Olivia

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TORMENTA

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TORMENTA

 

 

—¿Seguro crees que es una buena idea? ¿Se puede confiar en ella? —susurró Olivia bajando del automóvil con cuidado. Sus ojos recorrieron los alrededores, avistando un par de casas en la lejanía. El paisaje consistía en árboles dispersos, pasto ralo y arena. Habían manejado unas cinco horas hasta allí, y la chica aún no se convencía de que era seguro, había tantas cosas que podían salir mal, tantos motivos para desconfiar...

—Sí, le confiaría mi vida. Además, ¿qué otra opción tenemos? —respondió Avan trancando las puertas del auto luego de haber bajado el bolso.

La casa que tenían enfrente de sus ojos era pequeña, una sola planta y un jardín bastante grande y cuidado. Era la casa veraniega de los Maslin, Avan había ido allí un par de veces. Le gustaba porque estaba cerca de la costa, aunque, según Livvy, también peligrosamente cerca de la ciudad. Pero por ese mismo motivo Avan no creía que la policía los buscase allí.

—Si queremos seguir libres, ninguna...

Olivia ya se había hecho a la idea de que era una prófuga y que por su culpa Avan también.

Avan tomó la mano de Olivia y la condujo por el estrecho camino de canto rodado que zigzagueaba hasta la puerta, cargando en su hombro todo lo que les quedaba.

Buscó la llave detrás del cuadro de bienvenida, tirando con un poco de fuerza, como María Olivia le había dicho. Inspiró profundo mientras, sin soltar a Livvy, abría la puerta. Costó un poco y, al instante, los recibió el rancio olor de encierro de la casa. No debería usarse hasta dentro de un par de meses, por lo que había estado cerrada todo el año. A excepción del jardinero que iba todas las semanas y en raras ocasiones entraba a mantener una pequeña limpieza; para él era la llave de repuesto.

Con cautela, el muchacho avanzó, apretando de manera inconsciente la mano de la chica. Ahora debía rodear la casa y encender la corriente eléctrica, sin usarla en demasía, como le había explicado Olivia, de esta forma no se notaría el exceso en la tarjeta de crédito de su padre.

Dejando a Livvy sentada en un sillón polvoriento en penumbras, fue a habilitar la corriente. Al volver, una pequeña lámpara estaba encendida. Olivia tenía las rodillas pegadas al pecho y miraba al vacío acurrucada en el sillón. A Avan le recordó de forma clara cómo la encontró aquella mañana, cubierta de sangre.

—Livvy, iré a ocultar el auto. Quédate aquí, ¿de acuerdo? —murmuró, rompiendo el asfixiante silencio de la casa. La chica solo asintió sin mirarlo.

Cuando el muchacho salió por la puerta, Olivia se permitió respirar con normalidad. Le dolía la cabeza, mucho. El silencio y la oscuridad se cernían sobre ella, acrecentando el dolor, todo el paso de la culpa sobre ella, todo rastro de distracción olvidado. Sentía que estaba funcionando en piloto automático, no daba todo de sí misma.

Habían parado en un pequeño autoservicio de camino allí. Ella había entrado, seguida de Avan, intentando aparentar naturalidad, rezando que no los reconocieran. Al volver al auto, sanos y salvos, se preguntó si toda su vida sería así de ahora en adelante. Viviendo de incógnito, temiendo ser descubierta, ocultando su vida. Le parecía aterrador cuando pensaba muy lejos en el tiempo. No se veía capaz de superar lo que había hecho, estaría estancada de por vida. Más teniendo en cuenta la relación con su madre. De repente ya no estaba y Olivia no había podido decirle cuánto la quería, cuan enojada estaba, pero cuánto la perdonaba en realidad.

Las primeras gotas de lluvia comenzaron a caer cuando Avan abría la puerta de la casa.

—Parece que ya llegó la tormenta —dijo con tono animado mientras se acercaba a la sala. Olivia secó rápidamente las lágrimas que se habían escapado de sus ojos. «Basta de llorar, Olivia. Tú lo superarás, puedes hacerlo», se susurraba a sí misma para darse ánimos. Avan notó de todas formas que lloró, pero no hizo comentarios al respecto.

—Deseo que no hayan truenos, los odio —aclaró la chica. Avan sabía eso, pero no podía hacer nada por ella.

Encendieron la televisión, con los canales locales, para que hubiera algún sonido de fondo que tapara el ruido estridente de la lluvia contra el techo de quincho1.

—¿Crees que el agua del calefón2 ya esté caliente? —preguntó Olivia al cabo de un rato, ya no soportando el estúpido programa de preguntas y respuestas.

—Es muy probable. María me dijo que hay shampoo en el baño —contestó Avan, refiriéndose a la dueña de casa por su primer nombre. Le parecía raro referirse a María Olivia como Olivia enfrente de Olivia. Si es que eso tenía sentido.

El agua caliente ayudó a calmar los adoloridos músculos de la chica. La ducha era su momento de relajación, se había prometido hacía un tiempo, que por muy mal que estuviera su día, en la ducha pensaría otras cosas.

Por eso, mientras ponía un exceso de shampoo en su mano, acostumbrada a su larga cabellera, comenzó a pensar en banalidades. ¿Cómo estaría Max? ¿Y Lena? ¿La extrañarían? ¿La maestra Chan se sentiría mal por ella? Luego pasó a preocuparse por las historias que seguía en internet. Y eso, el hecho de no poder leer esas obras en Wattpad que tanto le gustaban, fue lo que le dolió; por muy absurdo que fuera, a veces necesitábamos aferrarnos a nuestro remanso de normalidad.

Se había sentido tonta al momento de crear su cuenta, cuando se había quedado sin libros en la casa para leer. Y aún más tonta al leer allí: «Summer está enamorada del chico malo de...» No. Por eso, dejando de lado esas historias se adentró en el mundo del misterio de Wattpad. Encontrando obras buenas y malas, muchas de las cuales quería conocer su final.

Y el hecho de preocuparse por esas tonterías, fue lo que logró que las lágrimas cayeran por sus ojos. Rompiendo su regla de la ducha, se odió por pensar esas cosas cuando hacía unos días sus padres habían muerto.

Mientras se secaba, esperó inútilmente el llamado de su padre, preguntándole si el agua la había disuelto. Y eso la hizo llorar aún más.

Ella ya no era hija de nadie, sus padres habían muerto.

Eso pensaba cuando el primer trueno resonó por la casa. El estruendo la hizo dar un respingo. Cerró los ojos, contando hasta diez.

Salió del baño, casi corriendo, con la toalla aún en la cabeza y fue directo a la sala, donde Avan estaba mirando por la ventana.

—Avan... —susurró con voz estrangulada.

—¿Qué pasó, peque? —preguntó el muchacho girando de golpe y yendo al encuentro de la chica.

—Truenos.

Y el chico comprendió. La palidez de su rostro, su labio tembloroso, sus manos inquietas. Puso una mano en su hombro y la guio al sillón. Cuando el segundo trueno se hizo presente, dejó escapar un gemido mientras se arrinconaba contra Avan, escondiendo el rostro en la chaqueta del mismo.

Avan, no muy seguro de qué hacer, dio leves palmaditas en la espalda de Livvy. La chica respiraba de manera agitada y comenzó a hablar, su voz amortiguada por la tela de la chaqueta:

—Cuando había tormenta, yo solía sentarme junto a mi padre, y él me abrazaba y susurraba que todo estaba bien, que él me protegía. Y cuando era... Cuando todos dormían y se desataba una tormenta, él encendía todas las luces de la casa y me llevaba con él abajo, preparándome chocolate caliente. Y mamá me abrazaba y yo... yo... no quería que lo hiciera porque las... las tormentas... Yo... Las tormentas me duelen.

—Sh, todo está bien. Aquí estoy. Sabes que te protegeré de todos y de todo, incluso de tontos y ruidosos truenos —murmuró Avan.

—Yo... el día que... que no crecí más... los truenos me dolían, sonaban fuertes en... en mis oídos —siguió entre hipidos.

Avan sabía que Olivia no solía temerle a las tormentas, estaba casi seguro de que no fue hasta hace cosa de un par de años, poco después que él comenzó a cuidarla, que comenzó a sentir ese increíble terror. Creía que se debía a una tormenta muy fuerte que hubo en aquel entonces, pero... «No crecí más», se repitió el joven, frotando la espalda de la chica. Tal vez todo se relacionara, la tormenta y Olivia en su eterno infantilismo.

Otro trueno, más fuerte, hizo soltar un chillido lastimero a Olivia. Eso rompió el corazón de Avan. ¿Qué había pasado para que Olivia le temiera tanto a los truenos? Las luces de los relámpagos iluminaban la casa, mientras Avan pensaba alguna forma de distraer a Livvy.

—Livvy, cuéntame de... No sé. ¿Qué estás escribiendo en aquel cuaderno? —preguntó recordando cómo, horas antes, parecía que la pluma traspasaría el papel que sostenía la chica.

Olivia sacó la cabeza de la chaqueta de Avan, mirándolo con extrañeza.

—Yo... Cosas. Escribo cosas —respondió frunciendo el ceño.

Avan llevó sus manos a la toalla de la cabeza y la sacó, revolviendo el corto pelo de Olivia sobre sus mejillas. Luego, con ternura infinita, secó con la misma las lágrimas que se escapaban de los ojos de la chica.

—Pues, me alegro de saber que escribes cosas, pero adoraría que fueras más específica al respecto —susurró dejando la toalla a un lado.

Otro trueno sonó y abrazó a Olivia, pasando los dedos entre sus cabellos, quitando los nudos.

—Yo... —intentó responder con voz temblorosa—. Esto... Escribo lo que siento y lo que creo que... lo que creo que pasó.

—Me has dicho que no podías recordarlo —respondió Avan con la mirada perdida en la pantalla de televisión, pero prestando toda su atención a las palabras de la chica.

—No recuerdo casi nada, y lo poco que sé es tan confuso que hace que mi cabeza duela. Pero es algo, y a partir de allí hago teorías.

—¿Teorías? Deberías mostrármelas.

—¡No!

Avan dejó su mano momentáneamente quieta ante el firme tono de la chica.

—Avan... no te detengas —pidió con voz lastimera, mientras movía su cabeza en la mano del muchacho. Avan volvió a acariciar su cabello.

Otro trueno sonó, y el joven pensó que lo más probable era que el cielo reflejaba cómo se sentía en ese momento. Cómo las últimas palabras de la chica desataron su tormenta interior. Ruidosos y constantes truenos de alarma en su mente, luminosos y bellos relámpagos aportaban luz a su oscuridad, y fuertes y peligrosos rayos se lanzaban en picada a sus terminaciones nerviosas.

Se odiaba a sí mismo por no poder alejar a Livvy. Por no ser fuerte. Por estar tan mal. Pero ¿cómo poder evitarlo cuando todo en él le gritaba que complaciera a su pequeña?

Otro trueno sonó, pero ninguno de los dos lo notó de tan profundamente sumergidos que estaban en su tortuoso ser.

Olivia se reprochaba no ser más valiente y atrevida. Por no haber nacido un par de años antes, por no tener el valor para acercarse más a Avan. Por ser una chica tonta. Por primera vez en mucho tiempo se reprochaba el ser una chica tonta. Su refugio sagrado de infantilismo se vio destruido de forma repentina mientras se maldecía a sí misma el ser débil. Siempre fue débil. Si fuera fuerte, lo más probable es que hubiera enfrentado las cosas de otra manera.

Pero no lo era. Ni jamás lo sería.

 

***

Olivia casi se puso a saltar de emoción al momento de ver el número de teléfono de Avan en su celular, llamándola. A ella, su amiga.

—Ho-ola —atendió con voz débil.

—Olivia —escuchó del otro lado de la línea.

—Avan, por el amor de Dios, ¿cómo estás? —susurró mientras caminaba rumbo a su casa luego de la universidad.

—Bien, bien, estamos bien.

—No sabes las terribles cosas que dicen aquí de ti, Avan. La gente es tan mala, se deja llevar por estúpidas especulaciones...

—Escucha, no tengo mucho tiempo. ¿Tú crees en lo que dicen? —inquirió el joven al otro lado del teléfono.

—¡No! —exclamó incrédula—. Por supuesto que no. Pero me encantaría que me contases qué ocurrió...

—No tengo mucho tiempo, prometo hablar de eso más tarde. Tengo algo que pedirte, es un favor inmenso. Si te rehusás, lo entenderé, pero, por favor, por lo que más quieras, no le digas a la policía de esta llamada.

«Lo que más quiero eres tú», pensó, torturándose a sí misma por ser tan ingenua.

—Pídeme lo que quieras. Nadie sabrá de esta conversación —prometió.

«Tonta, tonta, tonta, enamorada», se dijo.

—Gracias, sé que puedo confiar en ti. Pero, te repito, si no quieres, lo entenderé —dijo Avan haciendo una pausa para tomar aire—. Necesito que... que nos dejes quedarnos en tu casa de verano por un tiempo. Ya sabes, antes de que la temporada empiece y la playa se llene de gente veraneando...

—¿Qué? ¿Eres consciente de lo que me pides? —preguntó incrédula la muchacha.

—Sí, sí, y no te lo pediría si no fuera una emergencia. Livvy, por favor —susurró el chico, desesperado, utilizando el apodo cariñoso en contra de la chica.

—Yo... Avan, esa casa es de mis padres, no puedo dejarte ir allí así como así. La policía te busca, han interrogado a todo el mundo, te buscarán allí.

—No, no lo harán. Queda lo suficientemente cerca de la ciudad para que no sospechen, y si tú no me delatas, no veo el motivo por el que me busquen allí.

Olivia inspiró hondo por la boca, en su cabeza comenzó a hacerse una lista de la infinidad de motivos por los que la policía podía ir a buscarlo allí, pero los descartó al oír la desesperanza en el tono de Avan. El chico que amaba le pedía ayuda para proteger a la chica que él amaba. Sí, Olivia podía parecer tonta, pero se daba cuenta de las cosas. Y, en vez de parecerle repugnante, le parecía bien. Bueno, no bien, porque le dolía en lo más profundo de su ser. Sabía que no era el tipo de amor que ella sentía por él, era algo diferente, creía que incluso más fuerte.

¿Cómo podía acceder a algo así?

—Está bien, pero... debes tener mucho cuidado —murmuró.

—Gracias, gracias, gracias —respondió el chico en la línea. Parecía tan feliz y eso hizo sonreír a Olivia. «Tonta, tonta, tonta, enamorada», se repitió antes de pasar a darle las recomendaciones sobre la casa.

Al finalizar la llamada, se sentía extraña. Se sentía traidora. Traicionaba a sus padres, que siempre habían depositado toda su confianza en ella; traicionaba a la policía a pesar de que no le importaba lo más mínimo lo que pensaran, le temía a la prisión. Estaba encubriendo un crimen.

Se sentía expuesta.

 

 

 

 

 

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