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CAPÍTULO 20

SOLO HUMANO

Volvió en sí lentamente, de manera fragmentada. Seguía vivo. Se llamaba Kade. Kaden Lane.

Su visión fue aclarándose poco a poco, pero seguía desorientado. Shu lo miraba. ¿Cuánto tiempo había pasado inconsciente? ¿Cuánto tiempo llevaba despierto? Quiso hablar y descubrió que no podía hacerlo. El corazón le aporreaba el pecho. Intentó proyectar su mente hacia la de Shu, pero se encontró con que se la habían bloqueado. Su voluntad de llevar la mano al teléfono no se cumplió. El disruptor Nexus ya no estaba ejecutándose. Probó a reiniciarlo. El sistema operativo Nexus no obedeció su orden.

Un escalofrío le recorrió la espalda. Así que había perdido. Su-Yong Shu lo tenía bajo su control.

«Es lo mismo que nosotros le hicimos a Sam», pensó.

Notaba la presencia de Shu hurgando en su mente, en sus recuerdos. La creación del sistema operativo Nexus. La fiesta. La redada. La reunión con los miembros de la ERD donde le informaron sobre ella. La misión que le habían encomendado.

—Eres un idiota, Kaden Lane.

—Yo no quería venir. Me chantajearon.

—Podrías haber acudido a mí. Podrías haberme explicado tu situación. Yo te habría protegido. Tú y yo somos iguales. Estamos en el mismo bando.

«¿De verdad?», se preguntó Kade.

—La acusaron de cosas muy graves —repuso Kade—. Me enseñaron pruebas. Utilizó Nexus para asesinar y coaccionar a personas. Se apoderó de sus mentes como acaba de hacerlo con la mía.

En ese momento, Shu lo golpeó con su mente. Kade sintió un dolor de mil demonios en la cara, como si la profesora lo hubiera abofeteado con la mano derecha, como si le hubiera roto los huesos de la cara y se la hubiera dejado sangrando y amoratada. Ni siquiera fue capaz de estremecerse. Parpadeó e inspiró por la nariz. El dolor era insoportable. Brotaron lágrimas en sus ojos.

—Niñato arrogante. ¿Cómo te atreves a darme lecciones de moralidad? ¿Acaso sabes lo que han hecho esos monstruos para los que trabajas? ¡Toma! ¡Míralo con tus propios ojos!

Kade vio imágenes proyectadas en la mente de Shu. Un científico chino muerto en un burdel de Saigón; un Range Rover, encontrado en el fondo de un barranco en el interior de Australia, con sus ocupantes carbonizados hasta el punto de imposibilitar su identificación; un célebre investigador indio especializado en inteligencia artificial, hecho pedazos tras un atentado con un coche bomba en Delhi; un genetista norteamericano que al parecer se había suicidado en su casa; y muchos más.

Y el peor caso de todos. Yang Wei, el mentor de Shu, el neurocientífico ganador de un Premio Nobel que la había formado, una de las mentes más brillantes que Shu había conocido, quemado vivo, atrapado en su limusina durante un ataque de los norteamericanos, y Shu había sido testigo de su agonía sin poder hacer nada.

La mente de Shu estaba llena de rabia, odio y desprecio.

—Asesinaron para detener el progreso, para detener una ciencia que los aterroriza. Para detener la evolución humana. ¿Cómo es posible que trabajes para ellos?

Kade empezó a temblar.

—Afirmaron que era una asesina, que había colaborado con su gobierno para matar a personas, que usted había creado las herramientas necesarias.

Su-Yong Shu suspiró mentalmente. Transmitía remordimientos.

—En efecto, utilizaron las herramientas que yo había creado. Mi gobierno no es mucho mejor que el tuyo. Toman la ciencia y la pervierten.

«Entonces era cierto. Habían utilizado sus herramientas para asesinar.»

—Y harán lo mismo contigo —le advirtió Shu—. Utilizarán tus herramientas para fines contrarios a tus intenciones.

—Jamás se lo permitiré —replicó Kade.

Shu se mofó mentalmente de él.

—No te pedirán permiso.

—Pues se lo impediré. ¡Se lo impediré!

Brotó otra imagen en la mente de Kade: Su-Yong Shu aparecía delante de varias filas de soldados idénticos del Puño de Confucio, con los bazos abiertos como queriendo decir: «¡Tachán!».

—Me dijeron que ayudó a China a fabricar soldados. Soldados clones. Robots humanos.

La mente de Shu desbordó cólera.

—Tienes uno justo detrás. ¿Por qué no le pides su opinión? —espetó Shu en un tono gélido y amenazante.

La mano posada en su hombro.

Las carcajadas de Feng resonaron en la cabeza de Kade.

—¡Un robot! Ya me gustaría tener la resistencia de un robot fabricado con titanio y fibra de carbono. ¡A prueba de balas!

—Feng —dijo Shu en voz alta—, ¿por qué no se sienta y nos ayuda a acabar toda esta comida? Me parece que hemos pedido más de lo que podemos comer.

Feng se sentó al lado de Kade y llenó un plato de comida hasta rebosar. Su apetito parecía insaciable, y se notaba que estaba pasándolo bien.

—Usted es un clon —le dijo Kade—. Un esclavo. Me enseñaron las pruebas.

Las risas de Feng volvieron a resonar en la mente de Kade. El chófer tenía la boca llena de fideos.

—Un clon, sí. ¡Ya le dije que mi familia era muy numerosa, que tenía un montón de hermanos! Ahora bien, ¿un esclavo? Ya les gustaría. Pero soy libre. Y mis hermanos también son libres. Gracias a ella.

—¡Mmm! ¡Estos fideos están buenísimos!

—No podía tolerar que los poshumanos fueran reducidos a meros esclavos de los humanos —intervino Shu.

—Doctora Shu, me rindo. Siento mucho todo lo que ha pasado. ¿Cómo puedo convencerla de que me deje ir?

Shu tomó un sorbo de té y se volvió hacia los rayos que partían el cielo al este de Bangkok.

—Tengo la impresión de que la tormenta se acerca. ¿No le parece?

Kade notó que empezaba a recuperar el control de su cuerpo. Se volvió hacia la tormenta. Los rayos parecían más próximos, aunque era difícil afirmarlo con certeza.

—Eres un hombre muy peligroso, Kaden Lane. Tu gobierno tiene motivos para temerte. El potencial de nuestra tecnología es explosivo. ¿Cómo podrían competir con nosotros los seres humanos comunes?

—Yo no quiero hacer daño a nadie —replicó Kade—. Nunca ha sido esa mi intención.

—Apenas controlas tu propia mente —le dijo con sorna—. Tus intenciones no cuentan para nada.

Kade no replicó. Permanecieron sentados en silencio unos instantes.

—Ven a mi laboratorio —dijo al cabo Shu—. Acepta el posdoctorado. Deja que la ERD siga pensando que estás espiando para ellos.

Ese odio hacia la ERD. Kade lo percibía en cada pensamiento de Shu.

—Podemos suministrarte información suficiente para mantenerlos contentos —continuó Shu—. Y mientras tanto, nos dedicaremos a hacer cosas verdaderamente importantes.

Kade recibió un aluvión de imágenes y planes procedentes de la mente de Shu. Eran meras muestras. Caminos que conducían hacia una inteligencia aumentada. La instalación en ordenadores de mentes extraídas de cerebros. La capacidad cognoscitiva de un erudito. Una supermemoria. Una capacidad para el reconocimiento de estructuras que sacaría los colores a un especialista en arqueología digital. Bancos de conocimientos compartidos mentalmente. Una verdadera fusión entre individuos agrupados. La transformación de la política, la economía, el arte… Inteligencia y creatividad capaces de desentrañar los misterios de la física, de las matemáticas, de todas las ciencias conocidas por el hombre.

Shu iba a cambiar el mundo. Iba a elevar la mente humana hasta cotas inauditas. Y él podía participar en ese proceso. Podía convertirse en un poshumano, mejorado gracias a sus conocimientos, potenciado para colaborar en la construcción del nuevo mundo.

La propuesta era seductora. Estaba ofreciéndole todo lo que siempre había querido. ¿Cómo rechazarla?

«Nunca te creas todo lo que te dicen», le había aconsejado Ilya. Tuvo que hacer un esfuerzo para conservar el escepticismo, para no sucumbir a los encantos de la oferta.

—¿Su gobierno también pervertirá mis investigaciones? —preguntó a Shu—. ¿Convertirán mis descubrimientos en armas?

Shu contempló el horizonte. Kade podía sentir los flecos de sus pensamientos. Estaba recordando algo que había ocurrido hacía una eternidad.

—Ocultamos el trabajo más importante —respondió la profesora—. Pero tenemos que entregarles algunos resultados. De momento.

—¿Hasta cuándo? —inquirió Kade.

—Muy pronto eso terminará —afirmó Shu. Su voz sonaba fría y distante—. Se acerca una guerra. Una guerra mundial. No será entre China y Estados Unidos, sino entre humanos y poshumanos. Se desarrollará a nuestro alrededor. Los humanos están haciendo todo lo posible para evitar que se produzca la transición hacia la civilización poshumana. Y nosotros luchamos para liberarnos de su control.

«Guerra.» Kade dio vueltas a la palabra en la cabeza.

—Una guerra mundial. Morirá gente.

—Míralo con perspectiva, Kade. Imagina un mundo lleno de seres tan superiores a los humanos como estos lo son a los chimpancés. Ese es el futuro que podríamos tener. Es el futuro que podemos ayudar a alcanzar. ¿No te parece que vale la pena?

Se lo parecía. Y ella lo sabía.

—¿No es un objetivo que merece algunos sacrificios? —le preguntó.

Kade buscó a conciencia las palabras adecuadas, la manera correcta de exponer lo que quería decir.

—No puede sacrificar unas vidas que no le pertenecen —objetó.

Shu se encogió de hombros mentalmente.

—Hay más de ocho mil millones de personas en el mundo. No pasa nada porque se pierdan unas cuantas vidas.

Así que se trataba de eso. ¿Estaba dispuesto a sacrificar a unas cuantas personas a cambio de que el mundo fuera un lugar mejor? ¿Serían una docena? ¿Unos millares? ¿Un par de millones? ¿Qué número marcaba la línea roja?

¿A quién tendría que matar para lograr la libertad para aumentar su inteligencia? ¿A quién tendría que matar para alcanzar las cotas ansiadas? ¿A quién tendría que matar para que los poshumanos pudieran nacer?

Shu captó la idea central de sus reflexiones.

—Se trata de una evolución dirigida —dijo la profesora—. ¿Cuántas generaciones se necesitarían si lo dejáramos en manos de la selección natural? ¿Millones? Cuanto antes evolucionemos, menos vidas serán necesarias. Únete a mí. Ayúdanos a impulsar nuestro trabajo.

Guerra. Una guerra por la condición humana. Una guerra por el derecho a decidir si uno puede cambiar. Una guerra para crear a la especie sucesora de la humanidad. Una guerra para alcanzar una utopía. ¿Ya había estallado? ¿La ERD era un ejército que luchaba para evitar que nacieran los poshumanos?

Y luego estaba la evolución. La evolución era un proceso violento por definición. La guerra implicaba un número atroz de muertes.

Se sintió superado. No podía pensar con claridad. Tenía que repasar todo lo que habían hablado y recapacitar.

—Tengo que reflexionar, doctora Shu. —Hizo un sobreesfuerzo para mantener la calma. Aquello era demasiado demasiado—. Son muchas cosas de repente.

La profesora lo miró directamente a los ojos. Kade sentía su escrutinio, el examen de su mente.

—Por supuesto.

Shu asintió y recuperó el hilo de la conversación que estaban manteniendo en voz alta.

—Feng, ¿qué opina usted del tiempo?

Feng levantó la mirada de la comida y la dirigió al horizonte.

—No hay duda de que la tormenta viene hacia nosotros —respondió el chófer—. Dentro de media hora estará lloviendo.

Un pensamiento asaltó a Kade.

—¿Por qué no abandona China? ¿Por qué no se va a Estados Unidos?

Shu resopló en su mente.

—En tu país tendría menos libertad aún. Mi gobierno no se opone a los poshumanos, siempre y cuando los primeros poshumanos sean chinos. Quieren sujetos que puedan controlar. Títeres. Como si esa clase de seres se agruparan por su nacionalidad…

—Entonces ¿por qué no se va a otro país? ¿A Tailandia, por ejemplo?

—No tenemos tanta libertad.

Kade recibió en ese momento una emoción, como de sentido del deber, de amor de madre. La imagen de una jovencita con el pelo largo y negro y los ojos oscuros. La hija de Shu.

—Se llama Ling. Significa «compasión».

—Es su hija.

—Sí.

—¿Es lo que utilizan para presionarla? —preguntó Kade.

—En parte.

Kade vislumbró entonces algo más. Una imagen de Shu de joven, en avanzado estado de gestación, en una sala de operaciones. Tenía la cabeza rapada y el rostro transido de dolor; parecía asustada y perdida. Estaba a punto de someterse a una intervención a la que nadie había sobrevivido aún… Y a continuación apareció algo tan descomunal que Kade se tambaleó. Una red de procesadores, una potencia informática inconmensurable, una capacidad de almacenamiento casi infinita. Una mente fabulosa, de dimensiones épicas, que subsumía a Su-Yong Shu y la trascendía.

Kade no pudo contenerse y exclamó en voz alta:

—¡Oh, Dios mío!

—Sí que es hermoso —repuso Shu contemplando el cielo para cubrir su metedura de pata.

—¿Es usted? —preguntó Kade—. ¿Fue cargada? Estaba enferma… ¿no es eso? La obligaron a someterse al experimento. Y salió bien. Usted es el primer ser digital…

El cerebro de Kade se revolucionó. Intentó encontrar un sentido a todas las imágenes que había visto.

Shu no le respondió inmediatamente. Kade sintió que el temor y la incredulidad a partes iguales trepaban por su espalda, le erizaban el vello de la nuca y le hacían tiritar pese al bochorno nocturno de Bangkok.

—Por favor —dijo, al fin, Shu—, no debería habértelo enseñado. Cuanto menos sepas, más seguro será para los dos.

Permanecieron en silencio unos segundos, contemplando el cielo iluminado por los rayos.

—Creo que debería visitar mi laboratorio en Shanghái —dijo Shu en voz alta—. Y también su colega Rangan Shankari. Conocerían el laboratorio, podrían charlar con otros estudiantes e investigadores que están haciendo allí su posdoctorado y ver el resto de las instalaciones. Así nos haríamos una idea mejor de nuestro nivel de compenetración.

»Acepta —le exhortó—. Tus jefes creerán que has cumplido tu parte. Tendremos tiempo para seguir hablando con más calma.

—Gracias —respondió Kade.

—Me parece una idea excelente. Le agradezco la invitación.

Les trajeron la cuenta.

Feng dejó a Kade y a Shu observando los avances de la tormenta que se acercaba en el horizonte y fue a buscar el coche. Otro rayo partió el cielo, este más cercano. El rugido del trueno llegó un par de segundos después. Empezó a llover sobre la otra orilla del río.

—Salgamos, Kade —dijo Shu transcurridos unos minutos—. Feng ya habrá acercado el coche. Podemos llevarlo a su próxima cita.

Kade sintió que la profesora lo liberaba por completo. Su cuerpo y su mente le pertenecían de nuevo. La sensación era fantástica.

El coche avanzó hacia ellos, brillando bajo la lluvia que empezaba a caer. Feng abrió la puerta a Shu y luego a Kade. Se pusieron en marcha. El silencio en el interior del vehículo se alargó unos instantes, hasta que Shu volvió a establecer una comunicación mental con Kade.

—Tendrás que tomar una decisión pronto, Kade. Organizaciones como la ERD tienen como único fin impedir que la raza humana dé el siguiente paso. El conflicto es inevitable. —Hizo una pausa—. Tienes que decidir si te unes al bando del progreso… o al del estancamiento.

Kade meditó las palabras de Shu.

—Estoy en el bando de la paz, y de la libertad.

Shu se rio en su cabeza.

—Eres tan inocente.

Kade no le respondió. Las calles mojadas, surcadas por las luces de neón, se deslizaban al otro lado de las ventanillas del coche.

—Kade —dijo Shu en un tono más serio—, la ERD investigará los recuerdos que tengas de esta noche. Tenemos que prepararte para ese momento con un guion alternativo. Ábrete a mí.

—¿Puedo negarme?

—No te obligaré. Pero si la ERD descubre nuestra conversación, las cosas se pondrán feas para ti y para las personas que te importan.

Recuerdos falsos. Otra vez. Pero Shu tenía razón.

—¿Olvidaré lo que ha pasado?

—Oh, no. No soy tan primitiva. Te grabaré un segundo paquete de recuerdos que puedas compartir con otros. Solo olvidarás los auténticos si te someten a un interrogatorio poco amistoso.

Kade suspiró. No podía elegir.

—De acuerdo. Adelante.

Kade le abrió su mente. Los pensamientos de Shu penetraron en su cabeza y se expandieron por ella, empujando a los márgenes todo lo que hallaban a su paso. Empezó a perder la conciencia.

Cuando volvió en sí, no se sintió raro. Pero entonces Shu se lo mostró y él comprendió. Recordaba la verdad. Y recordaba un suceso alternativo que apenas difería de lo que había ocurrido en realidad.

Kade se quedó boquiabierto. En cuestión de minutos, Shu había introducido los cambios en su mente con un nivel de sutileza y sofisticación que nunca habría creído posible. Y comprendió que la profesora podría apoderarse por completo de su mente cuando quisiera. Podría hacer con él lo que se le antojara. Su capacidad para manipular su mente era pasmosa.

Shu ya era poshumana.

Wats siguió con la mira telescópica del rifle al hombre del rostro conocido cuando se separó de Shu y de Kade y enfiló hacia el coche. Tomó fotografías de aquella cara y grabó en vídeo sus andares con la propia mira del rifle. ¿Quién era ese hombre? ¿Quién era el chófer de Shu?

¿Se equivocaba con la cara? No lo creía. El último hombre que había visto con el mismo rostro le había producido una fuerte impresión. Antes de que lo abatieran, había matado con sus propias manos a cuatro marines de las fuerzas especiales, a quienes se habían implantado importantes mejoras. No era una cosa que Wats pudiera olvidar.

¿Por eso la ERD había enviado a Kade a Bangkok? ¿Su misión tendría algo que ver con ese hombre? ¿Y con Shu?

Pero ¿por qué Kade?

¿Estaría relacionado el monje que había seguido a Kade y a Cataranes hasta el hotel la noche anterior?

Los enigmas seguían acumulándose.

El coche avanzó hasta la entrada del restaurante. Wats guardó el equipo y se preparó para seguirlo.

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