Nina

Nina


LIBRO SEGUNDO » 41

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—¿Holden?

Había casi alcanzado el garaje cuando oí la voz de Nina. Su silueta se dibujaba en la iluminada ventana de su habitación. Sobre la hierba me dirigí hasta la casa, y ella me dijo en voz baja:

—Suba a mi cuarto.

En la casa no había ninguna luz encendida, pero salió la luna y, a su reflejo, subí la crujiente escalera. Nina estaba sentada en el borde de su lecho cuando entré. Llevaba una roja y larga camisa y, encima de ella, una bata. Sobre una mesa, a su lado, había un cenicero. Estaba lleno de colillas.

—Siéntese.

Me senté.

—El doctor Zorn ha llamado. Estaba muy excitado. Me ha felicitado.

—¿Por qué?

—Mi marido será puesto en libertad. Contra una fianza de quinientos mil marcos.

Mi boca estaba seca, mis manos se habían puesto frías como el hielo.

—¿Cuándo?

—Mañana por la tarde.

Guardé silencio. ¿Qué podía contestar?

—Ahora ha obtenido lo que quería.

Ya había reflexionado sobre ello. Yo lo había alcanzado. Pero no era verdad que lo quisiera.

—Le rogué entonces que no entregara los documentos.

—Me vi obligado a ello, no podía..., no —me interrumpí— tiene usted razón, yo no hubiera debido entregar los documentos. Naturalmente, hubiera tenido consecuencias el que me hubiese negado. Y esas consecuencias no quería soportarlas. Yo quería conservar mi libertad.

—Y dinero.

—Y dinero, sí.

Nos mirábamos y hablábamos como enemigos, peor, como amigos. ¿Dónde estaba aquella confianza que nos había unido? Habíamos reído juntos, nos habíamos sentido de acuerdo sobre muchas cosas, nuestras relaciones se hacían más cordiales cada día, y ahora parecía todo terminado, que no quedaba nada de todo aquello.

—Cuando él vuelva, se sentirá invencible, Holden. Usted no le conoce. Usted no sabe cómo es cuando se siente poderoso e invencible. Ahora le conocerá.

—Debemos apechugar con ello. Gentes como él son siempre invencibles.

—¡Por usted! ¡Por usted! ¡Usted le ha hecho invencible, Holden! ¡Usted tiene toda la culpa y no podrá librarse de ella!

—¿Qué quiere decir culpa? ¿Qué quiere decir librarse? Yo también quería mi parte de botín.

Ella confesó en voz baja:

—Tampoco yo soy mejor. Me casé con él sin amarle, con el fin de ser rica. Para poseer abrigos de pieles, vestidos bonitos, joyas. No tengo derecho a ponerme aparte. Usted y yo, gente como nosotros, hacen que la gente como él sea invencible. Y de ello se hacen tan culpables como él.

—¿Qué sucederá? ¿Qué va a hacer usted?

—No lo sé todavía.

—¿No lo sabe?

—No. No nos engañemos. Usted ya se ha entregado a él, y yo estoy aún considerando esta resolución. Ahora déjeme sola, Holden.

—Buenas noches —dije desconsolado.

—Buenas noches —me contestó, y entonces hizo lo peor que podía hacer: me dio la mano, como si fuéramos camaradas, no amantes, tal como yo suspiraba que fuésemos; camaradas en el mismo barco, en el barco de los malditos. Su mano estaba seca y fría, fría y seca.

No pude dormir aquella noche. Desde mi cama, a través de mi ventana, veía la suya. La luz de su cuarto no se apagó. Dos veces advertí su silueta, cuando se puso a mirar al parque. A las tres de la madrugada me dormí para volver a despertarme a las cuatro, bañado en sudor. El sol estaba saliendo, pero la luz de la habitación de Nina seguía ardiendo. Los pájaros empezaron a cantar y yo pensé en el barco, en el barco de los condenados.

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