Marinka

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Marinka » 4

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—Grupo 4, veintisiete pioneros, dos enfermos —informa el niño designado responsable del grupo en la cancha de fútbol de la Casa de Semasco donde están formados todos para la inspección matinal previa a los ejercicios.

Debiera haber dicho veinticinco, porque Marinka y Luisa han saltado por la ventana del dormitorio ni bien terminaron de asearse ayudándose con las cuerdas que usan para jugar. Las tentadoras fragancias que el frescor de la mañana trae desde el monte de frutales y el huerto vecinos tienen más fuerza sobre su somnolienta voluntad que la clase de instrucción física.

Luego de las vacaciones de verano en Crimea, donde ha comenzado a aclimatarse al suelo, a los sabores, al paisaje de su patria adoptiva, el contingente infantil regresó a Odesa para ocupar la Casa número 3. Es el sanatorio de Semasco, a unos kilómetros de la ciudad portuaria, un complejo de importantes y señoriales edificios sobre el mar, como el de Simeiz, rodeado de jardines y bosques. Llegó el otoño y con él, las clases y las rutinas escolares. Un equipo de maestros, educadoras, traductores, auxiliares españolas y rusas —veinteañeras en su mayoría—, un médico y una enfermera, se encargan de la escolaridad, de la alimentación, de la salud y de la atención de los pequeños refugiados, quienes están las 24 horas bajo la protección de los adultos. A la mañana, las auxiliares supervisan el aseo tras cumplir una guardia durante la noche en los dormitorios. Las educadoras se encargan entonces del desayuno y los llevan a las aulas para iniciar la jornada escolar; vuelven a escena a la hora del almuerzo y a la tarde, al terminar las clases, los asisten en las actividades extracurriculares; luego los conducen al comedor para cenar. Después de la cena, los niños quedan al cuidado de los auxiliares nuevamente hasta el otro día. Los maestros imparten en castellano, con los pocos libros que han podido traer de España y los manuales rusos traducidos, una educación basada en el plan escolar soviético, socialista, laico y mixto. La pedagogía soviética desarrolla novedosos conceptos basados en la complementariedad e integración de la enseñanza y el juego, de la actividad artística, manual y deportiva, y hace especial énfasis en la solidaridad. Tanto los profesores españoles como los rusos se esfuerzan en aprender el idioma extranjero. Se enseñan las mismas materias que ya aprendían en España, a las que se agregan la de Historia Rusa y la Constitución Soviética. Hay una clase especial del idioma ruso para los niños, quienes avanzan rápidamente en su conocimiento, aunque el programa elaborado para los refugiados prevé una integración progresiva. Por fuera de la instrucción escolar, pueden inscribirse en Círculos de Actividades que abarcan las más variadas disciplinas. Los hay de deportes —el preferido entre varones y niñas—, de teatro, de música, de danzas españolas, de canto, de costura, de oficios, de dibujo, de fotografía, de aeromodelismo. Como parte de las prácticas deportivas reciben una instrucción militar básica, evacuaciones, defensa y tiro. Periódicamente el equipo médico, dependiente del Comisariado del Pueblo de Sanidad, hace un seguimiento personalizado de la salud, anotando en una ficha los resultados de los exámenes clínicos y estudios. Los casos de tuberculosis —los más frecuentes—, escarlatina y otras enfermedades infecciosas son tratados con celeridad para evitar contagios, así como las dolencias gastrointestinales; los enfermos son enviados a Artek, a Evpatoria y a otros sanatorios de Crimea hasta su restablecimiento, para luego ser reincorporados.

De lejos, entre las plantaciones de pepinos que tanto le gustan a Luisa, las fugitivas escuchan el toque que anuncia el desayuno. Corren bajo las hileras de manzanos, higueras, ciruelos, perales y cerezos, abrazando las blusas repletas de fruta y dejan un reguero de risas y de higos. Llegan a la fila a tiempo para colarse sin ser descubiertas, pero no consiguen pasar de la puerta. Las educadoras que reciben a los niños en el comedor las hacen desprenderse de su dulce contrabando y las mandan a lavarse.

—Aquí no precisan salir a robar la comida —las reprende el director Kriviski, traductor mediante—. Tienen todo lo que necesitan para alimentarse y para educarse. Y algo fundamental de la educación, niñas, es la disciplina. Debéis respetar las actividades y los horarios y obedecer a vuestros educadores. Que no os sorprenda nuevamente tomando frutas del huerto. Os quedáis sin la próxima salida al cine. ¿Habéis comprendido?

Ambas asienten con la cabeza. Les duele perderse Los marinos de Kronstadt, la película a la que asistirá toda la colonia en el salón de actos, pero más lamentan que les hayan incautado su precioso botín. Mientras escuchan al director, sus paladares añoran húmedos el festín que no fue, pero ahora otro sabor las sorprende más dulce que la sorpresa roja bajo la piel morada de los higos. El sabor de lo prohibido, de la travesura, de saltar la ventana tras deseos nuevos. El tibio octubre de Odesa escampa lentamente las nubes de la guerra civil y regresa sus infancias a los días del juego y los descubrimientos.

Así va urdiéndose para Marinka una trama de sonrisas, con la alegría de un plato en la mesa, una cama acogedora, una pelota en los pies, un juguete, música, bailes, camaradería, amigos. A la noche, sin embargo, los bordes de ese agujero en el pecho donde falta la familia laten en lágrimas. Sobre la almohada blanca y suave su cabeza se duerme esperando la caricia y el beso de Emilia, las historias de Félix, el silbato del último tren calle abajo y los olores del piso 2 derecha de la calle Zabala 25. Aunque las imágenes de Euskadi, Emilia, padre y hermano difuminan sus contornos, aparecen nítidos y urgentes en lo profundo del sueño.

Cada día cose sus nuevos vestidos rusos. Una puntada, levantarse temprano y asearse. Otra puntada, formar para la revista, izar la bandera. Otra, ejercicios y desayuno. La aguja pasa el hilo por clases de matemáticas, de geografía, historia y lengua españolas. A la próxima puntada, el almuerzo, descanso y de nuevo a clases. Idioma ruso, Círculos de interés. Otra puntada, la cena. En la última puntada la aguja enhebra a toda la colonia para dar una ronda por los senderos que rodean el edificio principal. El lazo final es en los dormitorios. Y así será mañana. Costura por costura, día por día, tela sobre tela, Marinka va armando su amplia familia sustituta, que la envuelve, que la viste, que la abriga. Los nombres se hacen propios, las caras conocidas, las voces rusas habituales, hasta comprensibles. De a poco, el gusto se acostumbra a los sabores rusos; los oídos, a los pájaros de los bosques de Odesa; la mirada, al horizonte del Mar Negro. A lo que no se acostumbra es a no encontrar a Félix esperándola cuando termina la jornada de clases. ¡Si tan sólo pudiera compartir con su hermano esta nueva vida! Así como pueden hacerlo los dichosos que tienen a sus hermanos consigo. Quisiera contarle que está aprendiendo tantas cosas. Que la maestra Kitain se parece a Emilia. Que el instructor de tiro le recuerda a su padre. Y por hablar de eso, que ha sacado la medalla Voroshilov por su puntería. De seguro, estaría orgulloso de su hermana. Que cada vez que juegan al fútbol piensa en él y sus rodillas raspadas. Y que si estuviera allí, con cada uno de sus goles cosecharía tantas perlas de admiración como en los días de Bilbao. Contarle que comen bien y todo lo que quieren. Que ha hecho muchos amigos y una amiga que ya es como una hermana. Que le divertiría escucharla cantar la primera canción que ha aprendido en ruso. Que se ha anotado en los Círculos de Danza y de Teatro. Que lo quiere, que lo extraña. Pero el mago que hacía aparecer panes por debajo de la mesa no puede con tanta distancia y tanta ausencia. Y ella no necesita panes, lo necesita a él.

Queridos Emilia y padre:

¿An leido las dos cartas que les envie antes? Una desde Leningrado y otra desde Crimea donde emos pasao las vacaciones en el mar. Ahora estamos en Semasco y algunos ya an tenido carta devuelta. A mi no me a llegado ná dicen los maestros que puede serpor los fachas que detienen los correos. Esta va por Francia que la ponen en otro sobre con señas de alla asi no la paran los fachas. Ya an comensado las clases y nostratan muy bien. Estoy aprendiendo el ruso y ya se muchas palabras, les entiendo mejor a los Ruskis que me llaman Marinka. Estamos preparando una obra de García Lorca en el circulo de teatro y bailamos spatadanza como en Bilbao, estoi aprendiendo a bailar jota. Nos an llevado al cine en Odesa a ver el Acorazado Potemkim que es sobre la revolucion, tenias que verla Emilia. Los soldados le disparan al pueblo y un cochecito con un bebe rueda escalerasabajo, todos gritamos en el cine. Aqui llegan las noticias de la guerra y de los tanques y chatos que manda la Union Sovietica. Felipe que es asturiano lleva un mapa de España que le pincha banderitas rojas por la republica y negras por los fachas, esta todo lleno de banderitas negras. ¿Como esta Felix, an tenido noticias de francia? Me envien sus señas asi lescribo. Me ace ilusion verlos pronto cuando termine la guerra. Pienso siempre en ustedes como estan en Bilbao. Si pudiera mandarles pan blanco que aca comemos todos los dias, huevos queso leche verduras que cogemos del huerto.

La Chatilla que mucho los extraña

La Casa de Semasco es una pequeña España trasplantada al suelo soviético. Se habla en español, hasta las propias educadoras y auxiliares rusas procuran comunicarse en español. Se estudia en español. Se lee en español. Se canta y se baila en español. Incluso se intenta comer en español. Es más difícil pues, aunque han venido de España algunas cocineras con la expedición, los alimentos no son los mismos, las comidas no saben igual. Marinka se acostumbra rápido al borsh que preparan las cocineras rusas, pero no comprende cómo puede gustarles el caviar. A veces se escapa con Luisa y otros compañeros luego de robar papas de la despensa. Tienen su rincón oculto bajo los pinos donde arman un fogón y cocinan las papas en largos pinches improvisados con ramas. Ahí, entre los fuegos artificiales de las chispas que celebran su ceremonia secreta, cierran los ojos, llevan a la boca esas maravillas asadas y España los invade desde el paladar al recuerdo. Hasta que un día son descubiertos. Para su sorpresa, no los amonestan ni los castigan. A partir de ese día, aparecen las papas asadas en el menú de la colonia. Y las blancas alubias y el bacalao. El caviar se bate en retirada. No así el pan, siempre generoso, crujiente, oliendo a trigo y levadura; el rey de la mesa, de dorada capa y tierno corazón blanco.

Encerrados en ese mundo idílico que la Unión Soviética dispone para los hijos de la República Española, casi no tienen contacto con los niños rusos, ni con la realidad de un país que atraviesa grandes penurias económicas. Desde que ha conquistado el poder en 1917, la Revolución bolchevique ha sobrellevado una sangrienta guerra civil contra el Ejército Blanco de los zaristas, conservadores y liberales, apoyados por la invasión militar de las principales potencias capitalistas. Si bien los soviets logran triunfar sobre los contrarrevolucionarios en 1922, el país queda asolado por los largos años de guerra, primero la Guerra Mundial en la que lo embarcó el Zar Nicolás II y seguido, la guerra civil. La derrota en 1919 del levantamiento espartaquista alemán dirigido por Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo ha dejado a la URSS sin su potencial aliado europeo y puerta de expansión de la Revolución, porque era en Alemania donde el movimiento comunista estaba más consolidado. En esas condiciones de aislamiento internacional y agotamiento, cobran peso los sectores soviéticos más conservadores. A la muerte de Lenin en 1924, Stalin se apodera del Partido Comunista de la Unión Soviética y del Estado contra la opinión del líder bolchevique, quien antes de morir expresó por escrito su temor de que el georgiano fuese Secretario General. Stalin elimina a los viejos dirigentes de la Revolución de Octubre con sangrientas purgas. Reemplaza la concepción leninista de la revolución internacional por el concepto del socialismo en un solo país, subordinando la actividad de los partidos comunistas de todo el mundo, agrupados en la III Internacional Comunista —Komintern— a la defensa del Partido Comunista de la URSS. León Trotsky, dirigente de confianza de Lenin, creador del Ejército Rojo y cabeza de la oposición de izquierda, defiende la teoría de la revolución permanente. Sostiene que el futuro de la Revolución depende de su extensión al resto del mundo, sobre todo a los países capitalistas centrales, y que ceñir las fronteras del socialismo conduce a la burocratización. Trotsky es desterrado en 1929, sus seguidores son encarcelados y fusilados. Stalin se encarniza con su familia; sus hijos y varios familiares más serán muertos. Trotskismo pasa a ser sinónimo de traición y de colaboración con el fascismo en la jerga de los inquisidores de Stalin, se estigmatiza como troskofascista a quien se quiere liquidar. En España, los militantes del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), que combaten contra el franquismo y uno de cuyos dirigentes —Andreu Nin— ha simpatizado y debatido con Trotsky el curso de la revolución española, son perseguidos por órdenes de Stalin. En 1938, Trotsky funda en París la IV Internacional al concluir que es imposible la lucha política dentro de la III Internacional y que ésta, disciplinada al stalinismo, no sólo se ha perdido para la lucha revolucionaria sino que ha traicionado a las revoluciones china (1925/1927) y española (1936/1939). En 1940, el propio Trotsky terminará asesinado en México, que le ha dado asilo al final de un largo exilio por Turquía y varios países europeos. Ramón Mercader, un sicario stalinista español miembro del Partido Socialista Unificado de Cataluña, logra infiltrarse en su casa mexicana y le clava una piqueta en la cabeza.

En la Unión Soviética, todo atisbo de crítica a las nuevas políticas es duramente reprimido con juicios amañados, confesiones arrancadas bajo tortura y ejecuciones sumarias o con el envío a campos de detención y trabajo en Siberia, el Gulag, donde también morirán de a miles. Esa campaña de terror se ha cobrado decenas de miles de víctimas, entre ellas los cuadros militares y profesionales más capaces y experimentados. La economía ha avanzado a paso acelerado hacia la industrialización y se ha forzado la colectivización del campo con el traslado de grandes masas de población de un lado a otro del país. Y si bien es cierto que en pocos años ha conseguido levantar una industria pesada, liviana y armamentista, la Unión Soviética ha sufrido terribles hambrunas, con millones de muertos en 1932 y 1933, producto de la crisis agraria resultante de estas políticas, de la que aún no se ha repuesto cuando acoge a los refugiados españoles.

Un día están jugando en el parque cerca del gran portón de hierro de la entrada, cuando el camión de las provisiones entra a Semasco. Se detiene no muy lejos, frente a la cocina de la colonia y dos hombres comienzan a bajar los sacos de harina, las bolsas de azúcar, las latas de aceite. Unos niños rusos se han juntado para contemplar la escena desde el otro lado de la reja. Visten pobremente y llevan unos trapos atados a los pies por todo calzado. De pronto, los trabajadores descienden unos cajones de madera que a los ojos de los pequeños rusos brillan de oro y fantasía. Soles como naranjas. Los más pequeños no conocen siquiera la frescura de su jugo y el cítrico dulzor de su pulpa. Para los refugiados españoles son simplemente naranjas, parte infaltable de su dieta pues previenen escorbutos y resfríos. Son tan ajenos al valor de aquellos tesoros que a veces las usan para jugar a la pelota o como proyectiles desde las ventanas. Marinka, sin embargo, reconoce el lenguaje que hablan los ojos de los niños rusos tras el cerco; sus propios ojos lo hablaban en Bilbao y en el muelle de Burdeos.

Los días van acortando su luz y el paisaje opaca sus tonos y asordina sus ruidos. Diciembre inaugura las sensaciones blancas. La suspensión del tiempo y del espacio en la lenta caída de los copos cuando nieva. El frío que congela las pestañas y el aliento. Las palabras, la respiración, que adquieren espesor de vaho y se visibilizan. El paisaje que se esconde bajo esa nata avasalladora y extraña que todo lo engulle y lo cubre robándole los colores. Tejados, bosques, caminos, todo se viste de blanco. El sol encandila sobre el espejo opaco de la nieve. La luna multiplica los azules. También llegan los juegos de invierno y los viajes en trineo por los senderos nevados del bosque. Los educadores rusos son sus instructores. Lo primero que aprenden es a deslizarse sobre la nieve blanda con los esquíes. A la vuelta de algunos días, después de varias caídas y entre risas, empiezan a dominar esas largas tablas de madera y se lanzan por los campos blancos que rodean Semasco. Los niños rusos, acostumbrados a la nieve desde la cuna, pasan raudos al lado de los novatos y para prevenir accidentes han aprendido sus primeras dos palabras en castellano. «¡Apártate, español!» vienen gritando ladera abajo a velocidad de desafío. Llega el turno de aprender a patinar en el suelo congelado de la cancha de fútbol, las caídas sobre el hielo traicionero son más duras, aunque cuando consiguen equilibrarse sobre la cuchilla de los patines la satisfacción compensa los magullones.

Marinka recibe su equipo de ropa para el frío. Abrigo, camisetas, bermudas tejidos y medias, pantalones y vestido de lana, traje de lana, pijama, gorro con orejeras, manoplas. Botas de cuero y galochas de goma con interior de fieltro rojo que se ponen sobre el calzado para evitar la humedad y el barro. También una manta de cama. Todas las prendas llevan un número, el mismo que tiene pintado la puertita de su guardarropas donde debe acomodar la indumentaria. Los pioneros deben mantener el orden y ser responsables en el cuidado de los objetos personales. La actividad de la Casa se hace caracol, se hace oso que hiberna. Bien calefaccionados y abrigados, continúan la escuela, los Círculos de Interés y las actividades deportivas que se pueden desarrollar bajo techo.

Durante la clase de Historia, Nicolai, el profesor ruso, les pide que abran el libro de Historia de URSS en la página 78.

—El Mariscal Egórov —pronuncia en tono grave— ha sido desenmascarado como enemigo del pueblo. Les pido que arranquen su fotografía, no merece figurar en la historia de la Patria.

Marinka, como todos en Semasco, conoce bien al Mariscal Aleksandr Egórov. Hace poco, a principios de invierno, ha leído su biografía en clase porque el famoso héroe de la Revolución y miembro del Comité Central del Partido Comunista honraría con su visita a la Casa N.º 3, que apadrina el Ejército Rojo. Recuerda aquel día. El Mariscal y su comitiva inspeccionaron las instalaciones, las provisiones y el material para el frío con rigurosidad propia de una requisa militar. Es gracias a su intervención que se cambiaron las mantas de lana originales, demasiado delgadas, por las de pelo de camello, suaves y abrigadas, que cobijan sus noches. Ahora está confundida. El tono impostado del maestro Nicolai, habitualmente uno de los más vivaces, queda temblando en el ambiente y escuece su ánimo. En España no tenía dudas de quién era el enemigo; llegaba siempre en alas de pájaros negros. Aquí, es más confuso. Qué pronto se pasa de héroe a enemigo en esta tierra, piensa mientras arranca prolijamente la hoja. Desde la enorme foto que preside el salón de clases, Stalin estira sus bigotes levemente hacia arriba, el Padre de los Pueblos parece complacerse con el rasguido de decenas de hojas. Bajo el arco oscuro de las cejas, sus ojos inquisidores contabilizan que todos los libros hayan sido depurados de la página infame.

A fin de año llega la fiesta rusa homóloga a la Navidad. Un gran abeto es montado en el gimnasio engalanado con bombillas de colores, nevado de pompas de algodón, con alegres adornos en cada rama y coronado por una estrella de cristal. Aloysha, el joven instructor de educación física a quien su novia espera todos los días en el portón de Semasco, se ha disfrazado de Diet Moros, el abuelo de las nieves. Olga, una de las educadoras, de Sniguruska, la hija de las nieves. Ambos reparten regalos para todos y organizan bailes y juegos.

Después del receso de Año Nuevo viene el último tramo del año escolar que se extiende luego del deshielo durante toda la primavera. La naturaleza recupera sus colores y Odesa es una fiesta de flores y de abejas. Y al fin llega el verano. Al término de las clases, la Casa de Semasco participa con los pioneros soviéticos en los campamentos de vacaciones en Crimea. Ocupan los balnearios que supieron ser exclusivos de príncipes y generales, de aristócratas y terratenientes en días de los zares. A lo largo de un mes, conviven con los niños rusos y comparten con ellos competencias deportivas, juegos, canciones, bailes, visitas a museos y teatros. Es su mejor escuela de idioma y un acercamiento al mundo infantil de su patria adoptiva.

En esa rotación de soles y de cielos, de escuela y de campamentos en el Mar Negro, pasan dos largos años. Demasiados para Marinka, quien como todos sus compañeros ha pisado suelo soviético convencida de que era una situación transitoria y ansía regresar a España. Pero la guerra civil se ha prolongado más de lo pensado.

La República, pese a la tenacidad de sus combatientes, se desangra ante el embate fascista, acuciada por las derrotas y el hambre. Los contrastes militares provocan varias crisis en un gobierno jaqueado por la revolución encabezada por los anarquistas y el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), por un lado y el peso creciente del Partido Comunista palanqueado por la ayuda soviética, por el otro. En mayo de 1937, en Barcelona, anarquistas y poumistas son reprimidos violentamente por las tropas de la Generalitat —el gobierno autónomo catalán— y los comunistas y socialistas del Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC). El POUM es ilegalizado y su dirigente Andreu Nin es secuestrado y asesinado por agentes de la NKVD, la policía secreta stalinista. El Partido Comunista Español (PCE) adquiere preponderancia en el nuevo gobierno del Frente Popular que surge de esa crisis. Con la pérdida de todo el norte de la península, en julio de 1938 la República sólo controla un triángulo con vértice en Madrid y base sobre el Mediterráneo entre Almería y Valencia, separado de una Cataluña acorralada contra la hermética frontera francesa. En septiembre, Francia e Inglaterra firman con Alemania e Italia un acuerdo en el que abandonan al nazi-fascismo a España y entregan Checoslovaquia a Hitler. Un hueso para calmar la voracidad de la bestia negra. En noviembre, el gobierno republicano retira las Brigadas Internacionales en un intento de congraciarse con la Sociedad de las Naciones y evitar el aislamiento. Ni un solo soldado alemán o italiano deja España. En enero de 1939, las tropas franquistas entran en Barcelona y aceleran el derrumbe republicano. El mundo entero está pendiente de la crucial pulseada que tensan sobre tierra española el fascismo y el socialismo. La marcha de la guerra es seguida en la URSS a través de la prensa y los noticieros cinematográficos; en las plazas y lugares públicos de las ciudades y pueblos se colocan carteles con mapas y las últimas informaciones, con demora de días y filtrando en lo posible las malas nuevas.

Los refugiados españoles viven con el corazón en la boca los sucesos de una guerra que hace cada vez más difícil la comunicación con la familia. La mayoría de los niños, en particular los que escriben a la zona bajo dominio franquista, no obtiene contestación a las cartas que envía. El afortunado que recibe correo desde España lo hace con una demora de meses. Marinka ha escrito varias cartas desde su llegada a Odesa pero no ha recibido respuesta. Las noticias de la guerra son leña seca sobre la llama siempre encendida del regreso, ya desesperado incendio. La desgarra no saber si Emilia y su padre están bien, siquiera si están vivos; si Félix ha vuelto de Francia, qué es de él. ¿Recibirán ellos sus cartas? ¿Despacharán sus correos sin respuesta? ¿La misma incertidumbre atormentará la soledad de sus noches? Imposible saberlo. Miles de kilómetros y de bombas han levantado una cordillera de silencio.

A las 22.30 del 1 de abril de 1939, la radio franquista anuncia: En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado. El escueto parte firmado por el Generalísimo Franco es el comienzo de una cruenta dictadura que se cebará sobre los vencidos, llenando las cárceles de trabajadores y opositores e imponiendo un Estado policial, eclesiástico y oscurantista. Tras cuatro años de lucha, el fascismo ha doblegado en sangre el intento popular de terminar con siglos de injusticias y ha restaurado el orden de reyes y señores, de obispos e inquisidores. La sagrada España de la cruz y de la espada, del yugo y el garrote vil. Los huesos de un millón de españoles siembran cada palmo de tierra ibérica. La guerra civil ha sido pródiga en viudas y huérfanos, en mutilados y exiliados. Miles de refugiados huyen hacia Francia y son internados en campos de detención a cielo abierto ni bien cruzan la frontera.

Otros miles son capturados en el puerto de Alicante por las tropas italianas. Muchos de los que consiguen salir buscan refugio en la Unión Soviética; excombatientes, funcionarios republicanos con sus familias y la dirección del PCE.

Si la caída de Bilbao fue una puñalada de dolor en pleno viaje a la URSS y la entrada de los fascistas en Barcelona, un rayo en medio de sus ilusiones, la derrota final de la República es un mazazo mortal para los que están lejos. Mientras el ejército republicano combatía, la esperanza del regreso se mantuvo de pie, tropezando con cada revés y reincorporándose con cada victoria. Pero ahora que la roja, gualda y morada ha sido arriada y el fascismo celebra la victoria desfilando por el centro de Madrid, la vuelta a su país se hace casi imposible para ellos. Si bien la guerra civil ha terminado, Stalin ha dejado en claro que recibió a los refugiados de manos de la República Española y sólo los retornará a la República. Entre lágrimas, Marinka ve quemarse las naves del retorno. Ahora sabe que el exilio, prolongado dos largos años por la guerra, no tiene calendario ni relojes en el horizonte. La URSS, que la resguardó de las bombas y del hambre, ha comprimido la infinitud de sus paisajes y de su corazón solidario a la desolación de un islote abandonado y perdido.

Son días tristes en Semasco. Las educadoras terminan llorando con los niños que acuden a consolar. Los maestros se esmeran en continuar con el programa escolar pero sus miradas viajan lejos, a la tierra donde tantos compañeros del sindicato, del partido, de sus terruños, han caído defendiendo una sociedad más justa, más libre, más humana. Donde tantos otros penan con cárcel su lealtad a las ideas de Bakunin, de Marx, de Lenin. La comida sabe a llanto. El aire huele a luto. Los colores se destiñen en desesperanza. Las palabras olvidan sus significados y da lo mismo decir tal vez que nunca. No alcanzan los fulgores de la primavera para desempantanar tamaño duelo. Felipe, el asturiano del curso que Marinka mencionó en una carta, recoge una por una las banderitas que viene clavando en el mapa de España; a las negras las estruja con rabia y las arroja lejos, a las pocas rojas que restaban las dobla con ternura junto con el mapa y las guarda en la última hoja de su cuaderno de clases.

Marinka está en la hora de gimnasia. El profesor le indica que es su turno para trepar por la soga y colgarse de la barra. Ella se niega y no hay forma de que Aloysha consiga convencerla. No es su sangre vasca la que dice no, tampoco es la rebeldía de su carácter inquieto. Tiene vergüenza. Es que ha despertado esta mañana con la cama mojada y, asustada por la mancha roja sobre la sábana, ha corrido a ver al doctor Hombrados, el médico de la colonia.

—Es natural, Marina, no es para preocuparse —le explicó el doctor—. Acabas de convertirte en señorita.

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