Nexus

Nexus


NEXUS » 46. La calma antes de a tormenta

Página 55 de 65

CAPÍTULO 46

LA CALMA ANTES DE LA TORMENTA

Becker recibió la llamada de Pryce menos de una hora después de la reunión. El presidente había aprobado el plan, con las condiciones que ella había puesto.

«No lo fastidie», le había dicho Pryce.

Becker colgó y llamó al Boca Ratón con la noticia. La misión se ponía en marcha.

En su cuarto, Kade deshabilitó la conexión a redes de su tableta. Luego se quitó lentamente la cadena que le rodeaba el cuello y conectó el medallón de datos.

El medallón utilizó la tableta como fuente de alimentación y se activó en su mente, se abrió en Nexus y estableció una conexión entre Kade y la tableta. Una tarjeta de interfaz Nexus. Sin duda, la que habían imprimido para Wats.

El medallón contenía ficheros de datos. Un script. La clase de script que esperaba encontrar.

Se puso cómodo y empezó a copiar en el medallón los archivos Nexus de su mente. Introdujo un par de pequeños cambios durante el proceso, por precaución.

Lo extrajo de la tableta con un sentimiento de satisfacción y se lo volvió a colgar del cuello. Habilitó de nuevo la conexión a redes de la tableta y se acostó para dormir mientras esperaba a Shu.

Su-Yong Shu se despidió de los últimos invitados a la recepción VIP. Eran casi las once de la noche. El congreso había terminado. Los talleres que se habían celebrado después del congreso habían terminado. La última recepción posterior a los talleres había terminado. Por fin podía dedicarse a los asuntos importantes.

El Opal negro se detuvo frente a ella. Feng descendió del coche, abrió la puerta y sujetó el paraguas bajo la lluvia nocturna. Hora de irse.

—Prepárense para el despegue —dijo una voz desde el puente.

Nichols observaba con nerviosismo.

—Abriendo compuerta de vuelo —dijeron desde el puente—. Plataformas 1 y 2 en movimiento.

Alrededor de una tercera parte del casco de la cubierta de proa del Boca Ratón se retrajo, y los paneles que absorbían las señales de los radares y los sónares retrocedieron hacia el vientre del submarino; luego se deslizaron lenta y suavemente hacia los lados para dejar al descubierto la cubierta de combate de cuarenta metros de longitud, configurada en esta ocasión para operaciones aéreas.

Lentamente fueron apareciendo dos helicópteros de asalto invisibles XH-83 Banshee, con los tanques de combustible llenos y armados hasta los topes. En cada uno de ellos viajaba un piloto y seis miembros de los Navy SEALs fuertemente armados y con mejoras implantadas. Las aspas plegadas de los aparatos empezaron a desplegarse para el despegue inminente. En la cubierta debía oírse ahora el zumbido de los motores a medida que se activaban los sistemas.

Las mangueras de combustible se desacoplaron de los helicópteros y dejaron escapar una nube de vapor. Comprobación del armamento terminado. Luces verdes en el cuadro de mandos. Motores, en verde. Sistema de ocultación, en verde. Sistemas electrónicos, en verde. Sistemas de navegación, en verde. Sistemas de vuelo, en verde.

Las aspas se extendieron por completo.

—Rotores en marcha —dijo la voz desde el puente.

Las palas empezaron a girar, perezosamente al principio, cada vez más rápido después. La corriente de aire descendente allanó el mar a ambos lados de la nave.

—Tres segundos para desamarre. Tres… Dos… Uno.

Las agarraderas de la cubierta liberaron los patines de aterrizaje de los helicópteros, que se elevaron simultáneamente en el cielo nocturno.

—Banshees en vuelo —dijo la voz en el puente—. Centro de mando, os pasamos el testigo.

—Recibido, puente —respondió Jane Kim—. Centro de mando recibe el testigo. Corto.

Una vez en el aire, los Banshees retrajeron los patines de aterrizaje. Sin ellos, los aparatos eran prácticamente indetectables por los radares. Las panzas camaleónicas los fundirían con la oscuridad y los volverían invisibles para cualquier observador desde la superficie. Era medianoche. Los helicópteros volarían bajo y a gran velocidad, apenas a cinco metros de altitud. Tenían previsto llegar a su destino a la una, y regresar con Lane y con Cataranes poco después de las dos.

—Operaciones de despegue concluidas —anunciaron desde el puente—. Plataformas 1 y 2 descendiendo. Casco cerrado en tres… dos… uno…

Los paneles absorbentes de señales de radar y sónar del formidable submarino volvieron a ocultar la cubierta de combate.

Shu se reclinó cómodamente en el asiento de piel del Opal, con la tableta en las manos, y echó una ojeada a los comentarios y las conversaciones sobre el congreso y los talleres posteriores.

Estaban llegando al santuario de Ananda, ya emprendían la ascensión a la montaña por la tortuosa carretera. Solo había estado allí una vez. Los monjes de Ananda le interesaban sobremanera. Aun ahora no dejaban de sorprenderla las capacidades que llegaba a adquirir una mente humana debidamente entrenada. Lo que serían capaces de hacer si combinaban sus conocimientos como investigadora y las técnicas de entrenamiento de Ananda…

Feng se puso de repente en estado de alerta. Algo había captado su interés. Algo había zarandeado ligeramente el coche, como una racha de viento.

El chófer presionó un botón en la consola y cesó la música de Brahms que había estado sonando.

—¿Qué ocurre? —preguntó Shu.

El miembro del Puño de Confucio no respondió. Apagó el motor de gasolina y dejó que el coche se alimentara de las baterías. Bajó las ventanillas.

«Oye algo», se dijo Shu. Sabía que no debía interrumpirlo. Examinó el contenido de sus pensamientos sutilmente para no distraerlo.

Feng apretó otro botón y el parabrisas se convirtió en una pantalla.

«Infrarrojos», leyó Shu en su mente.

Ahí. En la pantalla. Dos tenues puntos rojos. Más tenues que si indicaran cuerpos humanos. Pero en una posición elevada, por encima del suelo. Se alejaban y ganaban altura. Y el oído superhumano de Feng captó el más leve zumbido de los rotores.

—Helicópteros —dijo en voz alta—. En modo oculto. Se dirigen a nuestro destino.

Shu sintió un escalofrío.

—¿Podrían ser tailandeses? —preguntó, aunque ya conocía la respuesta.

Feng meneó la cabeza.

—No. Chinos, europeos o estadounidenses.

«¿Cuánto tardarán?», leyó Shu en la mente del chófer. Los helicópteros llegarían al monasterio dentro de cinco minutos si mantenían el rumbo y la velocidad. Dentro de diez si aminoraban la marcha para no hacer ruido cuando alcanzaran las montañas.

Shu expandió su ser superior. La luz y el poder de su extraordinario intelecto se propagaron por todo su cuerpo. Absorbió toda la información sobre los helicópteros militares estadounidenses. Las bases de datos del Ministerio de Defensa chino se abrieron para ella y le mostraron las posiciones conocidas y sospechadas de todas las fuerzas norteamericanas, y sus características. ¿De modo que… era posible que hubiera una embarcación estadounidenses en el golfo de Tailandia?

—Acelera —ordenó a Feng—. Quiero llegar lo antes posible.

Shu cogió el teléfono y llamó a Ananda. Ojalá no fuera demasiado tarde.

El turbocompresor del motor de gasolina rugió cuando Feng pasó del modo eléctrico de crucero al modo hidrocarburo de alta velocidad.

El teléfono arrancó a Ananda de su meditación poco después de la una de la madrugada. Era Shu. ¿Llamaba para decirle que ya había llegado?

Respondió.

—Al menos dos helicópteros norteamericanos se dirigen al monasterio. Llegada prevista dentro de cinco minutos.

La noticia sobresaltó al monje. ¿Venían aquí?

Sí, venían aquí.

Ananda tomó aire mentalmente y emitió un pensamiento de alarma:

—Esconded a los americanos. Preparaos para una visita no deseada.

Se quedó mirando el teléfono. ¿Tenía el valor para hacer la llamada?

Marcó el número. Una voz contestó en tailandés. Una voz seca. Profesional. Marcial.

—Soy el profesor Somdet Phra Ananda —dijo en un tono que ponía de relieve toda la dignidad y autoridad de su nombre y su posición—. Páseme con el ministro de Defensa.

A ciento noventa kilómetros de allí, las alarmas empezaron a sonar en la base de las fuerzas aéreas de Korat. Se encendieron los motores de dos cazas IA-9 Rudra NG de fabricación india y los aviones enfilaron a toda velocidad por la pista y levantaron el morro para despegar. Ya en el aire, los aparatos pusieron rumbo suroeste en dirección a Saraburi. Treinta segundos después alcanzaron una velocidad subsónica. Tiempo de vuelo previsto hasta Saraburi: ocho minutos.

Ir a la siguiente página

Report Page