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~ Capítulo 21 ~

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~ Capítulo 21 ~

 

 

Al día siguiente Abdoulaye no esperaba encontrar a su jefa, ya que esa había sido la tónica los días anteriores, así que se sorprendió cuando fue ella misma quien le abrió la puerta. Cuando vio la expresión de su cara supo que algo sucedía. Estaba seria. Más de lo que era habitual en ella.

—Quiero hablar contigo, Abdoulaye. Iba a empezar a grabar hace cuatro horas, pero he decidido esperarte, porque una vez entre no sé cuándo saldré.

Abdoulaye se puso nervioso. El hecho de que hubiera retrasado el inicio de la grabación era señal de que tenía que decirle algo serio. Dejó el impermeable empapado en la percha del vestíbulo y el paraguas en el paragüero, y siguió a su jefa que, cuando él terminó estos dos sencillos gestos, ya estaba entrando en su despacho.

Abdoulaye había visto esa prisa otras veces en ella, cuando decidía grabar era como si algo la empujara a hacerlo con urgencia, casi como si se tratara de una necesidad fisiológica. Si era verdad que llevaba esperando desde las cinco de la mañana, debía estar a punto de explotar de palabras.

Cuando entró en el despacho, ella ya estaba sentada al otro lado de la mesa, con los codos apoyados sobre ella y la cabeza adelantada.

—Siéntate, Abdoulaye. Voy a ser muy breve. Te pido que no pierdas el tiempo ni me lo hagas perder a mí con excusas y explicaciones estériles. Tú sabes qué ha ocurrido, por supuesto, pero yo también —dijo, remarcando el “también”—. El objeto de esta entrevista no es descubrir qué ha sucedido, sino recordarte algunas cosas.

Para entonces Abdoulaye estaba asustado. Aquella mujer era reservada y no mostraba la efusividad de Matilde, pero siempre había sido amable con él. Aquella forma de hablarle era nueva.

—Es por la búsqueda de ayer en Internet —continuó Alicia—. Pensé que había quedado claro cuando firmaste el contrato.

No dijo nada más, se quedó en silencio mirándole durante un minuto largo. Pasado ese tiempo, hizo un pequeño gesto de afirmación, sonrió ligeramente y añadió:

—Me alegro de que no hayas tratado de justificarte. Mira, solo quiero decirte que espero que no se repita, nada más.

Solo entonces se atrevió Abdoulaye a levantar los ojos y mirar a su jefa a los suyos, antes de contestarle:

—Te prometo que no volveré a hacerlo, estoy avergonzado, Alicia. Soy un hombre de palabra, no sé qué me ocurrió.

—Bueno —continuó Alicia—, seguramente la charla con Matilde te animó. No tengo nada que esconder ni ningún cadáver en el armario —sonrió ligeramente— pero no quiero hablar de mí ni de mi método de trabajo ni de cómo me inspiro y me documento. Si alguna vez considero que es importante que lo sepas, te lo contaré yo misma, ahora no lo hago porque creo que nos va a despistar de la labor que tenemos entre manos. A los dos. Creo que la novela dejaría de ser importante, y no estoy dispuesta a que eso ocurra. Llevo doce años con historias en mi cabeza y es la primera vez que van a ser escritas, eso es lo único que debe importarnos ahora ¿entiendes?

Abdoulaye afirmó rotundamente y le pidió perdón una vez más. Ella le dijo que su intención no era hacerle sentirse mal, era humano y ella entendía lo que le había pasado, pero le pedía que, en adelante, cumpliera la cláusula a rajatabla.

—Y ahora —le dijo sin darle tiempo a contestarle— tienes que dejarme porque tengo que ponerme a grabar ya. Vete a tu despacho, te iré pasando las grabaciones poco a poco. Yo creo que hacia el mediodía ya tendrás algo de material. Y una última cosa —le dijo cuando él estaba a la altura de la puerta—, ya sé que la conversación de hoy ha sido suficiente, pero también sé que la curiosidad te va a seguir acompañando. Olvídate. Te gusta la historia, ¿verdad?, ¿qué más da cómo la escribo? Te voy a dar un consejo: relájate y disfruta.

Y tras decir esto último, con una sonrisa ya, añadió:

—Y ahora, cierra la puerta, por favor.

 

********************

 

Una vez en su despacho, Abdoulaye respiró hondo. Durante toda la entrevista no había temido por su puesto de trabajo, ni un momento, pero ahora que estaba solo, era consciente de que con cualquier otro jefe ese podría haber sido el resultado: saltarse una cláusula escrita tenía que ser una falta laboral grave. De haber ocurrido algo así, jamás se lo habría perdonado. Pero lo que más le dolía era haber faltado a su palabra y que Alicia no confiara en él en adelante. Ella no había dado indicios de que esto fuera a ocurrir, al contrario, había sido comprensiva, pero él sentía que le había fallado. Se juró a sí mismo que no iba a volver a pasar.

Pero, tal y como ella había adivinado al final, la curiosidad no solo continuaba, sino que se había agrandado. ¿Cómo había descubierto todo Alicia? Algunos detalles por boca de Matilde, pero, ¿otros? ¿Habría revisado el historial del ordenador?, ¿lo haría todos los días?... No perdió más de un minuto con estas elucubraciones. Recordó el último consejo de Alicia y decidió que a partir de ese momento lo seguiría a rajatabla: disfrutaría de su trabajo y de la novela sin buscar razones ni motivos.

No tuvo que esperar mucho, para el mediodía, tal y como le había asegurado ella, tuvo una nueva remesa de grabaciones. Y estas se sucedieron los días siguientes.

 

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