ORA:CLE

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XVII

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V

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—Ael, ¿qué estás haciendo?

Alzó la vista del plástico texturado que estaba calafateando.

—Estoy construyendo un fondo estanco para volver a colocar esta jardinera. —Estaba sentado en el suelo de parquet, con el vendado tobillo recto hacia un lado, en un extraño ángulo—. He pensado en helechos y musgos en el lado del pasillo, y enredaderas en el lado del comedor. ¿Qué te parece la

Hederá helix? ¿Demasiado común?

—¿Que qué pienso? —Pareció sorprendida—. Creo que éste no es el momento de estar plantando flores, yo…

—La hiedra no florece en el interior, ya lo sabes. —Se preguntó la mejor manera de comprobar la estanqueidad de las juntas sin poner en peligro el suelo del vestíbulo. Quizá debiera darle otra pasada, sólo para asegurarse—. Alguna vez, de tanto en tanto, un filodendro prende, pero…

—¡Por el amor de Dios, Ael!

Alzó la cabeza, sorprendido.

—¿Dije algo malo?

Ella se inclinó hacia delante, con el rostro enrojecido.

—¿Cómo demonios puedes estar trasteando con tus plantas cuando la Coalición va tras de ti, y atacaste a un policía, y hay una huelga general que impide hacer

nada, y…?

—Emde, Emde. —Se puso trabajosamente en pie, haciendo una mueca cuando apoyó el peso de su cuerpo sobre su pierna izquierda. Murmurando aún su nombre, la tomó entre sus brazos y la apretó fuertemente contra sí—. Lo siento, doc. No pretendía ponerte nerviosa, pero aunque todo lo que has dicho es cierto, ¿qué puedo hacer yo? Quedarme sentado y pensar y sentirme cada vez peor, eso es todo. Así que prefiero dedicarme a esto. Me da algo que hacer, me mantiene ocupado.

No le dijo todo lo demás, la auténtica verdad. Preparar la jardinera para volver a colocarla en su sitio y replantarla hacía algo más que permitirle pasar el tiempo: le proporcionaba también paz mental. La baja jardinera de madera dividía el vestíbulo del comedor, pero cualquiera que entrara por la puerta podía ver sin obstáculos hasta la terraza. Aquello le hacía sentirse desnudo. Expuesto. En peligro.

Especialmente ahora, a la luz de todo lo que había ocurrido, necesitaba protegerse de alguna manera de las miradas casuales antes de poder sentarse sin sobresaltos.

Sabía que la seguridad era sólo visual, que si alguien deseaba hacerle algún daño, una cortina de enredaderas que fuera del suelo al techo ascendiendo por un entramado de corcho no le protegería. Cada vez que pensaba en ello, se daba cuenta de que el endeble panel no le protegería de nada excepto de las miradas casuales. Así que pensaba en ello lo menos posible. Puesto que preparar la jardinera y montar el emparrado y plantarla era lo único que podía imaginar que le hiciera sentirse un poco mejor, se dedicaba a ello.

¿Pero cómo explicarle algo así a Emde Ocincuenta?

Otra imposibilidad.

Suspiró. Ella se agitó en su abrazo.

—Lo siento —dijo Emde en un susurro—. Yo sólo…

—Lo sé. Lo entiendo. Está bien.

Al fondo, la holovisión cliqueteó cuando el ordenador del apartamento, reaccionando a través de su programa monitor a una serie de palabras clave, cambió de canal.

—Algo interesante —dijo Ael.

—¿De qué se trata?

Ael observó por encima de la cabeza de ella. Una sucesión de copos blancos temblaron durante unos segundos en el cubo, luego cayeron y se fundieron. El rostro de la directora Oach Inoventinueve llenó la esfera. Parecía más vieja, más arrugada; su pelo canoso caía blandamente, como si él también hubiera renunciado a la lucha.

—Saludos —dijo—. Seré breve. Ésta es la última vez que voy a hablarles como Directora de la Coalición. Desde el anuncio de la ACLE de su monstruoso robo esta tarde, un cincuenta y tres por ciento de los empleados permanentes de la Coalición han presentado su renuncia. Esos millones de dedicados funcionarios se han visto intimidados a abandonar su leal y dedicado trabajo en beneficio del bien común.

—Seguro —dijo Ael—. Apuesto a que perder sus espléndidas nóminas no ha tenido nada que ver con su decisión.

Emde alzó la cabeza, llevó un frío dedo a los labios de él, luego se volvió para mirar ella también.

La Directora inspiró profundamente.

—En consecuencia, anuncio la disolución de la Coalición y la revocación inmediata de todas sus leyes, reglas y regulaciones.

»En estos momentos se hallan ustedes sin la protección de ningún gobierno.

»Les deseo mucha suerte.

»Buenas noches.

Ael se quedó de pie allá, en silencio, asombrado, mientras la imagen se desvanecía en flecos de un blanco cremoso. Luego alzó los brazos, sonrió, y lanzó un hurra. Si hubiera llevado sombrero, lo hubiera arrojado al aire.

Agitando lentamente la cabeza, Emde se dejó caer en la silla más cercana.

—No me lo creo. Es un truco. Tiene que serlo.

La holovisión pulsó de nuevo y recuperó su brillo. Una voz profunda y resonante dijo:

—Lo que sigue es un comunicado político publicitario.

La imagen se centró en un despacho suavemente iluminado por una luz indirecta. Un holograma de una pradera alpina resplandecía en la pared del fondo. Un hombre joven de ondulado pelo negro y sinceros ojos azules estaba sentado tras un escritorio de translúcida fibra de vidrio.

—Amigos —unió las manos y se inclinó hacia la cámara—, nos enfrentamos a una época grave y peligrosa. Por primera vez en más de un siglo, carecemos de una fuerza de guía central en nuestra vida política. Somos individualistas bien educados, altamente entrenados, provistos de un tremendo potencial y bendecidos con abundante tiempo libre. Tenemos tendencia a tirar en distintas direcciones. Necesitamos una única fuerza centrípeta global que no anule sino que orqueste y armonice nuestras fuerzas centrífugas individuales. Durante el último siglo, hasta este momento de indignidad, la Coalición ha proporcionado esa fuerza centrípeta. Ahora ha desaparecido, y en su lugar sólo hay un vacío. ¡Queridos conciudadanos! ¡Debemos tomar precauciones! No podemos permitir que este vacío ponga en peligro nuestra seguridad, nuestro bienestar.

«Os animo a todos a que deis instrucciones a vuestros representantes para que proporcionen al partido Uhuru-Episcopal los poderes necesarios para reemplazar a la Coalición. Muchas gracias».

La imagen se fundió en bruma, y de nuevo la voz profunda y resonante dijo:

—Éste ha sido un comunicado político publicitario.

Una vez más, el cubo reconstruyó su brillo, elemento a elemento. La voz en off dijo:

—Interrumpimos nuestra programación habitual prevista para ofrecerles la siguiente noticia llegada de nuestra central en Londres.

Apareció un rostro familiar.

—Saludos a todos los que me estén viendo. Esta vez, espero, podré dirigirme a ustedes sin temor a ser cortado.

»Mi felicitación a todos aquéllos que han tenido el valor, la determinación, de relegar a la corrupta Coalición al cubo de los desechos, donde pertenece.

»Como saben, nosotros, la Asociación de Consejeros por Lazo Electrónico, nos hemos hecho con el control del Tesoro de la Coalición. Contiene billones de dólares, que se incrementan a cada minuto a medida que son abonados los impuestos retenidos automáticamente en todas las transacciones.

»Anunciamos aquí que retendremos este dinero en depósito para toda la gente del mundo. Cuando elijan un nuevo cuerpo que reemplace a la Coalición, nos aseguraremos de que gaste su dinero juiciosamente. Realizaremos esto negándonos, en su beneficio, a autorizar ningún pago que no sea destinado directamente a las finalidades legítimas de un cuerpo de gobierno central.

»Gracias, y no olviden ser prudentes.

La holovisión pasó a modo de espera. Emde permaneció sentada, contemplando el cubo, con sus pensamientos tan lejos de allí que cuando Ael dijo: «¿Emde?», ni siquiera parpadeó.

Volvió a su trabajo, decidido a dar una segunda capa de calafateado, y empezó a instalar el equipo de bombeo.

Dos minutos más tarde el ordenador del apartamento zumbó, señalando la recepción de un mensaje que el remitente había codificado como importante. Suspiró. Había gente que tenía extrañas ideas respecto a la importancia que había que atribuir a su correspondencia. Dejando a un lado sus herramientas, fue al ordenador y pidió el correo.

Las mayúsculas desfilaron por la pantalla:

ATENCIÓN A TODOS LOS DEPOSITANTES:

DEBIDO A LA DISOLUCIÓN DE LA COALICIÓN, Y AL SUBSIGUIENTE FIN DEL PAPEL DE LA COALICIÓN COMO CÁMARA CENTRAL DE COMPENSACIÓN FINANCIERA, LA DIRECCIÓN SOCIAL-TEC DE SERVICIOS BANCARIOS PÚBLICOS HA ORDENADO A CADA UNO DE SUS BANCOS MIEMBROS DESCONTAR EN DISTINTOS PORCENTAJES LOS DEPÓSITOS EFECTUADOS MEDIANTE INSTRUMENTOS LIBRADOS POR LA DIRECCIÓN DE SERVICIOS BANCARIOS PÚBLICOS DE CUALQUIER OTRO PARTIDO. POR FAVOR, TENGAN EN CUENTA ESTO. CUANDO EFECTÚEN EL PRÓXIMO CARGO EN SUS CUENTAS, ES ACONSEJABLE QUE VERIFIQUEN SU SALDO. GRACIAS.

Ael gruñó. Se volvió en su silla y miró a Emde. Había entrecerrado los ojos: estaban enfocados en el infinito, mientras pensaba profundamente. Tosió; ella no respondió.

—Hey… doc.

Ella parpadeó y por un instante pareció casi despertar.

—¿Sí?

—¿Quién controla tu banco?

—Los Social-Tec, ¿por qué?

—Entonces los dos tenemos problemas. Lee esto. —Se apartó de la pantalla y se sentó en el sofá. Mientras ella cruzaba la sala de estar, se hundió en la interface.

Hey, Oráculo.

#¿Sí, señor?#

Nunca me había preocupado de controlar eso antes, pero…, ¿quién controla su banco?

#La Dirección Musulmano-Republicana de Servicios Bancarios Públicos#. Hizo una pausa, luego: #Supongo que acaba de recibir usted un comunicado de un banco controlado por los Social-Tec. Le interesará saber que los instrumentos de adeudo de los Musulmano-Republicanos serán descontados en un doce coma siete por ciento. Esto los sitúa en una posición favorable frente al descuento medio del trece coma veinticuatro, y…#

Ya es suficiente.

#Sí, señor#.

Interrumpió la interface. ¡Un doce coma siete por ciento! No era que ganara mucho dinero: sus ingresos medios, antes de su

best seller, apenas cubrían su mitad de los gastos. Se sintió enfermo. Un recorte del doce por ciento en sus ingresos lo dejaba en números rojos. La diferencia tendría que salir de los royalties, que había esperado ahorrar… o dedicar a lujos.

—Oh, mierda —murmuró.

—Eso es exactamente lo que pienso —dijo Emde desde la pantalla.

—¿Tú también?

—Estoy vendiendo esos fosfatos a una fábrica de fertilizantes de Hanoi; su banco está controlado por los Com-Mao…, y el descuento de

ellos es del veintitrés coma cuatro. Los marroquíes quieren su dinero en instrumentos de crédito en carta Inshallah…, y ésos tienen un tres coma ocho por ciento de

sobretasa. —Su rostro quedó inexpresivo unos instantes. Se estremeció, luego se volvió al teclado. Sus dedos aletearon; los números danzaron en la pantalla. Jadeó. Hundió los hombros—. ¡Ael, estoy arruinada!

—¿Qué? —Se levantó y miró por encima de su hombro—. ¿Cómo es posible, tú…, tú…?

Ella mostró la pantalla.

—Yo recibía un quince por ciento del precio como comisión, pero con esos descuentos… Ael, voy a perder veinte centavos por dólar, ¡y me he comprometido a comprar diez millones de dólares en fosfatos! No sólo estoy arruinada, sino que estoy en quiebra. Estamos en quiebra. Absolutamente. Definitivamente.

Sonó el timbre de la puerta.

—Tiene que haber algo que puedas hacer. —Fue a abrir—. Vídeo.

—Averiado.

—Mierda… Está bien, abre.

El hombre del mono negro que había salvado antes a Ael de la policía inclinó la cabeza para pasar por el umbral y entró en el vestíbulo. Tendió una mano.

—Ape Emcuarenta. Ya conozco su nombre, Ael. ¿Cómo está?

—Bien. —Aunque aceptó con cautela la mano tendida, casi estuvo a punto de perder la suya en el triturante apretón—. Bueno, hace un segundo

estaba bien…

—¿Ese ligero apretón? Oh, vamos, no fue nada. Necesita usted un gimnasio en casa, Ael…, ¡necesita realizar el potencial de su propio cuerpo! Un gimnasio precisa menos de un metro cuadrado de suelo despejado… Pero oh, no tengo por qué hacerle mi propaganda de vendedor, no estoy aquí por negocios.

Aquello no alivió a Ael.

—¿Oh? Ah… —Pero tenía que ser cortés—. Pase.

—Bien, gracias, gracias. —Andando cuidadosamente por entre las piezas de la jardinera, siguió a Ael a la sala de estar. Sonrió a Emde, que se levantaba—. Hola, buenas tardes, buenas tardes.

—Disculpe —dijo ella con aire hosco, y fue a su despacho.

—Espero no interrumpir nada. Su esposa parece preocupada.

—Oh… —Ael agitó vagamente la mano—. Problemas profesionales, ya sabe cómo son las cosas. Siéntese. ¿Puedo hacer algo por usted?

—Bueno, se lo diré. —Lanzó un gruñido de satisfacción mientras se acomodaba en el sofá—. Soy el representante del partido del Renacimiento Americano en este edificio, y francamente, estoy haciendo un sondeo. ¿Pertenece usted a algún partido?

—No, reparto mis votos. —No citó el hecho de que nunca había dado un voto a ningún candidato del Ren-Am—. Para ser también franco, no estoy interesado en comprometerme con ningún partido.

—Bueno, eso es estupendo, respeto esta postura. Para eso está nuestra democracia. Pero le diré una cosa, Ael: creo que hay una posición desde la cual es probable que desee apoyar a nuestro partido, y es nuestra plataforma respecto a la amenaza dac.

—Estoy dispuesto a escucharle. —Con un inaudible suspiro, se preparó a quince o veinte minutos de aburrimiento.

—Como le he dicho, hoy estoy haciendo una especie de sondeo…, pero en realidad estoy buscando dos cosas. En primer lugar, miembros para el partido, por supuesto, pero segundo, y probablemente más importante, estoy buscando contribuciones en efectivo para hacer avanzar uno de los más apreciados de nuestros objetivos: echar de aquí a los dacs. ¿Cree usted que podría apoyar eso, Ael?

Abrió las manos.

—¿Y quién no lo haría? Pero me gustaría saber de una forma específica en qué va a gastarse mi dinero, y no de una forma general.

El hombre apoyó las manos en sus muslos.

—En armas.

Ael parpadeó.

—¿Armas?

—Ajá. Ahora que no está la Coalición para interferir, vamos a procurarnos unos cuantos cañones antiaéreos y hacer desaparecer a esos condenados dacs del cielo.

—Buen Dios, Ape —murmuró Ael—, no sé cómo…

—¡Ael! —Era Emde, llamándole desde su despacho—. Ven un momento, por favor.

—Disculpe, Ape. Vuelvo en seguida.

—Tómese el tiempo que necesite —dijo Emcuarenta.

Cuando entró en el despacho de Emde, ella le hizo una seña de que cerrara la puerta.

—¿Qué ocurre, doc?

Ella mantuvo su voz en un susurro, mirando frecuentemente hacia la sala de estar.

—Acabo de holofonear a ese Mediador. El que…

—Sé a quién te refieres. —Se sentó en el borde de su escritorio—. Adelante.

Ella se pasó los dedos por el pelo, luego se mordisqueó la punta del pulgar.

—Deseaba llamarle para anular el asunto: tenemos que sacar a Uwef, pero no puedo permitirme… No tenemos dinero ahora, con todo lo que está ocurriendo, y… —Se estremeció, sin acabar la frase.

—Bien, ¿cuál es el problema?

—No quiere devolverme lo que le pagué…

—¿Esperabas que lo hiciera? Las fianzas no son reembolsables. No va a…

—… y quiere el resto. —Parecía a punto de echarse a llorar.

—Entonces dile que se vaya a paseo. —Se encogió de hombros—. Si no tienes dinero no puedes pagarle, y eso es todo.

—Le

dije que no lo tenía. —Enterró el rostro entre sus manos. Murmuró algo.

—Lo siento, no oí eso —señaló Ael. Acarició su pelo—. ¿Qué dijiste?

Ella alzó el rostro. Sus ojos estaban enrojecidos, húmedos, implorantes.

—Me dijo que no debía olvidar quién era él. Y que no todos los policías han renunciado. Y que si no acredito lo que falta en la cuenta de su partido mañana por la noche, será mejor que empiece a escribir el epitafio de Uwef.

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