Nano

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Apartamento de Paul Caldwell, Boulder, Colorado

Miércoles, 1 de mayo de 2013, 21.45 h

Una semana más tarde

A lo largo de la semana que siguió a su último encuentro con Zachary Berman, Pia trabajó más intensamente que nunca, presionó a sus nuevos técnicos de laboratorio y ya casi estaba en posición de afirmar que, con la incorporación del glicopolietileno a la superficie de los microbívoros, los problemas de biocompatibilidad habían quedado resueltos, al menos en el caso de las lombrices intestinales. Antes de utilizar aquel compuesto, las lombrices habían mostrado entre un treinta y un cuarenta por ciento de respuestas inmunológicas. No era un porcentaje preocupante, pero sí significativo. Después no se había producido ninguno, ni siquiera con las concentraciones más débiles del polímero oligosacárido. Los resultados habían sido tan prometedores que Pia empezó a pensar en qué sujetos animales deberían ser los próximos en probarlo. También siguió desarrollando la tecnología de espiral para los robots antisalmonela. La idea seguía siendo prometedora, aunque aún no había podido concertar una reunión con los programadores.

La mayor parte de su tiempo libre lo pasó en compañía de Paul Caldwell. Hicieron unas cuantas excursiones más, incluyendo una especialmente complicada el domingo por la tarde. Al día siguiente Pia estaba exhausta y dolorida, pero aún impresionada por las vistas que había disfrutado en la ruta por las Rocosas por la que Paul la había llevado.

Su amistad con él progresaba a pasos de gigante. Para Pia resultaba un gran alivio pasar tiempo con un hombre al que le gustaba por ella misma. Seguía mostrándose reservada y sabía que ante los ojos de los demás —incluso ante los de Paul, hasta cierto punto— podía parecer distante, pero le resultaba mucho más fácil intentar involucrarse en una relación que no era en absoluto sexual. El martes por la noche, Paul insistió en que condujeran hasta Denver para ir a un bar que conocía allí. Aseguraba que quería presumir de Pia, de modo que, una vez más, ella se enfundó su vestido negro.

Aunque al principio no le apetecía mucho ir, acabó pasándolo mejor de lo que esperaba con los amigos de Paul. Profesionalmente hablando, formaban un grupo heterogéneo, pero compartían un lado creativo que Pia apreciaba. No creía que la creatividad fuera uno de sus puntos fuertes, pero la disfrutaba en los demás. Aun así, lo que más le gustó fue que no hubo ni la menor presión sexual, y por ende tampoco se despertó ninguno de los miedos atávicos de su psique, un problema del que era consciente por las pesadillas recurrentes que sufría.

Paul había investigado en internet los escáneres de iris y había comentado el asunto en términos generales con un par de amigos expertos en tecnología. El miércoles por la noche le confirmó a Pia que creía que era perfectamente posible burlarlos —sobre todo si se trataba de escáneres de primera generación, que eran los más habituales— con una fotografía de alta resolución del ojo o incluso con una de toda la cara donde se vieran ambos ojos. Si la imagen era lo bastante buena, no creía que importase que solo tuviera dos dimensiones y no tres, porque el iris es plano. Después de una cena ligera —Paul había preparado lasaña de verduras— probaron una cámara de un solo objetivo con alta resolución que podía sacar primeros planos y fotos normales.

—¿De dónde has dicho que la has sacado? —preguntó Pia.

—Es de un amigo de la facultad de medicina. Bueno, de un exnovio.

Paul miró a Pia. Era la primera vez que mencionaba implícitamente su orientación sexual. Intuía que ella ya lo sabía y que se sentía cómoda como él sin darle ninguna importancia. Vio que la joven ni siquiera había parpadeado.

—Todavía nos vemos de vez en cuando. En el laboratorio del hospital donde trabaja utilizan estas cámaras. No tengo ni idea de para qué, pero son de alta resolución e incluso pueden hacer fotografías a través de un microscopio. En una ocasión me dijo que se había apropiado de esta para usarla en un proyecto artístico en el que estaba trabajando. Se la he pedido prestada durante unos días.

—A mí me parece que tiene un aspecto bastante normal —comentó Pia.

Y lo tenía. Era un poco más voluminosa que una cámara comercial estándar, y Paul le explicó que se manejaba del mismo modo.

Caldwell quería hacer una prueba con Pia, así que ella se sentó en el sofá y él se colocó frente a ella con una luz a sus espaldas.

—Y ahora no te muevas, señorita, que no va a dolerte nada. —Puso una cara graciosa, y Pia abrió mucho los ojos.

—¿Es importante qué ojo saques? —preguntó.

—No lo creo. De todas maneras, por eso lo estamos probando, para descubrir si funciona. Vale, quédate quieta.

Paul tomó varios primeros planos de ambos ojos de Pia y también de su rostro. Varió la distancia de enfoque desde los treinta centímetros de distancia hasta casi un metro. Le dijo que ya había acabado.

—¿Dónde las imprimirás? —preguntó ella.

—Aquí, en mi impresora. Pero puede que no sea necesario y tengamos suficiente con los archivos digitales. Estoy pensando en transferir la mejor imagen a tu móvil para que puedas probar. La verdad es que incluso podríamos probar con la cámara de tu iPhone. La resolución de pantalla de los móviles es muy buena, especialmente la de los iPhone.

—¿Será suficiente para engañar al escáner?

—Ya nos ocuparemos de eso. ¿Ha habido algún escáner de Nano que no te haya dejado entrar en alguna ocasión?

—Sí. Ya te dije que el que hay en la puerta de acceso al puente que une mi edificio con el bloque vecino no me dejó pasar.

—¿Y no había ningún vigilante de seguridad?

—No, nadie.

—Bien. Entiendes cuál es el funcionamiento de esos trastos, ¿verdad?

—Más o menos, lo supongo por lo que tú me has explicado.

—Vale, pues repasemos. Se basan en el hecho de que los iris son únicos, como las huellas digitales. Incluso los gemelos idénticos tienen iris distintos. Lo que hace el escáner es aplicar algoritmos matemáticos y estadísticos a ciertas características visibles y digitalizarlas. A continuación las compara con las imágenes escaneadas que tiene almacenadas. En una empresa como Nano, los resultados se contrastan con la lista de gente que tiene acceso a ese escáner en concreto. Y entonces sí, puedes pasar, o no, no puedes.

—Te agradezco el tiempo que le estás dedicando a esto.

—La verdad es que me divierte hacerlo. Es la clase de problema informático que me parece interesante. Además, soy un pirado del cine y me recuerda a aquella película de Tom Cruise… ¿Cómo se llamaba?

Pia se encogió de hombros. Apenas había visto un puñado de películas en toda su vida. Ya había vivido bastantes dramas. No creía necesitar más.

—¡Minority Report! —exclamó Paul, feliz de haberse acordado—. Tom Cruise se cambiaba los ojos. Era un poco exagerado, pero bueno, así es Hollywood… En cualquier caso, nosotros no seremos tan drásticos, por suerte. Creo que el sistema tiene un fallo que podemos aprovechar, al menos el que se utiliza hoy en día.

—Ya veo que esto te divierte. ¿A qué te dedicabas en el instituto, a piratear cajeros automáticos?

—A lo que me dedicaba en el instituto no es asunto tuyo —contestó Paul con una sonrisa—. En serio, ¿qué piensas hacer si esto funciona? ¿Qué ojos pretendes fotografiar? Las únicas personas de Nano de las que me has hablado son Berman y esa tal Spallek que se presentó en Urgencias. Él es el gran jefe y ella una arpía. ¿Cómo vas a conseguir las fotos?

—Estás haciendo demasiadas preguntas —respondió Pia.

No le había contado mucho acerca de los avances de su relación con Berman, o de lo que este interpretaba como tal. Pero opinaba que Zachary sería su objetivo más probable, debido a su incipiente amistad con él. Sabía que estaba jugando con fuego, pero así tenía que ser. No parecía haber alternativa si realmente quería averiguar lo que se tramaba en Nano. La otra ventaja de utilizar a Berman era que sin duda él tenía acceso a cualquier rincón de la empresa.

—Yo me estoy divirtiendo mucho, pero, para serte sincero, me preocupas. Supongo que intentarás sacarle la foto a Berman y, como eres inteligente, lo conseguirás. Pero si la usas para tener acceso a zonas restringidas, estarás cometiendo allanamiento, y nadie sabe qué consecuencias podría tener eso.

—Agradezco tu preocupación —dijo Pia— y reconozco que es arriesgado. Si la utilizo para entrar en áreas para las que no tengo autorización y pasa algo, no será culpa tuya. Será culpa mía, y solo mía. Pero deja que te diga una cosa: aunque no me hubieras ayudado, habría descubierto igualmente cómo funcionan esos escáneres y cómo burlarlos. Solo que me habría llevado más tiempo. Estoy decidida a echar un vistazo por Nano, sobre todo en el edificio contiguo al mío, el que está al otro lado del puente.

Ambos se miraron durante unos instantes. Pia mantuvo el contacto tanto rato como pudo antes de desviar la mirada.

—¿Comprendes al menos lo que te estoy diciendo? —preguntó Paul.

—Desde luego —replicó Pia. Volvió a mirarlo con los ojos llameantes—. Pero será mejor que no insistas más si quieres seguir siendo mi amigo. Ya ha habido demasiada gente en mi vida que ha tomado decisiones por mí. Ya no lo necesito, y tampoco lo quiero.

—Muy bien —repuso Paul—. Solo quería sacármelo de dentro.

—Muy bien, pues ya lo has hecho. ¿Seguimos con lo que teníamos entre manos?

—Vale —contestó Paul.

Se levantó y se acercó a su escritorio. Cogió un cable y conectó la cámara de alta definición a su ordenador.

—Déjame tu iPhone, a ver qué podemos hacer.

Ambos guardaron silencio mientras Paul manipulaba las imágenes de los ojos y el rostro de Pia. Una cierta tensión enrareció el ambiente hasta que Pia rompió el silencio:

—Me gustaría pedirte otra cosa —dijo. Al ver que Paul no contestaba, añadió—: ¿Me darías otro par de cápsulas de Temazepam?

El médico apartó la vista del ordenador y la miró.

—Te estás volviendo tan mandona como Mariel, si me permites el comentario.

—Lo siento —repuso Pia con falsedad.

No tenía esa opinión de sí misma. Se consideraba una persona autónoma a la que no le gustaba que le dieran órdenes.

—Lo lamento, pero no —dijo Paul—. Si tú quieres seguir siendo mi amiga vas a tener que buscarte a otro que cubra tus necesidades de barbitúricos. Aquí es donde yo trazo mi línea roja. Te dije que no estaba dispuesto a hacer nada ilegal, así que no pienso ser cómplice del mal uso de sustancias controladas, y menos si creo que eso te pone en peligro. Una vez, vale, sobre todo porque no me paré a pensarlo como debía, pero dos no.

—De acuerdo, de acuerdo —contestó Pia alzando las manos como si tuviera que tranquilizar a Paul—. Me doy por enterada. Y creo que tienes razón. No necesito somníferos. Me basta con una cámara y un poco de creatividad.

—La cámara sí puedes cogerla prestada.

—Es posible que ni siquiera la necesite si no consigo burlar el escáner con mi propia imagen.

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