Miss

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El patio del colegio

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El patio del colegio

 

 

 

En el patio del colegio solían correr muchos rumores y asuntos y a nosotros siempre nos pasaban de lado o a veces afectaban a alguno de nosotros. Cuando eso sucedía, siempre solía implicar a una de las chicas de la clase. Chica que de pronto sentía curiosidad por la forma de vida y pensamiento que alguno de nosotros, en aquella microsociedad del patio del colegio, representaba y entonces se acercaba.

Hablaba con todos, se interesaba por uno, volvía, la primavera pasaba, o el otoño, o el invierno, o el siempre apoteósico fin de curso y todos en ambos bandos poníamos en marcha la maquinaria. Qué maravillosa aquella maquinaria sin transmisiones de acero, todo por el aire, en notas: en palabras. Seguro que ellas sentían la misma curiosidad por nosotros que nosotros sentíamos por ellas.

La luz que cambiaba y las sombras de los pinos en el patio, o las primeras hojas, el sol. O la llovizna en los cristales de la clase a finales de noviembre y en casa el cuarto iluminado y con calefacción. Papá y Mamá. La cocina, el salón, las ventanas. El sofá, el televisor. El teléfono. Los comics. Los libros. El ordenador. Tengo todavía impresión en el estómago de los épicos reflejos y retumbos del primer día de curso. "Armaréme en yelmo dorado y Venecia tomaré."

La chica iba y venía, y pasaban las semanas, siempre con algo, corrían notas o juegos o bromas, inquietudes, sonrisas, alegría, nervios. Un gesto antes de entrar al laboratorio de Física, algo en las escaleras y la cola del comedor. Ellas llegaban desde diferentes clanes y estratos del patio. La sociedad cambiante del patio. Tenían aquellos colgantes dorados de cinta de cuero, camisa de rayas azules y blancas y tejanos Levi's ajustados. Jamás volveremos a ver triángulos y culos como aquellos porque ahora jamás miramos tan abajo. Muchas veces iban todas con los mismos zapatos. Algunas tenían pulseras con los colores rasta, el pelo dorado, la sonrisa amplia, interesadas y suaves, y otras de ellas pequeñas pulseras plateadas con el cierre de Tous, una medallita de la Virgen o de El Salvador. Les gustaba Bob Marley, REM, U2. Eh, a nosotros nos gustaba The Cure. ¿Qué escuchas? Y pedían un auricular. SuperPop, Ragazza, Beverly Hills 90210. Nosotros Kerrang!, Popular 1, Historias de la Dragonlance. Siempre olían bien, apetecía cogerlas del jersey.

Finalmente, un día sucedía algo. Era en el patio del mediodía, o en la bajada de salida del colegio, o más tarde en aquellas suaves primeras fiestas. Era un beso. Eso lo alteraba todo. Alteraba el mundo. Las estrellas parecían más altas y los edificios proyectaban sombras más claras y alargadas. El sol brillaba más. Y la lluvia cuando caía caía más. Nos habíamos besado. Pero ahora recuerdo que no siempre eran besos. A veces lo que sucedía quedaba en la antesala del beso. Era un paseo alrededor de la piscina y el jardín de la comunidad, los primeros grillos, o era tocar mano con mano, dedos con dedos, o sencillos gestos como acercar mucho la piel con la piel sin llegar a rozar. El corazón latía mucho, la vida era una megalítica sucesión de días.

¡Cómo nos querían y cómo las queríamos! Fotografía de curso. Todos formando. Se nos ve rectos como palos y frunciendo el ceño o mirando hacia otro lado. Ese instante congela la mirada de ella y la sonrisa de él, el gesto de aquel, los labios de aquella. Jamás pensé que volvería a verte y te encuentro ahora aquí. Cuando aún llevábamos bata, la bata azul hasta octavo, y ya la llevábamos desabrochada o nos faltaba algún botón, los que serían ingenieros tenían ya lápices y gomas en el bolsillo del pecho. Tinta en los puños y un jirón. Con siete años escribí mi primer relato, una sobremesa entre Navidad y Reyes: iba sobre ninjas. Con trece años escribí mi primer poema en primavera. Alma negra. Es fácil imaginar cómo era.

Con el tiempo, nos fuimos cargando de cosas y rosas y rocas desde entonces hasta hoy. Y ahora hemos aprendido a crear plataformas más altas y vivimos más arriba y repetimos lo mismo, en un patio del colegio mucho mayor. Una ciudad. O un mundo entero. Creo que todo sigue como entonces, ahora más arriba y con más vértigo. De algún modo increíble, estamos salvados.

No sé en cuántos diarios debí aparecer, pero sí sé quién apareció en el mío. Sigo sintiendo la misma curiosidad por el mismo tipo de chica de la clase. Estamos hechos para salir volando al cogernos de la mano y, estando en lo más alto, aprender a planear sobre el mundo.

 

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