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Capítulo 8

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CAPÍTULO 8

KATY

Después de la desastrosa sesión de entrenamiento, notaba el sabor del auténtico pánico cada vez que alguien se aproximaba a mi puerta. El corazón me martilleaba con fuerza en el pecho hasta que el sonido de los pasos se desvanecía, y cuando la puerta finalmente se abrió y entró Archer con mi cena, estuve a punto de vomitar.

No tenía apetito.

No pude dormir aquella noche.

Cada vez que cerraba los ojos, todo lo que podía ver era a Mo de pie ante mí, más que lista para patearme por todas partes. El enorme vacío que había nublado sus ojos se había convertido rápidamente en determinación. Puede que mi paliza no hubiera sido tan dura si yo me hubiera enfrentado a ella, pero no lo había hecho. Enfrentarme a ella habría estado mal.

Cuando la puerta se abrió a la mañana siguiente, solo había dormido unas pocas horas. Era Archer, que me hizo un gesto silencioso para que lo siguiera.

Tenía ganas de vomitar, pero no había más opción que ir a donde fuera que estuviera llevándome. Las náuseas crecieron mientras íbamos en ascensor hasta el piso con las salas de entrenamiento. Me costó toda mi fuerza de voluntad salir del ascensor y no quedarme aferrada a una de las barras.

Pero me condujo más allá de la habitación en la que habíamos estado anteriormente, a través de unas puertas dobles, y después por un pasillo, en el que pasamos por otras puertas.

—¿Adónde vamos?

No respondió hasta que nos detuvimos frente a una puerta de acero que relucía por la abundancia de ónice y diamantes.

—El sargento Dasher quiere que veas algo.

Tan solo podía imaginar lo que habría al otro lado de la puerta.

Colocó el índice sobre el panel de seguridad y la luz roja se volvió verde. A continuación se oyeron unos clics mecánicos. Contuve el aliento mientras Archer abría la puerta.

La habitación que había al otro lado estaba iluminada únicamente por una tenue bombilla en el techo. No había mesas ni sillas. A la derecha había un gran espejo que recorría la longitud de la pared.

—¿Qué es esto? —pregunté.

—Algo que debes ver —dijo el sargento Dasher detrás de nosotros, haciéndome dar un salto y volverme. ¿De dónde demonios había salido?—. Algo que espero que sirva para asegurar que no se volverá a repetir lo de nuestra última sesión de entrenamiento.

Crucé los brazos y levanté la barbilla.

—Nada que puedas mostrarme va a cambiar eso. No voy a luchar contra otros híbridos.

La expresión de Dasher permaneció igual.

—Como te he explicado, necesitamos asegurarnos de que eres estable. Ese es el propósito de estas sesiones de entrenamiento. Y la razón por la que debemos asegurarnos de que eres fuerte y capaz de manejar la Fuente se encuentra al otro lado de este espejo.

Miré a Archer, confundida. Él permanecía junto a la puerta, con el rostro en sombras por la boina.

—¿Qué hay al otro lado?

—La verdad —respondió Dasher.

Tosí una risa que hizo que me dolieran los arañazos de la cara.

—Entonces, ¿al otro lado hay una habitación llena de oficiales militares ilusos?

Su expresión era tan seca como la arena mientras se giraba para pulsar un interruptor que había en la pared.

Explotó una luz repentina, pero venía del otro lado del espejo. Era un espejo unidireccional, como en las comisarías de policía, y la habitación no estaba vacía.

El corazón me golpeó el pecho mientras avanzaba hacia delante.

—¿Qué…?

Había un hombre al otro lado, sentado en una silla, y no por voluntad propia. Unas bandas de ónice le cubrían las muñecas y los tobillos, manteniéndolo bien sujeto. Una mata de pelo rubio blancuzco le cubría la frente, pero levantó la cabeza con lentitud.

Era un Luxen.

Su belleza angular lo delataba, y también los vibrantes ojos verdes, unos ojos que me recordaban tanto a Daemon que noté un dolor que me atravesaba el pecho y enviaba una bola de emociones directamente hasta mi garganta.

—¿Puede… puede vernos? —pregunté. Parecía que sí. Los ojos del Luxen estaban fijos donde yo me encontraba.

—No —dijo el sargento. Después avanzó y se apoyó contra el cristal. Tenía un pequeño intercomunicador al alcance de la mano.

El dolor contorsionó el hermoso rostro del hombre. Las venas se hincharon en su cuello mientras su pecho subía y bajaba, respirando con dificultad.

—Sé que estáis ahí.

Miré fijamente a Dasher.

—¿Estás seguro de que no puede vernos?

Él asintió con la cabeza.

De mala gana, volví a dirigir mi atención a la otra habitación. El Luxen estaba sudando y temblando.

—Está… está sufriendo. Esto está muy mal. Es una completa…

—No sabes quién es el que está sentado al otro lado de este cristal, señorita Swartz. —Pulsó un botón del intercomunicador—. Hola, Shawn.

Los labios del Luxen se torcieron por un lado.

—Mi nombre no es Shawn.

—Ese ha sido tu nombre durante muchos años. —Dasher negó con la cabeza—. Prefiere utilizar su auténtico nombre. Como sabes, eso es algo que nosotros no podemos pronunciar.

—¿Con quién estás hablando? —exigió saber Shawn, y su mirada se dirigió perturbadoramente a donde yo me encontraba—. ¿Otro humano? O incluso mejor… ¿una abominación… un puto híbrido?

Jadeé sin poder contenerme. No era lo que había dicho, sino la repugnancia y el odio de cada palabra.

—Shawn es lo que llamarías un terrorista —explicó el sargento, y el Luxen al otro lado hizo una mueca burlona—. Antes estaba en una célula que llevamos observando un par de años. Planeaban derribar el Golden Gate durante la hora punta. Cientos de vidas…

—Miles de vidas —interrumpió Shawn, y sus ojos verdes resplandecieron—. Hubiéramos matado a miles. Y después hubiéramos…

—Pero no lo hicisteis. —Entonces Dasher sonrió, y el estómago me dio un vuelco. Probablemente era la primera sonrisa real que había visto en él—. Os detuvimos. —Me miró por encima del hombro—. Él fue el único que logramos traer con vida.

Shawn soltó una dura risotada.

—Puede que me hayáis detenido, pero no habéis logrado nada, simio estúpido. Nosotros somos superiores. La humanidad no es nada comparada con nosotros, ya lo verás. Habéis cavado vuestra propia tumba, y no podréis detener lo que va a venir. Todos vosotros…

Dasher apagó el intercomunicador, cortando su diatriba.

—He oído esto tantas veces… —Se volvió hacia mí, inclinando la cabeza a un lado—. A esto es a lo que nos enfrentamos. El Luxen de esa habitación quiere matar humanos, y hay muchos como él. Por eso hacemos lo que estamos haciendo.

Me quedé mirando al Luxen, sin palabras, mientras mi cerebro rumiaba lentamente lo que acababa de presenciar. El intercomunicador estaba apagado, pero la boca del hombre seguía moviéndose, y un odio crudo salía de sus labios. La clase de hostilidad ciega que mostraban todos los terroristas, sin importar quiénes o qué fueran, estaba escrita en su cara.

—¿Lo entiendes? —me preguntó el sargento, atrayendo mi atención.

Me rodeé la cintura con los brazos y negué con la cabeza lentamente.

—No puedes juzgar a una raza entera basándote en unos pocos individuos.

Las palabras me sonaron vacías.

—Es cierto —coincidió Dasher en voz baja—. Pero ese solo sería el caso si estuviéramos tratando con humanos. No podemos aplicar los mismos valores morales a estos seres. Y créeme cuando te digo que ellos no nos aplican los suyos.

Las horas se convirtieron en días. Los días posiblemente se convirtieran en semanas, pero en realidad no podía estar segura. Comprendía ahora por qué Dawson no había podido llevar la cuenta del tiempo. Todo se mezclaba allí, y no lograba recordar la última vez que había visto el sol o el cielo nocturno. No me daban el desayuno como el primer día que había estado ahí, lo cual desajustaba mi noción del día completamente, y la única forma que tenía de saber que habían pasado cuarenta y ocho horas completas era cuando me llevaban con el doctor Roth para que me sacara sangre. Lo había visto unas cinco veces, tal vez más.

Había perdido la cuenta.

Había perdido muchas cosas. O esa era la sensación que tenía. Peso. La capacidad de reír o sonreír. Lágrimas. Lo único que conservaba era la ira, y cada vez que me enfrentaba a Mo o a otro híbrido al que no conocía (ni siquiera me molestaba en tratar de conocerlos por lo que teníamos que hacer), mi ira y mi frustración aumentaban un poco. Me sorprendió que aún fuera capaz de sentir tanto.

Pero todavía no me había rendido. No había luchado en ninguna de las pruebas de presión. Era mi única forma de mantener el control.

Me negaba a luchar contra ellos, a darles una paliza o matarlos si las cosas se desmadraban. Era como estar en una versión real y retorcida de Los Juegos del Hambre.

Los Juegos del Hambre para híbridos alienígenas.

Comencé a sonreír, pero hice una mueca cuando el movimiento me tiró del labio roto. Aunque me había negado a ponerme en plan Terminator con ellos, los otros híbridos habían estado más que dispuestos a hacerlo. Tanto que algunos incluso hablaban cuando me pateaban el culo. Me decían que tenía que pelear, que tenía que prepararme para el día que llegaran los otros Luxen y para enfrentarme a los que ya se encontraban en la Tierra. Era obvio que creían sinceramente que los auténticos villanos eran los Luxen. Puede que ellos se tragaran la mentira de Dédalo, pero yo no. Incluso así, una pequeña parte de mí se preguntaba cómo podía controlar Dédalo a tanta gente si no había al menos una parte de verdad en lo que decían.

Y después estaba Shawn, el Luxen que quería matar a miles de humanos. Si creía en lo que decía Dasher, había un montón más como él allí fuera, esperando para invadir la Tierra. Pero pensar siquiera que Daemon, Dee o incluso Ash eran parte de algo parecido… no podía ni considerarlo siquiera.

Me forcé a abrir los ojos y vi lo mismo que veía cada vez que me sacaban a rastras de las salas de entrenamiento y me llevaban a mi celda, normalmente inconsciente. El techo blanco con los puntitos negros, una mezcla de ónice y diamante.

Dios, cómo odiaba esos puntitos.

Tomé aliento profundamente y enseguida deseé no haberlo hecho. Un dolor agudo me atravesó las costillas por culpa de una patada que me había propinado Mo. El cuerpo entero me palpitaba. No había ni una parte de mí que no me doliera.

Un movimiento en la esquina más alejada de mi celda, junto a la puerta, atrajo mi atención. Lenta y bastante dolorosamente, giré la cabeza.

Archer estaba ahí de pie, con un paño en la mano.

—Estaba comenzando a preocuparme.

Me aclaré la garganta y después abrí la mandíbula, haciendo una mueca de dolor.

—¿Por qué?

Él caminó hacia delante, con la boina escondiendo siempre sus ojos.

—Has estado inconsciente mucho tiempo esta vez, más que las anteriores.

Giré la cabeza de nuevo hasta el techo. No me había dado cuenta de que había estado contabilizando las veces que me pateaban el culo. No había estado ahí en otras ocasiones cuando había despertado, y Blake tampoco. No había vuelto a ver a ese imbécil desde hacía algún tiempo, y ni siquiera estaba segura de que siguiera encontrándose por ahí.

Respiré profundamente, con más lentitud. Por triste que fuera, cuando estaba despierta echaba de menos los momentos de olvido. No siempre era un vacío negro y enorme. A veces soñaba con Daemon, y cuando despertaba me aferraba a esas débiles imágenes que parecían emborronarse y desvanecerse tan pronto como abría los ojos.

Archer se sentó al borde de mi cama, y yo abrí los ojos de golpe. Mis músculos doloridos se tensaron. Aunque había demostrado no ser tan malo, con todo lo que había pasado no podía confiar en nadie.

Levantó el fardo.

—Solo es hielo. Creo que le vendrá bien a tu cara.

Lo observé con cautela.

—No… no sé cómo está.

—¿Te refieres a tu cara? —preguntó, dando unos golpecitos al fardo—. No está muy bonita.

No me sentía bonita. Ignorando la palpitación en mi hombro, traté de sacar el brazo de debajo de la manta.

—Puedo hacerlo.

—No parece que puedas levantar ni un dedo. Tú quédate quieta. Y no hables.

No estaba segura de si debía sentirme ofendida porque me dijera que no hablara, pero entonces presionó el paño lleno de hielo contra mi mejilla, haciéndome tomar aire bruscamente.

—Podían haber pedido a uno de los Luxen que te curara, pero tu negativa a pelear no va a ponerte las cosas fáciles. —Volvió a bajar el hielo, y yo me aparté—. Intenta recordar eso cuando vayas a la sala de entrenamiento la próxima vez.

Comencé a fruncir el ceño, pero dolía.

—Ah. Así que esto es por mi culpa.

Él negó con la cabeza.

—Yo no he dicho eso.

—Luchar contra ellos no está bien —dije tras unos segundos—. No voy a autodestruirme. —O, al menos, eso esperaba—. Obligarlos a hacer eso es… Es inhumano. Y no voy a…

—Lo harás —dijo simplemente—. No eres diferente de ellos.

—Que no soy diferente… —Comencé a moverme para sentarme, pero él me lanzó una mirada que hizo que volviera a acostarme—. Mo ya ni siquiera parece humana. Ninguno de ellos lo parece. Son como robots.

—Están entrenados.

—¿En… entrenados? —balbuceé mientras él movía el hielo hasta mi barbilla—. Están enloquecidos…

—No importa lo que ellos sean. Si continúas haciendo esto, negarte a contraatacar, a darle al sargento Dasher lo que quiere, vas a seguir siendo un saco de boxeo humano. ¿Y para qué te servirá eso? Cualquier día de estos, uno de esos híbridos te matará. —Bajó la voz, tanto que me pregunté si los micrófonos podrían captar sus palabras siquiera—. ¿Y qué le pasará al Luxen que te mutó? Morirá, Katy.

Una presión me aferró el pecho, y noté una clase de dolor totalmente diferente. Vi a Daemon en mi cabeza, con esa sempiterna y exasperante sonrisita de suficiencia en su expresivo rostro, y lo eché tanto de menos que noté una quemazón en la garganta. Cerré las manos por debajo de la manta mientras se me abría un agujero en el pecho.

Pasaron varios minutos en silencio y, mientras yacía ahí tumbada, mirando su hombro cubierto por tela de camuflaje marrón y blanca, busqué algo que decir, cualquier cosa que sacara aquel vacío de mi interior, y finalmente se me ocurrió algo.

—¿Puedo hacerte una pregunta?

—Probablemente no deberías seguir hablando. —Cambió la bolsa de hielo de una mano a la otra.

Lo ignoré, porque estaba bastante segura de que iba a volverme loca si permanecía en silencio.

—¿Realmente hay otros Luxen ahí fuera que quieren invadir la Tierra? ¿Otros como Shawn?

Él no respondió.

Cerré los ojos y solté un suspiro de agotamiento.

—¿Te mataría responder a mi pregunta?

Pasó otro momento.

—El hecho de que estés preguntándolo siquiera es respuesta suficiente.

¿Ah, sí?

—¿Hay humanos buenos y humanos malos, Katy?

Se me ocurrió que su forma de decir «humanos» era extraña.

—Sí, pero eso es diferente.

—¿Lo es?

Cuando el fardo con hielo volvió a aterrizar en mi mejilla, ya no resultaba tan doloroso.

—Creo que sí.

—¿Porque los humanos son más débiles? Ten en cuenta que los humanos tienen acceso a armas de destrucción masiva, al igual que los Luxen. ¿Y realmente piensas que los Luxen no saben lo que sucede aquí dentro? —preguntó en voz baja, y yo me quedé rígida—. ¿Que hay algunos que, por sus propias razones, apoyan lo que hace Dédalo, mientras que otros temen perder la vida que han conseguido construir aquí? ¿Realmente quieres una respuesta a esa pregunta?

—Sí —susurré, pero estaba mintiendo. Una parte de mí no quería saberlo.

Archer volvió a mover la bolsa de hielo.

—Hay Luxen que quieren invadirnos, Katy. Esa amenaza existe, y si llega el día en que los Luxen tengan que elegir un bando ¿cuál crees que elegirán? ¿Cuál elegirás tú?

DAEMON

Estaba a diez segundos de romperle el cuello a alguien.

¿Cuántos días habían pasado desde que apareció Nancy para recibirme en Mount Weather? ¿Un par de ellos? ¿Una semana o más? Demonios, no lo sabía. No tenía ni idea de la hora que era ni de cuánto tiempo había transcurrido. En cuanto me escoltaron al interior, Nancy había desaparecido, y entonces sucedieron un montón de gilipolleces: me hicieron una prueba, un análisis de sangre, un examen médico y el interrogatorio más cutre a ese lado de la Cordillera Azul. Les seguí el juego con todo para acelerar el proceso, pero entonces no sucedió nada en absoluto.

Me metieron en una habitación, probablemente el mismo tipo de habitación donde habían encerrado a Dawson hacía tiempo. Cada segundo que pasaba me sentía más furioso. No podía acceder a la Fuente. Sí que podía adoptar mi auténtica forma, pero eso solo servía para iluminar la habitación cuando estaba oscura. No era de mucha ayuda.

Me paseé por toda la celda, y no pude evitar preguntarme por milésima vez si Kat estaría haciendo lo mismo en algún otro lugar. No podía sentirla, pero el extraño vínculo entre nosotros solo parecía funcionar cuando estábamos cerca. Seguía existiendo la posibilidad, una pequeña esquirla de esperanza, de que se encontrara en Mount Weather.

No sabía qué hora era cuando la puerta se abrió y tres aspirantes a G. I. Joe me hicieron señas para que saliera. Pasé junto a ellos, rozándolos, y sonreí cuando aquel cuyo hombro había golpeado con el mío soltó una maldición.

—¿Qué? —desafié al guardia, enfrentándome a él, listo para pelear—. ¿Tienes algún problema?

El tío hizo una mueca.

—Muévete.

Uno de ellos, alguien muy valiente, me dio un empujón en la espalda para que avanzara. Yo me volví para fulminarlo con la mirada, y él se puso blanco y retrocedió.

—Ya me parecía.

Y, sin más, los tres comandos me guiaron por un pasillo casi idéntico al que conducía a la habitación donde habíamos encontrado a Beth. Una vez en el ascensor, descendimos un par de pisos, y a continuación salimos a otro pasillo lleno de personal militar, algunos de uniforme y otros con trajes. Todos mantuvieron la distancia con nuestro alegre grupito.

Mi paciencia, ya de por sí inexistente, estaba prácticamente agotada cuando llegamos a unas puertas dobles oscuras y relucientes. Mi sentido arácnido me decía que estaba cubierta de ónice.

Los comandos hicieron alguna chorrada secreta con el panel de control y las puertas se abrieron, mostrando una alargada mesa rectangular. La habitación no estaba vacía. Oh, no. Dentro se encontraba mi persona favorita.

Nancy Husher estaba sentada en la cabeza de la mesa, con las manos cruzadas frente a ella y el pelo hacia atrás en una tensa cola de caballo.

—Hola, Daemon.

No estaba de humor para gilipolleces.

—Oh. ¿Sigues por aquí después de todo este tiempo? Y yo que pensaba que me habías abandonado.

—Jamás te abandonaría, Daemon. Eres demasiado valioso.

—Eso ya lo sé. —Me senté sin que nadie me lo dijera y me recosté en la silla, cruzando los brazos. Los soldados cerraron las puertas e hicieron guardia frente a ellas. Les lancé una mirada desdeñosa antes de volverme hacia Nancy—. ¿Qué? ¿Hoy no hay análisis de sangre ni pruebas? ¿No hay torrentes interminables de preguntas estúpidas?

Quedaba claro que Nancy estaba esforzándose por mantener su fría fachada. Rogué a cualquier Dios que pudiera estar escuchando que me ayudara a sacarla de quicio completamente.

—No. No hay necesidad de hacer nada más. Ya tenemos lo que necesitamos.

—¿Y qué es?

Uno de sus dedos se movió hacia arriba y después se detuvo.

—Crees que sabes lo que está tratando de hacer Dédalo. O, al menos, tienes tus suposiciones.

—Honestamente, no me importa una mierda lo que esté haciendo vuestro grupito de fanáticos.

—Ah, ¿no? —Levantó una delgada ceja.

—No —respondí.

Su sonrisa se ensanchó.

—¿Sabes lo que pienso, Daemon? No eres más que un fanfarrón. Eres un listillo con músculos, pero en realidad no tienes control alguno sobre esta situación, y en el fondo lo sabes. Así que sigue dándole a la lengua. Me resulta muy divertido.

Tensé la mandíbula.

—Vivo para entretenerte.

—Bueno, pues está bien saberlo, y ahora que eso ya está aclarado, ¿podemos continuar? —Asentí con la cabeza y su mirada astuta se volvió más penetrante—. Para empezar, quiero dejar claro que, si en algún momento supones alguna amenaza para mí o para cualquier otra persona, aquí disponemos de armas que odiaría tener que usar contigo, pero lo haré si es necesario.

—Estoy seguro de que lo odiarías.

—Pues sí. Son armas PEP, Daemon. ¿Sabes lo que significa eso? Proyectiles de Energía Pulsada. Afectan a los aparatos electrónicos y la longitud de onda de la luz a un nivel catastrófico. Un solo disparo resulta fatal para los tuyos. Odiaría tener que perderte, o a Katy. ¿Entiendes lo que estoy diciendo?

Mi mano se cerró en un puño.

—Lo entiendo.

—Sé que tienes tus suposiciones en lo relativo a Dédalo, pero esperamos cambiar eso durante tu estancia con nosotros.

—Hum, ¿mis suposiciones? Ah, ¿te refieres a esa vez que tú y tus esbirros me llevasteis a creer que mi hermano estaba muerto?

Nancy ni siquiera pestañeó.

—Tu hermano y su novia se encontraban recluidos en Dédalo por lo que Dawson le hizo a Bethany… por su propia seguridad. Sé que no te lo crees, pero eso no es problema mío. Hay una razón por la que los Luxen tienen prohibido sanar a los humanos. Las consecuencias de tales acciones son enormes, y en muchos casos tienen como resultado unos cambios inestables en el ADN del cuerpo humano, especialmente fuera de entornos controlados.

Incliné la cabeza hacia un lado al oírlo, recordando lo que le había pasado a Carissa.

—¿Qué se supone que significa eso?

—Incluso aunque el humano sobreviva a la mutación con nuestra ayuda, sigue habiendo una posibilidad de que la mutación sea inestable.

—¿Con vuestra ayuda? —Reí fríamente—. ¿Inyectar a la gente Dios sabe qué va a ayudarlos?

Ella asintió con la cabeza.

—Era eso o dejar morir a Katy. Eso es lo que habría pasado.

Me quedé quieto, pero mi ritmo cardíaco se incrementó.

—A veces las mutaciones desaparecen. A veces los matan. A veces se mantienen, y entonces la gente se combustiona bajo presión. Y a veces se mantienen perfectamente. Tenemos que determinar eso, porque no podemos permitir que haya híbridos inestables en la sociedad.

La furia me golpeó como un tren de mercancías.

—Haces que suene como si estuvieras haciéndole un favor al mundo.

—Estamos haciéndolo. —Se inclinó hacia atrás, deslizando las manos fuera de la mesa—. Estamos estudiando a los Luxen y a los híbridos, tratando de curar enfermedades. Estamos evitando que los híbridos potencialmente peligrosos dañen a gente inocente.

—Kat no es peligrosa —solté.

Nancy inclinó la cabeza hacia un lado.

—Eso está por ver. Lo cierto es que nunca la han examinado, y eso es lo que estamos haciendo ahora.

Me incliné hacia delante muy lentamente, y la habitación comenzó a cubrirse de un resplandor blanco.

—¿Y qué significa eso?

Nancy levantó una mano e hizo un gesto para que los tres títeres que había junto a la puerta se marcharan.

—Kat ha demostrado señales de furia extrema, la seña de identidad de un híbrido.

—¿En serio? ¿Kat está furiosa? ¿No será porque la mantenéis prisionera?

Las palabras sabían a ácido.

—Atacó a varios miembros de mi equipo.

Una sonrisa se extendió por mi rostro. «Esa es mi chica».

—Qué lástima.

—Pues sí. Tenemos muchas esperanzas en lo que se refiere a vosotros dos. Habéis trabajado juntos en una perfecta relación simbiótica. Muy pocos Luxen y humanos han llegado hasta eso. Normalmente, la mutación actúa como un parásito para el humano. —Cruzó los brazos, estirando el apagado marrón de la chaqueta de su traje—. Podríais significar muchísimo para lo que estamos tratando de lograr.

—¿Curar enfermedades y salvar gente inocente? —Resoplé—. ¿Y ya está? ¿De verdad piensas que soy tan estúpido?

—No. Pienso que eres básicamente lo opuesto a estúpido. —Nancy exhaló por la nariz mientras se inclinaba hacia delante, colocando las manos sobre la mesa de color gris oscuro—. El objetivo de Dédalo es cambiar el panorama de la evolución humana. Hacerlo requiere a veces métodos drásticos, pero los resultados finales merecen cada gota de sangre o de sudor, cada lágrima.

—¿Siempre que no se trate de tu sangre, tu sudor y tus lágrimas?

—Oh, yo lo he dado todo por esto, Daemon. —Sonrió—. ¿Y si te dijera que no solo podríamos erradicar algunas de las enfermedades más virulentas, sino también detener las guerras antes de que comiencen siquiera?

Ahí fue cuando me di cuenta: de eso trataba todo.

—¿Cómo haréis eso?

—¿Crees que algún país querría enfrentarse a un ejército de híbridos? —Inclinó la cabeza hacia un lado—. ¿Sabiendo lo que alguien que ha mutado con éxito es capaz de hacer?

Una parte de mí se sentía asqueada por las implicaciones. La otra estaba simplemente cabreada.

—¿Crear híbridos para que puedan luchar en guerras estúpidas y morir? ¿Para esto habéis torturado a mi hermano?

—Donde tú dices «torturar», yo digo «motivar».

Vale, ese era uno de aquellos momentos en la vida en los que realmente quería lanzar a alguien a través de una pared. Y creo que ella lo sabía.

—Vayamos al grano, Daemon. Necesitamos que nos ayudes, que estés dispuesto a hacerlo. Si las cosas van bien para nosotros, irán bien para ti. ¿Qué quieres a cambio de llegar a un acuerdo?

Nada en el mundo debería haberme hecho plantearme aquello. Estaba mal, tanto que iba en contra de la naturaleza. Pero yo era un hombre de trueques y, llegado el momento, no importaba lo que quisiera Dédalo, ni lo que quisiera Luc; solo había una cosa que importara.

—Solo quiero una cosa.

—¿Y qué es?

—Quiero ver a Kat.

La sonrisa de Nancy no se desvaneció.

—¿Y qué estás dispuesto a hacer para conseguir eso?

—Lo que sea —dije sin dudarlo, y lo decía en serio—. Haré lo que sea, pero quiero ver a Kat primero, y quiero verla ahora.

Un destello calculador iluminó sus ojos oscuros.

—Entonces, estoy segura de que podemos arreglar algo.

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