Nina

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LIBRO SEGUNDO » 34

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Nos quedamos en el bar de las velas.

El pianista nos hizo preguntar si queríamos que tocara algo para nosotros, y Nina le pidió la canción de la película «Moulin Rouge» y me preguntó si quería bailar con ella.

—Bailo muy mal.

—No lo creo.

—Pues es verdad.

—Venga —me dijo Nina.

Eran ya las tres de la madrugada y, aparte de nosotros, había sólo cuatro parejas sentadas a las mesitas. Éramos la única pareja que bailaba.

—No debería maquillarse nunca —le dije—. Es usted mucho más hermosa sin pintar. La primera vez que la vi no iba usted maquillada. Y me enamoré inmediatamente de usted.

—¿Cuándo fue eso?

—Usted no puede saberlo. Estaba sin conocimiento en el hospital, y la vi por los cristales de la puerta de su habitación.

—No. —Estaba horrorizada.

—El médico le estaba poniendo una inyección con una larga aguja, directamente al corazón.

—¿Me ha visto desnuda?

—Si.

— Whenever we kiss —cantó el pianista—. I worry and wonder...

—Debo de haberle parecido espantosa.

—Sí, fue espantoso.

— ...Your lips may be near, but whare is your heart... -cantó el pianista y nos movimos lentamente en círculo.

—Holden.

—¿Sí?

—¿Ha visto también el lunar?

—¿Qué lunar?

—El que tengo debajo de... en el lado izquierdo de mi cuerpo. Es espantosamente feo. He hecho todo lo posible por quitármelo. Es tan grande como la uña de mi dedo meñique. Debe de haberlo visto.

—Yo también tengo uno. En la pantorrilla izquierda.

—¡Ay! Holden...

—Creo que ya está usted un poco achispada.

—A lo mejor, sí... Me gustaría pintarme los labios.

—Por favor, no lo haga.

—Llevo un lápiz conmigo.

—No, no quiero.

—¿Sus padres eran pobres, verdad?

—Sí.

—Los míos también, Holden.

—Ya lo sabía —y en aquel momento le pisé el pie sin querer—. Perdone. De veras que no sé bailar.

—Fue culpa mía. Venga, bebamos algo más.

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