Manhattan

Manhattan


Inicio

Página 4 de 7

—¿Es cierto que la familia Cummings ha puesto la casa a la venta?

—¿Va a dimitir el Secretario de Estado?

Me paré a la puerta del coche y encendí un cigarro. En una primera fase decidí no entrar en provocaciones y hacer caso omiso a toda aquella sarta de tonterías que preguntaban los periodistas. Pero luego lo pensé mejor. Era mejor agitar un poco el avispero para ver quien salía corriendo el primero.

—Ni confirmo ni desmiento nada—dije mirando a las cámaras exagerando mi cara de preocupación—. En cuanto podamos darles nueva información sobre la investigación no duden que lo haremos.

 

16

 

 

 

 

 

Comencé a recorrer los alrededores de "Mount Golf Green" observando con detalle todo cuanto me encontraba a mi alrededor. Bergen County es una zona residencial en la que salvo los fines de semana, cuesta encontrar a gente paseando por las calles a media mañana, pues lógicamente sus habitantes de corta edad están en el colegio y los mayores trabajando para pagar sus costosas viviendas.

El hecho de que estuviéramos a mediados de agosto no hacía sino dificultar las cosas. No obstante de vez en cuando encontraba a algún empleado de jardinería o limpieza, o a un jubilado paseando con su perro, o a alguna familia que había decidido disfrutar de las vacaciones en su casa. Cuando veía a alguien, paraba el coche, abordaba a la persona en cuestión, me identificaba como policía y enseñaba en mi iPhone la foto de la Señora Makenzie. Pero en todo mi recorrido siempre me encontré el mismo tipo de respuestas. Una y otra vez.

—No, lo siento, no la conozco.

—No la he visto nunca.

—Me suena, pero no le sabría decir…

—Si, algún día la he visto por aquí paseando. No, no la conozco. No, nunca hablé con ella.

—Si claro, me cruzaba con ella todas las mañanas. No, lo siento, no sé nada de ella. ¿Por qué me lo pregunta detective?

—¡Déjeme en paz, no conozco de nada a esa señora!

Bueno, era lo esperado, estaba buscando una aguja en un pajar. Decidí acercarme hasta el "Bergen Town Center", el centro comercial de la zona. Tampoco albergaba grandes esperanzas sobre aquella visita, pero no tenía nada que perder.

Dejé el coche en el parking y antes de ponerme en marcha decidí comer algo, eran más de la una de la tarde y no había probado bocado desde el desayuno. Entré en un Kentucky Fried Chicken ubicado junto a la entrada principal del centro comercial y devoré en poco más de cinco minutos unas Hot Wings con una cerveza helada que me pusieron de nuevo en órbita. Entré por fin en el edificio.

Según pude ver en el directorio había ciento veinte locales comerciales. No me arrugué, tenía toda la tarde por delante y estaba dispuesto a visitar una detrás de otra. Me puse en marcha. Tienda tras tienda repetía mis palabras como un robot. Me presentaba, me identificaba y enseñaba la foto de Joanna Makenzie en mi móvil. Con el mismo automatismo con el que preguntaba obtenía las mismas respuestas automáticas.

—Si, a veces alquilaba aquí una película.

—No, no la he visto nunca.

—Me suena su cara pero no sabría decirle.

—Uuumm… a ver déjeme que vea la foto de nuevo. Ummm…no se….

Tardé algo más de cuatro horas en recorrer las dos primeras plantas del edificio. A veces me preguntaba si no estaba perdiendo el tiempo, pero la experiencia me había enseñado a ser persistente y no desfallecer nunca. La pista más importante siempre la encuentras donde menos te lo esperas. Y así fue esa tarde una vez más.

—Sí, claro que la conozco. Es Joanna Makenzie. ¿Le ha pasado algo?

"Bingo", pensé para mí. La encargada de la peluquería "Madame Fleur" insistió en su pregunta con cara de preocupación.

—¿Dígame, le ha pasado algo?

—Tranquilícese señora, ahora le cuento con calma… ¿Venía mucho por aquí? ¿Era cliente habitual de su establecimiento?

—Sí, claro, Joan es una de mis mejores clientes. Viene todos los sábados a peinarse desde hace más de doce años. ¿Por qué me lo pregunta? ¿Está bien?

—Ahora hablamos—dije agradeciendo a todos los dioses del Olimpo que aquella peluquera no viera la televisión y no se hubiera enterado de las ultimas noticias—. ¿Estuvo también el pasado sábado?

—Sí, ya se lo he dicho, viene todos los sábados. ¿No habrá hecho alguna tontería? ¿Le ha pasado algo a su marido?

—No, su marido está bien. ¿Notó usted algo extraño en la Señora Makenzie el sábado pasado? ¿Algo que llamara su atención? ¿Se encontraba bien? ¿Le comentó alguna preocupación, algo que la inquietara?

—Bueno, agente…

—Detective. Detective Conway. Dígame por favor.

—Ella lleva tiempo bastante deprimida. Nunca me  he atrevido a preguntarle nada, lógicamente. Tenemos confianza, pero no hasta ese punto. Desanimada, ese sería la palabra exacta. Siempre fue una mujer muy alegre y cordial, pero desde que dejó el trabajo la vi que se había venido abajo. Pero dígame por favor ¿le ha pasado algo? Tengo mucho afecto a Joan.

—¿Le comentó alguna vez si tenía algún problema con su marido o con sus hijos?—insistí, eludiendo contestarla a sus preguntas—.

—Bueno, hablamos siempre un poco de todo, ya sabe, una peluquería es siempre un poco de gabinete de psicología, es inevitable…

—Sí, eso dice siempre mi mujer. ¿Le comentó recientemente algún tipo de problema?

—Con su hija no se llevaba nada bien, discutían mucho al parecer, de vez en cuando me contaba alguna bronca que habían tenido. Lo llevaba mal, al parecer la hija no quería saber nada de ella.

—Ya. ¿Le comentó algo al respecto el último día que estuvo aquí?

—Que yo recuerde no. Pero ahora que lo dice casi no hablamos nada. Estaba muy seria y parecía con pocas ganas de conversación.

—¿Le dio algún tipo de explicación, le comentó si le pasaba algo concreto ese día?

—No, no me dijo nada. Como le digo la vi muy seria y no quise forzar la situación, me gusta que mis clientas se sientan cómodas cuando vienen aquí. Pero dígame por favor, estoy inquieta. ¿Le ha pasado algo a Joan?

—Si recuerda usted alguna información que pueda ayudarme no dude en contactar conmigo por favor—le dije mientras le entregaba una tarjeta con mis teléfonos—.

—Si, así lo haré detective. Pero por favor, dígame si le ha pasado algo a Joan…

—Lamento comunicarle que Joan Makenzie fue asesinada en su domicilio el pasado sábado por la noche, a las pocas horas de salir de aquí. Fue usted una de las últimas personas en verla con vida.

 

17

 

 

 

 

 

Terminé mi ronda hasta el último local del centro comercial, pero toda la información que obtuve seguía en la misma línea. O no la conocían, o en el caso de una farmacia, una tintorería, y la cafetería "The Newyorker's" la conocían levemente de ir por allí, pero no sabían absolutamente nada de su vida. Mi trabajo en el centro comercial había terminado. No es que hubiera sido la tarde más productiva de mi vida, pero al menos había obtenido una certeza: algo andaba mal en la vida de la Señora Makenzie desde un par de años atrás. Y puede que ahí estuviera el origen del asesinato.

Salí del centro comercial, llegué al parking y me subí al coche. Puse rumbo a casa, eran cerca de las ocho y estaba completamente agotado, había sido un día duro. Pero nada más pasar por delante de Roslyn Park cuando estaba a punto de tomar la I-180 rumbo a Manhattan mi cabeza y mi corazón me dijeron que diera la vuelta. Y siempre hay que hacer caso a las corazonadas.

Tomé la primera salida a la derecha en dirección a Clifton, di un pequeño rodeo a través de Hollburn Square y pocos minutos después estaba aparcando de nuevo en la puerta de "Mount Golf Green". Me bajé del coche, crucé de nuevo la ya reducida nube de periodistas ignorando completamente sus estúpidas preguntas y enfilé directamente hasta la cabina del vigilante.

—Buenas noches otra vez Tom, necesito su ayuda.

—Buenas noches, detective Conway—me contestó bastante sorprendido por mi visita—. ¿De nuevo por aquí?

—Si, amigo, de nuevo por aquí, haciendo horas extras. Tengo unas preguntas que hacerle.  ¿Ha habido en los últimos meses alguna persona merodeando por la urbanización? ¿Alguna persona que haya podido levantar sus sospechas?

—No señor, ninguna en absoluto, puedo asegurárselo. Solo hay vigilancia por las noches, pero por las mañanas está Mario, el jardinero y es una persona muy eficaz, si hubiera habido cualquier cosa extraña me lo habría dicho.

—¿Hay otro empleado? No he visto ninguno aparte de usted en estos días que he venido por aquí…

—Es que Mario está de vacaciones, no vuelve hasta el uno de septiembre.

—Ah, entendido. ¿A qué hora entra el jardinero por las mañanas?

—A las nueve.

—¿Y a qué hora sale?

—A las cinco. Esta de nueve de la mañana a cinco de la tarde.

—Y usted entra a las ocho de la noche, ¿no es así?

—Sí señor, a las ocho.

—Y sale a las ocho de la mañana, ¿correcto?

—Correcto detective—contestó ya nervioso por tantas preguntas—.

—Lo que significa que entre las ocho y las  nueve de la mañana y las cinco y las ocho de la tarde no hay ningún empleado en la urbanización, ¿es así?

—Así es, señor.

—¡Me cago en mi puta madre!—exclame completamente cabreado—.

—¿Per… perdón?—contestó aquel pobre hombre completamente de los nervios—.

—No, disculpe Tom, no le digo a usted, me lo estaba diciendo a mí mismo. El asesino de la Señora Makenzie entró en la urbanización entre las ocho y las nueve de la mañana, aquí a esa hora no está usted vigilando.

—No, a esa hora no estoy señor…

—Entró en uno de los chalets vacios que están a la venta. Se escondió allí todo el día, salió de la casa, cometió su crimen y se volvió de nuevo a la casa vacía a pasar la noche. Según se fue usted a las ocho de la mañana salió de la urbanización sin que nadie le viera. ¡Ahora lo entiendo todo!

Tom el vigilante me miraba como si estuviera completamente loco. Y no sé si ya lo estaba del todo, pero desde luego estaba en el camino a ello con paso firme y decidido.

—Tom, una pregunta. ¿Recibió la Señora Makenzie en alguna ocasión alguna visita encontrándose sola en casa, sin que estuviera su marido?

—Que yo recuerde no, señor.

—Y por las mañanas, cuando la Señora Makenzie se iba a dar su paseo todos los días ¿recuerda usted si el Señor Cummings recibió alguna visita a solas algún día, estando la señora fuera?

—No señor, al menos que yo recuerde.

—¿Y la Señora Makenzie siempre salía de paseo sola y regresaba sola?

—Siempre señor. Jamás la acompañó nadie. Ya le he comentado que…

—Si, si ya lo sé, que casi no salían ni recibían visitas. Pero joder, algo tiene que haber detrás de ese asesinato. No fue un robo, no había desaparecido nada de valor. Nadie mata por nada…

—Hay… hay una cosa que no se si comentarle detective… este es mi puesto de trabajo y no quiero problemas, tengo cuatro hijos…

—Puede confiar en mi Tom—le dije mientras se me encendían todas las alarmas—Cualquier información que me facilite será absolutamente confidencial.

—Verá… en el correo para la Señora Makenzie de vez en cuando aparecía un sobre extraño…

—¿Cómo que extraño?—pregunté intrigado—.

—Sí, un sobre que llamaba la atención. Un sobre rojo, por eso lo recuerdo. Completamente rojo. Yo, lógicamente, lo ponía con todo el correo de la casa, que recogía a diario la Señora Makenzie cuando se iba a pasear.

—Ya. ¿Y…?

—Pues bien, la semana antes de ser asesinada, llegó uno de esos sobres. La señora Makenzie recogió el correo como todos los días y salió de paseo. Cuando volvió la vi en la cara que había estado llorando, venía muy triste. Me dijo que por favor, si volvía a llegar un sobre como ese lo rompiera y lo tirara a la basura sin entregárselo.

—Joder Tom ¿Por qué no nos contó eso desde el primer día? ¡Es un asunto muy importante, estamos investigando un asesinato!

—Si detective… lo siento…no quiero problemas aquí… me pareció que era un asunto personal y…

—Joder Tom… ¡Joder! Vale, no se preocupe. ¿Ha vuelto a llegar algún sobre como ese?

—No señor, ese que le digo fue el último, después de darme esas instrucciones la Señora Makenzie no ha vuelto a llegar ninguno.

—¿Está seguro?

—Completamente señor.

—¿Tiene idea de que podía contener ese sobre? ¿Le comentó algo la Señora Makenzie? ¿Venía algún remitente?

—No tengo ni idea de lo que traía, no suelo cotillear el correo de los vecinos…

—Pues será usted el único empleado de urbanización de todos los Estados Unidos de America que no lo haga…

—No, no lo hago nunca detective, créame.

—Hace bien. Es un delito federal.

—Lo sé, detective. Pero ese sobre llamaba la atención, por eso lo recuerdo. No solo era completamente rojo, sino que no llevaba ningún tipo de remite. Solo venia el nombre de la Señora Makenzie escrito a mano con un rotulador grueso de color azul. Nada más. Por eso lo recuerdo.

—De acuerdo Tom. Le creo. Si llega de nuevo un sobre como ese ya sabe lo que tiene que hacer.

—Sí señor, llamarle inmediatamente.

—Correcto Tom. Llamarme inmediatamente. Una última cosa. No comente absolutamente a nadie el tema de ese sobre ¿me entiende? A nadie bajo ningún concepto.

—De acuerdo detective, no se preocupe. ¿Tampoco al Señor Cummings o a su hijo?

—Efectivamente Tom. A nadie. A nadie en absoluto.

18

 

 

 

 

 

Era demasiado tarde y no me apetecía preparar nada al llegar a casa, Carrie tenía turno de noche en el hospital y pensaba meterme en la cama a los tres minutos exactos de terminar de cenar. Pasé por el centro comercial de nuevo, había visto un Pizza Hut en mi visita de la tarde y decidí pasarme a comprar una Pepperoni Lovers que solo tuviera que calentar en el microondas mientras me quitaba los zapatos. Cuando estaban preparándome el pedido sonó mi móvil. Estuve a punto de no cogerlo y dar por cerrada la jornada de trabajo hasta el día siguiente, pero vi en la pantalla que era Alex.

—Hola Alex. Me pillas recogiendo una pizza y me voy para casa, estoy muerto. ¿Como andas?

—Como una rosa. Según cuelgue contigo me voy a cenar a casa de una japonesa que conocí ayer y la cosa promete. ¿Tienes dos minutos?

—Por supuesto, cuéntame.

—Ya he hecho todos los deberes ¿Por dónde empiezo?

—Por donde quieras. Dispara.

—Veamos. Confirmado, el juez y su hijo estuvieron en el beisbol.

—¿Durante todo el partido?

—Así es, durante todo el partido. Me han dado en el club los datos de la hora a la que llegaron, queda registrado cuando pasan las entradas por el lector del código de barras. Estaban allí media hora antes de que empezara el partido. También me han dado los datos de socios sentados en las butacas limítrofes. He localizado a tres, les he pasado las fotos del juez y su hijo por email y rápidamente me han contestado todos afirmativamente. Estaban sentados junto a ellos, lo recuerdan porque por lo visto el juez es un aficionado caliente y se tiro todo el partido jurando en hebreo contra los Giants de San Francisco.

—Gran trabajo Alex, gran trabajo, enhorabuena.

—Gracias jefe.

—Un tema menos, ya sabemos que los dos estuvieron allí. ¿Más cosas?

—Completamente confirmado que el famoso vecino que trabaja en el aeropuerto no salió de casa esa noche, he hablado con los de recursos humanos del JFK y han mirado su ficha de entrada y salida de ese día. No fue a trabajar, era su día de libranza.

—¿Coño, entonces por qué dice el vigilante que le vio salir esa noche hacia el trabajo?

—No tengo ni puta idea. Pero está claro que o está mintiendo o que le confundió con otro vecino de la urbanización.

—O que se quedó dormido y sabe que como le pillen le plantan en la calle. Habrá que volver a hablar con él, ¿te ocupas tu?

—Sin problema, mañana me paso a verle de nuevo.

—Pónselos de corbata, dile que te diga la verdad de una puta vez o que le vamos a joder, ¿ok?

—Oído. Le voy a hacer un tercer grado. ¿Me lo llevo detenido a la comisaría unas cuantas horas para que se acojone?

—No coño, tampoco lleguemos a eso. Si nos lo llevamos empezaran a correr rumores por la urbanización y pueden acabar despidiéndole. Parece buen tipo y es padre de familia. Acabo de estar con él y parece querer colaborar. Aprieta pero no le ahogues, simplemente necesitamos saber si salió algún vecino más o no después de Mary Peet para cerrar ese hilo.

—Ok jefe. Por último. Hablé según llegué a la comisaría con un antiguo compañero de la Academia que está en delitos tecnológicos en la policía de Los Ángeles.

—Cojonudo, eres un fenómeno. ¿Cuándo sabremos algo?

—Ya lo sabemos, jefe. Soy un maquina.

—¡Joder y tanto!

—Christine Cummings, la hija. Buenas y malas noticias.

—Dame primero las buenas, llevo un día de mierda.

—Como tú mandes. Comprobado y verificado, estaba en Los Ángeles. Lo confirma uno de sus profesores en UCLA y varios compañeros suyos de la residencia.

—Perfecto, un sospechoso menos. Gran trabajo Alex.

—Espera que no he terminado…

—¿Me vas a dar las malas noticias? ¿No pueden esperar a mañana?

—Por mi sí. Pero te conozco y te veo llamándome a las tres de la madrugada diciéndome que no puedes dormir y que te cuente la historia.

—Yo no hago esas tonterías—dije sarcástico—siempre duermo como un bebé.

—Eres un mentiroso y lo sabes. ¿Te lo cuento o no?

—Venga, hazlo malvado, jódeme la noche…

—Al parecer la tía es una loca peligrosa de tres pares de cojones.

—¿¿Cómo?? No me cuadra en esa familia.

—Pues que te vaya cuadrando. Dos veces internada en un psiquiátrico y tres estancias en la cárcel de entre un mes la más breve y tres meses la más larga.

—Hostias. ¿Estás absolutamente seguro de esa información?

—Completamente. Es una pieza de museo. Tengo aquí la ficha policial que me ha pasado mi amigo, mañana te la enseño.

—¿Qué delitos ha cometido?

—Tráfico de estupefacientes, conducir borracha y prostitución. Todo de poca monta, pero…

—¿Prostitución?

—Correcto. La detuvieron haciendo una mamada a un taxista en Mullholand, a las afueras de Los Ángeles, en una zona habitual de prostitutas  callejeras.

—No doy crédito… El juez me dijo que se llevaban mal, pero no me contó absolutamente nada de que la niña era la oveja negra de la familia.

—Pues al parecer lo es. Y hay más cosas.

—Madre de Dios, si lo sé me espero hasta mañana. Dime Alex…

— Al parecer tuvo otra denuncia por acoso, intento de chantaje y amenazas de muerte. No se fue cinco años a la cárcel porque finalmente retiraron la denuncia. ¿Y sabes quien la retiró?

—Ni idea Alex, ni idea…

—Su madre. La fallecida Señora Joanna Makenzie.

 

19

 

 

 

 

 

Me despedí de Alex y colgué el teléfono. Aparecía un nuevo elemento en todo aquel embrollo y era un elemento distorsionador con el que no contaba. Y buena pinta no tenía. Al parecer la vida de Christine Cummings no iba por el buen camino y el odio hacia su madre no se limitaba a no dirigirle la palabra tal y como me había informado el juez, sino que la cosa claramente había rebosado ese límite tiempo atrás y muy gorda tenía que haber sido la cosa para que Joanna Makenzie la hubiera puesto una denuncia por amenazas de muerte.

Estaba extenuado. Por fin me entregaron la pizza, pero las últimas noticias me habían desbordado y a la hora de pagar decidí añadir al pedido una Newcastle bien fría y dar buena cuenta de la Pepperoni Lovers allí mismo. Me senté en una de las mesas del local y devoré la pizza como si me fuera la vida en ello, supongo que fruto de la ansiedad. Pedí otra Newcastle helada para bajar bien la pizza y di por concluida la cena.

La vuelta de mis vacaciones había sido terrible y ya me encontraba tan cansado como si estuviéramos a finales de junio y tuviera mi merecido descanso de las vacaciones de verano al alcance de la punta de mis dedos. Dejé de soñar. Acababa de empezar la temporada y me quedaban por delante once duros meses de trabajo.

Salí de nuevo al parking, subí al Wrangler y puse dirección a casa. La salida principal del parking estaba cortada por obras de mantenimiento y tuve que rodear todo el centro comercial para tomar la salida secundaria por la parte trasera de edificio. Nada más salir del recinto e incorporarme a la avenida, observé como, pegado a un pequeño parque, había un bar escasamente iluminado que pasaba prácticamente inadvertido, situado en los bajos de un edificio de oficinas de cuatro plantas con una pinta bastante cochambrosa, yo diría incluso que medio abandonado. Un rotulo de neón a medio funcionar lo anunciaba como "The Wonderland", un nombre claramente desacertado para tan triste, deprimente y desapacible lugar. Parecía evidente que el centro comercial había fagocitado al resto de negocios de la zona, porque no había ni un solo coche aparcado en la puerta y a través de las grandes cristaleras que daban a la calle solo se veía dentro a un par de parejas tomando una cerveza apoyados en la barra con cara de aburrimiento, mientras el camarero miraba un partido de baloncesto en la televisión.

Seguí mi camino, pero solo treinta o cuarenta metros. Frené en seco y tiré marcha atrás hasta llegar de nuevo a la puerta del bar. Miré de nuevo el interior. Me dio un pálpito. Aparqué el coche en la puerta de "The Wonderland", me bajé y entré.

—Cerramos en veinte minutos—me dijo el camarero con desgana—.

—Me sobran quince, pero gracias por el aviso. Un Jack Daniel's, por favor. Sin hielo.

—Yo también lo tomo sin hielo—dijo el tipo más animado a darme conversación—. El bourbon con hielo es un atentado contra el buen gusto. Lo agua y pierde todo el sabor. ¿Le gustan los cocktails?

—Muchísimo. Mi padre los hacía de muerte y me aficioné pronto a ellos. ¿Qué me ofrece?

—A un bebedor de Jack Daniel's solo puedo proponerle… un Manhattan.

—Que sean dos. Le invito a uno.

—Nunca digo que no—contestó el tipo con cara de sorpresa—. Muchas gracias. ¿Es nuevo en el barrio?—dijo mientras añadía los ingredientes del Manhattan a la coctelera—.

—No exactamente—le dije poniendo un billete de veinte encima de la barra con la mano derecha y enseñándole la placa con la izquierda—. Necesitaría que me echara una mano.

—Vaya. Ya me extrañaba un nuevo cliente a estas horas. Este barrio es un cementerio, aquí no sale ni Dios—dijo mientras agitaba con gran profesionalidad y estilo la coctelera—. Y desde que abrieron el puto centro comercial ya ni le cuento. ¿En qué puedo ayudarle agente…?

—Conway. Detective Bob Conway, Brigada de Homicidios. ¿Conoce usted a esta mujer?—pregunté enseñándole la  foto de Joanna Makenzie que llevaba enseñando en mi móvil durante toda la tarde—.

—Si, si la conozco—contestó sirviéndome la copa—.

—¿Venia mucho por aquí?—pregunté de nuevo intentando disimular el frio que me acababa de empezar a recorrer la espalda—.

—No mucho. Solo de vez en cuando. ¿Esta bueno?—preguntó con interés tras observar mi primer trago—.

—¿Le soy sincero?

—¡Por favor!

—Está cojonudo. Le felicito.

—Gracias detective—dijo con cara de satisfacción—.

—Me decía usted que esta señora venía por aquí de vez en cuando—pregunté retomando los asuntos de trabajo— ¿Y eso cuanto es? Vamos al grano amigo, tiene usted tantas ganas de llegar a su casa como yo.

—No sé, cada dos o tres meses más o menos. Se pedía un café y se sentaba en aquella mesa del fondo—dijo el tipo señalando una esquina con la cabeza—.

—Siempre en chándal, por la mañana, supongo…

—Así es. Le iba a preguntar que por qué lo sabía, pero me he dado cuenta de que sería una pregunta estúpida…

—Si, efectivamente, sería una pregunta bastante estúpida, soy poli. ¿Qué hacia exactamente cuando venía por aquí? Necesito detalles, si es tan amable.

—Sin problema detective, sin problema. Llegaba y se pedía un café como le decía. Nunca comía nada, solo café. Se ponía a leer el Times, hasta que llegara el hombre, charlaban un rato y…

—Perdone ¿qué hombre?

—Pues… el hombre con el que venía siempre. Siempre quedaba aquí con un tipo. Él tampoco comía nada. Se pedía un par de cervezas mientras hablaba con ella y luego se iban. Y ya.

—¿Cuánto tiempo estaban aquí más o menos?

—Uf. No sé decirle…hora, hora y media…

—¿Escuchó alguna vez la conversación? ¿De qué hablaban?

—Soy camarero hace casi cuarenta años detective. Tengo por costumbre no escuchar las conversaciones de mis clientes.

—Ya, pero… ¿era una conversación normal? ¿discutían?

—No en alto, no a voces, pero yo creo que sí, que discutían. El tipo parecía un poco violento.

—¿Como era ese hombre? ¿Sabría reconocerle?

—Perfectamente. Nunca olvido una cara y el negocio no es que vaya muy bien, no suelo tener esto hasta arriba de gente. Unos cuarenta y tantos años. Alto, moreno, complexión fuerte. Fumaba mucho, recuerdo que salía cada dos por tres a la calle a fumarse un cigarro. No debía de andar muy bien de pasta. Siempre pagaba ella y un día el tipo se dejó olvidado un paquete de tabaco encima de la mesa con dos cigarros y volvió a las tres horas a por él a recogerlo. El tipo era bastante…

—¿Recuerda la marca de tabaco?

—¿Qué tabaco?

—¡La que fumaba el tío, coño!—grité ya bastante nervioso sabiendo que estaba cerca de dar el pelotazo—.

—Hombre, uno es observador pero hasta ahí no llego…

—¿Recuerda si el paquete de tabaco a por el que vino era azul? ¿Azul y blanco?

—Coño, podría ser. Esto fue hace un par de semanas  más o menos, tal vez tres. Yo creo que sí… Es que yo no fumo y no controlo mucho de marcas, lo siento…

—¿L&M? ¿Le suena?

—Uf, no lo sé…no sabría decirle. Solo recuerdo que sí, que era blanco y azul.

—¿Recuerda la marca de cerveza que bebía? ¿Puede que fuera Bells?—dije intencionadamente para no condicionar su memoria—.

—No, no era Bells. Yo soy un profesional. De tabaco no sé, pero aquí entra un cliente un día y al segundo no hace falta que me pida, me acuerdo perfectamente de lo que bebió. Ese tipo siempre bebía Budweiser. Dos Budweiser, una detrás de otra.

"Hijo de puta", pensé para mí. Ese era el tipo que se escondió en la casa vacía y se cargó a Joanna Makenzie. No le dije nada al camarero, no quería asustarle.

—¿Por qué dice que el tipo era un poco violento?—le pregunté al borde del ataque de nervios—.

—A veces perdía un poco los papeles con la señora. No la gritaba, pero se le veía que se ponía nervioso y la intimidaba con aspavientos. La última vez fue la peor.

—¿Hace un par de semanas?

—Si, el último día que vinieron. Ahí sí que se le fue la olla. Empezó a dar puñetazos encima de la mesa y a levantarle la voz. Le llamé la atención y se fue muy cabreado, con cara de malas pulgas. Fue el día que se dejó el tabaco el muy gilipollas, del calentón que llevaba. Estuve a punto de no dejarle entrar cuando volvió a los dos días, pero al final…

—¿Volvió? ¿Pero no me ha dicho antes que el día del tabaco fue el último día que vino por aquí?

—Sí, pero eso fue con la señora. Siempre quedaba con ella sola. Pero la última vez, dos días después de la bronca que le acabo de contar volvió de nuevo…

—¿Solo?

—Vino solo, pero había quedado aquí con otro señor.

—Pero vamos a ver si me estoy enterando. Ese tipo siempre venia aquí y quedaba con esta señora de la foto…

—Correcto.

—La última vez que vino la señora discutieron…

—Correcto.

—Y a los dos días el tipo volvió, pero había quedado con otro señor que era la primera vez que venía por aquí…

—Correcto detective. Correcto.

—¿Como era el otro señor?

—Unos sesenta años, gordo, pelo canoso, buena pinta, bien vestido y buenos modales.

—Espere un momento—dije pensativo mientras colocaba las piezas de aquel rompecabezas—.

—No tengo prisa, detective, espero lo que haga falta, faltaría más.

—Preste atención, se lo ruego encarecidamente—dije cogiendo de nuevo el iPhone y mostrándole una foto de John Cummings, el hijo de la Señora Makenzie—. ¿Conoce a este hombre?

—No le he visto jamás.

—¿Y a esta mujer?—pregunté de nuevo enseñándole una foto de Mary Peet—.

—No, no la conozco de nada.

—¿Y a esta otra?—dije enseñándole una foto de la loca de Christine Cummings–.

—No, no la he visto nunca.

—¿Y a este caballero?

—¡¡Sí!! ¡A este sí! Este es el hombre que vino la última vez y quedó con el chulo este. Venía muy bien vestido y el tipo era muy educado, como le digo. Estuvieron hablando cerca de una hora y luego este señor se levantó y le dejó al chulo sentado ahí en la mesa, luego…

—Vale amigo. Ya sé todo lo que tenía que saber—mentí—. Le agradezco mucho su ayuda. Tal vez tenga que venir de nuevo por aquí a molestarle.

—Lo que necesite detective. Owen Fuller. Lo que necesite, yo siempre estoy de parte de la ley… Ya me han robado tres veces aquí, si no fuera por ustedes me habrían robado veinte.

—Gracias Owen. Ha sido usted muy amable. Y muy rico el Manhattan.

Apuré el dedo que me quedaba del cocktail en la copa y salí por la puerta. Encendí un cigarro y me quedé mirando al cielo sin saber muy bien qué hacer. En aquel momento no era capaz de averiguar quién coño era aquel tipo con el que se juntaba de vez en cuando la Señora Makenzie en aquel bar de mala muerte. Pero mucho menos alcanzaba a comprender para qué cojones había ido allí el juez Cummings a reunirse con el asesino de su propia esposa unos pocos días antes de su muerte.

 

 

 

 

 

 

TERCERA PARTE

 

DOS O TRES GOTAS

DE ANGOSTURA

 

20

 

 

 

 

 

A la mañana siguiente llegué pronto a la oficina. Por un lado no pude pegar ojo en toda la noche. Por otro, cuando llamé a Alex según salí del bar para ponerle al tanto de las novedades que había averiguado, me había dicho que le habían confirmado que tendríamos a primera hora de la mañana los resultados que teníamos pendientes tanto por parte de Baranski, nuestro forense de cabecera, como por parte de nuestros compañeros de la policía científica, en lo relativo a los restos hallados en el chalet vacío en el que se había escondido el asesino.

La autopsia de la Señora Makenzie no nos aportó ningún dato que no conociéramos, pero sí que confirmó definitivamente la información preliminar que nos habían facilitado hasta la fecha. La autopsia confirmaba que los tres disparos se habían realizado con la pistola prácticamente apoyada sobre la sien, a menos de un centímetro del parietal derecho. O sea, un tiro a quemarropa.

La autopsia también confirmaba que el arma homicida había sido la Browning propiedad del marido de la fallecida, el juez Cummings. Por último, el informe ponía de manifiesto que no se habían apreciado en el cadáver huellas de pelea ni forcejeo. Todo ello unido a que en la casa no se había producido robo alguno, ni se había forzado la puerta de entrada, ni tampoco ninguna ventana de la vivienda, no hacía sino ratificar que la Señora Makenzie conocía a su asesino, le había abierto ella misma la puerta de su casa y había sido pillada completamente desprevenida.

En cuanto a la policía científica, el informe sobre los restos encontrados en la casa vacía en la que había pernoctado nuestro asesino tampoco nos arrojó ningún tipo de luz para esclarecer el caso. Se identificó el ADN del asesino a través tanto de las latas de Budweiser como de las colillas abandonadas, pero el individuo propietario de dicho ADN carecía de cualquier tipo de antecedentes penales y policiales, por lo que se desconocía por completo su identidad.

Igualmente, dichos datos de ADN se habían cruzado con los del juez Cummings, su hijo John, su hija Christine y su nuera Mary Peet y con toda seguridad no pertenecían a ninguno de ellos. Nos servirían como prueba judicial una vez detenido el asesino, pero desde luego no iban a contribuir a facilitarnos la más mínima pista sobre la identidad de éste.

Estaba perdido, no sabía por dónde continuar la investigación. Repasé concienzudamente una y otra vez todo el expediente del asesinato de la Señora Makenzie y no encontraba ningún agujero en nuestro procedimiento, ni el más mínimo hueco en nuestra investigación, ni el más mínimo cabo suelto sobre nuestras pesquisas.

Tampoco teníamos claro quien había entrado y salido la noche del asesinato de la urbanización. Alex le había apretado las clavijas al vigilante nocturno y éste había acabado cantando que se había quedado dormido durante el servicio y que toda su información relativa a la hora de salida de Mary Peet, así como la supuesta salida del vecino que trabajaba en el aeropuerto por las noches, era más falsa que Judas. Todo su relato estaba basado en la nada. El tipo, ante la gravedad de los hechos, se había limitado a repetir como un papagayo el cuento que se había inventado para que no le pillaran en el renuncio de que estaba echándose una agradable siesta nocturna mientras freían a tiros a una vecina de la urbanización a cien metros escasos de su puesto de trabajo.

Solo podía agarrarme a intentar identificar lo más rápidamente posible al misterioso confidente con el que la asesinada mantenía sus reuniones periódicas en el "Wonderland", aquel bar de mala muerte situado junto al centro comercial. Al menos por el momento descarté preguntar al respecto a los familiares de la mujer asesinada. Para ser francos, a aquellas alturas no me fiaba de ninguno de ellos.

Era simple intuición, todas las pruebas practicadas hasta la fecha les descartaban a todos los miembros de la familia Cummings como autores del asesinato, pero mi olfato me decía que no podía confiar en ellos. Necesitaba información de la familia, pero de alguien que no perteneciera a ella. Y solo tenía un candidato. Introduje en Google el nombre que andaba buscando y en poco más de veinte segundos obtuve la dirección que necesitaba. Descolgué el teléfono para concertar una cita, pero cuando había marcado la mitad de los números, colgué de nuevo el auricular. No. Era mejor hacer la visita por sorpresa.

 

21

 

 

 

 

 

—Gracias por recibirme, Doctor Porter. Siento no haberle avisado antes, ha sido algo improvisado, pasaba cerca de aquí y se me ocurrió visitarle…

—No hay problema detective Conway. Me coge usted con un día tranquilo, han anulado un par de citas en la consulta. Pero sinceramente no creo que pueda ayudarle, ya le dije todo lo que sabía el día que hablamos en el hospital…

—Lo sé doctor, lo sé, pero este caso no me deja dormir por la noches y no me queda otro remedio que volver a acudir a usted. Los Cummings tenían pocos amigos…

—Sí, son una familia poco dada a la vida social. Mi mujer y yo somos prácticamente los únicos amigos que tenían.

Ir a la siguiente página

Report Page