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NEXUS » 28. Advertencias y descubrimientos

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CAPÍTULO 28

ADVERTENCIAS Y DESCUBRIMIENTOS

Kade se despertó con el sonido de la alarma. Gruñó y estiró el brazo por encima de la cama para apagarla de un manotazo. El reloj indicaba que eran las once. Su presentación empezaba a la una.

El ruido de la ducha atravesaba la puerta cerrada del cuarto de baño. Sam estaba dentro. Había dormido en el suelo de la habitación de Kade, una precaución que habría preferido no necesitar, que habría preferido ahorrarse. Podía sentir su mente, estaba tranquila, pensando en el día que tenía por delante, se lavaba metódicamente. Kade pensó que ella todavía no podía sentirlo a él.

Kade se dio la vuelta y se tumbó bocarriba, con la mirada clavada en el techo. Una luz tenue se colaba por la rendija que quedaba entre la cortina de la habitación del hotel y la pared. Kade sabía que además de Sam había dos tipos armados en el hotel que se hacían pasar por hombres de negocios tailandeses, listos para interceptar a posibles asaltantes y acudir inmediatamente en ayuda de él y de Sam si ocurría algo.

Más protegido, imposible. Los demás no eran tan afortunados.

Narong y sus amigos… Chuan… Lalana… Sajja…

Sabía lo que debía hacer. Recordó unas palabras que Wats le había dicho una vez después de unas cuantas copas, a propósito de una situación sin salida en la que se habían encontrado él y su pelotón en las montañas de Kazajistán, cuando debían decidir si intentaban rescatar a otro pelotón con todo en su contra: «A la hora de la verdad, cuando tienes que elegir entre tus principios y tu vida… es cuando descubres de qué pasta estás hecho».

Kade conocía bien sus principios. Sus principios le decían que Narong y sus amigos no estaban haciendo nada malo. Debía avisarles, suspender lo del viernes por la noche. Echó un vistazo a la puerta del cuarto de baño. Seguía cerrada. El grifo de la ducha estaba abierto. ¿Cuánto tiempo llevaría Sam dentro? ¿Estaría a punto de salir? Tendría que correr el riesgo. Estaba harto de permanecer pasivo. Había que pasar a la acción para hacer lo correcto.

Kade mantuvo la mente en blanco en la medida de lo posible teniendo en cuenta todo lo que emanaba de su interior. Se levantó de la cama, caminó sigilosamente, descalzo y en calzoncillos, hasta el pequeño escritorio, encontró un bloc de notas y un boli y escribió una nota apresurada.

«Robyn Rodríguez es una poli de estupefacientes. Tenéis que cancelar lo del viernes por la noche o retirarnos la invitación. No os habéis enterado por mí, por favor.»

Cesó el ruido de la ducha. Arrancó la primera hoja del bloc, la dobló, y miró desesperadamente alrededor buscando sus pantalones.

Se abrió la puerta del baño. Cuando se volvió hacia ella vio que Sam recortaba la distancia que los separaba. Estaba lívida. Kade ni lo vio venir. Sam lo estampó contra el suelo con la palma de la mano. Un dolor atroz recorrió todo el cuerpo de Kade y la habitación empezó a girar a su alrededor.

—¡Idiota hijo de perra!

Sam estaba de pie a su lado. Caían gotas de su cuerpo desnudo. Tenía los puños apretados. Iba a pegarle otra vez.

Kade contuvo la respiración.

—Te lo advertí —espetó Sam.

Una larga línea roja recorría su piel de color aceituna por debajo de la clavícula y por encima de un pecho perfecto. Una cicatriz. ¿Una herida de arma blanca? ¿Cirugía? En el vientre, plano por lo demás, se apreciaban unas marcas circulares como de viruela; las mismas por encima de una rodilla. ¿Heridas de bala? Sus pezones estaban duros. ¿Tenía frío? ¿La excitaba la situación?

¿Qué era Sam?

Kade escupió sangre y trató de hablar.

—No es culpa suya. No están haciendo nada malo.

Sam le golpeó en el estómago. Kade se hizo un ovillo, incapaz de respirar por el dolor.

—Confié en ti, Kade. Te eché un cable. Te salvé la puta vida. ¿Y cómo me lo pagas? Con mentiras patéticas. Una detrás de otra.

Kade trató de tomar aire, de hablar…

—Intentaba… hacer… lo correcto…

—Me cago en lo correcto, Kade. Estoy harta de tus mentiras. Si sale mal algo de lo del viernes por la noche, daremos por sentado que tú lo saboteaste. ¿Te ha quedado claro? Si algo sale mal, os pasaréis el resto de vuestra vida en un campo de internamiento, tú y tus colegas de la fiesta. Docenas de amigos encerrados. ¿Me has oído?

Kade intentó responder, pero no pudo articular palabra. Asintió mansamente con la cabeza.

Wats saludó con una reverencia a la mujer que abrió la puerta del monasterio. Era el quinto intento del día. La mujer lo examinó detenidamente; examinó el color de su piel, su ropa, su estatura, su musculatura, y se dirigió a él en inglés.

—¿En qué puedo ayudarle? —preguntó con un acento bastante bueno.

—Por favor, hermana —le respondió Wats con su mejor tailandés, a pesar de que era bastante precario—. Estoy buscando a un monje. Ayer tuve el honor de servirle comida en mi humilde puesto. Se dejó el cuenco de las limosnas y me gustaría devolvérselo.

La mujer arrugó el ceño.

—Hay muchos monjes, querido amigo —respondió en tailandés—. Si uno de ellos ha perdido el cuenco de las limosnas, no le será difícil reemplazarlo.

—Por favor, hermana. —Wats hizo otra reverencia—. El monje bendijo mi humilde puesto. Para mí sería un honor devolverle esta posesión que ha perdido.

—De acuerdo. ¿Cómo es?

Wats se enderezó.

—Es alto. —Sostuvo la mano a la altura de su frente—. Casi tanto como yo. Alrededor de un metro ochenta. No es joven, pero tampoco viejo. Sus facciones son angulosas. Tiene una nariz larga. Aguileña. —Dibujó la forma en el aire con las manos mientras hablaba.

—¿Es tailandés?

—Sí, hermana.

—Los tailandeses no son tan altos. En este monasterio no hay un monje de esa estatura.

Wats se reservó su decepción. Había muchos más lugares donde buscar.

—Pero —continuó la mujer— quizá conozca al monje que busca. ¿Dónde está su puesto de comida?

—En las afueras de Tep Prathan, hermana. Al este del templo Chao Por Suea.

—Ah, ¿cerca del palacio de congresos?

—Así es, hermana.

La mujer asintió.

—Quizá conozca al monje que busca. Podría ser Phra Racha Khana Chan Rong Tuksin.

Wats asintió para sus adentros. El título indicaba que ese tal Tuksin solo estaba un peldaño por debajo del estatus de Somdet, una dignidad superior. Asintió con la cabeza y repitió el nombre para asegurarse de que se había quedado con él. Luego empleó el título coloquial:

—Chan Phrom Tuksin. Gracias, hermana.

La mujer le respondió con una reverencia.

—¿Dónde puedo encontrar a Chan Phrom Tuksin, hermana?

—Reside en el Wat Hua Lamphong, cerca de la Universidad Chulalongkorn. Es ayudante especial del profesor Somdet Phra Ananda.

Wats asintió de nuevo. No se podía negar que todo apuntaba hacia las altas esferas.

—Gracias de nuevo, hermana. —Juntó las manos para componer el saludo respetuoso wai y se dio la vuelta para marcharse.

—¿Qué clase de comida vende usted en su puesto, joven?

Wats se volvió.

—Comida americana. Perritos calientes y hamburguesas.

La mujer frunció el ceño.

—No es la comida apropiada para un monje —dijo en un tono reprobatorio—. Pero es de alabar su empeño en devolverle el cuenco.

—Gracias, hermana. —Hizo una reverencia y repitió el wai.

Sawadi, viajero.

Sawadi, hermana.

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