Meta

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-Deberíamos pensar tantas cosas… -dice abriendo los ojos- La verdad, no sé si vale la pena. Pensamos mucho ¿No se lo parece? A mi edad ya no quiero pensar. Al menos no pensar que estoy pensando. Es lo natural que las páginas se vayan pasando solas.

Soy consciente entonces de que mis perseguidores consiguen sumirme en la culpa de algo que ni sé ni conozco ¿Por qué me siguen? Ya casi no me lo pregunto, pero me siento culpable cada vez que los descubro entre bastidores poniendo sus ojos acerados sobre mí. Asumo mi culpa sin saber por qué. Es estúpido. Me convierto en una víctima por decisión propia. Es estúpido, realmente estúpido. Yo me juzgo, yo me condeno, y yo me flagelo. No importa. La marca, la marca es suficiente. Ya no hay otro juicio que el de la marca. La marca sobre la piel, grabada, hundida, cicatrizante. Morir de pena por crímenes que nunca existieron más allá de la mente, es posible. Renunciar a la culpa también debería serlo.

-Y si así fuera, quiero decir, si fuera una emoción ¿Cree que podemos renunciar a ella? ¿Renunciar a sentirla? –le pregunto mientras vuelvo mi rostro hacia sus ojos oscuros para recuperar en mi memoria su última sonrisa ladeada-.

Ya no está ahí. Bajo la mirada. La gata que había visto alejarse entre la gente, está sentada a mi lado, en su lugar, me observa, interrogándome. La acaricio entre las orejas. Miro alrededor buscando la sombra del anciano. Vuelvo la mirada al pianista, escudriño entre los pocos que aún quedan apreciando su genio. No está, no veo su gorra beige. Pero sí puedo ver a la pareja de muertos que siguen casi todos los días mi sombra. Ahora uno de ellos me mira indisimuladamente. Sus pupilas son extrañamente grandes y oscuras. Las olas golpean con más fuerza, el rumor se acrecienta como lo hace la espuma blanca. Cada vez cuesta más escuchar la voz del piano. Las luces de las farolas ya se han encendido. El fortín de Miguel Angel, a mi derecha, se transforma en una caja cobriza. Una abominable estatua recreando la famosa fotografía de Alfred Eisenstadt del marinero besando a la enfermera Edith Shain en Times Square el día de la victoria, deviene ahora aún más inoportuna. El empedrado se vuelve incandescente.

Me armo de valor. No ha sido tan difícil. Me levanto y empiezo a caminar hacia el pianista, hacia los dos tipos feos. En cuanto me ven caminar en su dirección se miran entre ellos. Vuelven a mirarme y enseguida giran sobre sus pies y arrancan a caminar escaleras arriba alejándose del pianista y de mí. Giro hacia ellos, y acelero mi paso. El tipo enjuto mira hacia atrás por encima de su hombro. Me divisa acercándome a ellos y los dos aceleran el paso, ya no caminamos sino que disimulamos lenta la carrera que los tres, imprevisiblemente, hemos empezado a sufrir. Se adentran por una calle estrecha que escapa del puerto. Siento mi respiración acelerada, doy unas zancadas, ellos dan varias seguidas, corro hacia ellos mirando sus nucas agrietadas y sus cuerpos danzando una carrera lenta pero suficiente para que no pueda alcanzarlos. Giran a la derecha y salen a una calle amplia jalonada a ambos lados por unos largos porches de columnas cuadradas. La luz de los comercios en un lateral del porche alumbra intermitentemente sus espaldas mientras corren. Me falta el aire pero insisto. Apresuro mi carrera. Atravesamos el largo porche a gran velocidad, la gente se aparta a mi paso, o me impiden ir más rápido cuando tengo que esquivarlos, su senda, sin embargo, parece que no estorba a nadie, ellos encuentran el paso abierto, siempre, mientras frente a mí cruzan señoras y niños, transeúntes y toda clase de bultos inanimados. Salen al fin de debajo de los porches y se ensancha la calle en una pequeña plaza coronada por una pequeña iglesia. Por el perfil de la mirada consigo leer que es la plaza Vittorio… aunque no consigo ver el resto. Giran los dos hacia la izquierda y se adentran por una calle estrecha y sombría cubierta de adoquines. Doblo más rápido que ellos y cuando no se lo esperaban me tienen casi a su espalda. Al verme sobre ellos aceleran el paso pero yo alargo mi mano derecha y siento que tengo a tocar de la punta de los dedos la americana del tipo enjuto (no entiendo como el orondo puede correr tan rápido pero no tengo ahora tiempo de averiguarlo). Aprieto el paso, corro, me ahogo, ensancho la zancada, fuerzo todos mis músculos, corro sin aliento pero no me detengo, más rápido ahora, corro, estiro el brazo, alargo la mano, extiendo todo lo que puedo mis dedos esforzando al máximo mis piernas que no dan más de sí y consigo al fin rozar con la punta de los dedos la tela de pana de su americana, la toco con el final de mi mano y la tela se deshace instantáneamente en un polvo suave de un color gris intenso y brillante alrededor de la yema de mis dedos. Es un polvo sin tacto que acaba pasando a través de mis ojos sin tocarlos. Desorientado, pierdo la rapidez de mi carrera y doy las últimas zancadas mientras veo como los dos se alejan por el oscuro callejón, mirando hacia atrás con sus extraños ojos negros y su semblante circunspecto, sin sudor, sin esfuerzo en sus rostros, mirándome como quien espera que vaya con ellos, como un amo que espera que lo siga su perro. Me miro las yemas de los dedos. No hay rastro alguno.

Doblado apoyándome sobre las rodillas, me doy un tiempo para recobrar el aliento cuando los pierdo finalmente de vista. Un breve tiempo después, desubicado, deshago mis pasos de nuevo en dirección al puerto. Algunos comerciantes que me han visto antes correr me miran extrañados. Se ha hecho completamente de noche cuando llego a ver de nuevo el mar. Las luces anaranjadas transforman la realidad. El olor del salitre se mezcla ahora con el olor de la noche.

Faltan poco más de dos horas para mi vuelo a Barcelona. No sé si quiero volver. Tampoco sé si quiero volver sobre mis pensamientos.

¿Sentir la “emoción” de la culpa? Vivirla, experimentarla, abocarse a ella como a cualquier otra emoción. Un registro más de nuestra vivencia. Y sin embargo al fin, no puede haber otro destino, para ser libre, que renunciar a la culpa. Definitivamente. De manera irreversible. Renunciar a la soga invisible que nos obliga a la inmovilidad, que prohíbe la felicidad.

Yo me equivoco, con total certeza, al menos una vez al día. No puedo negociar con 365 culpas, ni con una siquiera. Yo, sencillamente, acepto. Acepto mi imperfección. Acepto mi naturaleza confusa y mixta. Yo soy y por tanto ocupo mi espacio. Juego mi  papel. Yo soy y por tanto soy imperfecto. Yo soy y sin mí los demás no son. No existen. Yo creo mi realidad. Yo te creo. Yo soy.

Momentos después la gata se ha disipado en burbujas. La Scalinata se hunde en el mar bajo la espuma. El pianista flota lejano y su música no se siente ya más que como un eco de la memoria. El rugir de los motores del avión contagia su temblor a toda la cabina. Descanso la palma de la mano derecha sobre mi vientre y presiono el dolor. Vuelvo a mirarme las yemas de los dedos, y no veo rastro de aquel polvo gris, ni lo entiendo. Pienso en aquel anciano, fumando y en su familiar sonrisa ladeada, de la que tampoco me queda apenas más que el recuerdo.

Salimos al fin impulsados hacia adelante y despegamos. Todo ocurre y nada parece pasar realmente. Ciao Roma. Yo soy, aquí y ahora.

 

 

LII – Cuando se mira al Espejo

 

 

-Sí, sé que te dije que regresando de Roma pasaría por tu casa. Lamento que estuvieras esperando. Al final se hizo muy tarde. Lo siento Sophie. Sí, nos vemos esta tarde, claro.  Ahora debo dejarte, debo también que llamar a Pedro. Sí, un beso.

 

Nuestra boca hace promesas que sabemos que no vamos a cumplir. Tenía ganas de Sophie anoche, pero no ganas de verla. Sé que esta tarde tampoco cumpliré mi cita, y sin embargo, no me importa. Creo que no, y no sé por qué.

-Hola Pedro ¿Qué tal?

-Podría ir mejor Josué. ¿Tienes cinco minutos?

-Sí, tengo una cita ahora pero cinco minutos al teléfono los tengo. Dime.

-El grupo de Baumberg siguen insistiendo en revisar las condiciones de su participación. El crecimiento del negocio no nos está yendo tan bien como pensábamos. Bien, eso ya lo sabes, estamos creciendo en ciudades, pero el negocio en cada una de esas ciudades es lento, no se cubren las inversiones que hacen los inversores al ritmo que ellos quieren, aunque seguimos los planes escrupulosamente.

-Ya. Bueno, ¿Eso es todo? No hay nuevas noticias.

-Sí, ahí van. La gente de Berlín también están disgustados con el ritmo de implantación acordado y dicen que piensan ponerse en contacto con los demás inversores, empezando por Londres, para presionarnos y renegociar la participación.

-Ya veo. Reunión de ovejas… No te preocupes, Pedro, es intrínsecamente más fácil hacer un razonamiento negativo que proponer uno constructivo. Pero puedes estar tranquilo. Sé lo que quieren y sé lo que darles.

-Habría que reaccionar lo antes posible; creo que es algo urgente, si no se nos irá de las manos.

-No hay cosas urgentes, Pedro, sólo gente con prisa. Y ni tú ni yo tenemos prisa.

-¿Cuál es tu plan?

-La sociedad empresarial solo es perdurable mientras todos los grupos integrantes obtengan el beneficio esperado. Ellos quieren que su inversión crezca. Es lógico, y lo hará. Sacaremos el grupo a Bolsa, pero no lo haremos hasta que hayamos cerrado las inversiones de Estados Unidos y Bombay.

-¿Salimos a Bolsa?

-Sí, así es. Pero no hables de esto con ellos. Insisto, mantén la calma. Cuando un problema crece, es menos tuyo para empezar a ser de otros.

-¿Preparamos agenda para Norte América?

-Sí, habla con Mercedes y que cierre ronda con al menos tres posibles inversores de costa a costa. Desde los Ángeles volaré a Bombay.

-¿Cómo ha ido en Roma y Milán, por cierto?

-Milán está hecho. Rossetti materializará su inversión en las próximas dos semanas. Roma necesita más tiempo, pero creo que finalmente el grupo de Rossetti se acabará quedando también la franquicia de Roma, por lo que Nardone se quedará fuera. Rossetti no va a querer compartir Italia con los Nardone, así que imagino que antes de que venzan esas dos semanas, Rossetti nos pedirá un descuento por quedarse además del Norte, el centro y sur de Italia. Ten preparada una contraoferta para obligarle a cerrar el trato en la misma conversación.

-Josué, si precipitamos una salida a bolsa sólo tendremos buena prensa, una imagen y cierta estructura. No creo que eso les parezca suficiente para salir al mercado. Hacer una oferta pública de venta implica costos y riesgos; no querrán asumirlos.

-Créeme, sí lo harán, Pedro. Verás, últimamente he estado estudiando concienzudamente sobre los procesos de decisión en las grandes empresas y en la política. Se llama empobrecimiento traslativo. Es cuando se toman decisiones en el presente que nos empobrecerán mañana. Son propias de políticos con mirada cortoplacista y de administradores de sociedades focalizados en su éxito personal y no en el de la empresa. La política y los financieros tienden a tomar decisiones que, aunque puedan ser perniciosas a medio y largo plazo, se adoptan si con ellas se consiguen beneficios inmediatos. Con el empobrecimiento traslativo transfieres los efectos negativos de tus decisiones al próximo gobierno, al siguiente inversor, a la próxima generación o incluso a ti mismo. Al salir a bolsa sus acciones se revalorizarán inmediatamente, lo que significa que podrán recuperar sus inversiones y sus beneficios sin demora y, les importará bien poco si con el lanzamiento a bolsa, el que viene por detrás de ellos está haciendo un mal negocio y si la decisión es negativa para el propio proyecto, pero ¿Sabes que es lo más gracioso de todo, Pedro?

-¿Qué? Dime.

-Que a pesar de su opinión de hoy, cuando vean la revalorización de las acciones, ya verás que la mayoría de ellos no se decide a venderlas. Creerán que la evolución del precio no habrá llegado a su fin, se engañarán y se mantendrán en sus posiciones esperando una revalorización aún mayor. Sus juicios de hoy, sus informes financieros, sus sesudas deliberaciones no serán nada cuando empiece la orgia del mercado.

-Se estarán trasladando a ellos mismos los efectos negativos de su decisión de hoy ¿Cierto?

-Así es. El caso paradigmático del empobrecimiento traslativo es cuando el agricultor no reserva una parte de la cosecha para resembrar como debería. Aparentemente es más rico, pues hay más grano en el granero, pero la decisión lo va a empobrecer, al no tener con qué sembrar la siguiente campaña y tener por tanto que comprar semilla nueva e incluso endeudarse para conseguirla. Una acción de empobrecimiento traslativo es una decisión que genera riqueza aparente pero que en realidad nos va a empobrecer a corto y medio plazo. 

-Entiendo. Entonces ¿No vamos a negociar con ellos? No de momento ¿Verdad?

-La negociación es factible cuando el coste del acuerdo es inferior al coste del desacuerdo, Pedro. No veo ningún beneficio en negociar ahora. Deben esperar a que nosotros tengamos algo que ganar con la negociación. Eso ocurrirá cuando el negocio esté más allá de Europa.  En Estados Unidos y en Asia.

-Entiendo. Conozco una gente en Illinois que creo podrá ayudarnos. Nos ponemos ahora mismo con la presentación del proyecto en esos lugares y hablo con Mercedes para configurar la agenda en ambos continentes ¿Sí?

-Sí, adelante. Por cierto ¿Has estado antes allí, Pedro?

-¿En Illinois?

-Sí.

-Yo no, pero Google sí.

-The Show must go on. Crecer el problema para que sea el problema de otro. Puedes estar tranquilo, Pedro, sólo jugamos de acuerdo con sus reglas. No las he inventado yo.

Frente a mí, impertérrito testigo, el Palau de les Heures. Tengo sesión con Gabriela, por fin, y en lo alto adivino las luces de la sala encendidas. Siento un hormigueo en las puntas de los dedos. El dolor perpetuo en el vientre. El frio sudor en la nuca. Pero antes de verla, debo pagar el precio del juicio de la razón. Debo penitencia al alemán, el guardián de las emociones. Y a pesar de todo, no puedo otra cosa que confiar en mí. La última vez sus ojos estaban encendidos de rabia contenida. Él sabe que yo sé que no puede vencer. Es imperfecto. No está completo. Tiene un naipe negro al que derrotar, y nunca lo conseguirá; su incapacidad para entender, desde la razón pura, las razones de Dios.

-             Buenos días, ¿Qué tal?

-             Buenos días, Sr. Josué. Tome asiento por favor –dice especialmente circunspecto-.

Su cubículo huele hoy a una mezcla rancia entre libro viejo y loción de afeitar. En penumbra, como siempre, sólo el haz de luz de la lámpara sobre la mesa gastada nos aporta algo de claridad. Hoy no lleva una de sus habituales camisas de cuadros grandes, sino un chaleco de lana blanco ajustado sobre una camisa de color azul oscuro con mangas cortas. Su viejo ordenador emite una luz fluorescente sobre su mentón. Sus labios están prietos. Su mandíbula contraída. Su espalda más erguida, si cabe, de lo habitual.

-             ¿Cómo le trata el otoño mediterráneo?

-             Bien. ¿Empezamos? Ponga su mano sobre el escáner por favor.

Después de “fichar” mi biocampo en la estigia comisaría del Mariscal Schulze, me suelta a desgana, sobre el escaso espacio que tengo reservado en su mesa, unas laminas con nuevos test para completar. Mientras empiezo a leerlos, levanto mis ojos por encima de la hoja y lo observo mordiéndose los labios con saña, cuando sus ojos están clavados como espadas sobre la pantalla, analizando el maldito biocampo. Lo que sea que ve, no le gusta. Pero lo que me resulta más inquietante es que parece que ya se esperaba algo así. Frunce el ceño y hace pequeños movimientos asertivos con la cabeza. Me lanza fugazmente una mirada metálica que esquivo ágilmente devolviendo mi atención al test. Hay un telón invisible de acero entre ambos y todo apunta a que un tanque va a atravesarlo en cualquier momento abalanzando sus cadenas sobre mí.

Una de las preguntas del test reza: Despierta usted en una barcaza de remos en medio del océano. No sabe cómo ha llegado hasta allí. No ve tierra en ningún punto alrededor de usted. El cielo es claro y le permite conocer la posición del sol. ¿En qué dirección empezará a remar? ¿Por qué?

La siguiente me gusta aún más; ¿Cuál es el primer pensamiento que le viene a la mente cuando se mira al espejo? Responda con una sola palabra.

Empiezo a divertirme con la última y me olvido por un momento de que él está ahí enfrente, hirviendo; ¿Qué será de la Gacela que amamanta al cachorro del León? Responda con no más de tres palabras.

Escribo fácilmente todas mis respuestas con la mano izquierda, por pura frivolidad, pienso. Devuelvo el test completado al alemán que lo toma en silencio y empieza a puntearlo frenéticamente con su lápiz de punta recién afilada.

Mientras espero su veredicto cierro mis ojos y miro dentro de mis párpados. En su interior las luces aparecen en la oscuridad. Se mueven. Cambian. Se ocultan. Reaparecen. Me quedo ahí en silencio, cuando ya percibo el aroma de Gabriela al otro lado del pasillo. El único sonido es el grafito del lápiz sobre el papel, furioso. Y mi respiración atenta.

Poco rato después escucho que teclea frenéticamente sobre el teclado. Instante seguido se queda en silencio, durante un par de minutos.

-Definitivamente usted tiene que salir del programa –trona sin ningún preámbulo-.

-¿Perdón? ¿Otra vez esa cansina idea, Schulze?

Su cara se enciende de ira. Toma aire enérgicamente e infla su pecho.

-Insisto en que debe abandonar el programa por sus desviaciones –hace aquí una rápida mirada a la pantalla del ordenador- por sus desviaciones y su actitud amoral –añade, acentuando claramente estas últimas palabras-.

-Amigo Schulze, no voy a dejar el programa –le digo serenamente, sin dejar de observarlo- No sé a qué desviaciones se refiere esta vez, y menos aún qué quiere decir con “actitud amoral”. En cualquier caso estoy seguro de que la moral de mi vida no es asunto suyo.

-No se equivoque, Sr. Josué –responde alzando intencionadamente el tono de voz-. Todo en su vida nos incumbe. Nosotros somos sus creadores. Y sus desviaciones del biocampo, amén de su vida disoluta y otras razones que usted ya conoce relacionadas con otros miembros del equipo, ponen de manifiesto que, desde el principio, usted no debería haber entrado a formar parte del programa ¡Ni siquiera se toma usted en serio revertir sus logros en beneficio de la comunidad!

La sola idea de que Gabriela, al otro lado del pasillo, estará necesariamente escuchándolo todo, dado el elevado tono de voz del discurso de Schulze, consigue desquiciar mis nervios. Siento la familiar punzada del vientre, y la sangre subir hasta mis mejillas. Todo arde.

-¿Y por qué alargaron entonces el programa de sesiones? Yo no se lo pedí.

-Yo no voté a favor de ello, puede estar seguro.

-¿Ah, no? ¿Quién lo hizo?

Se queda en silencio, mirándome fijamente, pálido. Sus labios incoloros se esfuerzan por mantenerse unidos.

-¿Gabriela?

-Sólo el voto de Gabriela no hubiera sido suficiente –confirma con evidente resignación-.

En ese momento se da cuenta de que me ha revelado involuntariamente que otros miembros de Meta, a los cuales ni conozco, están siguiendo mi caso con interés y contradiciendo su criterio. Se inclina hacia delante dispuesto a responder a su error, entornando sus ojos y tensando los músculos de la frente.

-Puede que llegue usted a odiarme, pero no dude de que a partir de hoy voy a hacer todo lo posible por expulsarlo, moveré cielo y tierra y puede estar seguro de que lo conseguiré; sé a quién tengo que dirigirme.

LIII – La Voluntad no puede querer hacia atrás

 

 

Antes de presentarme delante de Gabriela decido pasar antes por el aseo. Refresco mi nuca y busco sosiego. No te preocupes, Schulze, no te odio, hay un infierno para cada persona y tú encontrarás el tuyo, murmuro sin darme apenas cuenta del volumen de mi voz.  Me miro al espejo. Estoy mucho más delgado. Las facciones de mi cara están ahora perfectamente definidas; las sombras por detrás de los pómulos, la mandíbula, los ojos hundidos en la penumbra, los ojos que brillan. Mis rasgos son ahora atractivos, han dejado de ser vulgares y por debajo de la oscuridad de mis cejas negras se vislumbra un secreto, un trozo de cielo, tentador e irresistible. He conseguido modelarme a mi imagen y semejanza. Y los demás, todos los otros, lo saben.

Miro mi mano. Tiembla aún, pero puedo disimularlo. Tomo aire, profundamente. Atravieso el pasillo poniendo mi atención en cada uno de mis pasos, buscando la reconexión con mi cuerpo, tomando consciencia de él, de mí. Hago recuento de mis músculos, de mis huesos con cada pisada sobre el mármol. Miro al horizonte a través de los ventanales. No se ve el mar.

-Gabriela.

-Hola Josué. Siéntate por favor.

-Creo que deberíamos hablar de lo que ha ocurrido ahí fuera. Entiendo que ha sido muy incómodo para todos. Bochornoso.

-No hay nada de qué hablar, Josué.

-Pero Gabriela…

-Créeme Josué, no hay nada de qué hablar. En este momento vos estás dentro del programa Meta y yo tengo anotada una sesión contigo para hoy. No hay más de que hablar. Lo único que debemos hacer es empezar la sesión. Si estás de acuerdo podemos ponernos en marcha ¿Sí?

Toma los vasos de papel y los llena de agua. Me ofrece uno y deja el otro al lado de su silla. Sorbo un poco de agua. La miro. La admiro en su serenidad. Me recreo en el contorno de su silueta recortada sobre la pared del fondo. Sus labios llenos, sus ojos profundos, su piel lechosa y tersa. Su cuello infinito. El cabello sembrado de rizos, negro y brillante. Se ve en mis ojos y esboza entonces una de sus livianas sonrisas ladeadas. Su boca traviesa.

-Como tú quieras Gabriela. ¿Recibiste mi cuento? ¿No te gustó?

-Josué ¿Empezamos? –suelta tras volver a configurarse en la Dra. Zimmermann-.

-Sí, Gabriela, sí ¿De qué vamos a hablar hoy?

-De la superación de las adversidades.

-¡No tiene sentido! –exclamo impetuosamente-.

-¿Cómo dices?

-¡Es un paso atrás, Gabriela!

-¿Qué quieres decir?

-Entrenarse a superar adversidades no tiene lógica alguna, Gabriela.

-Explícate por favor.

-Es un retroceso. En el punto en el que estamos es mucho más importante vivir fuera del tiempo.

-¿Vivir fuera del tiempo? Estás desviándote del programa, Josué. Sé por dónde vas y eso es saltarse las reglas.

-Las reglas están para romperlas.

-No estas reglas, Josué.

-Gabriela, tú sabes tan bien como yo que el tiempo es la única prisión verdadera.

-Son las reglas, Josué. Es necesario un marco donde desarrollar la obra. Los actos deben tener una secuencia temporal.

-Gabriela, si podemos vivir fuera del tiempo, podemos sortear las adversidades ¿Qué sentido tiene luchar por vencerlas si, sencillamente, podemos aniquilarlas, dejarlas fuera de escena?

-Si vives fuera del tiempo y las ignoras no puedes entonces experimentarlas.

-¿Y quién quiere eso?

-“Si te ha ocurrido alguna desgracia, recréate en ella como en tu felicidad”. Es de tu amigo Nietzsche.

-¡Es obsoleto! Tienes que saberlo, no lo niegues.

-Lo hago. Lo niego.

-Gabriela…

-Josué, quien conoce a Dios a su súper hombre navega hacia la felicidad. El fin de Meta son las súper cualidades, desarrollarse plenamente dentro de nuestras posibilidades, dentro del papel. Optimizar nuestro rol, ser lo mejor de nosotros mismos, pero nunca Josué, nunca, rompemos las reglas. Siempre hay que permanecer a este lado del espejo, hasta el final del acto.

-Gabriela, siempre me has dejado claro que para encontrar las respuestas hay que plantear las preguntas. Que las respuestas son el sentido y que el sentido es la vida. ¿De qué me sirve encontrar las respuestas, de qué me sirve encontrar el sentido, si después no me dejas experimentarlo?

-Esa experiencia ya la tienes. Todos vivimos fuera del tiempo antes y después de la vida.

-¿Puedes asegurarme que nadie en toda la humanidad vive de vez en cuando fuera del tiempo?

-No, no puedo hacerlo.

-¿Entonces?

-No puedo hacerlo por la misma razón que subyace en la parábola del cisne negro. Es sólo una cuestión probabilística.

-¿La parábola del Cisne?

-Por muchos cisnes blancos que veamos, miles y miles, no podemos asegurar sin miedo a equivocarnos que todos los cisnes que hay en el mundo son blancos. Pero basta con que veamos uno sólo de ellos que sea de color negro, para que podamos afirmar, sin ningún género de dudas, que no todos los cisnes del mundo son blancos. 

-¿Qué me impide ser el Cisne Negro? Dime, Gabriela.

-¿Y qué harías? ¿Volver atrás? ¿Hasta cuándo? ¿Con qué fin?

-No lo sé, quizás a aquel lugar donde me sienta libre.

-La voluntad es libertad y la voluntad no puede querer hacia atrás. Sigue siendo una cita de tu amigo Nietzsche, ya viste, hoy anda empeñado en acompañarnos. No, no irás atrás Josué, lo sé.

-¿Por qué?

-Porque hay demasiado dolor en ese lugar. 

Nos quedamos los dos en silencio, durante una breve eternidad.

-Vencer las adversidades… ¿De eso quieres hablar hoy?

-Sí. Estamos diseñados para vivir plenamente. Hemos de aprender a hacerlo. Dios sólo nos propone retos a la altura de nuestras capacidades.

-Gabriela, si debemos superar las adversidades, si estamos preparados para ello, si ese es nuestro destino, entonces, si estamos diseñados para no sufrir ¿Por qué sufrimos?

LIV – Vivir fuera del Tiempo

 

 

El Doctor Teodoro Vinyals hojea mi expediente con autentica concentración. Su cabeza gacha, hundida en la carpeta, mirando por encima del arco metálico de sus gafas, recorre punto por punto todas sus anotaciones. Las cortinas hoy están retiradas y hay bastante claridad en toda la habitación. El rincón de los juguetes está cubierto de polvo. Los pocos que quedan me parecen muy antiguos. Pareciera que llevan ahí más de veinte años. Petrificados, pero latentes.

Vinyals lleva una americana de lana marrón, camisa y corbata oscura. No hace aún frio, y menos aún en la consulta, pero Vinyals es uno de esos hombres que sólo le dejan ver al mundo su rostro y sus manos, y aun éstas, escasamente, pues cuando está de pie las tiene habitualmente recogidas en los bolsillos de los pantalones. Su cara casi siempre está sobre algún expediente y lo más que ves es su calvicie prominente. Si fuera consciente de ella, seguro que llevaría sombrero.

He venido caminando, como es habitual en mí. Camino por las vetas de la tierra. Sigo su energía. Me dejo guiar por las líneas Hartmann que tejen la tierra, aunque a menudo debo hacer algún rodeo para no oponerme a ellas. Ahora sólo calzo zapatos con suela de esparto o de materiales naturales. De lo contrario, me resulta difícil sentir la fuerza sutil de las vetas en las plantas de los pies. A veces he de detenerme. No es una percepción fácil. Pero si tomo aire y reconecto mi conciencia con mi cuerpo, enseguida noto el flujo de energía subir por mis piernas y ya sé en qué dirección debo encaminar el resto de mí. Llevo una pequeña botella de agua conmigo. La etiqueta reza “compasión”.

Desde que he salido del despacho, un perro grande, de color canela y pelo corto, se ha puesto a mi lado. No llevaba collar ni marca alguna. No más que un hocico negro y unos serenos ojos color miel. Por un momento me parecía que me acompañaba. Súbitamente se ha dado media vuelta y se ha ido en dirección contraria. Luego, he vuelto a mirar y estaba ahí, otra vez, siguiendo mis pasos a poco más de un metro. Lo he observado detenidamente. Le he sonreído. Él, de alguna manera, también lo ha hecho. Ha levantado su hocico afilado y negruzco y parecía contento de que le prestara atención. Desde ese momento ya no se ha separado y hemos caminado juntos, durante un par de kilómetros, hasta el portal del edificio donde Vinyals tiene la consulta. Se ha quedado fuera, en la puerta, mirando hacia el interior del inmueble. Mientras esperaba el ascensor me he vuelto a mirarlo. En ese momento el perro tenía su atención puesta en una mujer rechoncha y sudorosa, cargada con grandes bolsas de plástico, que pasaba caminando torpemente detrás de él, resoplando. He dado en llamarle Pereza.

-¿Cómo se encuentra hoy?

-Bien, bien ¿Cómo está usted?

-Bien, gracias. Tome asiento.

Mientras me desparramo en la butaca de eskay negro, Vinyals rodea su mesa mirando el suelo, y corre las cortinas, dejándonos en penumbra.

-¿Avanzó en sus propósitos? Con sus cualidades me refiero. Creo recordar que la última vez deseaba aumentar sus capacidades como escritor ¿Consiguió sus objetivos?

-Conseguí escribir un cuento. Breve. A mí me pareció que era realmente bueno. Pero lo cierto es que no consiguió los objetivos para los que fue concebido. La excelencia de una obra literaria es inversamente proporcional a la cantidad de palabras que el autor tiene que poner para enlazar las frases verdaderamente hermosas. Un escritor no deja de ser un intérprete, y supongo que no hice una buena interpretación.

-¿Un intérprete?

-Sí, interpreta los hechos, ciertos o no, los confunde en un solo cuerpo y después los vomita.

-¿De qué trataba?

-¿El cuento?

-Sí.

-De una Princesa que vivía en las Selvas del Tucumán.  Quizás era demasiado naif o el final demasiado triste. No lo sé, pero lo cierto es que no funcionó. Continúo siendo solamente un candidato. Eso pienso. O, como el viento, ella no puede ser atrapada.

-¿Tanto le importa?

-En ocasiones es… Sí, a veces es lo que más me importa. Otras veces, cuando estoy haciendo cosas que me gustan, cosas que me apasionan de verdad, quiero decir, entonces no pienso. Y sin embargo, en esos momentos es cuando me siento, sin sentirlo, más cerca, con más derecho.

-¿Piensa en seguir desarrollando sus capacidades? Creo que está siendo un buen ejercicio para usted. Nos focaliza en algo intenso que le permite disfrutar vivamente de su tiempo. De una forma que podríamos definir incluso como íntima.

-Hay que ir más allá de las súper cualidades, Doctor. Son únicamente una herramienta, un acertijo para verdaderamente ir más allá. Precisamente lo que quiero ahora es ser capaz de vivir fuera del tiempo. No para siempre. Sencillamente busco poder estar ahí. Poner un pie. Gabriela no lo ve bien, cree que desbordo los límites ¿Qué opina usted?

-¿Vivir fuera del tiempo?

-En realidad es más como ser fuera del tiempo.

-¿… fuera del tiempo?

-Sí, el tiempo es la única prisión, el único límite. Si pudiera romper ese límite….

-¿Cómo ha llegado a esa conclusión?

-Eh… Pues a partir de las sesiones con Gabriela y también discutiendo con Kant y los que le siguieron. Ya sabe lo que quiero decir...

-Mejor si me lo explica usted –murmura mientras vuelve a poner su atención sobre los papeles y empieza a tomar notas-.

Me pregunto si Pereza estará ahí, aún. Esperando. No habría razón para que así fuera. Seguramente habrá trotado detrás de la mujer obesa, moviendo su cola canela y poniendo su mejor hocico. Parecía mejor presa que yo. Más suculenta y con mejor avituallamiento.

El cuento del padre de Gabriela era mejor. Debo reconocerlo. Decir tanto con tan pocas palabras es la mejor forma de hablar; he estado hablando con dos números y medio… Me aburre pensar en una única cosa. Pienso en la última lección de lengua germánica de esta mañana, a través de Youtube: Ich glaube an dich. Ich denke an dich… lo que me hace pensar en el epitafio de Kant en su tumba; “Dos cosas me llenan la mente con un siempre renovado y acrecentado asombro y admiración por mucho que continuamente reflexione sobre ellas: el firmamento estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí”.

-Pues, Doctor… Tiene que ver con algunas de las principales conclusiones que Kant y sus acólitos exprimieron de su Crítica de la Razón Pura.

-Le escucho.

-Veamos… ¿Cómo explicarlo? Para él, el hombre requiere de dos condiciones para que perciba los objetos o fenómenos. Espacio y tiempo. Dado que éstos deben estar situados en el espacio y esta percepción ocurre durante un tiempo determinado. El espacio otorga validez a los objetos en la medida que los sitúa en relación con el sujeto que los observa. Imagine, yo soy aquí, y usted está ahí. Cada uno ocupa un espacio, y cada objeto, fenómeno o lo que sea, en lo que a mí se refiere, lo es en relación conmigo. Si no hubiera un espacio donde situarnos, no habría manera de percibir, de discernir entre Yo, y los demás objetos. ¿Me explico?

-Continúe.

-El tiempo es necesario en la medida que el proceso de percibir tiene un antes y un después. Toda percepción discurre durante una secuencia tiempo determinada ¿Sí?

Asiente sutilmente con la cabeza, y sin mirarme, mientras sigue haciendo anotaciones en su libreta.

-Bien, ahí es donde se abre la brecha entre espacio y tiempo; en el pensamiento. Podemos pensar objetos, fenómenos, personas que no estén en realidad situadas en el espacio. Metafísicamente. Dentro de nosotros. Podemos concebirlas porque podemos concebir el no espacio. Nuestra mente está preparada para ese tipo de abstracción. Sin embargo, no podemos pensar sin tiempo. Todo, incluso el pensamiento, discurre sobre una línea de tiempo. Pensamos un objeto desde este momento hasta ese momento. El objeto puede no estar en el espacio, realmente, sin embargo, el pensamiento sí ha “consumido” tiempo.  Considerando esto, se ve que es imposible que los fenómenos existan por sí mismos, sin la participación del sujeto que los percibe. Gabriela, para explicarlo, ponía el ejemplo del árbol que cae solitario en el bosque; si no hay nadie que perciba su estruendo al caer, pues sencillamente, eso no ha existido.

-Ya veo.

-Podemos pensar lo que no está en el espacio, pero no podemos pensar sin discurrir las cosas en una secuencia temporal, de lo que cabe deducir que estamos atrapados en el tiempo. El tiempo circunscribe la vida, la amuralla. Incluso aún proyectando que la verdadera prisión fuera la mente, incluso así se observa que los límites que siempre a ésta se le imponen son temporales. Sólo podemos ser seres superiores si conseguimos vivir fuera del tiempo. El tiempo es el único y verdadero límite.

-No tengo al día todo el conocimiento que me haría falta para mantener una adecuada conversación con usted al respecto de este asunto, pero sí recuerdo que, según Einstein, el espacio y el tiempo no están separados. Lo denomina el continuo espacio tiempo ¿Es así, verdad?

-Efectivamente eso dijo Einstein. Son aparentemente inseparables, la fuerza centrifuga de la rotación crea la ilusión del espacio y su propio movimiento circular es el tiempo. Por eso son inseparables, aparentemente, aunque la teoría del entrelazamiento cuántico nos aporta interesantes pistas sobre dicha geometría y demostraría que ésta es necesaria para que se mantengan unidas. En realidad, este entrelazamiento ya fue predicho por Einstein en 1935, y lo inquietó hasta sus últimos días.

-¿Fuerza centrífuga? Explíquese, por favor.

-Para mí, el universo se fundamenta en tres leyes inseparables e interdependientes, doctor: unión, rotación y equilibrio.

-¿Entonces su objetivo es vivir fuera del tiempo?

-Si consigues eso, tienes todo el poder, pasado, presente y futuro dejan de ser reales. Esto me obsesiona últimamente, vivir fuera del tiempo: las drogas, la locura, sustraerse a la conciencia para poder navegar fuera del tiempo; muchos lo intentan por esas vías. ¿Por cuál vía lo conseguiré? No lo sé. Para salir del tiempo y el espacio hay que ir al eje sobre el que pivota toda la existencia. Al Todo, al Uno. Rotación, unión, equilibrio. El eje nos podría mantener fuera del tiempo al no haber movimiento en él. Piense en la rueda de una bicicleta, por ejemplo. Gira sobre un eje. Los radios son el espacio, las cosas creadas, y su movimiento circular es el tiempo, pero el eje, el Eje de anti energía centrifuga ni es cosa ni es tiempo.

-¿Y… cómo espera llegar al eje?

-Creo que hay dos posibilidades y un único camino. Las posibilidades son dos, o hacerlo materialmente, para lo cual hay que descomponer la ecuación del tiempo y crear el artefacto capaz de hacerlo, lo cual dejo en manos de los científicos pues yo ya no dispondré de la oportunidad de acometer un proyecto así, y la otra opción es hacerlo a través de la conciencia. Puesto que la materia es en realidad una representación consciente, a partir del Yo deberíamos ser capaces de llegar igualmente, a través de la conciencia, sin necesidad de hacerlo a través de la mecánica cuántica. Todos somos resultado de la expansión del Uno, del Todo, del Eje.

-¿Y no hay más de un eje en todo el universo?

-Cada galaxia, cada constelación, tiene su propio centro,  pero todas ellas giran a su vez sobre un Eje maestro.

-¿Cuál es el único camino al que se refiere?

-El único camino posible es viajando a través de la energía oscura. La nada creada por el vacío de la creación. El tiempo gira en una sola dirección y es centrífugo, pero la energía oscura no gira con él, estoy seguro de ello, por eso no podemos identificarla. No se puede por tanto viajar hacia el eje ni en línea recta, ni en una espiral a favor del tiempo, siguiendo la rotación natural del tiempo, porque, automáticamente, de manera expansiva, éste te sitúa de nuevo en su órbita. Te escupe hacia tu lugar en el cosmos. Si estás en su órbita no puedes tomar conciencia de que te estás moviendo en torno al eje del mismo modo que un barco varado en el océano, desplazado por una corriente marina, no tiene la sensación de estar moviéndose al carecer de referencias. La única manera que veo de conseguirlo es en espiral, en dirección opuesta a la rotación del tiempo, del mismo modo que actúa una vela latina frente al viento. Creo que es la única manera de entrar en el magma de Moloch, y evitar así la persistencia de la corriente de la materia.

-¿Y cómo se hace eso?

-No lo sé a ciencia cierta, pero pienso que puedo al menos llevar mi conciencia por ese camino. Es a través del sueño que se puede vivir fuera del tiempo. Del sueño sin sueño. Durante el sueño no nos desprendemos de nuestra conciencia trascendente. El cerebro no está preparado pero, podemos manejarnos durante el sueño solo con la conciencia trascendente. Sin la razón. Creo que puedo conseguirlo. No parpadeando ya he conseguido estados trascendentes que me han permitido abrir grietas en mi campo de visión que me permitían ver detrás de esas grietas el verdadero Yo de las cosas. Gobernar la fina línea entre la meditación y el sueño. Esa es la clave. Si durante el sueño ves vidas pasadas y tienes también sueños premonitorios, es porque estás ahí, fuera del tiempo.

-Entiendo que, dadas sus circunstancias, el tiempo, ausentarse de él, sea importante para usted. ¿Cuánto tiempo estima que…? ¿Qué dice su médico?

-Quién lo sabe... Esa fecha ya no me importa. Tampoco me importa ya el dolor. Aunque sigo sin tener respuesta para él.

-Ya veo… Creo recordar que la última vez que nos vimos dijo que vivir fuera del tiempo era tener una vida sin contenido, carecer de un papel. ¿Ahora opina distinto?

-No pretendo vivir ahí, Doctor. Sólo quiero, ya me entiende, echar una ojeada. No ambiciono más. No quiero romper las reglas como teme Gabriela, pero sí quiero ver si soy capaz, si estoy en lo cierto. Sería un consuelo, en mi situación, ya sabe. Podría verificar todo lo que he aprendido. Sabría quién soy, quienes somos y lo sabría ahora, no después de viajar con la Muerte. Tendría paz, aquí y ahora.

-Sea honesto conmigo ¿Qué cree que busca realmente?

-¿Transgrediendo la ecuación temporal?

-Sí.

-La inspiración como estado natural y continuo del Ser. Siempre. Si revelo todas las cartas, incluido mi naipe negro, lo habré conseguido. Entiendo que ese fue el estado de gracia que alcanzaron Jesús y Buda. No veo por qué no podamos conseguirlo todos los demás. Sólo hay que penetrar en el espejo.

-¿Quiere decir algo así como “armonía de espíritu”?

-No. Mi espíritu está en paz. Armonía de espíritu es conocer la justa medida de nuestras pasiones y nuestros deberes. Eso ya es en mí.

-¿Está tomando algún tipo de analgésico para mitigar el dolor?

-No. El dolor es mío. Debo responderle yo.

-¿Cree que le convendrían más sesiones conmigo? Podemos incrementarlas si piensa que eso va ayudarle...

 

Saliendo del portal del edificio donde se halla la consulta y una vez mis ojos se han desacostumbrado a la penumbra del interior, miro a izquierda y a derecha buscando infructuosamente a Pereza. No está. Dirijo mis pasos hacia la derecha y, dados los primeros, veo a mi cuadrúpedo amigo observándome con atención desde la acera de enfrente, a la sombra de una cornisa. Le sonrío. Se incorpora y extiende su cola sin dejar de mirarme. Mira prudentemente hacia su derecha y cuando comprueba que no se acerca ningún vehículo, cruza alegre al trote para ponerse a mi lado. Acaricio su cabeza mientras cierra sus ojos que me resultan extrañamente familiares. Me doy cuenta entonces de que el perro canela de hocico minero es en realidad una chica madura.

-Así que eres un hembra. Usted sabrá disculparme por la confusión, gentil dama. En fin, serás Pereza mientras lo sigas pareciendo. ¿Sabías que eres un pecado, mi Lady? ¡Y Capital, de los que a mí me gustan!

Nos ponemos a caminar los dos juntos camino de Diagonal Mar. El día sigue despejado y la temperatura es perfecta. El ruido de la ciudad apenas me afecta ya. Estoy cambiando, lo sé, pero conozco el destino. Pereza se acompasa fácilmente a mi ritmo. Trota a mi lado. Avanzamos los dos rodeados de silencio. La miro y ella levanta entonces su mirada hasta mis ojos. Seguimos en silencio. Ninguna palabra puede decir lo que el silencio dice.

 


LV – Entre el Poder y la Fuerza

 

 

A oscuras, en la cama de Sophie, oyendo la lluvia y los truenos, no tan lejanos. El tacto de las sábanas blancas sobre la piel desnuda. No tengo prisa por dormirme. Su cuerpo caliente templa mi piel fría moribunda cuando los relámpagos centellean creando sombras en el techo y luces de flash por todo el espacio inerte y blanco que nos rodea.

Sophie duerme como si estuviera muerta. Boca abajo, los brazos rendidos con las palmas de las manos contra la sábana, su rostro hundido entre la almohada y el colchón, apenas respira y no se mueve. Frágil y voluntariamente indefensa, vive para no ser suya. Con miedo a no ser amada. Solícita. Ignora por decisión propia, para no saber, para no tener que saber… Sin resignación, premeditadamente. Calcula el grado suficiente de ingenuidad que la hace grácil, ingrávida y perversamente atractiva en el corazón incandescente del depredador que inhala su rastro. Sophie renuncia a su propio fuego para salvar sus vísceras y se pone a la sombra del calor de su verdugo que ha de indultarla para conservar su poder, una y otra vez.

Servir al más fuerte persuade la voluntad del más débil decía Nietzsche ¿Pero quién sirve a quién? No tiene el control el perro que tira de la correa, sino aquel que la sujeta al otro extremo.

Entre el poder y la fuerza.

La observo de nuevo bañada de la blanca oscuridad que reflejan las lechosas paredes y los muebles. Femenina, voluptuosa y la piel de color alba. Me giro hacia ella. Encierro su muñeca dentro de mi puño y muerdo profundamente su hombro mientras me arrastro para ponerme sobre su espalda. Con mi mano derecha inmovilizo su brazo derecho. Mi respiración y mi peso caen sobre ella. Su cadera intenta alzarse y quiere doblar sus piernas. Su carne prisionera se aprieta a mí.

-¡Aaah! Josué, me haces daño, para por favor –dice con un dolorido sueño en la voz-.

No digo nada. Mi pesada existencia puede su cuerpo.

-Josué, por favor, para, me haces daño –gime aún ciega desde la almohada-.

Los relámpagos siguen haciendo ojeadas dentro de la habitación y con cada trueno que sigue los cristales tintinean. La tormenta está más cerca y mira dentro.

-¡Josué, de verdad, no!

Mis rodillas se insertan dolorosamente en el interior de las suyas y la obligan a separar los muslos. Se resiste y fuerza una infructuosa defensa.

-¡Josué, s’il te plaît, te he dicho que no! Me haces daño, de verdad…

Guardo silencio mientras mis jadeos se acercan a su nuca. Su carne tiembla. Su respiración se acelera. Solloza. Gimotea.

-Josué…

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