Nina

Nina


LIBRO TERCERO » 1

Página 78 de 123

1

Déjà vu...

Ya visto. Ya oído. Ya vivido. ¿Conoce usted esta sensación del «Déjà vu», señor comisario de lo criminal Kehlmann, para el cual lleno yo pacientemente tantas páginas, la conoce usted? Usted sale a pasear, a primera hora de la mañana, por un pequeño balneario. Las calles están vacías. Hay una oca en un lugar soleado. Una casa blanca con berros multicolores delante de las ventanas. Una escalera apoyada contra la casa. Una muchacha rubia con un chal. Usted pregunta por el camino hacia el baño termal. Y, súbitamente, es como si usted ya le hubiera preguntado antes a la muchacha, como si ya hubiera visto la oca, la escalera, los multicolores berros, y usted conoce el camino hacia las termas antes de que la chica haya tenido tiempo de contestarle. ¿Conoce usted esta impresión, señor comisario?

En aquella noche de niebla, en octubre, entre Stuttgart y Ulm, sobre la autopista, aplasté una liebre. Algo sonó en mi cerebro, en mi memoria.

Déjà vu...

Yo había atropellado ya una liebre, durante una noche de niebla, sobre una autopista. Esto había sido cerca del Elba, detrás de Coswig, en ruta hacia Berlín. En aquel tiempo, cuando Nina se encontraba en el hospital suspendida entre la vida y la muerte. En aquel tiempo, pocas horas antes de que arrestaran a Brummer.

Déjà entendu...

Ya oído.

Se echa una moneda en la máquina automática, se aprieta el botón exacto, y todas las monedas caen. Se atropella una liebre y uno recuerda de nuevo todo, todo lo que, en aquel tiempo, dijo Julius María Brummer...

«...tome a quien quiera, gente grande, gente chica..., todos poseen su pasado, pasado grande, pasado chico, todos tienen miedo, todos sienten una conciencia culpable. ¿Salir usted, Holden, lo que todos necesitamos?»

Palabras, palabras pronunciadas en la niebla, semanas antes. Detrás del Elba, detrás de Coswig. Ahora las oigo de nuevo, semanas más tarde, otra vez en la niebla, detrás de Stuttgart, antes de Ulm. Vuelvo a oírlas, las palabras.

«¡Un doble! ¡Por Dios, que esto sería el descubrimiento del siglo! Un segundo yo que tomara sobre sí todo lo que uno ha hecho. ¡Un doble! Tendría que hacer patentar esta idea...»

Un doble...

Yo no sé si usted la conoce, señor comisario de lo criminal, Kehlmann, esta sensación, de ser asido por una idea que se aposenta en el cerebro y en la sangre, no sé si usted la conoce...

Un doble...

No quiere dejar libre a Nina. No quiere dejarme libre a mí. Se originarán nuevas desdichas. Nunca podremos reunimos, no, nunca.

Un doble...

No pienso separarme. Por nada del mundo. Necesito a Nina. La mejor mujer que existe...

¿Y si el señor Brummer muriera repentinamente?

Julius María Brummer tiene un corazón débil. Una plaquita de oro cuelga de su blanco y esponjoso cuello. ¿Y si muriera repentinamente?

Lo hace un doble, no yo.

No tengo ninguna culpa, no merezco castigo alguno.

Este acto no lo he ejecutado yo, alto Tribunal. Este acto lo ha ejecutado otro que tiene el mismo aspecto que yo; que habla igual que yo; que vive como yo; pero él es malo, yo soy bueno. A él debe castigarlo, alto Tribunal.

A él. A mí no.

Un doble así no lo tengo, no existe; no, en verdad, no existe.

¿Qué significa que no existe?

Una cosa se dice que no existe cuando los hombres no lo han descubierto todavía. La cosa, en sí, no tiene inconveniente alguno en que se la descubra.

Un doble así no existe, pues, todavía: Yo no sé si usted la conoce, señor comisario de lo criminal, Kehlmann, esta sensación, de sentirse en poder de una idea que se aposenta en el cerebro y en la sangre, no sé si usted la conoce...

Entre Coswig y el anillo de Berlín, en la niebla, Julius María Brummer dio existencia a esa idea. En la niebla, semanas más tarde, entre Stuttgart y Ulm, tomó forma en mi cerebro. Él fue su padre, actualmente es su víctima, él mismo, Julius María Brummer.

Ir a la siguiente página

Report Page