Nano

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Hospital Boulder Memorial, Aurora, Colorado

Domingo, 19 de mayo de 2013, 9.10 h

Sabe que está dormida, pero al mismo tiempo siente que está despierta. Tiene la impresión de estar contemplando el mundo desde el fondo de una piscina, y puede respirar, pero no moverse. Los sonidos le llegan extrañamente amortiguados. Se le acercan algunos rostros familiares, como si la gente se sumergiera para verla allí tumbada, mirando hacia la superficie. Sabe que son conocidos, y se muestran amistosos, así que se alegra de verlos.

Alguien más ha ido a visitarla. Tiene que salir de allí, pero algo la retiene, como si el fluido en el que se halla suspendida fuera más viscoso que el agua. Se mira los brazos y ve que los tiene sujetos por unas correas que parecen cinturones de seguridad. Y de repente sale despedida hacia delante, y después se desploma y cae, cae hasta el fondo del mundo. De alguna manera sabe que con solo abrir los ojos estaría bien, pero es tan difícil, tanto…

—¿Pia…?

Pia se dio cuenta de que estaba en un hospital y por primera vez en mucho tiempo tomó conciencia de lo que la rodeaba. Sintió incomodidad, incluso dolor. Intentó moverse pero no pudo, al menos no los brazos. Sabía que había pasado tiempo, pero ¿dónde había estado? Alguien estaba con ella en la habitación. Era consciente de que había tenido visitas y de que sus voces familiares la habían reconfortado. George. George había sido uno de ellos. Y también su nuevo amigo Paul. Sentía palpitaciones en la cabeza, y supo que se hallaba bajo el efecto de la medicación; también notaba un dolor sordo en distintas partes del cuerpo. Pero aun así, debería ser capaz de reconocer a su visitante. Entonces se dio cuenta de que todavía no había abierto los ojos, y lo hizo.

—¿Pia…? ¿Estás despierta? Me han dicho que ahora estás más despierta de lo que lo has estado.

Aquel hombre tenía razón, se sentía más despierta. Pero ¿quién era él? Estudió su rostro.

—Pia. Tal vez sería mejor que te dejase dormir.

De pronto la joven supo de quién se trataba.

—Pia, soy yo, Zach. Quería verte antes de marcharme. Tengo que irme de viaje, pero volveré.

Berman contempló el rostro de Pia y bajó la mirada hacia las curvas de su cuerpo, que se dibujaban bajo la sábana blanca. Era tan fascinante como la recordaba, puede que incluso más a pesar del aséptico entorno del hospital. La deseaba. Deseaba poseerla, domesticarla, controlarla. Lo había provocado sin piedad y le había dado resultado: estaba cautivado, embelesado, incluso embrujado. Y le encantaba. Al cuerno con Whitney, Mariel y sus celos mezquinos. Estaba decidido a conseguirlo. El hecho de que Pia hubiera sobrevivido era un presagio que estaba dispuesto a aprovechar.

Pia intentó hablar, pero antes de que pudiera pronunciar palabra tuvo la vaga sensación de que otra persona acababa de entrar en la habitación. En aquella ocasión reconoció la voz al instante.

—Perdone, ¿puedo preguntarle quién es? —exigió saber Paul Caldwell—. Esta paciente tiene las visitas restringidas.

—Lo sé —contestó Berman tras volverse hacia él y mirarlo de arriba abajo. Lo reconoció al leer su nombre en la placa identificativa, ya que también lo había visto en el informe de la policía—. Doctor Caldwell, soy Zachary Berman, presidente y director ejecutivo de Nano. La doctora Grazdani es una de nuestras empleadas más valiosas, así que quería verla antes de tener que salir del país en viaje de negocios. Mi ayudante ha hablado directamente con el director del hospital, que aprobó una rápida visita para que pudiera ver cómo se encuentra. Me aseguraron que no había ningún problema.

—Con independencia de lo que diga el señor Noakes, cualquier visita que no sea de un familiar directo resulta inadecuada. ¿Acordó su visita con Gloria Jason, la jefa de enfermeras? Eso habría sido lo correcto.

—Creo que solo se habló con el doctor Noakes.

—Es «señor Noakes». El director no es médico y no tiene nada que ver con el cuidado de los pacientes.

—Bien, pido disculpas por la intrusión. Me marcharé enseguida. ¿Puedo preguntarle qué tal evoluciona? Es obvio que me preocupa. —Berman adoptó lo que creía que era una expresión apesadumbrada.

—Eso podría haberlo averiguado con una simple llamada telefónica —repuso Paul con sequedad—. Pero, para responder a su pregunta, le diré que va mejorando.

Se mostraba deliberadamente antipático. Berman le había caído mal nada más verlo. A juzgar por lo que Pia le había contado de él y por sus propias dudas respecto a la posible implicación de Nano en el accidente, así como por sus inmediatas observaciones, creía ver a Berman tal como era en realidad: un macho depredador ebrio de poder. Ya se había cruzado con otros antes.

—¿Puedo preguntarle también cómo se encuentra usted? —inquirió Berman sin variar su expresión de preocupación—. Tengo entendido que se vio involucrado en el mismo accidente que mi empleada.

—Así es —contestó él. No le sorprendió que Berman estuviera al corriente. La noticia había aparecido en los periódicos e incluso en el telediario de la noche—. Comparado con la doctora Grazdani, estoy bien. —Levantó los dedos índice y corazón de la mano izquierda con la palma hacia sí. Los tenía vendados con esparadrapo blanco—. Estas son todas mis lesiones.

Berman los miró y se preguntó si Paul le estaría dedicando un gesto obsceno aprovechando que tenía los dedos unidos por el vendaje. Se permitió esbozar una sonrisa. A pesar de la situación, aquel tipo le caía bien. Tenía una actitud que él apreciaba.

—Me alegro de que no hubiera mayores consecuencias —dijo.

—Aparte de esas —comentó Paul señalando a Pia con un gesto de la cabeza.

—Puede que su habilidad al volante no sea la que debería ser, o tal vez que estuviera en el momento y en el lugar equivocados. Estamos deseando tenerla de regreso en Nano tan pronto como se haya recuperado. Allí está su sitio.

—Ya veremos —se limitó a contestar Paul.

Berman le parecía un tipo verdaderamente incorregible.

—Si puedo hacer algo, por favor, hágamelo saber —dijo Berman, que volvió a mirar a Pia. Sonrió para sí porque sabía perfectamente lo que le gustaría hacer.

—Hay algo que sí nos sería de ayuda —repuso Paul—. Deje de enviar ramos de flores. Son excesivos. Demasiado fúnebres. Y las lilas están apestando el hospital.

Berman volvió a sonreír. El médico era un insolente, pero se mordió la lengua. Se despidió con un gesto de cabeza y se marchó.

Paul se volvió hacia Pia y se sorprendió al ver que ella lo contemplaba con ojos soñolientos.

—Vaya, hola, qué agradable sorpresa. ¿Cómo te encuentras?

—¿Dónde estoy, Paul? —Tenía la voz ronca. Intentó toser, pero no tenía fuerzas.

—En el Memorial. Llevas aquí una semana.

—¿Una semana? —consiguió repetir con consternación—. ¿Qué me ha ocurrido?

—Tuviste un accidente, un accidente de coche.

—Ahora empiezo a recordar. Estábamos buscando la furgoneta blanca.

—Así es —convino Paul—, pero no te preocupes por eso ahora. Ya tendrás tiempo. ¿Cómo te encuentras en general?

—Me duele todo. Estoy atontada y me siento como si me hubiera atropellado el camión de la basura.

—Me lo imagino. Lo siento. Escucha, te hemos tenido unos días en coma inducido porque nos tenías un poco preocupados. Entre otras cosas, sufriste una conmoción muy fuerte. Pero te pondrás bien. Te sentirás cada vez menos aturdida a medida que vaya remitiendo el efecto de los medicamentos.

—Me duele la cabeza.

—No es de extrañar. Seguramente también te dolerán otras partes del cuerpo. Tan pronto como le diga a tu enfermera que te has despertado te pondrá un antiinflamatorio por vía intravenosa. No te preocupes y descansa. —Paul se acercó a la cabecera de la cama y le mostró el timbre que tenía junto a la almohada—. Si necesitas analgésicos antes de que te los pongan en la vía solo tienes que apretar esto.

Pia intentó levantar los brazos pero no pudo.

—¿Por qué tengo los brazos atados? —quiso saber.

—Son solo unas tiras de velcro para las muñecas —contestó Paul mientras se las quitaba—. No queríamos que te arrancaras la vía.

—Dime, ¿era Berman el que estaba aquí?

—Sí.

—¿Qué quería?

—No tengo ni idea.

—¿Ha estado George aquí mientras estaba inconsciente o lo he soñado? Creo recordar su voz.

—No te equivocas. Está en Boulder. En estos momentos lo he enviado a comer algo. Se llevará una alegría cuando vea que estás despierta.

—¿Se puede saber qué demonios hacía Berman aquí? Hace que me sienta… No estoy segura de cómo hace que me sienta, pero no me gusta.

Pia empezaba a hablar con mayor claridad, y Paul se dio cuenta por su tono de voz de que se estaba alterando.

—¡Intenta tranquilizarte! No te preocupes por nada de momento. Si quieres les digo a los mandamases que no dejen pasar a nadie salvo a George y a mí. Deberías concentrarte en ponerte bien. Berman no volverá a aparecer por aquí. Confía en mí.

—Gracias, Paul. Te lo agradezco.

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