Nana

Nana


44

Página 47 de 47

4

4

Cuando tenía veinte años, me casé con una mujer llamada Gina Dinji, y se suponía que iba a ser para el resto de mi vida. Un año más tarde tuvimos una hija llamada Katrin, y se suponía que lo iba a ser para el resto de mi vida. Luego Gina y Katrin murieron. Y yo me escapé y me convertí en Carl Streator. Y me hice periodista. Y esa fue mi vida durante los siguientes veinte años.

Después, bueno, ya saben lo que pasó.

No sé cuánto tiempo estuve abrazando a Helen Hoover Boyle. Al cabo de un rato solamente era su cuerpo. Pasó tanto tiempo que dejó de sangrar. Para entonces las partes rotas de Patrick Boyle, todavía en brazos de ella, se habían reblandecido hasta el punto de empezar a sangrar.

Para entonces, se oyeron pasos al otro lado de la puerta de la habitación 131. La puerta se abrió.

Mientras yo estoy en el suelo, con Helen y Patrick muertos en mis brazos, la puerta se abre y es el viejo poli irlandés entrecano.

El Sargento.

Y yo digo: Por favor. Por favor, métame en la cárcel. Me declaro culpable de todo. Maté a mi mujer. Maté a mi hija. Soy Waltraud Wagner, el Ángel de la Muerte. Máteme para poder estar otra vez con Helen.

Y el Sargento dice:

—Tenemos que largarnos de aquí.

Camina desde el umbral hasta el armario de acero. Escribe algo con bolígrafo en un bloc. Arranca la nota y me la da.

Tiene la mano arrugada llena de lunares, cubierta de pelo gris. Las uñas gruesas y amarillas.

«Por favor, perdónenme por quitarme la vida —dice la nota—. Ahora estoy con mi hijo».

Es la caligrafía de Helen, la misma que en su agenda, el grimorio.

Está firmada «Helen Hoover Boyle», con su caligrafía exacta.

Y yo miro el cuerpo que tengo en brazos, el vómito sangriento y verde y de desatascador, y luego al Sargento allí de pie, y digo:

—¿Helen?

—En carne y hueso —dice el Sargento, dice Helen—. Bueno, no es mi carne —dice, y mira el cadáver de Helen que tengo en el regazo—. Odio el prêt-à-porter, pero uno se agarra a lo que puede en medio del naufragio.

De forma que estamos otra vez en la carretera.

A veces me preocupa que el Sargento que va a mi lado sea realmente Ostra fingiendo ser Helen ocupando al Sargento. Cuando duermo con quien sea que es esta persona, finjo que es Mona. O Gina. Así que estamos en paz.

De acuerdo con Mona Sabbat, la gente que come o bebe demasiado, la gente adicta a las drogas o al sexo o a robar están realmente controlados por espíritus a quienes les gustaban demasiado esas cosas como para dejarlas después de muertos. Los borrachos y los cleptómanos están poseídos por espíritus perversos.

Ustedes son el medio de la cultura. Los huéspedes.

Hay gente que todavía cree que sigue controlando su propia vida.

Ustedes son los poseídos.

Todos poseemos y estamos poseídos.

Siempre hay algo de fuera viviendo en uno. La propia vida de uno es el vehículo para que algo venga a la tierra.

Un espíritu perverso. Una teoría. Una campaña de marketing. Una estrategia política. Una doctrina religiosa.

Mientras se me lleva del New Continuum Medical Center en un coche patrulla, el Sargento dice:

—Tienen el hechizo de ocupación y el hechizo de vuelo. —Va marcando cada hechizo levantando un dedo—. Tienen un hechizo de resurrección, pero solamente funciona con animales. No me preguntes por qué —dice el Sargento, Helen—. Tienen un hechizo de lluvia y un hechizo solar… Un hechizo de fertilidad para hacer crecer las cosechas… Un hechizo para comunicarse con los animales.

Sin mirarme, mirándose los dedos extendidos sobre el volante, el Sargento dice:

—No tienen ningún hechizo de amor.

Así que estoy realmente enamorado de Helen. De una mujer en un cuerpo de hombre. Ya no tenemos relaciones sexuales, pero, como diría Nash, ¿en qué se diferencia eso de la mayoría de las relaciones amorosas después de una temporada?

Mona y Ostra tienen el grimorio, pero no tienen la canción sacrificial. La página del grimorio que me dio Mona, la que tiene mi nombre escrito en el margen, es la canción. En la parte inferior de la página hay escrito: «También quiero salvar el mundo, pero no igual que Ostra». Y está firmado: «Mona».

—No tienen la canción sacrificial —dice el Sargento, dice Helen—. Pero tienen un hechizo escudo.

¿Un hechizo escudo?

Para protegerse de la canción sacrificial, dice el Sargento.

—Pero no te preocupes —dice—. Tengo una insignia y una pistola y un pene.

Para encontrar a Mona y a Ostra solamente hay que buscar cosas fantásticas, milagros. Titulares asombrosos de periódicos sensacionalistas. La pareja de jóvenes que fueron vistos cruzando el lago Michigan a pie en julio. La chica que hizo crecer hierba, verde y alta, para el búfalo que se estaba muriendo de hambre en Canadá. El chico que habla con los perros perdidos de la perrera y los ayuda a volver a casa.

Hay que buscar magia. Hay que buscar santos.

La Virgen Voladora. El Jesucristo de los Animales Atropellados. El Infierno de Hiedra. La Vaca Judas Parlante.

Ir siempre siguiendo los datos. Cazando brujas. No es lo que un psicólogo te diría que hicieras, pero funciona.

Mona y Ostra, bien pronto este mundo será de ellos. El poder ha cambiado. Helen y yo siempre estaremos jugando a alcanzarlos. Imaginen que Jesucristo los persigue, que los intenta atrapar a ustedes y salvar sus almas. No un simple Dios paciente y pasivo, sino un sabueso laborioso y agresivo.

El Sargento abre la pistolera, igual que Helen solía abrir su bolso, y saca una pistola.

Y dice, Helen dice, quienquiera que sea dice:

—¿Por qué no los matamos a la antigua?

Ahora esta es mi vida.

Has llegado a la página final

Report Page