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Bondad

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Bondad

 

 

 

1

El mono chilla de tal manera que al principio el obispo Levay piensa que tal vez, Dios no lo quiera, el animal haya sido poseído por un esbirro del Maligno... Azazel tal vez. O el propio Astaroth. Con pulso firme, el obispo dirige la escopeta, apunta y cuando tiene el cráneo del mono fijo en la mirilla, aprieta el gatillo: un martilleo rápido y un zumbido agudo, inmediatamente después un húmedo repicar en el momento que la bala perfora el cráneo del mono. Galante disparo, como una sandía marrón, el cráneo se abre en dos partes. Es un instante. Adiós vida animal. Por desgracia, mi querida, los dedos peludos del mono se han contraído con fiereza en el momento de la muerte (y permanecen aferrados salvajemente) entorno a la cabeza del pequeño niño que vivo y desconcertado se tambalea ahora descalzo y lleno de finos arañazos sobre una alfombra de hojas. Este niño apenas no tiene dos años. Se llama Gar. El pequeño Gar llora incesante e histérico. La mano simiesca aferrada a su cabeza sería la raíz, y el cuerpo decapitado del mono que -perdida la vida y la fuerza- cuelga ahora como una extensión fanática y terrorífica, el tronco de una horrible prolongación vegetal mutante que saliera de la cabecita del niño. Inyección extra-terrestre, ébola espontáneo, piensa Levay, y ríe. Jajajajajaj. Ríe. Sshhh. Entreacto. Aplausos. Shhh. Todos se remueven en las butacas y algunos empiezan a hablar. Entreacto. Otro bosteza. Sshhhh. Shh-shhh, Ludo, por favor, Clara, quieta, ahora quieta, Helden, hija, vamos, niños, venga, esto empieza de nuevo, niños, va, ahora silencio. Ellos: capaces de todo. Sh-shhh. Shh. Silencio. Ahora. Siguiente acto: la madre, gritando, se lanza a por el pequeño Gar, y al intentar recuperarlo, al ir a asirlo, cae de rodillas contra el suelo, vencida por el peso de la raíz mutante que brota del cráneo de su hijo. Con ella Gar también se desploma, una caída torpe, excluída.

Al caer madre e hijo, chillan. Gar, tendido bocabajo en el suelo patalea y aúlla de histeria - un pequeño hurón.

Hiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii. 

 

No es el fin del mundo. Un mono loco entre los hombres. Colgándose la escopeta a la espalda, Levay avanza a rápidas zancadas hacia la mujer. El niño está de perfil sobre las hojas, la mejilla sobre el suelo tumbado boca abajo y llora, abriendo la boca como una tortuga. La mujer está arrodillada tras su nuca, con los ojos abiertos, desorbitados, mirando a Levay, al cielo de hojas de palma que bloquean el sol, los troncos, el calor, y chilla. Está cerrando las uñas entorno a los dedos peludos del mono, pero no ceden. Lloran. Madre y Gar están cubiertos de sangre animal, pelo quemado y pedazos de materia rosada.

-Calma, Etelle.

Tiene sesenta y dos años y la vida a este lado del mundo le ha mantenido fuerte y bronceado hasta ahora. Camina con paso decidido, el pelo canoso, revuelto, agitado sobre la nuca y la frente, la barba gris de lija. Lleva pantalones verdes de campaña y una camisa blanca empapada en sudor que marca las curvas de su barriga y el costillar. Luce un viejo azulado Cristo en la Cruz esquemáticamente tatuado en el antebrazo.  

Al llegar, se arrodilla junto a la mujer y el niño Gar.

-Tranquilo, pequeño. Etelle: permítame.

La mujer se aparta, solloza, deja de chillar y regurgita. Gar llora y no cesa. Con cuidado, el obispo libera la cabecita del niño de la presión post-mortem del mono. Dedo a dedo.

Libre de pronto el niño se abalanza a encontrar el abrazo de su madre. Contra su pecho. Lloran, la mano por la cabecita herida. El obispo, arrastra por la muñeca el pesado cadáver del mono hacia el hueco entre las enormes raíces de un árbol y lo lanza a descansar en paz. Boqueando, Gar recompone la arquitectura del mundo alrededor, entre los brazos. Recibe una inmensa radiación de amor desde el pecho de su madre. Compone trazando con hilos de amor la carta necesaria para orientarse en un mundo salvaje.   

Acercándose, Levay busca un pañuelo en el bolsillo trasero y se lo tiende a Etelle. Ella lo coge. Mira al suelo. HERIDA. VIVA. REINA. Estando tan cerca, Levay intuye un olor determinado en ella. Parámetros. Perímetros. Olor. Caza. Registra biológica y naturalmente el sentido y la sensitividad de las formas de la mujer. Hasta dónde puede llegar. Ese olor, polen. Ahora.

Presa.

Cervatillo joven, fina belleza europea. Levay ve proyectada en su mente la forma compleja de un asalto hacia ella. Sesenta y dos años, la camisa empapada, siente un bombeo repentino en la base de la polla.

Un palpitar.

-¿Dónde estamos?

-Pronto llegaremos al Mbomou, el río, y allí nos remontarán. Después ya casi estaremos en casa, Etelle.

-Estoy sufriendo en este país.

-Lo sé.

 

Habían cortado por la pequeña selva a sugerencia de Levay. La reducción del trayecto era considerable respecto a rodear el bosque. También era un paso intransitado entre la República Democrática de Congo y Centro África. Lamentablemente habían encontrado ese mono loco entre humanos. El mono había sentido ímpetu por Gar y cayendo como un forajido desde una rama alta, se había hecho con los pelos del niño y lo arrastró hacia un borde del espacio que marchaban, entre troncos, palmas secas y rocas. A la sombra. Y con el niño preso, el mono se puso a chillar. El mono chilla de tal manera. Adiós vida animal. Hola Centro de África. Centro de la Humanidad. Estamos en casa.

El llanto precede a una agotada calma donde el volumen de los ruidos percibidos como ecos interiores gradualmente decrecen hacia murmullo y la pena pasa a palpitación. La madre carga con Gar en un arnés improvisado con la muda que llevaba en su mochila.

El obispo maneja el machete como una prolongación de su brazo. Donde señala, suavemente cae una rama. Los chasquidos del bosque los acompañan mientras avanzan. Progresivamente el aire agreste sofoca toda idea y deseo de conversación, y ambos adultos caminan en silencio, tan sólo pendientes del bombeo de su sangre y el picante entumecimiento de los músculos que poco a poco, metro a metro, paso a paso, se van cargando y pinchan. Levay. Extrañas grietas en la memoria trasladan a las papilas gustativas de Levay el sabor preciso de las patatas fritas de BK, el jugoso momento, hincar, las mesas, el regusto ácido del pepinillo, todo es mundo, es verdad. La densidad exacta de los jugos que se mezclan en el paladar a cada mordisco. Este hambre necesaria. Las tripas del obispo acostumbradas tanto tiempo a la carne macerada, las raíces y las legumbres, rugen inesperadamente de ansia. Suelta otro golpe de machete. Un 7Up en vaso de papel y con mucho hielo, al atardecer, apoyado en las jardineras, contemplando el extraño efecto del aire caliente expulsado por los extractores externos del sistema de aire acondicionado del Banco. Todas las cosas del mundo lejano. Las butacas de los cines, el asiento trasero de un taxi, todas las cosas que diferencian aquel mundo de éste se elevan ahora, y sin esperarlo – inconsolables despojos de una pérdida.

Etelle tiene el rostro empapado en sudor y un mechón de su oscuro cabello cruza su rostro, adhiriéndose al labio inferior al cortar sobre la boca. La fina camiseta de algodón blanco realza su busto y revela estáticamente los pezones maternales. El cuello, la garganta, el ondular de la piel sobre los tendones de la muñeca: madre.

Hemos hecho tanto daño.

En estas rocas fuimos concebidos. El ácido regurgitaba en los lodos y en el cielo vibraban las tormentas. Se formó por condensación un charco entre los poros de estas rocas...

Progresivamente y hasta hoy.

El niño duerme en el pecho de Etelle, bien cogido en el arnés, durmiendo como lo haría un domingo por la tarde empujado en el clima de una avenida tranquila en Europa. Etelle mira al suelo, el rostro perlado de sudor. La piernas y brazos colgando, ahora el niño es una imposición. Ella, bellísima. Un palpitar. Querida: abre la boca – dilo TODO. Impulsos biológicos, en el límite interior del mundo. Aquí: la sede de toda vida, el lugar origen.

Aquí, tan cerca de: la Cueva del Nacimiento.

Un espantajo grazna en algún lugar. Las nubes transitan el cielo. Plena conciencia de lo que alrededor se extiende. Pierre se acerca a Etelle y se ofrece a llevar al niño. La escopeta apuntando al suelo, y el niño como un fardo a la espalda. Está tranquilo y respira quieto. María, José y el Niño. A través del bosque. Pronto, es claro el rumor del río. Sus destellos del atardecer se filtran entre los troncos. El bosque pierde espesor y las franjas de luz se abren paso entre las copas, flotan motas. Se oye un motor y entrechocar de troncos. Finalmente los tres salen del bosque a una explanada, franja constitutiva de la orilla sur del Mbomou.

Son dulcemente abrazados por el clima y el aire, por las aguas móviles. Son saludados desde la distancia por dos hombres negros que, con camisas y pantalones cortos, charlan quietamente apoyados en la barca varada.

Sea el Támesis a las 9 AM, Hudson al amanecer. El auténtico mar. El obispo dialoga con los hombres, en francés. Este increíble sol.

-Non. D’abord... Après –dice el alto y flaco, señalando río arriba.

-Par là d’abord... –dice el otro, cortés.

-Merci, ...  –asiente el obispo.

-Mais vous pouvez l’attendre. Il reviendrà.

-Oh. Nous attendrons peut-être...  Merci, mesieurs.

-Allez.

Saludando una vez más, el obispo se retira y retrocede al encuentro de Etelle y el pequeño, que han esperado en la larga pendiente arenosa de la orilla.

-Podemos subir el curso un poco más, Etelle. Desde ahí nos remontarán. Se me ocurre que puedo ir yo y retroceder a buscaros. O podemos esperar aquí. La barca acabará por venir.

Etelle mira al hijo como la luna llena a la tierra.

Esperaron, según la tarde se prolongaba. Efervescían las primeras brumas cobre y lima en los márgenes bajos del cielo cuando la barca, anticipada por el petardeo de avispero de su motor, llegópara atracar. Madre y niño remontaron la pasarela de ascenso y después Levay.

-On met pied à terre à Baj-baj-wue, monsieur... –indica el obispo.

-Parfait, monsieur... Bon o-ui, je sais! On y và...!

-Merci –sonrió Levay.

Por fin, se acomodaron en cubierta. El niño miraba el mundo con ojitos vidriosos y las comisuras de la boca cerradas, los labios prietos. Permeable. El aire húmedo y caliente de la última fase del atardecer. Remontaron el río hacia el oeste, la luz descendía con el peso inmenso del cielo contra ella. Etelle cierra los ojos y en las sombras de las cuencas intuye los movimientos celestes, los planos estáticos y las órbitas supremas, es la galaxia una rueda del gran mecanismo, el profundo motor. El rumor de las aguas y el chapoteo de la quilla la envuelven, las toses del segundo de abordo, la respiración del niño y la presencia de Levay. Adelgaza el aire, se intensifica el medio.

Progresivamente, un incesante canturreo de loros y gorriones, palomas, tucanes, y el rumor de las palmas mecidas en el viento comenzó a extenderse sobre el río como un arco.

-Ya nos acercamos –explica Levay, su voz como otro rayo grueso en la tarde. Etelle abre los ojos.

Entre la espesura de la costa norte, se entrevé una alta cerca de hierro forjado insertado en piedra gris y roca. El motor se ralentiza, el barco toma curso hacia el muelle. Se disgrega un canturreo de pájaros en el aire. Preparados para desembarcar. La barca se coloca a ras del muelle. El auxiliar tiende la rampa. Se despiden. Mujer, niño y Levay descienden al muelle; el obispo se vuelve un instante y realiza una amable genuflexión hacia el barquero en la cabina y su segundo en cubierta, que inclinan la cabeza con respeto. Los barqueros del río. Intensifica la rotación de la hélice y comienza la maniobra de vuelta al curso del río. Levay, la mujer y el niño recorren el muelle en silencio. Cae la luz movida al oeste. La puerta parece elevarse como viento sobre el muelle y serían cintas mecidas en la brisa las tres figuras que avanzan hacia ella. Es de piedra caliza, arenosa, ambas jambas compuestas por bloques cilíndricos y sobre ellas un dintel horizontal, un bloque único sobre el cual ha sido inscrito el nombre de la propiedad:

b3b3w. Agujero; Cisterna de la cabeza. Pierna humana (b), buitre egipcio (3), pierna humana (b), buitre egipcio (3), codorniz (w). b3b3w. El jeroglífico inscrito en el dintel, nombre de la propiedad, aparece aquí sin determinante. Es una elección voluntaria. Sólo dos entradas semánticas conocidas, dos conceptos, se han obtenido para esta combinación fonética. Combinada con el determinante correspondiente al disco solar, O (este determinativo puede confundirse con el de “pupila”), la palabra es traducida como: Agujero. Combinada con el determinante correspondiente a hogar (un pequeño rectángulo con una abertura en su base, y subrayado por tres líneas verticales) el término es traducido literalmente como: cisterna de la cabeza.

Sorprendió a Etelle que no hubiese verja en la puerta. Entraron, como el traspasar de un arco milenario, accediendo a la propiedad. Los sonidos parecieron silenciarse, reordenarse, tejiendo una trama invisible y expectante según remontaban el camino.

-¿Estás cansado, Gar?

El niño parpadea, caminando a pasitos cortos sobre la arena.

El pequeño negó con la cabeza.

-Muy bien, hijo.

Sonaba un motor. En cuanto accedieron a la propiedad, Pierre Levay accionó el botón del intercomunicador en el pequeño poste metálico insertado en la tierra.

Un jeep gris bajaba ahora a su encuentro.

Madame Terugbesorg, una elegante señora de piel mulata, de cincuenta años, alta y fina como un estilete, mitad etíope, mitad francesa, asistente personal de Levay, conducía el jeep con la alegre destreza propia de esas tierras. Frenó en un margen del camino y salió del jeep de un salto. Su falda roja ondeaba al cálido viento crepuscular. Llevaba la negra melena recogida por agujas de madera, los ojos abiertos y alargados en una forma extra-terrestre.

-Señor Levay –saludó-. ¿Qué hace una criatura así en este lugar?

Levay sonrió. La preciosa Terugbesorg parecía enfadada y miraba al niño y a Levay y a la madre según se acercaba, con preocupación maternal.

-Skone...

-Señor Levay, no es procedente. ¿Qué ha sucedido?

El obispo se dirigió a la joven Etelle; Gar miraba con ojos atónitos el mundo, parecía a poco de romper a llorar.

-Etelle, ella es Skone Terugbesorg, la mitad de mi vida. Y un poco más.

Etelle, agitó la cabeza, su fina melena rubia moviéndose uniformemente como un velo. Sorprendida preguntó:

-Pero ¿está usted casado, señor Levay?

Levay rompió en una espontánea carcajada.

-Así es... –sonrió.

-Entiendo –sonrió ella, tan remoto el mundo.

-Estoy casado, pero con Dios...

-Ah –respondió la mujer, un movimiento rojizo en sus mejillas.

Como una pista de aterrizaje, el instante final de la risa, un estertor, trajo un tenue profundo desasosiego a Levay. Se pasa la mano por la frente y el pelo canoso revuelto y ríe de nuevo, el agotamiento, el mismo aterrizaje forzoso, niebla, bruma, tres colores de luces en pista: verde... amarillo... rojo.

Entendiendo las rutas mentales del obispo, Madame Terugbesorg falsea cómicamente en su rostro un gesto de desesperación representada, ¡tanta tonta cháchara!, y acercándose más se arrodilla ante el pequeño Gar, su falda roja como un manto. Extiende la mano y murmura:

-Hola, Gar.

Gar mira con ojitos los inmensos pozos de luz de la mujer.

Madame Terugbesorg sonríe. Gar se muerde el labio inferior. Ojitos sobre pozos. Mueve su manita hacia la mano de Terugbesorg ahora tendida entre ambos. Enrosca el índice de la mujer con su manita.

-Qué monada de niño... –susurra Skone, se mueven las copas de los árboles, silencio africano... - Pero, por favor, ¡vamos a casa ya...! Gar necesita cuidados y vosotros comida e higiene, ¿no es cierto? Vamos, vamos, por favor.

Skone se puso en pie y de un giro rápido y majestuoso, se encaminó hacia al jeep, seguida por los dos adultos y el pequeño.

El agua recorre el cuerpo de Etelle, desnuda sobre la elegante plataforma de madera. El rostro recibiendo el flujo de agua directamente y después cae, se distribuye, abriendo cada poro, destilando agotamiento su cuerpo. La ducha es un amplio cubículo de casi tres metros por lado. A través de la ventana abierta, ve la amplia extensión de savana, propiedad de Levay, respirando los elementos al reposo según anochece sobre África.

En la habitación, duerme Gar.  

<<Hola, Gar>>

Esa mujer, ¿cómo sabía el nombre de Gar? Se ha arrodillado ante él y ha dicho: Hola, Gar. Su falda como un manto de sangre. Una brutal menstruación. Por su nombre, ¿cómo? El cansancio tal vez había rebajado la capacidad de su atención o la memoria no construía (jamás) de forma completa, y quizás sí había mencionado el nombre del niño en ese encuentro por Levay tal vez, pero no por ella. Eso seguro. ¿De qué otra forma podría sino haber Skone sabido el nombre del niño? Sólo una conexión invisible de mentes, un cerco intangible.

Un perímetro.

Se siente de pronto presa. Cervatillo joven, fina belleza europea. Presa tan bella. Ser presa tan bella. ¿Qué lugar es este?

El agua cae.

Cuando se envolvió en la toalla su corazón latía con suavidad macerando su sangre con miel y caña, destilando dulce licor humano.

Está tranquila mientras se viste, todavía un microscópico temblor en sus rodillas y cartílagos. Agradable liberación de tensión. El pequeño Gar duerme en paz en la enorme cama matrimonial, ocupando apenas un lado. En el televisor, Alicia de Disney está creciendo desmesuradamente en el interior de un casa, al tiempo que un deshollinador lagartijo resbala cómicamente escaleras abajo: “¡¡un monstruo!! – ¡¡un monstruo!!”. Éste sería un bonito hogar, piensa Etelle mientras abre la puertas correderas del armario, observando todas las prendas colgadas ordenadamente en las perchas, los finos vestidos, los tejanos, las faldas, los cajones de ropa interior, en línea sandalias y zapatos.

Con dulzura de madre, Etelle se viste, cubriendo en capas su desnudez. Todas las prendas blancas sacras de este lugar. Como Alicia con manchas de miel por la cara.

Tras el baño, Pierre Levay se deja caer sobre su cama. Las estrellas pueblan el cielo más allá de los ventanales y una brisa cálida azota suavemente la incalculable extensión. No hay apenas luces eléctricas en ningún lugar. Se oyen grillos, y una letanía de aves de charca desde el norte.

Dentro de veinte minutos será servida la cena en el comedor. Junto la fantástica galería y bajo la bóveda, las estrellas, las siluetas de los árboles, la sombra azulada del suelo amarillo y verdusco de la savana.

Intenta anticipar el rostro de Etelle en esa cena.

Un palpitar. Seguro que tiene sabor de ron. Enciende el televisor. Se forma la imagen. Señora rubia y señor calvo ante un fondo de edificios de centro financiero, comentan la noticia. Sonríen comedidamente. Informan. En pantalla, sobre la franja roja: ... dline news NASA Astronaut in strange love triangle leaving NASA Headline news NASA Astronaut in strange love triangle ... 

El amor todo lo puede y a todos nos iguala.

-¡Jajajajajaj!

Está loco este señor, Tía An...sshhh, Helden, por favor, ¿será posible? Olga, Olga, hija, deja eso, por favor... ¡Niños! Venga, lo habéis hecho muy bien esta mañana... Vamos... Este señor no está loco, venga callaros... Sshhh.

Se levanta de la cama y se acerca al ventanal, sobre los campos. Ha oído el agua corriendo en la habitación de la madre. Mira al cielo. Se estará ahora vistiendo. Las estrellas. La piel habrá perdido la irritación de la exposición directa al sol y lucirá ahora calma, hidratada y bronceada.

Levay, se saca la polla. Cuelga, gruesa y fláccida, bregada. Con templanza, empieza a masturbarse. Ojos entrecerrados, el rostro de Etelle bajo el haz de la luna, el vestido que lleve, el brillo que refracte y qué – ¿¿ – trepando por sus piernas – ?? –

La poseerían.

Un palpitar en el perineo.

Aquí, con ellos.

Ascendía. Subía. Grueso. Abierto. Aquí, madre e hijo.

Salida. Arco.

Caída.

Se quedarán ambos con ellos, aquí: en el centro de todo.

Una mancha germinal en el cristal y sobre la moqueta. Apagó el cigarrillo en el cenicero de cristal de roca sobre la mesita redonda junto al ventanal. Silenció el volumen del televisor. La noche de África... El palpitar tras la eyaculación. Juntos seremos más fuertes. Que se queden. Que entiendan. Los formaremos. Ahora estamos creando familias. Ella y el niño, aquí conmigo. Vi imágenes, es precioso: las familias. Barriga de Perro tiene en su territorio una familia primaria concebida. Se forjó tras la deposición de la última Reina. Hemos evolucionado sobre nuestro sistema anterior. Ya no somos colmenas, ya no dirigimos revueltas en los territorios para elevar una Reina sobre todos. Hasta ahora hemos brillantes como el Imperio. Tantas provincias, un Emperador. Así constituíamos el centro del movimiento en cada región: una Reina. Bellos, altos, podían las provincias y legiones mediante revuelta aclamar un nuevo Emperador.

Pero ahora somos familias.

Veo diluirse la estructura de los vínculos que hasta ahora nos unían. Somos ahora grandes familias formadas entorno a una unidad tradicional: pareja. Madre y padre. Eso tiene Barriga en su región. Nosotros aquí, yo soy el centro, también crearemos familia. Madre, padre e hijo. Y Skone. Aquí, en el punto origen. Yo soy el último eslabón de la estirpe elegida. Uno, de la Humanidad, custodiaría el Agujero. Hemos custodiado. Ahora, ellos recibirán el regalo a su bondad: superados los dolores, una primera preciosa familia. Palpitar-serpiente en el perineo.

 

Suena el comunicador junto a la puerta. Llamada de Skone. Acciona el botón en el comando y se enciende la pantalla. El rostro de Skone en primer plano. Los ojos abiertos y rasgados. Serpiente. El pelo negro mojado cayendo a los lados de la cara. Está desnuda, pero aparte del rostro, solo se aprecia el cuello en pantalla. Tras ella, la penumbra estrellada de su estancia. Familia.

-Hora de bajar a cenar –dice-. Etelle acaba de salir de su habitación.

-Muy bien. Gracias.

Skone apaga el comunicador y se sienta como una ninfa en la punta de una esquina de la enorme cama. Vivía al otro lado de lo que en Bahbahwué llamaban el Oasis, un área de piscina iluminada, sinuosa y con el agua a ras de suelo, bosquejo de palmeras y varias sombrillas de cañizo. Una casa de dos plantas y ático. Salón, tres dormitorios, cocina, biblioteca, sótano, y un inmenso comedor. Lentamente, se calza. Cierra las hebillas de sus zapatos rojos de tacón de filo entorno al tobillo, los dedos cerrados en la punta, el empeine como un puente, se pone en pie. Hora de cenar. Hora de bajar a cenar.

Algo cambia. Hay algo cambiando. Percibe.

En el aire. Es un instante, y los márgenes del instante, cerrados, negrísimos, no desvelan la forma que en su centro se proyecta. Una impresión. Algo cambia. Rota.

 

La inclinación de los rayos de la luna, la incidencia astral que levemente varía según el cuerpo avanza en el movimiento de órbita. Madre e hijo han sido enviados. Deben formar familia. La familia central del movimiento. La primera familia. Tal vez no cómo ellos querían al inicio, pero con familia al fin. Ellos volverán. Custodiado el humano, Skone podrá volver al hogar. Sonríe. Siente frío. La luz. Algo cambia. Hay algo cambiando. En la luz. Cuerdas desde el cielo. Los somormujos graznan en la noche clara sobre el mecer.

El obispo comprueba su imagen, perfectamente vestido de lino blanco, pantalón y camisa, ligera y amplia, radiante, el pelo blanco revuelto y la barba gris. Un fino tanga masculino de hilo, blanco impoluto, recoge y potencia su paquete bajo el pantalón y separa sus nalgas, cubriendo la región: estertor perineo. Se mira.

Tan moreno. Los ojos tan azules. El Cristo en la Cruz esquemáticamente tatuado. Etelle.

Una hambruna necesaria.

Hora de cenar. Hora de bajar a cenar.

Devorar. Familia.

Tras los dulces y postres, Etelle, te llevaré a la Cueva del Nacimiento.

 

2

Zinea hunde las manos en el agua azul y las contempla por un instante. Lucen como peces y coral. Agita las manos suavemente bajo el agua azul y los dedos como un pequeño baile submarino y las entrelaza y las saca y mojadas se las pasa por la cara. Se refresca.

Mmmmm.

Bañado su rostro, sus manos, ella entera, por la clara luz que desde el Espacio irrumpe limpiamente al larguísimo pasillo celeste. 

La CASA está suspendida sobre la Tierra y en órbita a su alrededor. Una esfera azul de superficie acuosa y translúcida. Se ven puntos de luz azul intenso en su interior y cercos, surcos (pasillos celestes) marcando sus meridianos. Bella e inmensa. Orgánica, preservada por la gélida esencia del espacio exterior.

Aquí, en los cielos, hay un rumor permanente.

En el interior, existe una estructura sólida. Zinea va enfundada en el traje azul propio de la CASA. Salvo ejercicios particulares y momentos de ocio en las cabinas, es necesario su uso durante los traslados y en los lugares públicos de la nave. El traje protege el organismo del individuo de posibles variaciones térmicas y radiaciones particulares de ciertos aparatos o, en ocasiones, astros residentes. El traje da a su cuerpo definición perfecta (sentido y sensibilidad de la forma).

Zinea, residente, estrella humana de la revuelta, pasea celeste la CASA, expectante. Fluye en su sangre el frío calor espacial, inyección estelar. La revuelta ha comenzado. Peones. Alfiles. Zinea, pronto moverán Reinas.

Sus pasos suenan sobre la plataforma del pasillo.

Como la Reina Hatsepsut desde su templo de terrazas ajardinadas la noche antes de partir en guerra, Zinea desea sentarse y contemplar.

 

En los días que estuvo con Sonner aprendió a decodificar los mensajes inscritos en la luz. La luz es un cuerpo formado de partículas. Dichas partículas, corpúsculos, se agrupan en franjas y evolucionan de forma lineal sobre la franja a la que se inscriben. La suma de franjas compone el haz. La luz, ilumina las sombras. Así como existe un orden sonoro, existe un orden lumínico. Un músico se vale de un abecedario de sonidos para componer frases, textos inmensos con sentidos diversos. Como un humano la letra. Y lo mismo un astro con su luz. Cada astro envía sinfonías y textos en sus rayos de luz. Deben leerse a partir de la posición de cada fotón en su franja en el rayo. Los fotones evolucionan avanzan, de forma desigual (imaginemos una carrera de chapas que los críos jugasen bajo nuestro balcón), durante el descenso, en la caída desde el centro del astro hacia los objetos contra los que refleja, aquellos que traspasa y los momentos en los que es difractada.

 

De las cuatro noches que les quedaban, Sonner la recibió en la primera de vuelta a su loft en las afueras de Cercana. Los amigos ya se encontraban allí. Sonner la recibió en la puerta. Todavía no es capaz de recordar cómo llegó a casa de Sonner, pero ha aprendido el sentido necesario de las sombras. Luna la llevó, pero no recuerda el desarrollo del trayecto. No fue por carretera ni paisaje nocturno de ventanilla. La AUTOPISTA ascendía, trepando una pista hecha en distantes posiciones entre las estrellas. El azul se intensificó en el interior de la furgoneta azul. El exterior planeando sobre el mundo, un fulgor estelar sobre el desierto. Tiempo indeterminado. Después se encontró el repicar de sus tacones sobre la escalera de metal, ascendiendo a la puerta de él. Los ojos secándose como si hubiera llorado. Un estímulo floreciendo celeste, manando del corazón, savia, la razón. Sonner la recibió en la puerta.

-Qué bella eres Zinea. Entra.

Sí. Entró.

Zinea, qué bella al pasar. No hablaba. Miraba. Estaban los amigos, dos parejas, sentados en los sofás. Ha sido siempre verano al atardecer en este rincón del mundo. La feminidad sensible a un amplio espectro (dulzura) entendiendo el instante de miel fluyente en el despegar de cada encuentro. Viva en esa cresta, Zinea sonrió a las parejas y ellas devolvieron las sonrisas y tras los blancos dientes en los cielos de sus bocas brillaban estrellas.

La luz es oscura-azul aquí y por los ventanales inmensos se ve el movimiento del espacio. A este área de la CASA acuden todos los rangos residentes sin distinción. Una evolución de innumerables niveles flotantes, cambiantes, como palcos, o enormes plazas, o enormes mares, vinculados por filamentos azulados entre sí, transitables. En enorme silencio. Gradas celestes. Zinea ha ocupado un espacio en la corona de la zona estable, justo a ras del inmenso exterior. Sentada y observa... La inmensa corporeidad de Orión extendiéndose, vibrante, desplazándose, sus puntos, y la lenta evolución de marea, una resplandeciente nebulosa sobre la Tierra, los tránsitos estelares distantes, el refulgir de los brillos, la profundidad.

Entra sobre Zinea y el área la luz celeste, rodeando los objetos, los otros sillones vacíos, mesas y columnas, la luz filtrándose...

Aquí, se estiran las sombras.

z i n e a  e s t á s  e n  s o le d a d

Zinea ve al ser una vez éste se ha aproximado y ocupa ya la butaca a su lado. La envuelve. Despojado de su forma biológica humana, sin disfraz adaptativo, sin formulación superpuesta, el ser es pura luz azul-blanca.

v o y  a  s e n t a r m e  c o n t i g o  s i  n o  m o l e s t o  t u  d e s c a n s o 

No molesta. Le encanta. A Zinea le encanta. Está ya sentado cuando oye sus palabras. Reconoce sus palabras. Es la estrella Spica. En su forma humana se suele presentar bajo la apariencia de un adulto rubio y de piel blanca.

d e l  s e c t o r  q u e   y o  p r o v e n g o  ,  p r e c e d o  ,  n o   m u j e r e s   n i   h o m b r e s   c o m o   t ú   n i   l o s   v u e s t r o s   a b a j o  .  s o i s   e x t r a ñ a   r a z a  z i n e a 

Ahora es una llamarada sostenida y blanca fulgente. Las puntas de sus rayos azul-blanco. Spica se mueve como si realmente hubiese un cuerpo alojado moviéndose en la luz. Los ojos de Zinea se han habituado a la percepción de seres semejantes: ve su núcleo, todavía más blanco que el resto, trasluciendo desde su interior.

d e b i d o   a l   s e n t i  r   q u e   l a s   r e v u e l t a s   h u m a n a s   n o s   h e l a b a n ,    d e c i d i d o   c o n f r o n t a r  p a r t i c i p a r  s e c u n d a r  a  y u d  a r . e s t o y   d e   e l l o  c o n t e n t o   e n  e l  n o m b r e   d e

 

Zinea sonríe y mira directamente el foco de Spica con dulzura porque antes que oírlo lo siente, entrando por los poros abiertos bajo su uniforme azul. Un gélido calor. Un inmenso amor.

f e l i c e s   d e   t e n e r t e   a q u í .   s e g u r o s   d e   t i .

Permeable a la materia del sentir estelar.

-Muchas gracias, Spica –sonríe y siente temblar los órganos en su interior anclados como boyas en un cálido magma.

h e m o s   a n t e s   c o n o c i d o  h u m a n o s .   s a b í a m o s  p o d e r  e n   l u n e   c o n f i a r . s u   r e v u e l t a   c e l e s t e ,  e s t a  a l t a  e s te l a r . l u n e   ti e n e   a l g o   q u e   e x p r e s a r t e  . 

Spica ha empujado calor amoroso al interior de Zinea y ahora filtra una sensación de frío estático a partir de ello. No es un goteo, es un ascenso. Llegando los términos a sus poros, Zinea percibe una fracción de aquello que Luna desea expresar. La revuelta ha comenzado. Mueven Reinas.

-A m   o r   Z i   n e   a h

La voz de Spica es quebradiza, el sonido de una boca de hielo ardiente, un cielo de hielo fragmentándose.

-Amor, Spica.

 

La estrella se retira concentrando su intensidad, reduciéndose. De forma regular, se retira, elevándose hacia el visor del Exterior y atravesándolo. Zinea ve la estrella flotando en el exterior, paseando, como Hatsepsut por las terrazas celestes.

 

Sonner separó las piernas de Zinea.

Se encontraba ella estirada, la espalda sobre el asiento de una de las sillas de la cocina del loft, y las nalgas y caderas apoyadas sobre otra silla, el cuerpo como un arco. El cuello en tensión, cabeza atrás, barbilla alta, el pelo cayendo casi a rozar el suelo. Le habían cubierto los ojos con un antifaz. Un hombre y una mujer la sostenían por las muñecas, los brazos alzados, en aspa, reteniéndola en esa postura.

-Me encantan los mortales, amigos...

La voz de Sonner es pálida, en las nasales cavernosa, en las vocales radiante; cambiante, radial.

Sonner paseaba alrededor de la mesa, como un pistolero, bajo las luces de aquel area correspondiente al comedor y la cocina del loft. Hora de devorar a la elegida. La luz amarilla limpia desde los techos forjaba el espacio, las sombras estomacales rodeaban el resto, filamentos de luz de luna y espacio segmentándolas.

 

-Verte es como ver una falda al vuelo, Zinea. En mis veranos.

Y la toca. La mano sobre el estómago. La mano de Sonner sobre su abdomen, Zinea recibe un intensísimo calor que se esparce afectando a toda la región, sus músculos abdominales, la boca del estómago, paredes de la vagina, ingles, lumbares, ano. Un radiante calor.

-Zinea, hay una cosa que debes entender... Yo soy Sonner. El Sol. El Astro Rey del sistema en el que tú y los tuyos habitáis. Ellos, –señaló sonriendo a las parejas (Zinea vería, pero lleva un antifaz)-, son las corporeidades de cuatro astros de características muy similares a las mías y por tanto, dadores de formas de vida y climas semejantes a los vuestros, Zinea. Otros Reyes de otros mundos. Quería que te observasen conmigo. Te los presentaré.

Zinea respiraba en silencio y entrecerraba los labios, expulsando aire suavemente, el cuello en tensión. Ahora había levantado la cabeza.   

-Quien te coge de la muñeca derecha es... ¿Cómo te llamabas tú?

La mujer que presionaba la muñeca derecha de Zinea sonrió.

-18 Scorpii ...

-¡Eso! –y estalló Sonner en una carcajada-. ¡Qué bonito! ¡Por favor!

Y rió de nuevo. Y con él, los otros.

Zinea asustada se agitó en la fuerza de las manos que la fijaban.

-Zinea, tranquila. Me río porque vosotros humanos siempre tenéis la necesidad del nombre; nombrar, nombrar... Os comprendo, pero, mi querida, es tan mínimo... Aunque es coqueto, es... Es... pequeño, bonito, dulce. Es... como tu ropa interior...

Y rió de nuevo y suspiró, el Rey Sol. Continuó:

-Bueno, quien te coge de la mano izquierda es Zeta Tucanae. Saluda Zeta Tucanae, amigo.

Zeta Tucanae, un joven moreno y de ojos rasgados saludó:

-Hola, Zinea –su voz marmórea.

Sonner mantenía las piernas de Zinea abiertas y mientras hablaba, con calma acariciaba el exterior de sus muslos y las rodillas, y pasaba las manos por los gemelos y ahora palmeaba suavemente su entrepierna.

-Zinea, saluda a Tucs, por favor...

-Ho-la ... –musitó la joven.

-Todo esto sería... ¿qué sería? ¿Un desliz? ¿Una orgía? ¿Una misa?

Sonner dio una palmada repentina sobre la vulva de Zinea. Gimió. Un palpitar.

-Ay, ay Senora... –canturreó Sonner.

Los astros rieron.

-Me lío con vuestros nombres, Zinea, querida... –la observó, tensa en las sillas-. Qué bien debes bailar tú... Qué poco me arrepiento. Quiero que seas consciente de otra cosa, Zi...

Muchísimo calor.

-S-sí..

-Espera. Disculpa. Primero acabo la presentación, ag, me aburro, tanto nombre... Zinea, debería follarte haciéndote daño, pagar tú por el resto de humanos, ¿entiendes? No. Todavía no entiendes... Agg... Eres, eres tan bella... Debería follarte haciéndote daño. Hummm.

Zinea aspira aire y boquea, el mentón tenso.

-¡La presentación! ¡Cómo me distraigo en esta biología humana, qué barbaridad! Qué graciosos sois... La presentación, decía. Sí. Seguiré. Uh, ahí, justo detrás de tu cabeza, Sigma Draconis... El hombre, el hombre fuerte, que tiene ahora mismo, jeje, ciertos problemas motrices con un vaso... Ojalá lo vieses, Zi. Te reirías... – (suena un bufido de incordio a su cabeza y un ligero tintineo de cristal, una risita femenina, del foco en el que imagina se encuentra 18 Scorpii) – En fin. Déjalo, Draco, por favor... Jajajajajajaja ¡! 

Zinea no puede evitar sonreír.

-Ah, qué encanto eres, Zinea. Mira, oh, sigo la presentación, oh-oh, bajándose ahora mismo la cremallera del vestido la, ooh, la rubia que has visto y cuyos pechos y curvas Zinea te hemos visto observar con preciosa fugacidad, sí, qué cuerpo maravilloso... 82 Eridani... Ah. Ag. Increíblemente bronceada por su propio fulgor, Zinea. Acaba de caer el vestido. ¡Qué bellos ciertos momentos en la tierra! Qué cuerpo tienes 82 Erdiani... Ag. Qué bella en ese cuerpo... Qué inten... Oh... Acércate, quieres...

Zinea dejó de sentir presión y tocamientos. Sonner le había desabrochado el primer botón de los tejanos y hasta ahora jugueteaba con los dedos por el interior de la cintura, separando el tejano de la piel, palpando la cinta de la ropa interior, y con la otra mano asiendo de la cadera, estiraba, bajando lentamente, revelando más piel, cadera y cintura. Ahora la dejó. Percibió que se ponía en pie. Un movimiento torpe. Una silla corrida. Un palpar. Sonner estaba de pie y abrazaba por la espalda a 82 Eridani que se apoyaba sobre el brazo de Sonner y empujaba el abdomen hacia fuera, formando un arco, los pechos rectos, el abdomen como un altiplano y bajo el ombligo la caída vertiginosa de su pubis, en punta: al suelo.

Tocaban las manos de Sonner esa piel y cuerpo, resbalando, se besaban, Sonner clavaba su polla recta y gruesa contra las nalgas de 82 Eridani. 82 Eridani buscó con una mano detrás de su espalda la boca de la polla. Grueso el tronco bajo el cinturón, asomaba el capullo, el inicio de la inflamación. Con los dedos, 82 Eridani palpa la corona del prepucio y la estimula con la punta de una uña y con las yemas aprieta, y con los dedos intenta desabrochar el cinturón, primero el índice, pequeño no.

-No.

Sonner envuelve el cuello de 82 Eridani con sus dedos, y la besa en la comisura de la boca. No. No. Mi polla ya es tuya. Pruébala a ella...

-Venga, boquita...

82 Eridani se separa de Sonner. Sin vestido: su cuerpo formado, resplandecientemente bronceado - lamido por la luz. Alta, bronceada, la rubia melena escalada hasta los hombros, entrante, limpia, cortante, los músculos de la espalda, los pechos, vehementes, sujetos por un fino sostén negro, pequeños triángulos como lágrimas sobre los pezones, el ombligo, las caderas, el coño justamente cubierto por un fino pétalo negro, sostenido en tensión por las estrictas estrechas tiras de la cintura. Los muslos en tensión, depiladas, morenas, las piernas con la consistencia de una estrella. Clava los tacones y se sitúa ante Zinea. Las nalgas esculpidas en piel morena y músculo, amenazantes, ligeramente separadas por la firme prieta tira vertical.

Zinea intuye. Gime.

Flexionando las rodillas, culo abajo, 82 Eridani se agacha. Pie de guerra, el sexo expuesto, una mano apoyada en la cadera, una pierna abierta y en flexión, y la otra apoyando sobre el talón, el culo, justo sobre la pequeña hebilla de cierre del zapato; la punta del pie sobre el suelo, el tacón en ángulo. Una muSSa.

-¿Sabes de qué estoy muy orgulloso, Zinea?

Tensa, Zinea no responde, aspira.

-De las enormes playas que he posibilitado en tu mundo...

Umff.

-Zinea, esto es necesario. Tú, la más humana, serás probada. Yo debo determinar tu valía para el propósito celeste. Mira Zinea: estando en cuerpo y mente humanos lo comprendo en tus palabras: seres de superior complejidad y preponderancia, de mayor responsabilidad en este nuestro sistema celeste consideran que en el planeta no se han llevado a cabo acciones según lo... Aquí no teneis término. Deseable y esperable, sería. Aquello que el sistema anticipaba. Sois una anomalía extraña. Ten en cuenta una cosa: por pequeña que la parte sea, no hay partes insignificantes en un sistema. Debemos corregir la anomalía. Yo... Me hace gracia. No estoy preocupado. No es eso... Aquí nunca pasa nada, ¡ja! O aquí pasa todo... ¡jajajajaja! ¡jajajjjaj! ¡Lógico! ¡jajajajaj...!

Su risa dorada.

-¡Ay!

El nuestro es un rey cuerdo. Susipra: - ...qué locura Zinea pensar con estos cerebros vuestros tan pequeños...

Y continúa:

-Lo arreglaremos, Zinea. Lo arreglaremos todo. Luna te ha traído en su tracción. Has sido elegida entre todos los demás. Yo quería un simio, al principio. Me resultan graciosos. Pero la elección es de Luna. Luna te ha traído. Yo, el Rey de este sistema, debo determinar...

Con la gracia de una directiva, 82 Eridani separa un poco las piernas de Zinea (el Agujero. Cisterna de la cabeza) y palpa la zona interior. En calor, Zinea percibe cada palpar como la extensión de un latido; reacción bajo exposición. En este mundo se trasciende el dolor. Siente una palmada súbita en la vulva. Contrae los músculos del abdomen y arquea el cuerpo, levantando el culo, entregando el coño. 82 Eridani se inclina hacia ella, pie de guerra, acercando su boca, en contracción la vulva tras la palmada y prieta bajo la costura del tejano, acerca los labios, suavemente, rodea, y besa. Y besa. Y la lengua. Empuja. Presión de la lengua sobre el monte: sabe tanto a cielo.

-Y, Zinea, como Rey, determino: que ella sea: que serás tú. Ahora, voy a llenarte de sol.

Entonces Zinea sintió deslpegarse toda mañana a su alrededor. El fuego y el núcleo de una estrella transmitiendo su bondad...

 

Todo calor.

 

Aquella noche no volvió a casa. Miranda tampoco. Desde el inmenso calor, flotando sobre una inabracable extensión de ondeante trigo, Zinea recobró la conciencia en una habitación amplia y luminosa. Mediodía. Sonner. No. Nadie. Una estancia rural, suelo de madera y muebles coloniales. La cama inmensa. Se puso en pie. Sentía sus pies flotar. Segura, se acercó al ventanal, abierto y con la cortina descorrida, no se movía. Miró al exterior. Flotaban. La estancia flotaba como una caja suspendida en el aire. Se encontraba a una centena de metros sobre el río. Serpentaba brillante en el valle. Ante sí, a lo lejos, corría la sierra y agrupaciones de bosques de pino y arbustos, empequeñecidos en la distancia. El sol recorría su tránsito por los claros cielos. ¿Dónde estoy? Sonó en sí la voz de Luna: esto es un espacio intermedio, Zinea. Todo va bien, preciosa. Hemos hecho esta habitación al gusto que de ti hemos observado. Ahí tienes la salida a la terraza, Zinea. A los pies de la cama, había una puerta. Salió. El exterior. Una plataforma invisible. Flotaba en el aire. Caminaba en la atmósfera. Rodeó la habitación por el exterior, todo el paisaje la envolvía. La vista de Aguas Calientes, pequeños los tejados, claras las vías principales y siguió rodeando la habitación, todo el balcón invisible alrededor y vio su casa. Vacía.

Progresivamente, Zinea aprendió el cómo del movimiento. Colgarse en los rayos de luz...

Trans-acción, gravedad ligera, Zinea asciende ahora impulsada, abducida por el conducto elevador hacia el nivel orbital de la CASA. Disminuye la atracción de la gravedad según accede al nivel, la intensa luz blanca, de clínica definición, se esparce global y uniforme. Está envuelta en toda dirección. De la presencia lumínica, se contornea de pronto una forma. Una silueta.

Son claros los ojos y despuntan como pequeños abismos negros, nocturnos mares caribeños con perlas y coral luciendo en su profundidad. A contraluz, se define el cuerpo, las caderas, piernas y brazos, el pelo en cascada, única, alteza, gracia, Luna.

Azul frialdad.

-Mi preciosa Zinea... La revuelta ya ha comenzado.

-Lo sé.

-¿Estás nerviosa? Te siento feliz.

-Lo estoy –y sonríe.

Las voces fluctúan entre la reverberación del sonido en el aire y el oleaje del pensamiento, despuntando ecos en ambos medios.

-El obispo ha engullido a la pareja. Nuestro plan ha funcionado. Etelle y Gar han fijado la posición. Tenemos al fin vía establecida con la fortaleza.

La sonrisa de Luna es dulce como un millar de puntos de luz.

-Él cree tener su presa final, su familia definitiva. En su mente concibe a la mujer y el niño humano como caídos del cielo, su señal esperada. Ofrecida en la tierra por las carreteras del país llamado Congo, el coche roto, ella perdida. Aparece él de vuelta de la capital. Los encuentra. Los defiende y los guía, ahora los hará su familia. Caída del cielo. Y sí, caída del cielo es, pero tal presa es, en realidad, la trampa que lo atrapará... 

Zinea abre las palmas de las manos y permite que la luz envuelva entre sus dedos, orgánica. La revuelta ha comenzado.

Luna continúa:

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