Misery

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I - Annie » 25

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Sentarse en la silla no supuso tanto dolor como temía. Mucho mejor. Sabía por experiencia que luego le dolería mucho.

Annie había puesto la bandeja con la comida en la cómoda, acercando luego la silla de ruedas a la cama. Le ayudó a sentarse y sintió un relámpago de dolor en la pelvis, pero pasó enseguida. Ella se inclinó. Apoyó el hombro en su cuello y escuchó por un instante el latido de su pulso. Torció la cara en un gesto de repugnancia. Luego pasó el brazo derecho alrededor del cuello y el izquierdo en torno a las caderas.

—Trate de no moverse de las rodillas para abajo mientras haga esto.

Lo deslizó hacia la silla con la misma facilidad que si introdujese un libro en el hueco de una estantería. Sí, era fuerte. Aunque él hubiese estado en buena forma, el resultado de un combate con Annie habría sido dudoso. Pero en su actual estado, sería como si Wally Cox pelease con Boom Boom Mancini.

Le puso la tabla delante.

—¿Ve lo bien que encaja? —dijo, volviendo a la cómoda para buscar la comida.

—¿Annie?

—Sí.

—¿Podría poner la máquina de cara a la pared?

Ella frunció el ceño.

—¿Se puede saber por qué quiere que haga una cosa así?

«Porque no quiero que pase toda la noche sonriéndome», estuvo a punto de decir. Pero en vez de esto respondió:

—Es una vieja superstición. Siempre pongo la máquina de cara a la pared antes de empezar a escribir. —Hizo una pausa y agregó—: Lo hago todas las noches mientras escribo una novela.

—Es como lo de no pasar por debajo de una escalera —comentó ella—. Yo, si puedo, lo evito. —Volvió la máquina de forma que ya sólo sonreía a la pared—. ¿Está mejor así?

—Mucho mejor.

—Qué bonita es —exclamó mientras empezaba a darle la comida.

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