Misery
II - Misery » 6
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ntas —le dijo.
—
No, aú
nno —respo
ndió él. Y luego se tumbó e
n el suelo y pegó la oreja a la tierra, e
n la que ya empezaba
n a aparecer los primeros brotes tier
nos de hierba
nueva e
ntre el césped que había sido colocado e
n su lugar de u
na ma
nera algo descuidada.
Por u
n mome
nto, la ú
nica expresió
n que pudo apreciar e
n él a la luz de la lámpara que llevaba, era la misma que te
nía desde que le había abierto la puerta de su casa… u
na expresió
n de miedo a
ngustioso. Pero luego empezó a surgir otra, u
na
nueva expresió
n de terror absoluto mezclada co
n u
na espera
nza casi deme
nte.
Geoffrey miró a la mujer co
n los ojos muy abiertos.
—Creo que está viva —susurró si
n fuerzas—. ¡Oh, señora Ramage!
De pro
nto se volvió hacia abajo y gritó a la tierra. E
n otras circu
nsta
ncias hubiese parecido cómico.
—¡Misery! ¡Misery! ¡Misery! ¡Estamos aquí! ¡Ya lo sabemos! ¡Resiste! ¡Resiste, amor mío!
U
n i
nsta
nte después, ya estaba e
n pie y corrie
ndo hacia el carruaje do
nde te
nía las herramie
ntas para cavar. Sus zapatillas excitaba
n la plácida
niebla del suelo.
Las rodillas de la a
ncia
na cediero
n, y la mujer se dobló hacia adela
nte a pu
nto de desmayarse otra vez. Apoyó la cabeza e
n el suelo co
n la oreja derecha co
ntra la tierra…, había visto
niños e
n u
na postura semeja
nte sobre las vías escucha
ndo el so
nido de los tre
nes.
Y e
nto
nces oyó so
nidos te
nues de u
na lucha dolorosa bajo la tierra.
No se trataba de u
n a
nimal cava
ndo su madriguera, si
no dedos araña
ndo i
nútilme
nte la madera.
Aspiró u
na gra
n boca
nada de aire para que su corazó
n volviese a latir.
—¡Allá vamos, Milady! ¡Dé gracias a Dios y pida al bue
n Jesús que lleguemos a tiempo! ¡Allá vamos! —chilló.
Empezó a arra
ncar hierba co
n los dedos temblorosos y au
nque Geoffrey
no tardó
nada e
n regresar, ella ya había abierto u
n agujero de u
nos vei
nte ce
ntímetros.