Nina

Nina


LIBRO SEGUNDO » 28

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Ella me ha pegado. Ella me ha pegado. Hay cosas que todavía puedo soportar y ella se ha permitido hacerlas hasta ahora. Pero me ha pegado, y esto no debía hacerlo. Esto ya es demasiado.

—Una cerveza, un coñac.

—Otro doble.

—Otro doble, sí, señor.

Mi mujer me pegó también, entonces, cuando entré en la habitación. Ella me pegó en la cara, igual como me han pegado ahora. Y luego..., luego hice aquello. Todo giraba a mi alrededor, como ahora empieza todo a girar, la sangre golpeaba mis sienes, igual como ahora empieza a golpearlas...

—Su otro doble, señor.

Tengo que cerrar los ojos, porque todo gira demasiado de prisa. Y la sangre en mis sienes golpea, golpea. Pegado, pegado, ella me ha pegado.

Afuera está el coche.

No quiero mirarlo. He de mirarlo. También fuera se mueve todo, envuelto en las verdes brumas de la lluvia. Pero allí está el coche. Ellos están sentados y hablan, no sé de qué. Ella le mira a él con sus húmedos ojos de perro, al hermoso joven, con el que se ha revolcado en la cama, desnuda y jadeante. Él ha vuelto y el cuerpo de ella, entero, añora el suyo, y volverán a hacerlo, volverán...

—No.

¿Qué quiere decir no?

Yo lo impediré.

Idiota. ¿Cómo podrás impedirlo?

Ya he impedido algo, una vez. Por ello me condenaron a doce años, y Margit había muerto. Pero ya no podía volver a engañarme, no. Lo haré otra vez, sí lo haré otra vez. Esta vez no iré a la cárcel por ello. Ella me ha golpeado. Quieto. Tengo que calmarme.

No. No quiero. Ya no. Acabaré con esto. Todo lo que sucede es demasiado para mí. No puedo aguantarlo. Lo acabaré. Acabaré conmigo y con ellos dos.

Iré hacia ellos. El hermoso joven es menos fuerte que yo. Y cobarde. Margit es sólo una mujer. No, no es Margit. Eso fue... entonces. Se llama Nina. Margit. Nina. Margit. Nina. No importa, no le haré caso. Arrancaré el coche sin pronunciar palabra. Sigue lloviendo. Parecerá un accidente. Me golpearán e intentarán hacer todo lo que puedan, para que me detenga, esto está claro. Pero estarán sentados detrás de mí. No se puede hacer mucho daño a una persona, cuando se está sentado detrás de ella. Al cabo de medio kilómetro, el Rhin se acerca mucho a la carretera, conozco el sitio. Allí delante hay muchos avisos. Giraré el volante, el coche se precipitará diagonalmente a través de la carretera. Ellos gritarán. Querrán escaparse del ataúd que se los lleva al fondo, pero será demasiado tarde. El agua entrará como una tromba a través de la abierta ventana, y ellos se agarrarán entre sí, como yo me agarraré al volante. Margit y Toni. Nina y Toni. Nina y Toni.

La sangre..., la sangre que golpea mis sienes...

Dejo dinero encima de la mesa y me pongo la húmeda chaqueta. Ando muy lentamente, porque ahora ya es completamente igual que me moje poco o mucho. Diez pasos hasta el «Cadillac», que está allí en la semioscuridad, macizo y negro, tambaleándose ante mis ojos, como se tambalea todo lo demás.

Con andar sinuoso me acerco por detrás, a fin de que no lo noten, es importante que ellos no noten nada.

Cinco pasos. Resbalo. Caigo. Vuelvo a levantarme. La sangre. La sangre en mi cráneo. Margit y Nina. Margit y Nina...

Todavía tres pasos.

Cuán verde es todavía la luz. También será verde el agua. Peces y plantas nos acompañarán. Por la noche estará oscuro y hará frío, pero ya no lo notaremos. Su hermoso cuerpo se pudrirá y las algas crecerán y los peces nadarán a través de sus cabellos.

Todavía un paso.

Yo pienso: ella me ha pegado. Esto es el fin.

Entonces abro de golpe la puerta y me dejo caer detrás del volante. En el mismo momento siento la mano de Nina apoyándose sobre mi hombro y oigo que solloza.

—¡Holden, gracias a Dios, Holden, que ha llegado usted!

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