Osada

Osada


Capítulo 2

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Capítulo 2

Las baterías de lanzas infernales dispararon sus puntas con carga de partículas contra la base militar síndica y el astillero menor que habían orbitado las afueras del gigante gaseoso del sistema Baldur durante siglos. La mayoría de las instalaciones parecían estar abandonadas, probablemente desde hacía décadas, y tampoco parecían quedar demasiados conserjes para controlar las pocas que se mantenían operativas. En aquellos momentos el personal síndico viajaba hacia el interior del sistema en cápsulas de escape, mientras, tras ellos, tanto las zonas activas como las inactivas de la base y del astillero eran destrozadas por el fuego de las lanzas infernales disparadas a quemarropa.

Geary había decidido distribuir, entre la flota, la diversión de destruir las instalaciones síndicas según avanzaban hacia la zona minera. Esta vez, le había permitido a la Octava División de Acorazados hacer los honores. La Incansable, la Represalia, la Soberbia y la Espléndida marcharon sobre la base síndica, mientras su fuerza destructiva destrozaba el equipamiento, las reservas de suministros y otras zonas, además del astillero, que les podría haber sido útil alguna que otra vez a aquellas obsoletas corbetas.

El siguiente objetivo era la instalación minera, que necesitaban capturar intacta. Dada la aparente e incesante voluntad de los humanos de construir y preservar cosas, a Geary le costaba comprender la ironía de que durante las guerras fuese siempre bastante más fácil destruir que intentar conseguir algo de una pieza.

—¿Se divierte?

Geary miró por encima de la pantalla que mostraba los acorazados destrozando las instalaciones síndicas y vio que Victoria Rione había entrado en su camarote sin decir nada. Podía hacerlo puesto que él mismo había cambiado la configuración de seguridad para permitírselo, lo cual constituía uno de los legados de los días en que compartieron cama. Había pensado en volver a cambiar la configuración, dada la distancia que ahora lo separaba de Rione, pero había evitado dar ese paso.

Se encogió de hombros en respuesta a su pregunta.

—Es necesario.

Rione le dirigió una mirada enigmática y se sentó enfrente, manteniendo la distancia que había marcado con Geary desde Ilión.

—La necesidad es una cuestión de decisiones, John Geary. No existe una línea clara que separe lo que debemos y lo que decidimos hacer.

Geary pensó que, de algún modo, se estaba refiriendo a algo implícito. Ojalá pudiese adivinar a qué.

—Soy consciente de ello.

—Sé que suele serlo —reconoció Rione, en un gesto poco habitual por su parte. Luego lo miró durante un momento antes de volver a hablar—. Suele. Los oficiales al mando de las naves de la República Callas y de la Federación Rift me han informado sobre la última reunión de la flota.

Geary reprimió un destello de irritación.

—No tiene que recordarme que esas naves seguirán sus recomendaciones por ser la copresidenta de la República Callas.

—No —respondió tajantemente Rione—. No creo que a Black Jack le guste que cuestionen su autoridad. Entiendo que se haya enfrentado a algo más que eso y que haya respondido con severidad.

—¡Tengo que mantener el control de esta flota, señora copresidenta! Podía haber reaccionado de un modo mucho más firme, y lo sabe.

En vez de responder ante su enfado, Rione hizo una mueca y se recostó.

—Podía, sí. Lo importante no es que yo lo sepa, sino que lo sepa usted. Está pensando en lo que podría haber hecho, en cómo podría haberse librado, como Black Jack, ¿no es así?

Geary vaciló. No quería admitirlo, pero Rione era la única persona con la que podía sincerarse al respecto.

—Sí, se me ocurren esas cosas.

—¿No suelen, no?

—No.

—¿Durante cuánto tiempo podrá aplacarlas, John Geary? Black Jack puede hacer lo que quiera porque es una leyenda viva, porque ha salido victorioso de batallas tremendas al mando de esta flota.

Geary la fulminó con la mirada.

—Si no salgo victorioso, esta flota desaparecerá.

Ella asintió.

—Y si lo hace, su leyenda se hará más grande, al igual que su poder. Con cada victoria la cosa se vuelve más peligrosa, porque también se vuelve más fácil para Black Jack. No tendría que convencer a nadie para que haga lo que dice, le bastaría con ordenar y castigar a quien no esté de acuerdo. No tendría que preocuparse por el honor o las normas. Podría hacer las cosas a su manera.

Geary se recostó también, mientras cerraba los ojos.

—¿Qué sugiere, señora copresidenta?

—No lo sé. Ojalá lo supiese. Temo por usted. No tenemos tanto control sobre nosotros mismos como nos gustaría pensar.

Geary abrió los ojos de repente y la observó, sorprendido por aquella muestra de debilidad. Rione miraba en otra dirección, con aspecto lóbrego. Después de un instante se recompuso como un acorazado que refuerza sus defensas y le devolvió la mirada a Geary, con una expresión dura.

—¿Qué sucederá si las instalaciones militares no tienen los materiales que la flota necesita?

Geary realizó un gesto fruto de la exasperación.

—Atacaremos otra. Necesitamos esos materiales. Odio moverme tan lentamente dentro de un sistema enemigo, pero no podemos entrar en el punto de salto sin reabastecer a las auxiliares. Incluso aunque distribuyésemos las células que hemos producido hasta ahora, la media de la flota estaría al setenta por ciento de sus reservas de combustible, y eso es demasiado poco para una flota que se enfrenta a un largo camino hasta casa.

—¿Es lo único que le preocupa?

—¿Quiere decir si me preocupa algo además de usted? —preguntó Geary con brusquedad.

Ella lo miró fijamente.

—Sí.

Habría tenido más suerte interrogando prisioneros síndicos que intentando sonsacarle algo a Victoria Rione. Por alguna razón, Geary sintió como se dibujaba una sonrisa irónica en su boca.

—Efectivamente, hay algo más.

Geary dirigió su mirada hacia el visor que estaba estudiando antes de que ella llegase.

—¿Qué? —Victoria Rione se puso de pie, caminó hasta situarse detrás de él y se inclinó levemente para poder ver la pantalla. Sus cabezas estaban a escasa distancia, y ella sintió su fragancia, que le traía a la mente recuerdos de sí misma entre sus brazos. A Geary no era una distracción que le agradase demasiado, teniendo en cuenta que ella había evitado el contacto físico durante semanas sin aclararle la razón. No es que su cuerpo le perteneciese, pero Rione le debía una explicación. Tampoco es que se hubieran hecho ninguna promesa, por lo que nadie la había roto. No obstante, él lo sentía de ese modo.

Geary frunció el ceño, enfadado tanto con ella como consigo mismo.

—Me preocupa el estado de las naves.

Ella lo miró fijamente.

—Está disgustado por las pérdidas —dijo con total naturalidad.

Ella, al igual que Desjani y algunos otros, sabía el modo en el que Geary se había acostumbrado a la pérdida de naves y de tripulación. Un siglo antes, la pérdida de una sola nave suponía una tragedia, pero en los baños de sangre en los que se habían convertido los combates desde aquella, perder una nave era fácil. Tan solo era otro nombre que revivir cuando otro navío que la reemplazase entrase en servicio. Sin embargo, los sentimientos de Geary seguían donde habían estado con aquella gente cien años antes, para él hacía solo unos meses, gracias a la hibernación que lo había mantenido intacto durante todo ese tiempo.

—Claro que estoy disgustado por las bajas —afirmó Geary secamente, intentando controlar su carácter.

—Y eso juega en su favor —dijo Rione, mirando la lista de naves—. Todavía temo el día en que Black Jack se acostumbre a esas pérdidas.

—No es Black Jack quien está al mando de esta flota. Todavía soy yo. —Geary la miró directamente, inquieto porque volviese a sacar ese tema—. Black Jack no me controla. Aunque no niego que me tiente. Sería mucho más fácil creer que soy esa especie de héroe mítico cuyas acciones justifican las estrellas del firmamento y la bendición de nuestros antepasados, pero eso no tiene sentido, y soy consciente de ello.

—Bien. Entonces sabrá también que habríamos tenido muchas más pérdidas si el que estuviese al mando fuese otro. ¿Necesita que se lo diga? No he puesto en duda sus dotes de comandante desde Sancere.

No se había dado cuenta, pero era verdad.

—Gracias. Espero que valga de algo.

—Debería, John Geary.

Él sacudió la cabeza.

—¿Porque podría haber sido peor? Perfecto. Puedo entenderlo si me paro a pensarlo, pero no lo siento así. No obstante, eso no es lo importante. No podemos seguir con tantas pérdidas. —Geary señaló los informes de las naves y su estado—. Observe. Los cruceros de batalla que sobrevivieron a la emboscada síndica en su sistema natal han sido reorganizados en seis divisiones. Normalmente, una división tiene seis naves. Estas divisiones, para ser mínimamente sólidas, están formadas por cuatro naves, y la Séptima División solo cuenta con tres. A la emboscada sobrevivieron veintitrés naves. De entre estas, sufrimos la pérdida de la Resistente cuando salíamos del sistema natal síndico.

Geary tuvo que hacer una pausa. «Perdida». Una simple palabra. El epitafio de una nave, su tripulación y su oficial al mando, un hombre mayor que Geary, que había sido su resobrino. Tragó saliva, a sabiendas de que Rione estaba mirándolo, y continuó:

—Perdimos a la Polaris y a la Vanguardia en Vidha, y después a la Invencible y a la Terrible en Ilión. Cinco menos de un total de veintitrés, y todavía nos queda un largo camino hasta llegar a casa. Y eso sin contar el daño que han sufrido las naves de la Segunda División de Cruceros de Batalla de Tulev, algunas de las cuales todavía no han sido reparadas.

Rione asintió.

—Entiendo su preocupación, sobre todo en lo que se refiere al Intrépido. Llevar la llave hipernética, en poder de dicha nave, de vuelta al espacio de la Alianza es de vital importancia. —Realizó una pausa—: ¿Cuánta gente de esta flota sabe que el Intrépido transporta la llave?

—No lo sé. Seguramente demasiada.

Un supuesto traidor les había dado la llave, un medio con el que la flota de la Alianza podría lanzar un ataque sorpresa sobre el sistema natal síndico y les haría ganar la guerra de una vez por todas. Un cebo difícil de resistir para los siempre agresivos líderes de la flota de la Alianza. Los síndicos sabían que lo morderían y esperaron emboscados cuando la flota de la Alianza llegó. «Desastre» era una palabra demasiado suave para lo que había sucedido, pero por lo menos gran parte de la flota había escapado y conseguido sobrevivir hasta ese momento, y los síndicos tenían que estar aterrorizados al saber que su llave hipernética permanecía en poder de una de las naves de la Alianza.

—Me pregunto por qué los síndicos mataron a todos los oficiales de alto rango de esta flota que fueron a negociar. Habría tenido más sentido mantener a alguno vivo para interrogarlo.

—Puede que lo hayan hecho —apuntó Rione—. El vídeo puede estar trucado. No tengo dudas de que la mayoría de los oficiales que vimos asesinar murieron realmente, por eso quedó como el oficial de mayor rango de la flota. Sin embargo, no me sorprendería descubrir que, al menos, uno o dos de los que supuestamente han muerto están vivos precisamente para eso.

Eso significaría que los síndicos podrían saber que el Intrépido llevaba la llave y que tenía que ser destruida costase lo que costase.

—La cosa no hace más que mejorar —dijo Geary entre dientes con tono sarcástico.

—¿Perdón?

—Nada. Hablaba para mí.

Rione lo miró visiblemente molesta.

—Se supone que estamos hablando. La pérdida de cruceros de batalla es algo preocupante y trágico. No obstante, casi no hemos perdido acorazados.

—Exacto, casi. —Geary miró los nombres—. A la Triunfante en Vidha, y a la Arrogante en Kaliban.

Técnicamente, esta última había sido una de las tres naves de reconocimiento de la flota, algo a medio camino entre un crucero pesado y un acorazado, y le había costado dejar de verlos como cruceros. Geary se preguntaba qué extraño impulso burocrático había propiciado aquel diseño, que lo hacía demasiado pequeño para actuar como un acorazado, pero también demasiado grande para ser un crucero pesado.

—Y la Guerrera, la Orión y la Majestuosa están hechas un desastre. Recuperarlas para que puedan volver a luchar nos va a llevar un buen rato. Y eso si somos capaces. Requieren reparaciones muy importantes en el astillero.

Ni siquiera mencionó que uno de los astilleros de más importancia, más cercano, y que pudiese realizar dicha tarea estaba en el espacio de la Alianza. La flota necesitaba a todas y cada una de las naves para llegar a casa a salvo. Lamentablemente, lo más probable es que no pudiesen poner a punto las más dañadas precisamente hasta estar en casa.

Rione volvió a asentir.

—Por lo que sé, en Vidha, le hicieron casi tanto daño a la Guerrera como a la Invencible. ¿No sería más prudente abandonarla o destruirla como hizo con la última?

Era evidente que los espías que Rione tenía en la flota la habían mantenido al tanto de todo. Geary hizo una mueca.

—La Guerrera no sufrió el daño en el sistema de propulsión que sufrió la Invencible, por lo que puede seguir con la flota. No la abandonaré tan a la ligera. No puedo explicar la razón, pero duele mucho más abandonar una nave que perderla en combate. Además, he estado atento al progreso de su reparación, sus tripulantes se están dejando la piel para tenerla en perfectas condiciones. Ahora mismo, si las cosas empeoran, consideraría la opción de canibalizar a la Majestuosa para reparar con ella la Guerrera y la Orión. La reparación de esta última progresa adecuadamente, pero no se puede decir lo mismo de la Majestuosa. Tendré que mandar a las tres naves con las auxiliares, y no creo que les enorgullezca precisamente.

—Tampoco es que les quede demasiado orgullo —dijo Rione con dureza, en un tono tranquilo—; escapar de la flota, abandonar a sus compañeros en Vidha…

—Lo sé —la interrumpió Geary con voz dura, fruto del enfado—. ¡Pero no puedo hacerlo sin más! No solo tengo que reconstruir las naves, sino también sus tripulaciones, y eso implica que confíen en sí mismos, y por lo tanto su orgullo cuenta.

Rione se quedó en silencio, sonrojada.

—Lo siento.

—Me lo merezco —afirmó Rione bruscamente, evidenciando que se sentía enojada sobre todo consigo misma—. Soy política. Debería entender la importancia de las creencias de la gente. —Suspiró profundamente para tranquilizarse—. No soy ajena al dolor que se siente ante la pérdida de naves tan importantes como los cruceros de batalla, o cualquier nave, pero debería tranquilizarle el hecho de que no pierde tantos acorazados.

Geary negó con la cabeza.

—No. Si sigo perdiendo cruceros de batalla, perderemos también más acorazados.

Rione pareció no entenderlo.

—¿Por qué?

—Porque los cruceros de batalla cumplen tareas puntuales —comenzó a explicar Geary—, tienen la potencia de artillería de los acorazados, pero además pueden acelerar, maniobrar y decelerar como cruceros pesados. No poseen los escudos ni las defensas de los acorazados porque, a cambio, son más rápidos. Eso los hace muy útiles en determinadas situaciones que requieren velocidad y potencia de artillería. No obstante, si pierdo muchos cruceros de batalla, tendré que usar los acorazados para esas tareas, y son demasiado lentos. Los alcanzarán los cruceros de batalla síndicos, y aunque un acorazado supera a un crucero de batalla, no puede aguantar ante cuatro o más oponentes más ligeros. También puedo usar cruceros pesados y sufrir todavía más bajas hasta que al final tenga que recurrir a los acorazados de todos modos.

Rione terminó por fruncir el ceño al entenderlo.

—Así que tendremos cada vez más pérdidas si nos vemos obligados a usar naves en tareas para las que no han sido diseñadas.

—Exacto. —Geary señaló la pantalla—. Y si las naves más potentes, los acorazados y los cruceros de combate, se mantienen en retaguardia, los cruceros y los destructores serán reducidos a escombros. Todo está relacionado. No dispongo de repuestos para las unidades perdidas, por lo que debo evitar gastar lo que tengo.

Observó los nombres de las naves con la imagen de los restos de la Terrible, empotrada en un crucero de batalla síndico en Ilión, alojada en su retina. O mejor incluso, la imagen del haz de luz que fue todo lo que quedó de las dos naves después de que chocasen a una velocidad más que decente. No solo la nave desapareció en un instante, también toda su tripulación.

—Que los ancestros me ayuden —murmuró.

Geary sintió la mano de Rione en su hombro durante bastante tiempo, un gesto que le proporcionaba la tranquilidad de un apoyo firme. Luego desapareció de nuevo.

—Lo siento.

—Victoria…

—No. —Se levantó bruscamente, apartando la mirada—. Victoria no está aquí. Es la copresidenta Rione la que le ofrece sus condolencias y su apoyo. Lo siento, capitán Geary.

Rione salió de la habitación a toda prisa, antes de que él pudiese decir nada.

—¿Qué tenemos? —preguntó Geary mientras miraba la sala de interrogatorios a través del cristal unidireccional. Allí estaba sentado el capitán de la nave mercante síndica que había destruido al llegar a Baldur. El hombre estaba sudando a pesar de la temperatura más bien fresca del compartimento. Los informes y las pantallas del lugar revelaban todo lo revelable sobre el estado físico del síndico y sus patrones cerebrales. Si mentía, lo sabrían al ver los escáneres mentales, y el mero hecho de enfrentar a alguien en esa situación solía dar resultado.

El oficial de Inteligencia, el teniente Íger, puso mala cara.

—No demasiado. Los síndicos no le dan demasiados detalles a la población civil sobre operaciones militares o pérdidas.

—¿Algo parecido a lo que hace la Alianza? —sugirió fríamente Geary.

—Bueno, sí, señor —admitió el teniente—, pero es incluso peor que eso. De hecho, los síndicos no permiten libertad de prensa ni discusiones abiertas, por lo que a los civiles les resulta difícil saber qué es lo que pasa realmente. Prácticamente toda la tripulación nos ha dicho lo mismo, es decir, lo que les han inculcado mediante la propaganda síndica. La victoria está cerca, casi no ha habido bajas, y esta flota ha sido totalmente destruida.

—Por lo menos saben que eso último no es verdad —comentó Geary—. ¿De dónde procedía su nave?

—De Tikana, otro sistema ignorado por la hipernet. Su nave se dedicaba a comerciar en los márgenes, trabajando para una empresa que vivía de lo poco que las grandes corporaciones ignoran.

—No es demasiado. ¿Alguna noticia reciente o alguna observación?

—No, señor. —El teniente señaló hacia la figura del capitán del mercante síndico—. Está aterrorizado, pero no parece que pueda decirnos nada más.

—Supongo que no ha escuchado ningún rumor sobre esta flota.

—No, señor —repitió el oficial de Inteligencia—. Sus negaciones al respecto son veraces. Cuando le hemos mencionado nombres de sistemas en los que hemos estado, como Corvus o Sancere, los reconoció, pero nada más.

Durante un momento Geary reflexionó sobre si debería hablar con el síndico. Finalmente decidió que sí.

—Voy a entrar. ¿Cómo se llama?

—Reynad Ybarra, señor. Es oriundo de Meddak.

—Gracias.

Geary atravesó las tres escotillas que llevaban al compartimento de interrogatorios. Dentro vio al mercante observándolo. Parecía demasiado asustado como para moverse, e incluso aunque decidiese realizar un ataque suicida, habría dado igual. Las dotaciones de la sala tenían suficientes armas paralizantes apuntando al prisionero como para dejarlo fuera de combate antes de que diese siquiera un paso hacia Geary.

—Saludos en nombre de la Alianza, capitán Ybarra —dijo Geary con educación.

El síndico no se movió ni dijo nada. Tan solo miraba, nervioso, al otro hombre.

—¿Cómo va la guerra? —preguntó Geary.

El síndico se mantuvo en silencio durante un rato y, a continuación, comenzó a recitar algo que obviamente había escuchado tantas veces que se lo sabía de memoria.

—Las fuerzas de los Mundos Síndicos avanzan de victoria en victoria. Nuestro triunfo sobre los agresores de la Alianza está asegurado.

Geary se sentó frente al hombre.

—¿Nunca se pregunta por qué no han ganado ya la guerra si sus fuerzas han avanzado de victoria en victoria durante un siglo?

El síndico tragó saliva, pero no dijo nada.

—La Alianza no es el agresor. Lo sé porque estuve allí. —Los ojos del síndico se abrieron de par en par fruto de una incredulidad teñida de miedo—. Supongo que le habrán dicho que soy el capitán John Geary. —El hombre sintió crecer su miedo—. ¿Quiere que la guerra termine?

Sintió más miedo. No era un tema que le agradase. No había duda, incluso el hecho de hablar sobre ese tema podría usarse para acusar a un síndico de traición.

¿Qué podía hacer para que el síndico le dijese algo? Geary recurrió a una vieja estrategia.

—¿Tiene todavía familia en Meddak?

Al final sirvió de algo.

—Solo a mis padres. Mi hermana murió en el bombardeo de Ikoni. —El síndico hizo una pausa, afectado—. Mi hermano murió hace cinco años cuando su nave fue destruida en combate.

Geary hizo una mueca. Había perdido a un hermano y a una hermana, una circunstancia demasiado frecuente en una guerra caracterizada por batallas sangrientas y bombardeos a civiles.

—Lo siento. Ojalá descansen en los brazos de sus antepasados. —El síndico miró a Geary extrañado de aquella muestra de simpatía—. Le voy a decir algo, y después seguramente les dejemos marcharse. No voy a darle la lata intentando convencerlo de que lo que han dicho sus líderes es mentira, porque debería deducirlo por el mero hecho de estar en una nave que supuestamente había sido destruida. No, lo que quiero es que se dé cuenta de que nosotros también queremos que esta guerra termine. Ha habido demasiadas muertes, que además no han servido para nada. En lo que respecta a la flota a mi cargo, su hogar está a salvo. Vuelva a cualquier sistema en el que ya hayamos estado desde que abandonamos el sistema natal síndico y verá que solo hemos destruido instalaciones militares o relacionadas. La Alianza seguirá luchando tanto como sea necesario para garantizar la seguridad de los suyos, pero lo hará con honor. Puede contárselo a quien quiera.

Geary se levantó y abandonó el compartimento ante la atenta mirada del síndico. Una vez en la sala de observación, vio al teniente hojeando los informes.

—¿Algo digno de mención?

—No le cree —observó el oficial.

—Tampoco esperaba que lo hiciese. ¿Estima que podemos conseguir algo útil?

—No, señor.

—Entonces devuélvalos a su cápsula de escape y envíelos a un lugar seguro.

—Sí, señor. —El teniente Íger titubeó durante un instante—. Capitán Geary, el personal que atendió la cápsula ha informado de que sufre varios fallos importantes en el sistema debido al uso de materiales baratos y a lo que parecen ser controles de mala calidad.

—¿Lo ha comprobado? —preguntó Geary impresionado.

—Sí, señor. La nave pertenece a la gama más económica, e incluso su estado físico nos ofrece información sobre la situación de la economía síndica en general.

Geary asintió.

—No recuerdo que las cápsulas de escape síndicas que hemos capturado hasta el momento tuviesen esos problemas.

—No —concordó el teniente—. Los militares tienen preferencia y prioridad en todo. Solo los líderes gozan de una prioridad mayor a la hora de equiparse.

—Supongo que no me sorprende. ¿Podemos arreglar los sistemas defectuosos de la cápsula de escape del mercante?

—Sí, señor, eso creo.

—Entonces quiero que hagan eso antes de lanzarla —ordenó Geary—. Que sepan que están a salvo gracias a nosotros.

El oficial de Inteligencia respondió con un saludo militar, mostrando su habilidad a la hora de usar los gestos de respeto que Geary había reintroducido en la flota.

—Por supuesto, señor. Pero esa tripulación mercante no es más que una gota en el océano síndico, por lo que aunque nos estuviesen agradecidos, no nos ayudaría.

—Quizá no. —Geary se volvió para irse, pero entonces se paró y miró atrás—. No obstante, suficientes gotas pueden formar una ola. Quizá con tiempo podamos minar algo el liderazgo síndico. Además, a veces a nuestros antepasados les gusta vernos hacer cosas sin esperar nada a cambio, ¿no le parece?

Geary estaba sentado de nuevo en el puente de mando del Intrépido, observando las imágenes de las instalaciones síndicas según la flota avanzaba a una velocidad de cero con cero dos c. Habían tenido que reducir para asegurarse de que los transbordadores fuesen capaces de aminorar para poder frenar sin sobrepasar los objetivos del asalto. Al lado de la imagen del complejo, en una ventana virtual, apareció la coronel Carabali, con expresión grave.

—La fuerza de desembarco está ya embarcada y lista, señor.

—Gracias, coronel. —Geary miró de arriba abajo a Carabali—. ¿Quiere ir con ellos?

Carabali dudó, claramente sorprendida por la oferta.

—Debo permanecer en una nave coordinando el combate desde el centro de control de la fuerza de desembarco, capitán Geary.

Extraño, pensó Geary. Para los oficiales de la flota, subir de rango no tenía demasiado peso a la hora de cambiar el riesgo al que se exponían durante un combate. En una situación como esa, incluso el almirante de mayor rango correría el mismo riesgo de ser alcanzado que el tripulante de menor categoría, puesto que compartían nave. Para los infantes de marina era distinto. Cuando la fuerza de desembarco entraba en combate, los comandantes de más rango tenían que tener la disciplina suficiente para no llegar al combate físico y así poder supervisar la batalla. Era extraño pensar que, en el caso de las batallas de los marines, evitar entrar en el combate requería una mayor disciplina y, de algún modo, más coraje del que se necesitaría para acompañar la fuerza de choque. Enfrentarse a la muerte podía ser más fácil que ver que tus tropas mueren mientras flotas sobre ellas.

No obstante, todo lo que dijo fue:

—Muy bien, coronel. ¿Arengo a las tropas antes de entrar en combate?

Carabali dudó de nuevo, pero esta vez por otra razón.

—Ya van a salir, señor. Una distracción en este momento no sería prudente.

Geary estuvo a punto de echarse a reír. Una distracción. Ojalá fuese eso lo peor que podía provocar.

—Muy bien, coronel. Si necesita algo, hágamelo saber de inmediato. Si no, la dejaré en paz para que pueda dirigir la batalla.

—Gracias, señor. —Carabali respondió con una sonrisa.

Se despidió con un estricto saludo militar. Los infantes de marina nunca habían abandonado esa costumbre, al contrario que el resto de la flota, por lo que no habían tenido que volver a aprenderla.

—Le avisaré en cuanto tengamos las instalaciones en nuestro poder, capitán Geary.

La imagen de la coronel se desvaneció, y Geary se recostó en su silla de comandante con una sensación de desamparo. Esos momentos le hacían sentirse así. Las naves habían fijado su velocidad y su rumbo. Los cuerpos de infantería estaban preparados para el asalto, y todo lo que podía hacer era observar lo que sucedía y ver si todo iba bien. Al mando de una flota, e incluso así estoy atado a las leyes del tiempo y del espacio. En mi época conocí a algunos comandantes que pensaron que su rango les permitía ignorar esos detalles, pero supongo que murieron al principio de la guerra. Mientras tanto, yo permanecía en hibernación y la Alianza me convertía en un héroe mítico. Me pregunto cuál de los dos ha tenido más suerte.

—No se ha detectado nada abandonando las instalaciones —comentó la capitana Desjani.

Geary dirigió su atención de nuevo al visor y asintió.

—Ni una cápsula de escape. Incluso ese viejo remolcador sigue en su sitio. Sea quien sea que está allí, se ha quedado en vez de huir.

—Seguramente tienen miedo de que destruyamos a cualquiera que lo intente —dijo Desjani de modo que Geary pudo deducir que esas prácticas habían sido comunes antes de que él asumiese el mando.

Se abstuvo de preguntar qué honor había en disparar contra cápsulas de escape indefensas. Unas prácticas que Geary encontraba horrendas se habían hecho comunes después de un siglo de guerra. Los síndicos habían cometido atrocidades cada vez peores, y la Alianza había respondido del mismo modo. Después de mucho tiempo, los descendientes de aquellos oficiales y tripulantes que Geary había conocido habían olvidado muchas cosas, hasta que el reverenciado Black Jack Geary trajo al presente valores en los que se había creído en el pasado. Desjani había sido de las primeras en darse cuenta de lo que se había perdido intentando ponerse a la altura de la falta de humanidad de los síndicos, por lo que no tenía sentido comentárselo. Por lo tanto, Geary asintió de nuevo.

—O quizá se hayan dado cuenta, al vernos decelerar, de que vamos a tomar las instalaciones en lugar de destruirlas. No obstante, no pueden pretender siquiera repeler nuestro ataque.

—No —asintió Desjani—, pero pueden causar bajas. Podrían retrasarnos. Los líderes síndicos estarían encantados de intercambiar a los trabajadores de una mina a cambio.

—Sí. —Había visto evidencias de esa actitud en casi todos los sistemas por los que habían pasado. Los síndicos habían arriesgado mundos enteros solo para tener la oportunidad de hacer daño a la Alianza.

Volvió a estudiar el complejo.

—Usan rieles maglev para transportar el mineral, los rieles de levitación magnética.

Desjani asintió.

—Eliminarlos a distancia podría poner en peligro las reservas.

—¿Qué posibilidades hay de que los síndicos puedan utilizarlos como armas?

La oficial de encogió de hombros.

—Podrían intentarlo, pero los veríamos elevar las vías para convertir los rieles maglev en armas con las que apuntar a nuestras naves o a los transbordadores.

Geary volvió a asentir, mientras comprobaba que las dos naves de reconocimiento, la Ejemplar y la Aguerrida, estaban frenando a fin de colocarse sobre la instalación minera, maniobrando de forma precisa, de modo que pudiesen disparar con exactitud desde corta distancia con las lanzas infernales. En teoría, un proyectil cinético de pequeño tamaño podía apuntarse con facilidad desde larga distancia para destruir un objetivo pequeño situado en una órbita fija, pero Gary quería conservar las reservas de lo que los infantes de marina llamaban «rocas». Además, se mantenía fiel a las viejas teorías que afirmaban que cuanto más cerca estuvieses del objetivo, más alta sería la probabilidad de acertar. Y tampoco tenía mucho sentido usar demasiada munición, por lo que las lanzas infernales serían suficiente.

Había aprendido que la nueva teoría, fruto de un siglo de guerra, se fundamentaba en usar grandes cantidades de proyectiles cinéticos y así destruir no solo el objetivo, sino gran parte de lo que hubiese alrededor, que, después de todo, pertenecía también al enemigo, aunque incluyese colegios, hospitales o casas. Geary no tenía la menor intención de sucumbir a tal lógica.

En aquel momento las naves de reconocimiento no estaban disparando, puesto que no había ningún objetivo. Sin embargo, estaban situadas encima, a corta distancia, para cuando los cuerpos de infantería aterrizasen.

—Ejecutando lanzamiento de la fuerza de desembarco —anunció un consultor.

Una docena de transbordadores se separaron de sus naves, y trazaron un arco descendente en dirección a la instalación minera.

—¿Por qué solo una docena? —preguntó la copresidenta Rione desde su sitio, situado detrás de Geary—. No parece propio de la coronel Carabali desaprovechar toda la fuerza posible.

¿Pretendía Rione que lo que acababa de decir sonase como que Geary había limitado las fuerzas que podía usar Carabali? Se giró para mirar a la copresidenta.

—Es una instalación pequeña, señora copresidenta. No hay suficiente espacio como para aterrizar y emplear más efectivos.

Al girarse para volver a su postura inicial, vio a la capitana Desjani con el ceño fruncido, aparentemente molesta por la pregunta de Rione. No obstante, al hablar utilizó un tono neutro.

—Se ha detectado movimiento cerca de los rieles maglev.

Geary se volvió rápidamente y observó los rieles de levitación magnética que empleaban para transportar el mineral, los contenedores y otros materiales a lo largo del complejo. Sus sensores ópticos y los de amplio espectro eran suficientemente precisos como para rastrear objetos de pequeño tamaño al otro lado del sistema estelar. Tan cerca del objetivo, si lo deseasen, podrían contar con facilidad cuántos granos formaban la arena. Por lo tanto, algo del tamaño de un humano era un blanco excepcionalmente fácil.

No había duda, se había formado un grupo alrededor de uno de los rieles, que elevaba uno de sus extremos en dirección a la Aguerrida y a la Ejemplar, que se encontraban sobre ellos. Estúpido, pensó en alto Geary, sin poder evitarlo.

Desjani sacudió la cabeza.

—La Ejemplar está disparando lanzas.

Un sistema de control de puntería diseñado para acertar a un objetivo en movimiento, a una velocidad de miles de kilómetros por segundo, en un instante, no tenía el más mínimo problema en conseguir un disparo perfecto contra un enemigo casi en reposo a corta distancia. Geary no pudo ver en la pantalla el rayo de partículas que destrozó el segmento de riel maglev, pero sí el resultado. El riel quedó hecho trizas, los obreros que había a su alrededor volaron por los aires debido a la fuerza de los fragmentos que saltaron hacia ellos, y un nítido cráter apareció en la superficie de la luna sobre el punto en el que había caído la lanza, apenas obstaculizada en su trayectoria.

Luego saltaron por los aires otros segmentos, y luego otros. Geary maldijo y golpeó los controles de comunicación.

Ejemplar, Aguerrida, al habla el capitán Geary. Abran fuego solo ante amenazas identificadas.

—Señor, están utilizando los maglev como armas —protestó la Ejemplar.

Antes de responder, Geary se aseguró de que el bombardeo hubiese cesado. Para su alivio, así era.

—Lo han intentado, y han hecho un gran trabajo eliminándolos. Sin embargo, puede que nuestros ingenieros necesiten el resto de esos rieles. —Hizo una pausa, y luego continuó—: Buen trabajo. Han demostrado una gran puntería con sus armas.

—Gracias, señor. Entendido. La Ejemplar abrirá fuego solo en caso de amenaza.

Está bien. Geary comprobó los datos de la flota buscando información sobre el oficial al mando de la Ejemplar, el comandante Veding, que poseía muy buenas notas. Había sido recomendado para ocupar un puesto de comandante de un crucero de batalla. ¿Por qué no de un acorazado? Geary frunció el ceño en cuanto se percató, por primera vez, de que todos y cada uno de sus mejores oficiales eran capitanes de cruceros de batalla. En cambio, muchos de los que le daban problemas eran capitanes de acorazados, incluyendo a los más molestos, como la capitana Faresa, Numos y los nuevos quebraderos de cabeza como el capitán Casia. No me había dado cuenta, no había visto ese patrón, y es algo que podría ser obvio para los oficiales actuales de la flota. En mi época no había tantos acorazados y, además, por aquel entonces, eran vistos como aquello a lo que un buen comandante debía aspirar. Algo ha pasado durante este siglo para que eso cambie. Será mejor que averigüe qué es.

Los transbordadores se aproximaban a la instalación minera como aves de presa cayendo en picado sobre sus objetivos, con los motores a toda potencia para alcanzar la instalación lo antes posible. Geary estaba atento a todo, fijándose en la pantalla que mostraba el estado de la flota y su formación al completo; un instante más tarde, en la que mostraba el área alrededor de la instalación, y luego en la visión táctica que los marines emplearían. Entonces empezaron a destacar aquí y allá símbolos que representaban fuerzas enemigas. Eran defensores moviéndose entre el equipamiento minero.

Geary inspeccionó uno de los símbolos de amenaza, y apareció una imagen estática acompañada de un texto con información al respecto. Puto sistema casi a prueba de tontos, pensó Geary, admirando la simplicidad del sistema. Después frunció el ceño al ver que cada vez aparecían más ventanas de información, demasiado rápido como para asimilarla, teniendo en cuenta la cantidad exhaustiva de datos que ofrecían, tales como el armamento estimado del enemigo, el tiempo de resistencia, el uso de sistemas de energía, las armaduras, y otra docena de datos que en realidad un comandante no necesitaba. Alguien lo había configurado para que toda esa basura apareciese en la pantalla. Siempre hay un montón de idiotas dispuestos a descubrir cómo cagarla de algún modo.

Geary maldijo mientras cerraba, laboriosamente y una a una, aquellas ventanas llenas de información meticulosa, hasta que, por fin, pudo ver la imagen y algún que otro dato valioso. La estudió hasta que pudo vislumbrar a alguien dentro de lo que parecía ser un traje de supervivencia, no de batalla. El texto así lo confirmaba, y además comentaba que coincidía con una versión obsoleta de los trajes de supervivencia síndicos estándar. Con respecto al arma que portaba, según el texto, era algún tipo de rifle de pulso, empleado para la seguridad interna, pero sin suficiente potencia como para considerarlo una amenaza real para los infantes de marina, ataviados con sus armaduras de combate. ¿Seguridad interna? ¿En un complejo tan pequeño? Ah, necesitaban gente que mantuviese a raya a los habitantes de la instalación. Teniendo esos rieles, no sería demasiado inteligente permitir que los rebeldes tomasen un equipamiento que podía lanzar rocas al planeta habitado del sistema.

Comprobó los demás símbolos y confirmó que todos eran iguales.

—No son soldados. Han enviado a luchar a las fuerzas de seguridad interna y a los ocupantes de la instalación armados. ¿Qué sentido tiene eso?

Desjani frunció el ceño al ver la imagen proyectada ante su asiento.

—Lo único que pueden esperar es retrasarnos. A menos que los que se encuentren al mando de este sistema estén locos. Si no, esa debe de ser su misión.

Retrasarnos. Geary volvió a analizar lo que había en la pantalla con la visión táctica, preguntándose qué era lo que realmente pasaba. Entonces se dio cuenta.

—No están saboteando nada. ¿Por qué no han volado las reservas? Ni siquiera estamos detectando los apagones del equipo que deberían producirse después de apagar los sistemas operativos.

—¿Una trampa?

—No sería la primera vez. —Geary contactó con la coronel Carabali mediante su visor.

—Coronel, parece una trampa.

Carabali vaciló, agobiada.

—Así es, señor, eso es lo que parece. He ordenado a todas mis fuerzas de asalto que busquen cualquier elemento que pueda explotarnos en la cara. Podría haber un montón de explosiones a pequeña escala, pero mis expertos afirman que una instalación como esta no debería ser capaz de generar una gran explosión, sobre todo con tan poco tiempo como han tenido.

—No parece que eso la tranquilice, coronel.

Ella respondió con una sonrisa leve y seca.

—No, señor. Con su permiso, señor, me gustaría poder volver a supervisar el asalto.

—Por supuesto, coronel. Lo lamento.

Geary intentó tranquilizarse, molesto consigo mismo por haber violado una de sus propias normas al molestar a un oficial que estaba llevando a cabo las órdenes que él mismo le había dado.

—El almirante Bloch siempre mantenía al comandante de infantes de marina en pantalla —comentó Desjani en voz baja—. Le gustaba hacer comentarios y sugerencias, y por supuesto quería que respondiesen a sus preguntas de inmediato.

—Está de broma.

Desjani negó con la cabeza.

Geary se rió durante un instante.

—Al menos no soy tan malo.

—Pensé que debería saber que la coronel Carabali seguramente está contenta con su modo de llevar la flota, señor.

Por supuesto, con respecto a Desjani, Geary no hacía nada mal. No obstante, él todavía se estremecía ante la idea de estar trabajando para un comandante que lo mantenía en pantalla durante una operación, pidiéndole que le prestase toda la atención que un combate requería.

Con respecto a la batalla, los transbordadores estaban deslizándose a ras de tierra para desembarcar. Sus puertas se abrieron y salieron infantes de marina uniformados con traje de combate mientras los vehículos avanzaban, poco a poco, de modo que los marines se esparcieron en lugar de apelotonarse en un mismo punto. Doce transbordadores depositaron veinte líneas de infantes. Después aceleraron y volvieron a subir.

—Buen trabajo —observó Geary—. ¿Usaron pilotos automáticos?

Desjani frunció el ceño dubitativa, señaló a un consultor y esperó la respuesta.

—No, señor. Los pilotos de los transbordadores prefieren hacerlo ellos mismos. Los infantes de marina tienen un acuerdo con ellos. Siempre que hagan un buen trabajo, les dejan que ellos mismos vuelen con sus pájaros.

—Parece razonable. Y si alguno mete la pata, ¿les obligan a usar el piloto automático la siguiente vez?

—Eh, sí, señor —afirmó el consultor—. Eso después de que alguno de los que sobrevivió al aterrizaje coja al piloto y le dé una paliza. Y no es que los hayan visto hacer eso, señor.

—Por supuesto que no —dijo Geary, evitando sonreír. Las líneas de marines avanzaban hacia el complejo, moviéndose de cobertura en cobertura, en secciones, de forma que unos se cubrían a otros.

No parecía que aquellas precauciones fuesen necesarias. Geary miraba la pantalla cada vez más incómodo al ver que los símbolos que representaban grupos de enemigos retrocedían más rápido de lo que los marines avanzaban. Los defensores que más ventaja llevaban estaban ya desapareciendo, adentrándose en algunos de los pozos mineros que ensuciaban la superficie de la luna.

—¿Qué cojones?

Un instante después, la coronel Carabali contactó con Geary.

—Señor, los defensores no tienen intención de mantener la posición. Se están internando en algunos de los pozos mineros.

—Ya me he dado cuenta. ¿Tiene idea de por qué no pelean?

—Señor, creo que pretenden evacuar la instalación antes de que pase algo. También hemos especulado con la posibilidad de que sea una trampa.

¿Los defensores abandonan la zona de combate?

—¿Qué recomienda, coronel?

—Señor, por mucho que odie esto, creo que deberíamos retroceder hasta que realicemos un escaneo de esta roca átomo a átomo para descubrir qué han planeado los síndicos.

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