Nina

Nina


LIBRO TERCERO » 17

Página 94 de 123

17

Por fin tienes miedo, Julius Brummer, panzudo con millones. Por fin tienes miedo. Y sólo estamos al principio, Julius Brummer, al principio de un largo camino que recorreremos justos hasta llegar a un túnel de terror, a un espantoso mundo inferior de pesadilla, del que no habrá escapatoria para ti, no, para ti no. Sólo yo, yo solamente volveré a ascender de nuevo a la clara luz de un mundo razonable. Y entonces viviré siempre con Nina, nunca más me separaré de ella, ni siquiera por el tiempo de una hora. Y una pequeña criatura se encontrará entonces en seguridad para siempre.

Mientras pensaba en todo esto, oí que Nina decía:

—Él ha intentado averiguar en qué máquina ha sido escrita la carta.

—¿Y...?

—Ya no se puede reconocer.

—¿Por qué no?

—La máquina que fue empleada es demasiado vieja y mala, sus tipos están demasiado gastados para ofrecer señales distintivas.

Ves, Julius, pensé yo, hubieses gastado un poco más de dinero para tu institución en lugar de comprar siempre lo más barato, la última porquería, ahora habrías tenido una posibilidad de descubrirme. Pero eres demasiado avaro, Julius, ahorras siempre el céntimo cuando de los pobres se trata. Dios bendiga tu avaricia, Julius María Brummer...

—¿Robert...? —susurró Nina.

—¿Sí?

—Dime lo que significa esta carta.

—Ya lo sabes, lo que significa.

—¡Pero esto existe solamente en el cine o en las novelas!

—No es necesario que sea un perfecto doble. Basta un hombre que se parezca mucho a ti. Y esto existe. Llegué una vez a un hotel de Munich, porque tenía que encontrarme con alguien en el vestíbulo, y el portero me hizo señal de acercarme y me dio una buena cantidad de correo Se había ido acumulando desde que estuve viviendo por última vez en el hotel, me dijo. Yo no había vivido nunca en el hotel. El nombre que llevaban los sobres me era perfectamente desconocido, y devolví aquel correo. El portero se excusó. Las cartas pertenecían sencillamente a un hombre que se parecía mucho a mí. Esto existe, no sólo en las novelas.

Nina se incorporó de repente y me consideró especulativamente.

—¿Qué tienes? —le pregunté.

—Hablas de una forma tan tranquila, tan objetiva. ¿No te espanta a ti nada de esto?

—Me ha asustado mucho antes que a todos vosotros Para mí, ya en el asunto de la gasolina vi claro lo que se me echaba encima.

—¿Qué viste?

—Que ellos han encontrado al hombre que se parece a mí.

—¿Quiénes?

—Tu marido tiene muchos enemigos. No sé cuál de ellos será. Posiblemente Liebling. O también el señor de Butzkow Uno de los que tu marido ha sobrecargado y exprimido por medio de aquellos documentos. Uno que ya tiene bastante que quiere vengarse, pagándolo yo.

—¿Cómo vas a pagarlo tú?

—Naturalmente que sí. El hombre que se me parece tanto puede hacer todo lo que quiera. Siempre parecerá como si lo hubiera hecho yo.

Ella murmuró:

—¿Puede hacerlo..., todo?

—Sí, todo.

—Y también...

—También esto. Aunque mate a Brummer, todos pensarán que lo he hecho yo. Yo tengo un motivo: Brummer me domina por el chantaje. Y, además, te amo.

—¡Oh, Dios mío! —exclamó.

Y se dejó caer lentamente sobre mi impermeable, que yo había extendido detrás de ella. El cabello le envolvía la cabeza como un rubio abanico, su boca permanecía abierta sus ojos brillaban húmedos.

—Robert..., me he enamorado perdidamente de ti..., no sentí por ningún otro hombre lo que por ti siento..., cuando me miras de esta manera, todo da vueltas a mi alrededor... es tan dulce ser mirada así por ti..., pero nunca podremos vivir juntos..., algo sucederá... algo horrible...

—¡No!

—Cuando dos personas se aman, siempre sucede algo terrible. Uno de los dos muere. O estalla una guerra y se ven separados. Algo sucederá. No nos dejarán ser felices...

—Me defenderé contra ese individuo...

—¿Cómo podrás defenderte?

—Ya encontraré la forma.

—Sólo quieres animarme. Tienes tanto miedo como yo.

—Sí, es verdad —asentí.

—Por esto te amo. Deja reposar tu mano aquí. Me hace feliz. —Sus ojos se habían vuelto nebulosos. Dejé descansar mi mano, me incliné sobre ella y la besé. Luego puse mi cabeza sobre su pecho y oí que me decía—: Quiero ser tu mujer. Ahora mismo. Quiero que seas mi hombre, Robert.

Me enderecé. Ella me miró a los ojos.

—Sí, por favor. Por favor, sí. Hazlo, te lo ruego, hazlo. Yo sé que nos van a separar. Algo debe suceder..., pero quiero haber sido tu mujer cuando ello suceda.

—Te quiero —le dije.

Nuestras manos comenzaron a moverse al unísono, nuestro aliento empezó a volar, y nuestras voces decían palabras por propio impulso. Su cuerpo era más hermoso que cualquier otro cuerpo de mujer que yo hubiera visto en mi vida. Su ternura era más suave que la de cualquier otra mujer. Y lo que me dijo en esa hora, nunca se me irá de la memoria.

Otro remolcador vino remontando la corriente, más y más fuertemente roncaba su máquina, y las gaviotas chirriando, daban círculos y más círculos en el cielo, por encima de nosotros. Nina era completamente distinta a Margit, mi difunta esposa. No existía la menor semejanza entre ambas. ¡Qué loco había sido al figurármelo antes!

El remolcador se acercaba.

—¿Soy buena para ti? —me susurró—. ¿Soy de la manera que tú quieres?

—Eres maravillosa, cariño, maravillosa...

La máquina del remolcador se hizo excesivamente ruidosa, el agua llegó restallando contra la orilla. Nina dejó escapar un grito ahogado. Y a mí me pareció que mi vida se alejaba con las olas de la corriente, lejos, muy lejos de allí. Con placer me hubiera muerto en aquel momento. Las gaviotas chirriaban. La máquina del remolcador moderó su ruido. Oí que Nina susurraba:

—Si pudiéramos morir ahora los dos, sería hermoso...

Ir a la siguiente página

Report Page