Misha

Misha


Capítulo 35

Página 36 de 71

35

Misha ocupó su asiento y se abrochó el cinturón de seguridad. Serguei y Yuri cerraron los ojos y se dejaron invadir por el sueño, mientras él observaba la bruma que envolvía el avión como si de un gran manto se tratase, asemejándose a la que invadía su mente, donde el torbellino de imágenes no le daban sosiego, donde la cara de Andrei ocupaba ahora sus pensamientos. Respiró profundamente y caminó una vez más por los senderos de sus recuerdos. La cara de aquel hombre aparecía en cada tramo, en cada vericueto, desestabilizando su mente, alterando su cuerpo.

----------&----------

Era una tarde de invierno. Los primeros copos de nieve habían caído aquella madrugada, cubriendo el suelo y helando los huesos. Cuando Misha y Serguei salieron al patio de la cárcel, todos los ojos se posaron sobre ellos, pero cuando los ojos negros como la noche hicieron su particular barrido sobre aquellos rostros, las miradas se bajaron, las cabezas se giraron, y los cuerpos se alejaron. Sólo un preso siguió con su mirada clavada en ellos… Andrei.

–¿Quién es ese? –le preguntó al veterano que estaba a su lado y que tenía los ojos clavados en el suelo.

–Angelowsky –le susurró, llevándose el cigarrillo a los labios.

–No es un nombre ruso.

–Como si lo fuera. Ese tiene más de ruso que todos nosotros juntos.

–¿De dónde procede?

– Nadie lo sabe, pero… –Una sonrisa traviesa asomó a sus labios– si le preguntas a las mujeres… te dirán que de las estrellas, y que de ahí el nombre.

–¿Por qué está aquí? ¿Ha matado a alguien?

–Probablemente. Pero no está aquí por eso, le ha metido dentro el Chino.

–¿Quién es ese?

–¡Chaval, pero tú de dónde has salido! ¿Nunca has oído hablar de él?... El Chino es el mayor de los cabrones, un hijo de puta que, como te la tenga jurada, te la hace pagar.

–¿Pero con quién está ese, con los del norte?

–¿Te refieres a La Familia?... ¡Qué va! El Chino no está con nadie, por eso es tan peligroso. No conoce de códigos, ni de honor, no pertenece a ninguna familia, no mira por los suyos, sólo por él mismo.

–Este… no tiene pinta de que le falte el dinero… podría haber comprado su libertad, ¿verdad?

–¡Tú quieres saber mucho, chaval, mucho!... Pero te diré una cosa, que te hará pensar… Si Mijaíl está aquí es porque él ha querido, puedes estar seguro.

A Andrei aquello le dio qué pensar, y lo pensó, pero no lo comprendió, así que se dedicó a observar a aquel hombre callado, que parecía tener en su cuerpo toda la seguridad que a él le faltaba y, observándole, aprendió que el respeto se gana y que la admiración surge sin que uno se dé cuenta.

A la tarde de frío siberiano se había unido el intenso viento. La nieve, más que copos, parecía una sábana que caía sobre sus cabezas. Maky, con su larga melena lacia, ya empapada y movida por el viento, y su contrahecho cuerpo cubierto por un abrigo viejo, caminaba junto a Serguei y Misha de un lado a otro del patio, intentando encontrar el calor que le faltaba a su cuerpo, que no a su mente, pues aquella tarde los ánimos estaban muy caldeados. Las nuevas normas de la prisión estaban en boca de todos, las restricciones en la comida, en la ropa y en las visitas habían sulfurado tanto a los presos que, cuando el soplón de turno apareció con un abrigo nuevo, todos los ojos se posaron en él; los soplos se pagaban bien en la cárcel.

La visión de aquel abrigo nubló la mente de Maky, y mientras los copos de nieve se colaban por los agujeros del suyo y llegaban hasta su piel, estremeciéndola, él perdió la cabeza. El intenso frío guio sus pasos. No vio a nadie, sólo al que llevaba aquel estupendo abrigo nuevo. Tres puñetazos fueron suficientes para noquearle, nadie intervino, los soplones y los violadores no tenían defensores allí dentro.

Maky se quitó su viejo abrigo y lo arrojó a un rincón, se puso el nuevo y sonrió, pero… antes de marcharse… se bajó la cremallera de su pantalón y se la sacó.

El vapor de la orina que caía sobre aquel cuerpo fue como una señal para los demás presos. Las bocas se cerraron, los pasos se detuvieron y todos los ojos se posaron sobre ellos. Aquel sonido del líquido cayendo sobre el cuerpo inerte fue lo único que se escuchó en el patio. Cuando terminó, con una ligera sonrisa iluminando sus labios, se la sacudió, se la metió dentro, y se giró… y allí, ante sus ojos, estaba Misha: alto y fuerte como una roca, derecho y recto como el palo de una bandera… y mirándole intensamente con aquellos ojos negros.

–¡Qué pasa! –exclamó Maky, tragando saliva–. ¡Es un soplón!

El paso al frente de Misha hizo retroceder a los que les rodeaban. Su mano salió disparada de su cuerpo, le agarró por el abrigo nuevo y le acercó, poniendo sus caras frente a frente.

–A un hombre que está rendido no se le humilla.

Su voz no fue más que un susurro, pero todos pudieron oírla. Nunca se les volvió a ver juntos.

Sólo un preso disfrutó con aquella escena, sólo un preso la recordó con deleite por la noche en la oscuridad de su celda, regodeándose en ella. Echado sobre su camastro, las imágenes volvieron a la mente de Andrei, formando en sus labios una sonrisa cínica, mientras el sonido de la orina cayendo sobre aquel cuerpo le estremecía por dentro. A él también le habría gustado sacársela y mearle encima, porque el corazón de Andrei, forjado a base de golpes y de miseria, se había convertido en un corazón muy negro. En el orfanato en el que le metieron a los cinco años, cuando sus padres murieron, y del que se escapó diez años más tarde serrando los barrotes de una ventana del sótano, aprendió tres cosas, tres cosas que fueron para él a partir de entonces su leitmotiv, su bandera. La primera, que la única vida que importaba era la de uno mismo. La segunda, que los únicos deseos que debían ser satisfechos eran los suyos. Y la tercera, que la única verdad que existía era la que él tenía. En aquel lugar frío y lúgubre le mataron los sueños, le arrancaron las alas, le infundieron el miedo, desterrando ya para siempre de su corazón todo lo bueno, despojándole de la piedad, la compasión, y el respeto, sembrando en él la semilla del dolor, una semilla que germinó en su cuerpo, convirtiéndose en resentimiento, que creció y creció, y le llenó por completo. A los quince años, tras abandonar aquel infierno, las calles se convirtieron en su hogar. La libertad trajo consigo la soledad y aquellos años vividos en la miseria le enseñaron que el que pega primero, pega dos veces, que el que tiene hambre, o roba o muere, y que sus puños nacieron para ser usados, no atados con grilletes. Cinco años habían pasado desde entonces, y una vez más volvía a estar preso, sintiendo cómo aquella semilla crecía y crecía por dentro.

Pero si algún resquicio de bondad aún existía en su negro corazón, acabó con ella la llegada a prisión de… el Tuerto. Tan pronto cruzó las puertas metálicas de la cárcel, el Tuerto le echó encima su único ojo bueno, siguiendo con cautela todos los movimientos de aquel jovenzuelo, de cuerpo ligero como el de un lince, ojos azules, y pelo del color del fuego. Porque el Tuerto, si bien decía que él no era maricón, también decía que, a falta de mujeres… para meterla, cualquier agujero era bueno. Andrei se lo quitó de encima muchas veces, los puñetazos por la izquierda ni los olía, así que le mantuvo lejos, pero en la cárcel, tarde o temprano, te encuentras, sobre todo si uno de los dos quiere, y el Tuerto, a pesar de ser tuerto, era persistente y, dado que le esperaban muchos meses en prisión, quería asegurarse un buen agujero, por lo que… buscó refuerzos. Por un cartón de tabaco los encontró y a por él se fueron. En un pasillo le pillaron desprevenido y le arrastraron hasta el almacén, en donde la molieron a golpes, dejándole sin conocimiento.

–¡Joder! –exclamó, bajándole los pantalones–. ¡ Qué culo más bueno! ¿Tú también vas a querer?

–¡Yo me largo! –contestó su compinche–. ¡No olvides lo que me debes!

Los guardias le encontraron al día siguiente, aún inconsciente. No consiguieron arrancarle ni una palabra de lo que había pasado o quien lo había hecho, pero, cuando abandonó la enfermería, ya toda la prisión estaba enterada de ello, porque el Tuerto había contado a todo el que quería escucharle que tenía a su disposición un culito blanco y suave con un buen agujero. Andrei ya nunca volvió a ser el mismo, si algo bueno quedaba en su negro corazón, el Tuerto lo mató de lleno. Las tonalidades desaparecieron ya para siempre, y fueron sustituidas por el negro más profundo, por el negro más negro, un negro que inundaba su alma, que inundaba su cuerpo… Un negro que se colaba en sus ojos azul cielo, y que los volvía grises, turbios, maquiavélicos.

----------&----------

–Serguei, hay que estar preparados –dijo Misha, frunciendo el ceño–.. Va a pasar algo.

–¿Qué? –preguntó Serguei, siguiendo la dirección de su mirada hasta la otra esquina del comedor, donde Andrei comía solo y en silencio.

–Mira cómo come –dijo Misha.

–Tiene hambre, como todos –contestó Serguei, con una pequeña sonrisa.

–No deja nada en el plato, está cogiendo fuerzas para vengarse.

–¿Vengarse? ¡Pero si es un crío!

–Sí, y con la impulsividad propia de los críos.

–Pues el Tuerto pasa de los cuarenta y cinco, y ha estado en la mayoría de las cárceles del país.

Como este se le ponga chulo, le rebana el cuello.

– No le subestimes, Serguei, este tiene alrededor un halo muy negro.

–¡Pues como todos, Misha, como todos! –exclamó, provocándole una pequeña sonrisa.

----------&----------

Las temperaturas les habían dado una pequeña tregua. La nieve había dejado de caer y el sol asomaba tímidamente entre los nubarrones. Andrei paseaba de un lado a otro del patio, ante las gradas donde otros esperaban que los débiles rayos del sol calentasen sus cuerpos de un frío que ya se había adherido a sus huesos, cuando sus ojos recalaron en uno de ellos, y más concretamente, en un solitario ojo que seguía todos y cada uno de sus movimientos. El Tuerto le regaló una sonrisa, una sonrisa que le alteró por dentro, pero lo que terminó por hacer estallar la bomba de relojería que llevaba en su interior fue el guiño que le regaló el compañero de asiento…: Maky se había hecho inseparable de el Tuerto desde que oyó por su boca lo delicioso que era aquel agujero, reconociéndole al instante como socios del mismo club por pleno derecho. Andrei apretó las mandíbulas y los puños y siguió caminando durante un buen trecho, hasta que, un par de vueltas más tarde, Maky, viendo a su compañero de asiento entretenido hablando con otro preso, se armó de valor y saltó al ruedo.

–¿Qué, chaval, cómo lo llevas?

–¡Lárgate!

–¡Venga, hombre, no seas remilgado, habla conmigo!

–¡Que te largues, he dicho!

–Aquí dentro hay que tener amigos, hombre, amigos que cuiden de uno, yo podría cuidar de ti –Le echó un brazo por el hombro y le susurró–. Yo tengo dinero y tú… me han dicho que tienes una piel muy suave…

El puñetazo le lanzó a varios metros. Cayó al suelo en el mismo momento en que el Tuerto llegaba ante ellos, hecho un auténtico basilisco y dispuesto a delimitar su terreno. Los demás presos comenzaron a arremolinarse a su alrededor, observando atentamente lo que estaba sucediendo.

–¡¿Qué coño estás haciendo, Maky?! –gritó el Tuerto–. ¡Te dije que no te acercaras a él! ¡Este es mío, y sólo mío!

–¡Yo también lo quiero! –gritó Maky, levantándose del suelo y encarándose con él.

–¡Es mío!

–¡Porque tú lo digas!

–¡Ese culo es mío!

–¡De eso nada! ¡Decide tú, chaval! ¿Quién prefieres que te la meta, él o yo?

La mano de Andrei salió disparada de su bolsillo. El filo de la navaja brilló sólo un segundo ante los tímidos rayos del sol del invierno, antes de clavarse en el estómago de Maky.

–¡Prefiero meterla yo!

En los segundos de confusión que siguieron, Misha tomó las riendas. Mientras unos presos daban la voz de alarma a los guardias, y otros corrían despavoridos para no verse salpicados por aquello, los ojos de Misha se clavaron en los de Serguei, quien no necesitó más para saber lo que debía hacer. Le quitó la navaja a Andrei, lanzándosela a él, quien la cogió al vuelo, se acercó por detrás a el Tuerto, y se la metió en el bolsillo, en un tiempo record.

–¿Qué coño ha pasado? –preguntó uno de los guardias llegando a la carrera.

–¡Ayuda, ayuda! –gimió Maky desde el suelo.

–¿Quién ha sido? –preguntó otro guardia, llegando tras el primero–. ¡Decidme inmediatamente quién ha sido, o acabáis todos en el agujero!

La palabra ‘agujero’ frenó a el Tuerto, quien, en su intrincada mente se dijo que salvar a Andrei de aquello le granjearía su agradecimiento, permitiéndole acceder con facilidad al tan ansiado agujero, pero entonces… una voz sonó a su espalda, estremeciendo su cuerpo.

–Ha sido el Tuerto.

La voz de Misha no fue más que un susurro, pero tuvo el poder de hacer callar a todos y, mientras el ojo del tuerto se posaba en su cara, anonadado, las cabezas adyacentes, asintieron.

----------&----------

Misha y Serguei salieron de prisión antes de lo que muchos pensaban. Nadie vio la mirada que el primero le lanzó a uno de los presos más antiguos y respetados de la cárcel cuando avanzaban por el pasillo rumbo a la libertad, ni la que este le devolvió, pero lo que todos pudieron comprobar fue que, a partir de entonces, nadie volvió a molestar a Andrei. Aunque lo que para cualquier otro hombre habría sido motivo de agradecimiento, a Andrei le provocó el odio más intenso, y en su negro corazón la animadversión hacia Misha ocupó su puesto. Entre los barrotes de aquella prisión, Andrei mató lo que de bueno pudiese quedar en su interior, lo enterró bien hondo, donde nadie pudiese verlo, de donde nunca pudiese volver a emerger. Y fue entre aquellos muros de piedra donde se juró que jamás volverían a tocarle, ni para pegarle, ni para acariciarle, y a quien lo intentase… ¡Juró matarle!

Cuando las puertas de hierro se abrieron para él, por ellas no salió un hombre, sino una fiera, una fiera dispuesta a todo, sin nada que perder. Se lanzó a las calles sabiendo lo que había en ellas, lo que de ellas podía esperar, lo que de ellas podía obtener… Hombre que le tocaba, hombre que moría… y a las mujeres que lo intentaban, les hacía arrepentirse de ello el resto de sus vidas… Las ataba, y las tomaba…

las azotaba y las tomaba… las humillaba y las tomaba… tirándolas después… Hasta que, años más tarde… Nadia se cruzó en su camino. En cuanto sus ojos se posaron sobre ella, olvidó sus juramentos, olvidó sus banderas, y hasta cómo se llamaba. Aquella mujer de larga melena ondulada, cara cubierta de pecas y ojos color esmeralda era lo más hermoso que había visto nunca, parecía una ninfa salida de las aguas. Le robó el corazón, el cuerpo, y el alma, y, en sus largas noches de insomnio, sólo podía pensar en cómo conseguir a aquella mujer que parecía un hada.

La primera noche que logró tenerla entre sus brazos, conoció la auténtica felicidad, hasta que descubrió quién era y su corazón volvió de nuevo a la oscuridad.

–Quiero que vivas conmigo, Nadia –le dijo tras una noche de pasión, apartando el pelo de su cara.

–No puedo, Andrei.

–¿Es que no me quieres?

–Pues claro que te quiero –susurró, dejando sobre sus labios un tierno beso.

–Quiero que vivas conmigo, Nadia.

–Es mi hermano, Andrei, compréndelo.

–¡Pues tendrás que elegir! –dijo, saliendo de la cama.

–¡¿Qué?! Pero Andrei…

–O él, o yo.

–¡No me hagas esto, Andrei!

–¡Tienes que elegir, Nadia, o esto se ha acabado!

–¿Pero… pero Andrei? ¡No puedo elegir!

–¡Entonces se ha acabado!

–¡No, Andrei, no, no te vayas, no te vayas! ¡Yo te quiero, te quiero!

Durante meses, Andrei y Nadia se sumieron en la más profunda desesperación. Y, mientras ella intentaba derribar las defensas de su hermano, él recorría cada noche los burdeles de Moscú, dando rienda suelta a toda su rabia contenida, a toda la amargura de su negro corazón.

Nadia, destrozada por el amor imposible que sentía, por la lejanía e intransigencia del hombre que decía amarla, por la incomprensión del hermano que quería protegerla, claudicó una vez más ante Misha y se marchó a París, en un inútil intento de poner tierra de por medio y sosegar su alma, sin saber que… a miles de kilómetros de distancia, en unas islas llenas de magia, una española, sospechosa de gustarle el sado, enamoraría a su hermano, tomaría las riendas del problema y cambiaría para siempre el rumbo de sus vidas con besos y caricias.

Ir a la siguiente página

Report Page