Odessa

Odessa


I

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Recordó la publicidad que dos años antes había rodeado el juicio de Eichmann en Jerusalén. Durante semanas, los periódicos hablaban de ello continuamente. Pensó en el rostro del hombre de la cabina de cristal, y recordó que precisamente le había llamado la atención por lo corriente que era; de tan anodino, daba miedo. Y leyendo las noticias de Prensa acerca del judío, empezó a entrever cómo los de la SS habían podido hacer lo que hicieron y quedar impunes. Pero todo aquello se refería a cosas que ocurrieron en Polonia, Rusia, Hungría, Checoslovaquia, lejos y mucho tiempo atrás. No podía afectarle.

Fijó su pensamiento en el presente y en la sensación de inquietud que le producían las palabras de Brandt.

—¿Y bien? —preguntó al detective.

A modo de respuesta, Brandt sacó de la cartera de mano un paquete envuelto en papel marrón y se lo tendió a Miller.

—El viejo dejó un Diario. En realidad, no era tan viejo: tenía cincuenta y seis años. Por lo visto, en su día fue tomando notas, que guardaba entre los trapos con que se envolvía los pies, y que transcribió después de la guerra. Esas notas constituyen el Diario.

Miller miró el paquete sin gran interés. ¿Dónde lo encontraste?

—Estaba al lado del cadáver. Lo cogí y me lo llevé a casa. Lo leí anoche.

Miller miró interrogativamente a su antiguo condiscípulo.

—¿Era malo aquello?

—Horrible. Yo no imaginaba que pudiera ser tan malo. ¡Las cosas que les hacían…!

—¿Por qué me lo traes a mí?

Brandt estaba incómodo. Se encogió de hombros.

—Pensé que podrías sacar un reportaje.

—¿A quién pertenece ahora?

—Técnicamente, a los herederos de Tauber. Pero nunca daríamos con ellos. Por consiguiente, supongo que ahora pertenece al Departamento de Policía. Y ellos se limitarán a archivarlo; de modo que, si lo quieres, puedes quedarte con él. Aunque te ruego que no digas que yo te di. No quiero tener disgustos con los jefes.

Miller pagó la cuenta, y los dos hombres salieron a la calle.

—Bueno, lo leeré. Pero no te prometo entusiasmarme. Tal vez dé para un artículo de semanario.

Brandt lo miró y sonrió, torciendo la boca.

—Eres un cínico —dijo.

—No —repuso Miller—. La verdad es que a mí, como a la mayoría de la gente, me importa el aquí y ahora. Y a ti, ¿qué te ha pasado? Después de diez años en la Policía, creí que ya estarías curtido. Y esto te ha afectado, ¿no?

Brandt se había puesto serio otra vez. Miró el paquete que Miller tenía bajo el brazo y, con lentitud, movió la cabeza afirmativamente.

—Sí; sí me ha afectado; y es que nunca pensé que fuera tan horrible. Además, no es tan antigua la historia. Esa historia terminó aquí, en Hamburgo, anoche. Adiós, Peter.

El detective dio media vuelta y se alejó, sin sospechar que estaba muy equivocado.

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