Pese a todo, no había nada que Geary pudiese hacer al respecto.

—Tenemos que evitar que los síndicos alcancen el resto de la flota antes de que lleguen al punto de salto —continuó Mosko—. Con «tenemos» me refiero a… a mi división. Ojalá pudiese encargase solo la Atrevida, pero en solitario nos resultaría imposible. Ahora bien, unida a la Infatigable y a la Audaz, podremos contenerlos.

Entonces se dio cuenta de lo que Mosko le estaba diciendo.

—No puedo ordenarles que hagan eso.

—Sí, sí que puede —respondió Mosko—, aunque sé lo difícil que le resultaría, y pese a ello tampoco es que sea algo nuevo para usted. Todos nosotros hemos crecido escuchando las historias sobre Grendel, orgullosos de poder hacer lo mismo si se presentase la ocasión. Esta es una de las tareas que se supone que los acorazados deben cumplir, capitán Geary. —Su tono sonó entonces casi como una disculpa—. Cuando es necesario, empleamos nuestra capacidad de ataque y nuestras defensas para proteger a las demás naves. Ya sabe, una leve esperanza. Nos ofrecemos voluntariamente, tanto mis naves como mis tripulaciones, ya que se supone que este es nuestro trabajo. Es lo que tenemos que hacer cuando llega el momento. No tiene que dar la orden, señor. Lo hacemos voluntariamente, con el espíritu Black Jack Geary, siguiendo su ejemplo.

Geary sabía lo que significaba la expresión «leve esperanza» porque la había leído en los textos que describían su defensa desesperada en Grendel, hace un siglo. La retaguardia sabía que no iba a sobrevivir, sabía que iba a sacrificase por el resto de la flota, y lo hacían para honrar su ejemplo.

Lo peor de todo es que eso mismo lo había hecho él en el pasado. Había tomado la misma decisión que Mosko estaba tomando en aquel instante, por lo que no iba a impedírselo. Necesitaba que los tres acorazados retrasasen la flota síndica, que le impidiesen abalanzarse sobre el resto de la flota de la Alianza y la hiciesen pedazos allí mismo, en Lakota.

De repente acudieron a su mente unas palabras, unas frases de aliento que había escuchado alguna vez, no demasiadas, en el pasado.

—Capitán Mosko, que las estrellas del firmamento los reciban a usted y a sus tripulaciones, y que resplandezcan tanto como su valor; que sus antepasados vean su gesta y los reciban con cariño; que sus nombres y sus acciones sean recordados y brillen en las mentes de las generaciones futuras. No caerán en el olvido, sino que serán recordados entre los más honorables y valerosos.

Mosko permaneció firme mientras Geary recitaba aquella antigua bendición en los prolegómenos de una batalla aparentemente imposible de ganar.

—Ojalá nuestras acciones sean dignas de nuestros antepasados —respondió Mosko—. Capitán Geary, cuando acabe con los síndicos, y por las estrellas del firmamento que sé que lo hará, asegúrese de que los supervivientes de estas naves sean liberados y se les trate como merecen. Lo veré algún día al otro lado. ¿Tiene algún mensaje?

—Sí. Si ve al espíritu del capitán Michael Geary, dígale que estoy haciéndolo lo mejor que puedo.

Su resobrino, que seguramente había muerto junto a su nave Resistente en el sistema natal síndico.

—Claro. Por favor, informe a mi familia de lo que me ha pasado cuando llegue con la flota a casa. —Realizó un saludo militar—. Por el honor de nuestros antepasados.

La ventana desapareció, y con ella la imagen de Mosko.

—¿Capitán? —Desjani lo observaba ignorando qué había sucedido.

Geary sacudió la cabeza, suspiró profundamente y señaló al visor, en el que se podía ver a la Atrevida, la Infatigable y la Audaz pivotar para dar la vuelta, y reducir velocidad.

—La Séptima División de Acorazados va a quedarse atrás para servir como retaguardia de contención —consiguió decir, finalmente—. Se han ofrecido voluntariamente.

Ella asintió con la cabeza, con cara de circunstancias.

—Claro.

En ese momento Geary supo que si el Intrépido se viese en la misma situación, Desjani no dudaría en hacer lo mismo. No lo haría gustosa, no se lanzaría a los brazos de la muerte como si fuese el camino hacia la salvación heroica. Lo haría porque sabía que los demás contaban con ella. En realidad, todo se limitaba a eso. Haz lo que tengas que hacer por aquellos que cuentan contigo o, por el contrario, defráudalos.

—Supongo —prosiguió Desjani—, que el capitán Mosko dejará que sus naves se queden atrás unos tres minutos luz con respecto al resto de la flota, y luego mantendrá allí la posición.

—Tres minutos luz —repitió Geary.

Rione se acercó y se puso a su lado. Luego se inclinó para hacerle una pregunta en voz baja.

—¿Es necesario?

—Sí.

Lo miró fijamente, y por primera vez pudo ver sin ningún tipo de obstáculos cuánto lamentaba Geary tener que tomar una decisión como aquella.

—¿Servirá para algo?

—Si hay algo que pueda salvarnos es su sacrificio.

Por sí solo, un acorazado poseía un increíble poder de ataque, además de poderosos escudos y defensas. Tres acorazados situados unos cerca de otros, formando un equipo, constituían una fuerza a tener en cuenta incluso para una flotilla tan numerosa como la síndica, que avanzaba a toda velocidad tras la estela de la flota de la Alianza.

El capitán Mosko retrasó a la Infatigable, la Audaz y la Atrevida y las orientó hacia la avalancha enemiga. Las tres naves se dispusieron en un triángulo vertical con la Atrevida en la punta superior, lo bastante cerca unas de otras como para protegerse mutuamente y atacar de forma combinada. Una vez que estuvieron suficientemente lejos, aceleraron de nuevo, intentando alcanzar la velocidad que llevaban los síndicos para obligarlos a entablar combate a una velocidad relativa baja y así, de paso, hacer que fuesen blancos más fáciles.

Claro que tampoco había forma de evitar que, del mismo modo, los tres acorazados de la Alianza fuesen objetivos fáciles para los síndicos.

En cuanto la primera oleada enemiga de cruceros ligeros y naves de caza asesinas entró en el área de disparo, los tres acorazados lanzaron todo el arsenal de misiles espectro y metralla que les quedaba. Muchas naves síndicas esquivaron el ataque virando hacia los lados, o hacia arriba o abajo, con el fin de evitar los impactos, y perdieron demasiado terreno como para poder alcanzar a la flota de la Alianza.

Unas veinte naves de caza asesinas y media docena de cruceros ligeros intentaron pasar a través de la Séptima División de Acorazados. En cuanto las primeras entraron en el área de disparo, las baterías de infernales llenaron el espacio de lanzas de partículas cargadas, que impactaron en las naves asesinas desde varios ángulos.

El espacio se iluminó mientras los disparos acertaban de lleno sobre los escudos y los hacían colapsar, para, posteriormente, destrozar las naves y a sus tripulantes. Algunas de las naves de caza asesinas y de los cruceros ligeros explotaron, dejando tras de sí una nube de gas y fragmentos de bolas; otras se convirtieron en trozos de naves que se esparcieron por el espacio caóticamente; y otras, simplemente, avanzaron en silencio, errantes, con los sistemas destrozados, como moles muertas dando vueltas por la potencia de los impactos.

Ninguna de las unidades ligeras síndicas consiguió pasar, pero justo detrás de estas estaban los cruceros pesados y los cruceros de batalla. Ninguno de los dos tipos de nave, por separado, constituía un problema para un acorazado, pero en superioridad numérica la cosa cambiaba.

Geary apretó los puños con rabia al ver, sin poder hacer nada, que el cuerpo principal síndico cargaba contra las naves de Mosko.

—Misiles espectro —dijo Desjani con voz clara.

Tenía razón. Podía hacer algo. Los sistemas de combate le confirmaron que la división de acorazados estaba todavía dentro del alcance de disparo, por lo que podía utilizar los misiles espectro que le quedaban a la flota.

—A todas las unidades, disparen todos los espectro contra las naves de combate síndicas situadas cerca de la Audaz, la Atrevida y la Infatigable. Repito, todos los misiles espectro.

Los misiles comenzaron a salir, atravesando el espacio en busca de sus objetivos. Luego aceleraron hacia el lugar donde luchaban los acorazados de la Alianza y las naves síndicas, e impactaron sobre ellas. Eran muy pocos misiles espectro como para hacerles daño, pero al menos conseguirían distraer a los perseguidores enemigos y aligerar la presión sobre los acorazados aliados, por poco que fuese. Un crucero pesado recibió suficientes impactos como para quedar fuera de combate, y algunos otros disparos llegaron a hacer blanco sobre varios cruceros de combate cuyos escudos habían sido debilitados previamente por las lanzas infernales arrojadas desde las tres naves de la Alianza. No obstante, todavía quedaban muchos otros cruceros pesados y cruceros de batalla enemigos, además de acorazados, que en aquel preciso instante estaban entrando en su campo de tiro.

La Atrevida se llevó la peor parte. Sus escudos brillaron ante la lluvia de impactos enemigos. Mientras, la Audaz eliminó otro crucero pesado, y luego disparó más ráfagas de misiles espectro contra otro crucero de batalla síndico. La Infatigable se tambaleaba bajo el fuego de una división completa de cruceros de batalla enemigos, pero incluso así pudo responder y alcanzar con un campo de anulación una de las naves cuando intentó sobrepasarla demasiado cerca.

Casi dolía físicamente ver que cada vez más naves síndicas machacaban sin descanso a los acorazados de la Alianza. Pero estaban cumpliendo con su misión. La parte delantera de la formación enemiga se había visto obligada a reducir la velocidad o a esquivar los ataques. Mientras tanto, la flota de la Alianza casi había llegado al punto de salto. Habían conseguido el tiempo que necesitaban a cambio de tres acorazados y de sus tripulaciones.

La formación de la Alianza llegó al punto de salto ligeramente escorada a un lado, y elevada sobre el eje, para poder superar el campo de minas síndico.

—A todas las unidades, reduzcan la velocidad hasta cero punto cuatro velocidad luz y sigan los movimientos del Intrépido —ordenó Geary.

Cada segundo era crítico, por lo que no quiso dar las órdenes precisas del curso que había que tomar, o tener que preocuparse de que todas las unidades mantuviesen su posición exacta en la formación.

El Intrépido pivotó, con la proa orientada hacia el enemigo y las unidades de propulsión principales trabajando al máximo para reducir la velocidad. A su alrededor, el resto de las naves de la flota hicieron lo mismo en mayor o menor tiempo, dependiendo del estado de sus sistemas.

Al mismo tiempo, los visores se actualizaron para mostrar a los síndicos avanzando hacia ellos, sobrepasando los restos de la Séptima División de Acorazados y acercándose cada vez más rápido mientras las naves de combate de la Alianza se veían forzadas a reducir su velocidad.

Desjani miraba con intensidad el visor, mientras su nave avanzaba sobre lo que supuestamente era la parte superior del campo de minas síndico, hacia uno de los laterales del punto de salto.

—Alteren el curso ciento ochenta grados en dirección descendente, cero cinco grados a babor, ahora —ordenó.

El Intrépido viró en la dirección indicada, como si se zambullese hacia el punto de salto. El resto de naves de la Alianza imitaron el movimiento, como una ola.

La fuerza síndica que habían dejado atrás, en Ixion, construida alrededor de cuatro acorazados y cuatro cruceros de batalla, eligió aquel preciso instante para aparecer y realizar una maniobra prefijada en dirección ascendente, por lo que ambas fuerzas se encontraron una justo sobre la otra.

Lo único que evitó que aquello no terminase en desastre fue el hecho de que los síndicos no esperaban encontrarse con la fuerza enemiga literalmente encima en cuanto llegasen a Lakota. A sus tripulaciones les llevó solo unos segundos darse cuenta de lo que estaba pasando. Acto seguido, activaron su armamento y dieron orden de abrir fuego, mientras las naves de la Alianza que los rodeaban descargaron una tormenta de disparos que destrozó las unidades más ligeras, y partió por la mitad a tres de los cuatro cruceros de batalla.

No obstante, los cuatro acorazados aguantaron la embestida, aunque sus escudos se debilitaron bajo la lluvia de impactos de la Alianza, y consiguieron responder desesperadamente mientas las naves pesadas de su formación se abalanzaban directamente sobre las naves auxiliares. Habían pasado muy pocos segundos desde que establecieron contacto, por lo que a la Titán, la Hechicera, la Genio y la Trasgo no les dio tiempo a evitarlos.

Pese a ello, la Guerrera, la Orión y la Majestuosa seguían allí, tan cerca de las auxiliares como les era posible. La Orión pareció acobardarse un instante después de avistar al enemigo, y la Majestuosa estaba ligeramente escorada, pero la Guerrera estaba situada justo entre los acorazados síndicos y las naves auxiliares. Mantuvo la posición, arrojando contra las naves enemigas las lanzas infernales que le quedaban desde las baterías que todavía estaban operativas, mientras estas respondían contra un único objetivo.

Si el combate hubiese durado más que unos segundos, la Guerrera hubiera estado perdida, pero los acorazados enemigos viraron, presas del pánico, intentando escapar. Dos de ellos fueron seriamente dañados por el fuego de la flota de la Alianza, y quedaron prácticamente inoperativos. La nave aliada, acribillada de nuevo por el fuego síndico, se mantuvo firme mientras las auxiliares escapaban en dirección al punto de salto con el resto de la flota.

En escasos momentos, la formación de la Alianza se había encontrado de frente con la nueva fuerza síndica, la había mermado, y avanzaba en dirección a la salida. Había sufrido todavía más daños, pero al mismo tiempo dejaba atrás a unos más que sorprendidos supervivientes síndicos.

Ya no quedaba mucho de la Séptima División de Acorazados. Las naves enemigas los habían alcanzado, y disparaban metódicamente contra la Audaz, la Atrevida y la Infatigable. A esta última solo le quedaba una batería de lanzas infernales, que seguía disparando. La Audaz se había convertido en una bola de escombros silenciosa que se alejaba lateralmente. La Atrevida recibió varias andanadas casi a la vez, y quedó hecha añicos cuando se produjeron dos grandes explosiones en la parte central y en la popa.

—¡Capitán Geary! ¡La flota ha alcanzado el punto de salto!

Los últimos momentos de la Atrevida lo desgarraron por dentro. Intentó no fijarse en los restos del combate que parecían cubrir todo el espacio; en los misiles síndicos que alcanzaban a las últimas unidades de la formación de la Alianza; en las naves afectadas que intentaban seguir a sus compañeros de flota; o en los restos de los enemigos que habían liderado el ataque contra la flota de la Alianza a la salida del punto de salto y que se alejaban, estremeciéndose.

—A todas las unidades, salten.

Las estrellas se desvanecieron. El espacio negro que había entre ellas desapareció. Los últimos gritos de agonía de la Audaz, la Atrevida y la Infatigable también se apagaron. Y lo mismo sucedió con los restos de la Paladín y con los escombros que habían quedado de la Afamada, más o menos a la misma distancia. La puerta hipernética dejó de estar a la vista, y las flotillas síndicas con ella. Un momento antes habían estado rodeados de los restos de un combate desesperado, pero en ese instante solo los envolvía la nada gris e infinita, el silencio, y las errantes luces del espacio de salto.

Nunca había saltado escapando de una batalla. Nunca se había imaginado luchando literalmente en la entrada de un punto de salto. Geary notó que le latía el corazón, y que su aliento se escuchaba alto y claro sobre el silencio que reinaba en el puente del Intrépido. Todo el mundo permanecía sentado, conmocionado por la brusquedad de aquella transición desde el combate encarnizado a la quietud absoluta. Cerró los ojos, intentando lidiar con la realidad, con lo que había sucedido. Había perdido tres acorazados más. Cuatro acorazados y un crucero de batalla en total. Dos cruceros pesados. Varios cruceros ligeros y destructores. Docenas de naves habían sufrido un daño considerable. La mayoría de la flota síndica que quedaba le pisaba los talones, y además superaban por mucho en número a los supervivientes de la Alianza. Los síndicos tardarían un poco en reorganizarse y acabar finalmente con la Atrevida, la Audaz y la Infatigable. Pero no podían tocar la flota de la Alianza en el espacio de salto. Ni siquiera podían verla, puesto que en aquel lugar era como si cada grupo de naves ocupase su propia realidad gris.

Pese a todo, la flota de la Alianza acabaría saliendo por el punto de Ixion, con los síndicos tras ella.

Geary se levantó y se sintió de repente como si hubiese pasado un número incontable de días sentado en aquel asiento de comandante. Miró a la capitana Desjani, que le devolvió la mirada con expresión sombría. Tenía que decir algo.

—Gracias, capitana. El Intrépido ha hecho un gran trabajo. Por favor, compruebe el estado de la nave y de su tripulación.

Miró a su alrededor y vio a los consultores observándolo como si fuesen a ahogarse y él fuese una especie de salvavidas.

—Bien hecho.

Iba a irse, pero un joven teniente tomó la palabra, desesperado.

—¿Qué vamos a hacer, señor? En Ixion, me refiero.

Ojalá lo supiese.

—Veré cuáles son las opciones. —Intentó con todas sus fuerzas parecer convencido—. Todavía no nos han derrotado.

Técnicamente, era cierto.

Asintieron con la cabeza y parecieron reconfortados mientras Geary abandonaba el puente de mando, con Rione siguiendo sus pasos, en silencio.

El gris ceniza del espacio de salto parecía haberse adueñado de su alma. Geary se sentó en su camarote y se recostó en un asiento, recreando en su interior las imágenes de las naves muriendo.

—Ha sido un día bastante completo —dijo Rione con tono severo. Se había sentado cerca de él. En aquel momento tenía una cara distinta, como si después de aquello hubiese envejecido una década, o incluso dos—. Vamos, tienes que superarlo. Tenemos que prepararnos para lo que nos espera en Ixion.

—¿Ixion? —A Geary no le importó en absoluto echarse a reír en aquel momento—. ¿Qué se supone que debo hacer en Ixion?

—No lo sé, no soy el comandante de la flota, pero si no haces nada, tú tampoco lo serás durante mucho más tiempo.

—Si con eso te refieres al hecho de que la destrucción de la flota en este sistema parece inevitable…

—¡No! —Se llevó las manos al pecho—. Claro que no me refiero a eso. Estamos inmersos en graves problemas, pero yo no puedo ayudarte porque no sé cómo comandar una flota. Sin embargo tu preocupación no deberían ser solamente los síndicos —afirmó Rione—. Tu destino, tu posición, está unida a la suerte y al estado de esta flota, y ahora mismo está malherida, por lo que tú también lo estás. ¿Qué le sucede al ciervo herido, John Geary?

La visión que le traía a la mente no era nada agradable, pero aquellas palabras eran ciertas.

—Que se vuelve un objetivo atractivo para los lobos, que lo acecharán, lo atacarán y acabarán matándolo.

—Conoces a algunos de los lobos de esta flota, pero no a todos. Han fijado sus ojos en ti desde que llegaste, buscando tu punto débil, intentando ponerte la zancadilla. Pero tú seguiste cosechando victorias, teniendo razón, por lo que no pudieron conseguir suficientes seguidores. No obstante, ahora hay sangre en el agua, y en cuanto tengan una oportunidad, lo lanzarán sobre ti.

—Estás mezclando presas con depredadores metafóricos —dijo Geary con acritud.

—El resultado es el mismo, sea cual sea la naturaleza del depredador. Tus enemigos obrarán contra ti a la primera oportunidad que tengan después de llegar a Ixion, y a la vista de lo sucedido en Lakota, no obtendrás demasiado apoyo de los desilusionados y los asustados.

Consiguió recomponerse lo suficiente como para mirarla a la cara.

—Si pretendes inspirarme y animarme con este discursito, déjame que te diga que tus habilidades de motivación no están dando demasiado resultado.

Ella lo miró a los ojos.

—¿Crees que vas a ser el único blanco? Saben que soy tu aliada y tu amante. Tus oponentes, por lo menos algunos, saben que mi marido sigue vivo, capturado. Sí, estoy segura de que lo saben. Han estado guardándoselo para utilizarlo cuando más daño puedan hacerte, y lo utilizarán en Ixion, cuando tu amante esté expuesta, como una zorra oportunista sin honor, y tú tendrás que compartir la deshonra conmigo. Te verás obligado a defenderme, o a rechazarme y abandonarme. No todos los disparos que utilizarán para herirte irán dirigidos a tu persona.

No se le ocurrió nada que responder, y al final lo único que pudo decir fue:

—Lo siento.

—¿Y debería estar agradecida de que lo sientas? —Le espetó Rione. Luego se levantó, dio la vuelta y echó a caminar, enfadada—. No necesito que me defiendas. Fui yo quien decidió venir a ti. La deshonra es solo mía.

—Saldré en tu defensa.

—¡Ahórrate la caballerosidad! —Lo señaló con uno de sus dedos, iracunda—. ¡Defiende a tu flota! ¡Te necesita! Yo no puedo salvarla. Puedo decirle a todo hombre y a toda mujer de la tripulación cuánto te admiro y respeto. Puedo decirles lo honorable que es para la Alianza su servicio y su sacrificio. ¡Pero no puedo comandarlos! No sé cómo hacerlo. Y tampoco tus aliados. Sé que esperas que el capitán Duellos asuma el mando, pero estará en una posición mucho peor que la tuya, y acabará por caer.

La ira de Geary iba también en aumento.

—¿Es que soy indispensable? ¿Es lo que me estás diciendo? ¿Qué pasa, que soy el único que puede comandar la flota? ¡Desde el primer momento en que intercambiamos palabras, me has dicho que ni siquiera debería pasárseme por la cabeza pensar eso! Que si lo hago, estaría condenando la flota, a mí mismo, y a la Alianza. Y lo creas o no, Victoria Rione, escucho lo que me dices y lo tengo muy en consideración. Yo no soy Black Jack.

—Sí, sí que lo eres. —Rione se acercó y le cogió la cabeza entre las manos, para poder mirarlo directamente a los ojos—. Tú eres Black Jack, el mismo. No el mito, sino la persona que puede salvar a la flota y a la Alianza; la única que puede hacerlo. Durante mucho tiempo no lo creí así. No creí en el mito. Quizá no lo seas, pero tu leyenda te permite inspirar a los demás y ejercer de líder. Hasta ahora no te has aprovechado de ello. Y lo que es casi tan importante, has traído contigo conocimientos del pasado sobre cómo luchar, con los que has conseguido salvar la flota en muchas ocasiones y dejar a los síndicos malheridos. Y puedes volver a hacerlo, porque muchos creen que eres Black Jack, porque has hecho muchas cosas que solo él podría hacer.

—Yo no puedo…

—¡Debes hacerlo! —Dio un paso hacia atrás—. No nos entendemos. Hemos compartido cama, nuestras pieles han estado una sobre la otra, pero nuestras almas siguen separadas. Necesitas que te lo diga alguien a quien creas, alguien que pueda hablarte en términos que te resulten familiares como oficial de la flota.

La ira desapareció, y en su lugar apareció el hastío.

—Unas palabras no van a cambiar la situación, y no importa quién las pronuncie. —Las palabras no iban a mudar el estado de la flota, ni a mitigar las pérdidas, ni el daño sufrido en Lakota, ni tampoco iba a cambiar el tamaño de la fuerza síndica que los perseguía.

—Ya veremos.

Rione se marchó, y tan solo el mecanismo de cierre automático de la compuerta evitó que se fuese dando un portazo.

Algún tiempo después sonó la alarma de la escotilla, lo cual significaba que no era Rione que regresaba dispuesta a sermonearlo de nuevo, puesto que podría haber accedido sin más.

—Entre.

—¿Capitán Geary, señor? —La capitana Desjani se quedó en la entrada, evidenciando su incertidumbre ante la situación.

Geary se enderezó un poco sobre su asiento y se arregló ligeramente el uniforme.

—Disculpe, capitana Desjani. —Debía decir algo más—. ¿Qué la trae por aquí?

—¿Puedo… puedo sentarme, señor?

Nunca antes le había preguntado aquello. No era una visita de rutina. Bueno, debería haberlo sabido.

—Claro, relájese. —Pregúntale sobre la nave, estúpido—. ¿Cómo está el Intrépido?

Desjani tomó asiento pero, obviamente, no se relajó.

—Volvemos a tener operativas todas las lanzas infernales; tenemos solo para otra ráfaga de metralla parcial en los almacenes, y no nos quedan misiles espectro. Además, no habremos arreglado los daños sufridos en el casco para cuando lleguemos a Ixion, pero haremos lo suficiente como para poder luchar. —Hizo una pausa—. Hemos perdido diecisiete personas de servicio, y además tenemos veintiséis heridos, por lo que estarán de baja una temporada.

Diecisiete muertos. Se preguntó a cuántos de ellos podría haber reconocido. Seguramente a la mayoría.

—Estaré presente en los oficios. Avíseme cuando se celebren.

Los funerales no podrían realizarse hasta que llegasen a Ixion, puesto que los restos no podían consignarse en el espacio de salto.

—Por supuesto, señor. —Desjani apartó la mirada de Geary un momento, y luego habló con rapidez—: Señor, la copresidenta Rione me ha pedido que hable con usted. Dice que las pérdidas en Lakota le han afectado mucho y que podría hablarlo conmigo.

Perfecto. Como si quisiese que Desjani lo viese así de deprimido. ¿Por qué no dejaba Rione las cosas como estaban? O mejor dicho, ¿por qué no lo dejaba a él tranquilo con su depresión?

—Gracias, pero no creo que sea necesario.

Desjani volvió a mirarlo, recorriendo con velocidad su cara y su uniforme. Luego bajó la cabeza ligeramente.

—Señor, con todos los respetos, no es la impresión que da.

Podía haberse enfadado con ella, pero habría sido injusto, y seguramente demasiado problemático.

—Sí, tiene razón.

Desjani esperó sin decir nada, como asegurándose de que Geary había accedido a hablar con ella sobre el tema. Luego, de repente, tomó la palabra, nerviosa.

—Sé que ha sentido mucho las pérdidas, señor. Así es usted. Es una de las cosas que lo hacen un buen comandante. Pero también es de los que entiende la necesidad de seguir luchando. Lo he visto muchas veces. En realidad no necesita que ni yo ni otros se lo digan. Lo superará, encontrará un modo de actuar, y machacaremos a los síndicos de nuevo.

Tenía que decirlo.

—No lo hemos hecho esta vez.

Desjani frunció el ceño y sacudió la cabeza.

—Eso no es verdad, señor. Querían atraparnos y destruirnos, y no lo han conseguido. Queríamos salir de Lakota, y lo hemos hecho.

Aquellas palabras hicieron que Geary frunciese también el ceño. Tenía razón. Visto de ese modo, los síndicos habían salido derrotados, y la flota de la Alianza, al sobrevivir y escapar, había salido airosa. No obstante…

—Gracias, pero… Tanya, hemos perdido muchas naves. Un crucero de batalla, cuatro acorazados…

—Lo sé, señor —lo interrumpió mientras hablaba—. Ojalá la victoria hubiese sido como las otras, casi sin pérdidas, pero no todos los combates pueden ser así, señor, sobre todo cuando nos enfrentamos a una situación como esta.

No debería necesitar que se lo dijese. Geary dejó que, por un momento, sus verdaderos sentimientos, el dolor y la angustia, aflorasen, y vio la reacción de Desjani.

—Confiaron en mí para llevarlos a casa, y ahora nunca llegarán.

—Señor. —Desjani se inclinó hacia adelante. Su cara brillaba con la misma intensidad que sus sentimientos—. No todos pueden volver de las batallas. Es algo que todos aprendimos hace tiempo. Muchos de nosotros perdimos amigos y camaradas en combate, igual que nuestros padres y madres, y sus padres y madres antes que ellos. Pero usted fue enviado para salvarnos. Lo sé, igual que la mayoría de los oficiales y las tripulaciones de esta flota. Las estrellas del firmamento le han asignado la misión de llevarnos a casa, y de salvar la Alianza, y eso significa que no puede fallar. Todos somos conscientes de ello. Pronto lo recordará, y hallará el modo de seguir adelante.

Aquellas creencias casi lo aterrorizaban, puesto que sabía lo falible que era, y no creía en absoluto que alguien como él estuviese cumpliendo una misión de un poder superior.

—Soy tan humano como tú, Tanya.

—¡Claro que lo es! ¡Las mismas estrellas del firmamento y nuestros antepasados lo fueron! ¡Es algo que todo el mundo sabe!

—Esta flota no me necesita, y la Alianza tampoco. Yo no…

—¡No es cierto señor! ¡Sí que lo necesitamos! —Desjani hablaba casi suplicando—. No sé lo que haría… lo que haría la flota si no estuviese aquí, ni qué sería de la Alianza sin usted. Volvió a nosotros en ese preciso instante por algo, porque si no hubiese estado en el sistema nativo síndico, esta flota habría sido totalmente destruida, y la Alianza estaría perdida. Lo seguimos porque creímos en usted, y nos ha demostrado una y otra vez, tanto por sus actos como por sus palabras, que es digno de nuestra confianza.

Geary iba a abrir la boca de nuevo para poner objeciones, pero entonces lo entendió, como si sus antepasados se lo susurrasen al oído. Le había fallado a las tripulaciones de las naves perdidas en Lakota. Era algo terrible. Pero sería todavía peor fallarle también a las tripulaciones de las naves supervivientes, echar por tierra la fe y las creencias que había depositado en él, cuando era precisamente eso lo que hacía que siguiesen adelante. Contaban con él, era consciente de ello, del mismo modo que las tripulaciones de la Audaz, la Atrevida y la Infatigable eran conscientes de que el resto de la flota contaba con ellas. Debía superarlo, y tanto Desjani como Rione tenían razón en que debía ser él.

La fe que los demás depositaban en él lo convertía en el único con posibilidades reales de mantener la flota unida, aunque evitar que la destruyesen fuese una tarea más que complicada. Pero tenía que hacerlo, y eso implicaba averiguar cuál era la mejor opción para continuar.

Se enderezó ligeramente en su asiento, asintió con la cabeza, y respondió con tono firme.

—Tengo una responsabilidad. —Me guste o no, y la verdad es que no me gusta nada de nada—. Gracias por recordármelo.

Ella se reclinó ligeramente, y sonrió, liberada.

—No me necesitaba, señor.

—Sí, está claro que sí. —Comenzó a forzar una sonrisa en su boca, pero al final acabó saliendo sola—. Gracias. Me alegro mucho de estar en su nave.

Desjani le respondió con una sonrisa, luego tragó saliva y pareció algo desconcertada. Luego se levantó de repente.

—Gracias, señor. Debo volver al puente de mando.

—Claro. Si ve a la copresidenta Rione, dígale que estoy bien.

—Así lo haré, señor.

Se despidió con un saludo militar y salió de la estancia sin dilación.

Geary permaneció sentado durante un buen rato, reflexionando. Luego se acercó al panel de control del visor. Un instante después apareció la imagen del sistema estelar Ixion, con la flota de la Alianza desordenada, tal y como había entrado en el punto de salto de Lakota, y tal y como saldría por el de Ixion. Tiene que ocurrírseme algo, pero ¿qué?

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