Manhattan

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—Si, si le conozco, señor—respondió rápidamente el camarero—.

—¿De qué le conoce?—pregunté conociendo perfectamente la respuesta, mientras no perdía de vista la cara de estupefacción del juez—.

—Estuvo hace aproximadamente tres semanas en mi local, señor.

—¿Solo o acompañado?

—Acompañado, señor.

—¿De quién?

—Tuvo una reunión con otro hombre…

—¿Cómo era ese hombre, Owen? ¿Puede describirlo?

—Si, por supuesto. Cuarenta, cuarenta y cinco años a lo sumo, complexión fuerte. Alto, moreno. Vestía una cazadora negra de cuero y unos vaqueros y…

—Es suficiente Owen. ¿Era la primera vez que iba ese hombre por allí?

—No señor. Ese hombre iba por allí cada dos o tres meses. Se reunía con otra señora que…

—¿Con esta señora?—pregunté mientras exhibía ostentosamente una foto de Joanna Makenzie que saqué de la carpeta y que dejé a la vista del juez—.

—Efectivamente, con esa señora, detective Conway.

—¿Quiere que sigamos Señor Cummings, o ya ha hecho memoria?

—No, déjelo detective—contestó tras pensárselo unas centésimas de segundo—. No es necesario que sigamos. Creo que puedo explicárselo todo…

"3-0". Todo marchaba según lo previsto. Pero aun no había acabado el partido.

—¿Puedo irme, detective?— preguntó el camarero con cara de satisfacción, loco de contento por ser la estrella de aquella película policiaca—.

—Si, Owen, puede irse. Estoy en deuda con usted. Un día de estos me paso por el "Wonderland" y lo celebramos con otro Manhattan, ¿le parece?

—Me parece perfecto, detective Conway. Será un placer.

Dejé salir a aquel tipo curioso por la puerta y saqué mi paquete de Camel.

—¿Le importa que fume, Señor Cummings?

—No sabía que se podía fumar en las comisarías de Nueva York—contestó con tristeza, sumido en sus pensamientos, rendido frente al hundimiento del Titanic—.

—Si, si se puede. Mire—dije encendiéndome un pitillo y exhalando una gran bocanada de humo—. ¿Quiere uno?

—Llevo más de treinta y cinco años sin fumar—contestó—. Pero creo que ha llegado el momento de volver a hacerlo. Deme uno, por favor.

Le pasé al viejo un Camel y el mechero. Lo encendió algo nervioso. Le dio un par de caladas y empezó a toser. Pero solo con las dos primeras. Con la tercera lo empezó a disfrutar.

—Joder, que bueno. Había olvidado este placer…

—Fumar es maravilloso. Solo tiene un problema. Que mata. Fúmese solo ese y no vuelva a hacerlo hasta dentro de otros treinta y cinco años.

—Le agradezco el consejo, Conway. Pero no creo que vaya a vivir tanto. Y de hecho, sinceramente tengo dudas de que merezca la pena hacerlo.

—¿Fumar?—pregunté para quitarle hierro a la conversación y hacer una broma que bajara la tensión en el ambiente—.

—No. No me refiero a eso—dijo esbozando una ligera sonrisa—. Me refiero a vivir tanto. Tantos años.

—Depende de cómo se vivan Señor Cummings.  Es más una cuestión de calidad que de cantidad, ¿no le parece?

—Si. Puede que tenga razón—dijo dando otra profunda calada al cigarrillo–. Bueno, tenemos una conversación pendiente detective. ¿Por dónde empiezo?

—Por donde quiera juez Cummings. Cuéntemelo todo. Le escucho—dije apagando el cigarrillo que tenia entre mis dedos y encendiendo otro a continuación—.

"4-0", pensé. Me esperaba una tarde muy dura. Mucho más de lo que podía pensar en aquel momento.

 

26

 

 

 

 

 

—Joanna fue violada cuando tenía veintiún años. Nos habíamos…

—Puede ahorrarse esa parte Señor Cummings, estoy al tanto de todo aquello.

—¿Sí?—preguntó muy nervioso—. ¡Nadie está al tanto de ese asunto! ¿Quién mas sabe esa historia?

—De momento solo yo y Alex, mi ayudante. Continúe. ¿Cuándo se enteró usted de esos acontecimientos? Me refiero a que si la Señora Makenzie le informó cuando se reencontraron ustedes de jóvenes en la universidad o fue posteriormente. Supongo que me explico…

—Se explica perfectamente detective. Yo tuve conocimiento de esos hechos hace aproximadamente un mes—contestó muy afectado—. Fue horrible para nosotros, como se podrá imaginar.

—Lo lamento. Doy por hecho que después de cuarenta años juntos tuvo que ser muy duro.

—Más de lo que pueda usted pensar, detective…

—Más o menos imagino la historia, pero continúe por favor.

—Joanna llevaba ya un par de años muy deprimida y desanimada. Le pregunté cientos de veces que le sucedía exactamente, pero nunca me quiso confesar nada. Hasta hace un mes, como le digo. Como sabe, por lo que usted me comenta, ya está al tanto de que Joanna fue violada muy joven. Fruto de esa violación nació un hijo que entregó en adopción…

—Del cual nunca volvió a saber nada, hasta hace un par de años—continúe para hacer avanzar el tema—.

—Efectivamente. Joanna había conservado en secreto todo ese desgraciado asunto durante más de cuarenta años. Era un tema muy duro y a la vez delicado para ella. Una violación, un embarazo no deseado, un niño en adopción. Los tiempos entonces no funcionaban como ahora. Ahora sería un asunto terrible. En aquellos tiempos habría sido un estigma insalvable para ella, le habría destrozado la vida.

—Entiendo…

—Joanna conservó su secreto. Empezó una nueva vida lejos de todo aquello y jamás le contó su historia absolutamente a nadie, yo incluido.

—¿Cómo reaccionó usted cuando se lo contó?

—¿Me dolió mucho? Sí, por supuesto. ¿Lo entendí? Pasado el primer impacto emocional, sí, lo entendí, y así se lo hice saber. Ella estaba muy mal de ánimos y me necesitaba a su lado en ese momento.

—¿Por qué se lo cuenta ella exactamente? ¿Por qué hace un mes? ¿Por qué razón?

—Al parecer, ese hijo de puta apareció en escena hace un par de años. Había descubierto quien era su verdadera madre y que Joanna era una abogada prestigiosa de Nueva York. Un día se presentó en su despacho y la chantajeó.

—Me imaginaba que la cosa iba por ahí…

—Al parecer le dijo que estaba dispuesto a hacer público todo el tema de la violación y la entrega en adopción. Prácticamente quería responsabilizarla de que él fuera un marginado, un tirado de la vida, un delincuente. Si lo hubiera hecho, habría sido un escándalo brutal que a Joanna le habría destrozado la vida.

—Y entró en el chantaje…

—Así es. Al parecer quedaban en ese bar cada dos o tres meses y Joanna le daba dinero…

—¿Cuánto dinero?

—La cosa empezó en diez mil dólares en cada encuentro, pero fue subiendo cada vez que se veían…

—Siempre pasa…

—Tras cada encuentro la cifra subía. La tenia bien pillada, Joanna estaba aterrorizada y seguía soltándole dinero con tal de tenerle tapada la boca.

—Craso error. Los chantajes siempre van a más y nunca tienen fin. Tenía que haberlo denunciado a la policía según apareció en escena por primera vez.

—Se lo dije cuando me lo contó todo, pero argumentó que estaba aterrada, no quería bajo ningún concepto que todo aquello saliera a la luz. Pero cada vez le fue pidiendo más y más dinero. La última entrega que le hizo fue de treinta mil dólares. Pero no le pareció suficiente, quería más. Fue ahí cuando Joanna, completamente desesperada, me lo contó todo.

—¿Cuánto le pidió?

—Un millón de dólares.

—¡¡Joder!!

—Eso dije yo. Joanna había ido sacando dinero de sus ahorros para ir haciendo los pagos hasta ese momento. Pero lógicamente ya no podía atender esa cantidad.

—¿Qué le aconsejó usted?

—Que no pagara, lógicamente…

—¿Tenían ese dinero?

—Teníamos ese dinero ahorrado para nuestra jubilación. Afortunadamente nos ha ido bien en la vida y ahora queríamos comprar una casa en Los Hamptons para retirarnos allí a disfrutar de nuestros últimos días. Le dije que no podíamos hacer eso. Era renunciar a todos nuestros planes y en pocos meses nos volvería a pedir de nuevo más dinero.

—Entonces decidió usted hablar con él…

—Correcto, así fue. Joanna le convocó nuevamente en ese bar, pero acudí yo en su lugar.

—Y le amenazó…

—Sí y no. Estuvimos casi una hora hablando. Le planteé dos cosas. Por un lado pagarle cien mil dólares. Por otro, que a cambio de ello, firmara un contrato con una clausula de confidencialidad por la que renunciaba tanto a hacer público todo aquello, como a solicitar ninguna otra cantidad futura en concepto de indemnización.

—¡Por el amor de Dios!—exclamé—. ¿Fue ese abogado que está esperándole en la puerta el que le sugirió esa puta gilipollez?

—Si, fue él. Estoy seguro que lo hizo con su mejor intención.

—Eso no lo dudo. Pero mire las consecuencias. ¿Qué le dijo entonces ese cabrón?

—Tuvimos una discusión muy fuerte. Básicamente, me dijo que me fuera a la mierda.

—Vaya elemento…

—Me dijo que quería el millón y que no pensaba firmar absolutamente nada. Esta muy crecido. Yo entonces le contesté que esa misma tarde le iba a denunciar y que me iba a ocupar personalmente de que se pudriera en la cárcel para el resto de sus días.

—Me imagino como siguió la historia.

—Me amenazó con ir a casa y hablar con Joanna. Fue entonces cuando le dije que si aparecía por mi casa le pegaría un tiro. Se echó a reír en mi cara y me dijo que yo no había visto una pistola en mi vida. Ingenuo de mí, le dije haciéndome el duro que tenía una en mi mesita de noche y le repetí que si tenía huevos de aparecer por mi casa le pegaría un tiro. Maldita sea la hora en la que le dije aquello…

—¿Qué pasó? ¿Qué le contestó?

—Me dijo textualmente: "Me vas a pagar viejo cabrón. Puedo asegurarte que me vas a pagar".

—¿Y…?

—Y se fue de allí de malas maneras dando voces. Dos semanas después Joanna estaba muerta…

Al acabar aquellas palabras el juez se puso a llorar. A llorar como un niño de nueve años cuando se entera de que su madre acaba de morir y no volverá a verla nunca jamás. Y sé de lo que hablo.

Le dejé desahogarse un rato. Cuando se tranquilizó le hice la pregunta que llevaba deseando realizarle desde que me había sentado esa tarde frente a él. Aunque ya imaginaba la respuesta.

—¿Por qué no nos contó todo esto inmediatamente según se encontró usted a su esposa tiroteada?

—Según vi a Joanna con tres disparos en la cabeza supe que había sido ese hijo de puta. Los primeros días estuve  conmocionado, no podía pensar en el hospital, entre otras cosas porque me tuvieron todo el tiempo medio drogado. Cuando llegué a casa estuve dándole vueltas al asunto. Si le denunciaba todo saldría a la luz. Además del terrible escándalo que sería para toda la familia, Joanna habría muerto para nada. Ella siempre quiso ocultar todo aquello y ahora, después de muerta, no voy a dejar su imagen manchada para siempre por culpa de ese cabrón. No lo voy a hacer, detective Conway. No lo voy a hacer de ninguna de las maneras.

—¿Aunque sepa que ese tipo asesinó a su mujer?

—Así es. Ya no tiene arreglo. Denunciarle solo serviría para manchar la memoria de Joanna. Por eso no le conté todo esto. Nadie lo sabe, salvo usted.

Encendí un cigarro y le ofrecí otro a él, que rechazo agitando la mano con la que no se estaba tapando su cara para ocultar el llanto. 

—Juez Cummings. Tengo que ordenar una orden de busca y captura de Raymond Brolin esta misma tarde. Tiene que entenderlo…

—Lo entiendo detective, claro que lo entiendo—respondió entre sollozos—.

—Le puedo garantizar que vamos a llevar todo este asunto con extrema confidencialidad. Si lo desea, no comente nada a la familia ni a su abogado por el momento. Primero vamos a detener a ese tipo. Después le pondremos a disposición del fiscal. Un tiempo después comenzará el juicio. Tal vez en ese momento su abogado esté en condiciones de negociar algún tipo de acuerdo favorable con ese desgraciado para consensuar qué y cómo se cuentan los hechos en el juicio. ¿Le parece?

—Me parece, detective Conway. Se lo agradezco mucho. Es usted un gran hombre, podría haberme acusado de obstrucción a la justicia…

—No ganaríamos nada con ello juez Cummings. Entiendo por todo lo que está pasando. Tal vez yo en su lugar hubiera hecho lo mismo—mentí para no incrementar el sentimiento de culpabilidad de aquel pobre hombre—.

—Gracias Conway. Gracias otra vez…

—Extreme las precauciones hasta que detengamos a ese tipo.

—Sí, lo haré detective…

— No creo que vuelva a aparecer por su casa, a estas alturas se debe de haber dado cuenta de que se le ha ido la mano y de que le estará buscando la policía de todos los Estados Unidos.

—Eso espero…

—Pero esté muy atento y ante cualquier movimiento sospechoso avísenos inmediatamente. Si tiene oportunidad váyase unos días fuera a descansar, le tendré informado del desarrollo de nuestras investigaciones.

—Muchas gracias Conway, quedo entonces a la espera de sus noticias. ¿Puedo irme? Necesito meterme en la cama, no me encuentro bien…

—Por supuesto juez—dije poniéndome en pie y estrechándole su mano—. Y gracias por su colaboración en estos difíciles momentos. No se preocupe de nada, me ocuparé personalmente de que la prensa quede al margen de todo esto.

Le acompañé hasta la puerta y aquel hombre que había envejecido diez años en poco más de una semana, abandonó definitivamente la sala de interrogatorios. "5-0", pensé. Aunque no fue lo único que vino a mi cabeza. También me dolió en lo más profundo de mi alma comprobar que a veces resulta muy triste ganar por goleada.

 

 

 

 

 

 

CUARTA PARTE

 

UNA ACEITUNA Y UNA CORTEZA DE LIMÓN

 

(Tres años después)

 

27

 

 

 

 

 

La orden de busca y captura contra Raymond Brolin, el asesino de la Señora Makenzie, no había tenido éxito, y aquel hijo de puta no había aparecido por ningún lado. Todo apuntaba a que se le había tragado la tierra. Se cursó entonces la orden al F.B.I, a la Interpol y a la Europol, pero fueron pasando primero los meses y luego los años y siempre obtuvimos el mismo resultado: ninguno en absoluto.

Con todo ese tipo de casos siempre acaba sucediendo lo mismo. Las primeras semanas estás pendiente de la localización del sospechoso cuatro veces al día. Un mes después solo lo recuerdas una vez a la semana. La acumulación de trabajo, los escasos medios con los que contamos y los nuevos casos que van surgiendo te impiden dedicarle más tiempo al asunto. Tres meses después de haber puesto en marcha la orden de búsqueda, tan solo te acuerdas de ese caso abierto cuando pones encima de su expediente otra carpeta con otro caso pendiente. Un año después lo has olvidado por completo.

Recuerdo que estábamos en plenas navidades. Lo sé porque había pasado toda la tarde caminando por Madison arriba y abajo a la búsqueda de un vestido que tenía pensado regalarle a Carrie. Acababa de llegar al despacho y antes de ponerme a trabajar estaba contemplando por la ventana la magnífica imagen del árbol del Rockefeller Center que se veía a distancia desde nuestra oficina. En ese momento Alex me sacó de mis pensamientos.

—Jefe, el caso de los polacos creo que lo tengo a punto de caramelo. Me han pasado esta mañana la autopsia y todo apunta a que se los cargaron los de la banda de los Kowalski.

—Estaba más claro que el agua. Buen trabajo Alex, buen trabajo. Procura cerrarlo todo mañana, a ver si podemos pasar tranquilos el día de navidad.

—¿Qué vas a hacer?

—¿Cuándo?

—El día de navidad…

—Nada en especial. Comeremos pavo y nos echaremos la siesta. Con suerte cuando nos despertemos habrá pasado el día más detestable del año.

—¿Os apetece venir a comer con mis padres? Estarán también mis hermanos y todos los sobrinos, lo pasarás genial, créeme. Luego organizamos un karaoke después de comer, el año pasado…

—No, gracias Alex—le dije evitando como pude que se me notara que aquel plan me producía auténticos escalofríos—. Ya sabes que no nos gustan las navidades, no te preocupes en absoluto por nosotros. Carrie y yo lo pasamos muy bien solos.

—Ok, como quieras, tú mismo. Otra cosa, se me había olvidado decírtelo. Esta mañana ha llegado esto de la Interpol—dijo lanzándome un papel sobre la mesa—.

Lo cogí con desgana, no quería que me entrara ni un asunto más esa tarde para poder disfrutar de unos pocos días de vacaciones. Cuando comencé a leerlo no me sonaba de nada aquel caso, pero a la segunda línea todo me vino a la memoria. "Como pasa el tiempo", pensé. "¡Ya habían pasado más de tres años desde el asesinato de Joanna Makenzie!". En el documento que me acababa de entregar Alex Interpol nos comunicaba que Raymond Brolin, el asesino de la Señora Makenzie, había aparecido dos días atrás en Trinidad, un pueblo de México cercano a Tijuana, en la Baja California, a pocos kilómetros de la frontera. Hasta ahí llegaban las buenas noticias. Las malas eran que cuando lo encontraron tenía cuatro cuchilladas en la garganta y llevaba una semana muerto.

—Hijo de la gran puta—le dije a Alex—. Hasta para eso ha tenido suerte. Se ha librado de la cadena perpetua que le esperaba en nuestro amable sistema penitenciario del Estado de Nueva York.

—Eso mismo he pensado yo. Todos los cabrones tiene suerte. ¿Cierro el expediente y nos quitamos la carpeta de en medio, jefe?

—No, vete a casa anda, es tarde y tendrás que comprar regalos para toda tu tribu de sobrinos. Ya lo hago yo ahora, me queda todavía un rato por aquí—dije señalando el montón de carpetas que tenia encima de la mesa—.

—Pues no sabes como te lo agradezco jefe, tengo mil cosas que hacer. ¿Lo cierras tú entonces?

—¡Que si coño, pesado! Venga vete anda. ¡¡Y feliz Navidad!! Nos vemos el dos de enero, disfruta de las vacaciones.

Nos chocamos las palmas de la mano como si celebráramos la última canasta de los Knicks y Alex salió por la puerta. Busqué el expediente del asesinato de Joanna Makenzie entre la montaña de papeles y al fin lo encontré. Metí la comunicación de la Interpol en la carpeta y entré en la ficha del ordenador del caso al objeto de redactar el informe final y cerrar el expediente. Me llevó poco más de veinte minutos terminarlo. Lo envié por email al departamento correspondiente, y anoté en mi agenda contactar con el juez Cummings a la vuelta de las vacaciones para informarle de los últimos acontecimientos y dar el caso por definitivamente cerrado. Por un lado me alegré de no haber pillado vivo a ese cabrón. Al fin y al cabo no podíamos resucitar a la Señora Makenzie, y la familia quería evitar a toda costa que su desgraciado pasado saliera a la luz.

Imprimí una copia del informe y lo introduje en la carpeta. Eché un último vistazo a todos los papeles del expediente recordando aquel maldito caso y cerré de nuevo la carpeta. Estaba cansado y quería irme a casa. Puse la carpeta con los expedientes cerrados para enviar a la fiscalía, apagué la lámpara de la mesa, cogí el abrigo y la bufanda y me dirigí hacia la puerta.

Pero no llegué hasta ella. Una idea potente, poderosa, y completamente inesperada me vino a la cabeza. "No puede ser", pensé. "Se te está yendo la cabeza, Bob. Demasiado trabajo". "¿Pero y si…?"

Giré sobre mis pasos y me senté en la mesa sin siquiera quitarme el abrigo. Cogí de nuevo el expediente del asesinato de la Señora Makenzie y busqué nervioso con las manos temblorosas la foto de Raymond Brolin. La encontré. Y entonces pude ver lo que había tenido delante de mis narices durante dos años encima de mi mesa y me había pasado completamente inadvertido hasta ese mismo día. "¡¡Eres gilipollas, Bob!! ¡¡Un completo y absoluto gilipollas!!

Encendí un cigarro, y luego otro y después otro, mientras me devanaba los sesos intentando colocar aquel maldito puzzle en mi puta cabeza. Hasta que se colocó. No podía ser. Pero lo era. Hice un par de comprobaciones en el ordenador que no hicieron sino reforzar mis sospechas. Volví de nuevo sobre el expediente y verifique unos datos. Y de nuevo todo iba por el mismo camino.

Solo me faltaba obtener una información. Hice una llamada y la pedí con carácter urgente. Me fui a casa. Cené algo rápido y me fui a la cama, pero me fue imposible dormir, no conseguía quitarme esa maldita idea de la cabeza. Pero tuve suerte. Me llamaron a las tres de la mañana para darme la información que había solicitado.

"¡Maldita sea, tenía razón!".

Y fue entonces y solo entonces cuando me puse en movimiento. Necesitaba confirmar un par de temas más. Y los confirmé. Carrie siempre tiene razón. "La perseverancia conduce irremediablemente al éxito". Si, efectivamente. Tengo una mujer maravillosa.

 

28

 

 

 

 

 

Eran pasadas las ocho de la noche del día de Navidad y el frio gélido de Brooklyn en aquella época del año te trituraba el alma. "Mount Golf Green", la urbanización más cara de Bergen County seguía luciendo esplendida tres años después y la decoración navideña del exterior de las casas hacia que aquello pareciera la mismísima Disneylandia. Accedí a la garita del vigilante nocturno esperando encontrar al antiguo empleado que habíamos interrogado cuando se produjo el asesinato de la Señora Makenzie, y para mi sorpresa me encontré con otro vigilante, un tal Alberto, de origen hispano. Al parecer habían despedido a Tom, el antiguo vigilante nocturno. El tal Alberto desconocía las razones exactas del despido, pero no había que ser Albert Einstein para llegar a la conclusión de que el hecho de que se quedara dormido el día del asesinato de una de las vecinas de la urbanización había tenido algo que ver en el inmediato y fulminante cese en sus funciones.

Exhibí al nuevo vigilante mi placa y, algo asustado, me dejó pasar sin demora al interior de la urbanización, no sin antes preguntarme que necesitaba hacer exactamente allí para ayudarme en lo que pudiera necesitar. Obviamente no obtuvo respuesta alguna por mi parte y me dirigí directamente al chalet de la familia Cummings. Llamé a la puerta y pocos segundos después me encontré con la cara sonriente de Juanita, la vieja empleada del hogar que prestaba sus servicios a la familia.

—Buenas noches, ¿en qué puedo ayudarle?—me preguntó con su fuerte acento mexicano—.

—Buenas noches Juanita, no sé si se acordara de mi. Detective Conway, de la policía de Nueva York. Estuve aquí cuando… cuando falleció la Señora Makenzie…

—Sí, claro que me acuerdo, Señor—contestó al cabo de dos segundos después de analizar mi cara— ¿Qué desea?

—Quería ver al juez Cummings, por favor, sé que es un día complicado, pero se trata de un asunto urgente.

—Bueno, es que estamos preparando la cena y está toda la familia reunida, ¿podría venir otro…?

— No. No puedo Juanita, es urgente. Serán solo unos minutos. ¿Sería tan amable de avisarle?

—Sí, claro…—respondió dubitativa— pase por favor, voy a decirle que está usted aquí.

Pasé al hall y me quedé esperando. Se escuchaban voces y risas que provenían desde el salón, pero cesaron inmediatamente según entró Juanita en la habitación, por lo que obviamente deduje que mi visita no había sido bien recibida. No me causó sorpresa, contaba con ello. Esperé pacientemente unos cinco minutos mientras escuchaba diversos cuchicheos en voz baja. Finalmente salió de nuevo Juanita y me indicó que pasara al salón. Lo hice y pude ver junto a un inmenso árbol de navidad a varios conocidos vestidos elegantemente para la ocasión.

—Buenas noches a todos—dije con una sonrisa de oreja a oreja—. Espero que se acuerden de mí. Siento molestarles en pleno día de navidad, pero se trata de un tema urgente. Juez Cummings, John, Señora Peet, Doctor Porter, me alegro de saludarles. Juez, necesitaría hablar con usted unos minutos.

—Bueno….esto…, si….claro, por supuesto detective. Acompáñeme a mi despacho Conway, allí podremos charlar tranquilamente—dijo mirando al resto de la familia con cara de preocupación mientras todos los presentes en la sala me miraban sorprendidos sin saber qué coño estaba sucediendo exactamente allí—.

Atravesamos el hall, tomamos un pasillo hacia la derecha, cruzamos por delante de un par de puertas y entramos al despacho del juez.

—Siéntese por favor—me dijo muy amablemente— ¿Qué es lo que sucede, Conway? Le confieso que no me parece muy apropiado que se presente usted en mi casa un día como hoy así sin avisar, y menos tantos años después de… de todo aquello.

—Lo siento, juez, como le he comentado se trata de un tema muy urgente—dije mientras me sentaba y sacaba un Camel al que prendí fuego inmediatamente sin tomarme la mas mínima molestia en pedir permiso para fumar en aquella casa—.

—Pues usted dirá—respondió en tono algo chulesco pero evitando recriminarme con algo más que su mirada mi evidente mala educación—.

—David Cummings. Queda usted detenido por el asesinato de su esposa, Joanna Makenzie. Tiene derecho a guardar silencio. Cualquier cosa que diga puede ser usada en su contra en un tribunal de justicia. Tiene derecho a hablar con un abogado. Si no puede pagar un abogado, se le asignará uno de oficio.

 

29

 

 

 

 

 

—Pero… ¿pero está usted loco?

—No juez. Estoy más cuerdo que nunca lo he estado en mi vida.

—¡Está usted loco, completamente loco! ¡Salga de mi casa ahora mismo!—dijo dando un puñetazo encima de la mesa—.

—Creo no se está enterando de nada, juez—le respondí sin alzar la voz en lo más mínimo más tranquilo que un ocho—Ya se lo he dicho: está usted detenido. En quince minutos estarán dos policías en la puerta de su casa y se le llevaran esposado. He preferido avisarle antes, soy un caballero. Eso sí, si hay algo que me jode en esta vida es que me tomen por gilipollas.

—¡¡Es que es usted un gilipollas!!—dijo a punto de soltar espuma por la boca—¡¡Pienso utilizar todas mis influencias para…!!

—¡¡Cállese de una puta vez!!—grité yo esta vez dando un buen par de hostias encima de la mesa para que el tipo se serenara—.

—¡¡Usted a mi…!!

—¡¡Que se calle cojones!! ¡¡Cállese de una puta vez!!—grité completamente fuera de sí—. ¡Es usted un asesino¡ ¡¡Un cruel y vil asesino, hijo de la gran puta¡¡ ¡¡Usted pagó cien mil dólares a Raymond Brolin para que asesinara a su mujer¡¡

El verse descubierto causó efecto. Vi en su mirada que estaba a punto de rendirse, pero el cabrón del viejo aguanto todavía un poco más el tipo.

—Raymond Brolin era también hijo suyo—continué—. Todo el rollo de la violación fue una puta mentira. Joanna se quedo embarazada de usted. No quiso abortar por sus creencias religiosas y para ustedes dos ese niño era un problema para sus ambiciosos planes de futuros juristas de prestigio educados en Harvard. Se inventaron el asalto y la violación, había que guardar las formas, un niño pijo y su novia se supone que no follan. Le acabaron colgando a aquellos dos pringados el delito. En aquella época no había pruebas de ADN y condenaron a esos dos pobres negros simplemente con el testimonio de su mujer. Cuando nació el niño lo dieron en adopción y problema terminado. Expediente impoluto, aquí no les conocía nadie y tenían un brillante futuro por delante. Tema resuelto para ustedes, ¿verdad?

—Déjeme que le explique Conway… a veces la vida…

—A veces la vida nos pone en nuestro sitio, mi querido amigo. Años después entró en escena Raymond y comenzó a chantajearles. Usted me engañó, estaba perfectamente informado de todo desde el minuto uno. Él no sabía que usted era realmente su padre, se tragó lo de la violación, como todos. Por eso solo trataba con Joanna, que le iba informando a usted puntualmente de cómo avanzaba el asunto a raíz de cada encuentro.

—Le insisto, déjeme que…

—No tengo que dejarle nada. Por eso entraron ustedes en una fuerte depresión, se les estaba yendo el tema de las manos. Cuando Raymond les pidió el millón de dólares tocaron fondo. O se los pagaban o la vida de ustedes dos se iba a la mismísima mierda. Y usted decidió salvar su culo. Le pagó cien mil dólares a ese cabrón para que se cargara a su mujer y así mataba dos pájaros de un tiro, tema cerrado. Le dijo que día estaría sola y donde estaba la pistola. A ella le contó el cuento de que Raymond había aceptado los cien mil por dejarles en paz y que  quería verla para disculparse y despedirse. Entró en la casa y nada más llegar la mató. Raymond no sabía que usted era su padre, ya no había a nadie a quien chantajear y se había llevado un buen pellizco para tirar una larga temporada.

—Conway, puedo explicarle todo, solo…

—Usted tenía vía libre para seguir en el Supremo hasta su jubilación a los ochenta años, rodeado de tranquilidad, dinero y prestigio. Incluso echarse otra amiguita pasados unos meses. Tema cerrado por su parte, todo solucionado. ¿Sabe una cosa? No sé como cojones consigue dormir por las noches, juez. Es usted un inmoral frio y calculador. Un ser completamente despreciable.

—¡No tiene usted ni una sola prueba de lo que está diciendo!

—¡Si la tengo, claro que la tengo, imbécil, si no no estaría aquí! ¿Por quién me toma? Hemos cruzado el ADN de Raymond que obtuvimos de los cigarros y las latas de cerveza abandonadas en la casa vacía con los suyos, juez. Y coinciden al 99,87 %. Raymond era su hijo. ¡El asesino de su mujer era también hijo suyo!

—¿¿Y?? ¡¡Eso no demuestra que yo tuviera nada que ver con el asesinato de mi esposa¡¡

—No. Eso solo demuestra que el asesino de su mujer era también hijo suyo, ya se lo he dicho. Lo que si demuestra que usted pagó a Raymond por asesinarla son dos cintas de video. Una en la que se le ve a usted sacando cien mil dólares en efectivo de una cuenta bancaria a nombre de Overseas Investment Company Ltd., sociedad con domicilio en Delaware de la cual tiene usted el cien por cien de las acciones…

—¿Cómo… como ha averiguado usted eso?

—La otra cinta es la copia de seguridad de las cámaras de vigilancia del exterior del centro comercial situado frente al bar en el que se reunió con Raymond y en la que se le ve pagándole esos cien mil dólares por asesinar a su mujer. Se va a morir usted en la puta cárcel Juez Cummings, tiene mi palabra.

El tipo se quedó atónito. Estupefacto. Anonadado. Acojonado. No sabía dónde meterse.

—¿Me…me da un…un cigarro Conway?—acertó finalmente a decir—lo necesito…

—Por supuesto, juez—dije sacándolo del paquete y entregándoselo encendido—. Fume tranquilamente. Le esperan unos años muy difíciles por delante.

—¿Cómo averiguó todo esto…? Ha pasado tanto tiempo. Jamás pensé que…

—Anteayer nos llegó la notificación de Interpol de que Raymond apareció muerto hace unos días en México…

—No lo sabía…

—Pues ya lo sabe. Un hijo de puta menos. Nunca le vi el más mínimo parecido con usted. El pelo largo, las patillas, el aspecto desaliñado, nunca me habrían llevado hasta usted. Pero anteayer, al ver la foto de su cadáver con la cabeza afeitada…bueno, puedo asegurarle que ese cabrón era su mismísimo retrato. A partir de ahí tiré del hilo, eso es todo.

En ese momento alguien llamó con sus nudillos en la puerta del despacho. El juez no se inmutó, estaba fumando su último cigarrillo en libertad absorto en sus pensamientos en el peor día de navidad de toda su vida. Siguieron insistiendo en la puerta y siguieron sin obtener respuesta. Finalmente abrieron la puerta del despacho y asomó la cabeza la fiel Juanita.

—Señor Cummings, perdone que le moleste, pero es urgente. Hay dos policías en la puerta y preguntan por usted—dijo aquella mujer tan simpática temblándole la voz de miedo al sentir que algo grave estaba pasando en aquella casa—. ¿Les digo que esperen?

—No, Juanita—contestó el juez Cummings—. No les diga nada, no hace falta. Salgo ahora mismo.

Cummings se puso en pie. Me miró con cara de odio y salió del despacho.

Yo permanecí sentado y encendí otro cigarrillo. "Buen trabajo Bob, buen trabajo", me dije. Envié un Whatsapp a Alex confirmándole que todo había salido bien y por fin conseguí relajarme. Me recordé  a mí mismo cuanto odiaba las malditas navidades y conté los días que faltaban para el mes de julio. "Ahora sí, de verdad, necesito unas largas vacaciones lejos de Manhattan", pensé. Decidí sacar al día siguiente sin falta un par de billetes de avión e irme con Carrie unos días a un sitio cálido con playas kilométricas rodeadas de un intenso mar azul completamente transparente. Si, lo iba a hacer y que le dieran a  todo por el mismísimo culo.

Pero justo en ese momento sonó mi teléfono móvil. Pensé que sería de la comisaría para confirmar la detención, pero al mirar la pantalla vi que era un número desconocido. Estuve pensando en no cogerlo, pero no quise quedarme con la incertidumbre sobre quien coño me llamaba a aquellas horas en pleno día de Navidad. Quería terminar con el trabajo, irme a casa y cenar con mi mujer. Decidí cogerlo, dar el parte y a continuación apagar el teléfono hasta el día de Año Nuevo.

—Si ¿dígame?—pregunté con una mezcla de desgana y curiosidad—.

—¿Bob?—preguntó una voz femenina.

—Sí, soy yo, ¿quién es?—pregunté extrañado—.

—Feliz Navidad Bob…

—¿Quién eres?

—Bob…soy Ellen…

—¿¿Cómo??

—Soy Ellen, Bob…

—¡¡¿¿Ellen??!!

—Si Bob, soy yo. Necesito tu ayuda. Me van a matar.

Me quedé helado. Era mi hermana. Y el problema no era que hiciera más de siete años que no sabía absolutamente nada de ella. El problema era que se suponía que llevaba todo ese tiempo muerta.

 

 

 

 

 

 

 

CONTINUARÁ…

 

 

 

 

 

 

 

MANHATTAN

COCKTAIL

 

Obviamente se trata de un cocktail nacido en la Isla de Manhattan, si bien su nombre no proviene de dicha circunstancia, sino del local en el que vio la luz por primera vez tan magnífica bebida. Son varias las leyendas sobre su invención, pero la más famosa de todas ellas se atribuye a Jenny Jerome, madre del político británico Winston Churchill.

Al parecer, la Señora Jerome alumbró la idea  durante una fiesta que se celebró en el año 1874 en el New York City's Manhattan Club, un famoso restaurante de postín de la época, por entonces ubicado justo enfrente del edificio insignia de la ciudad, el Empire State Building. La bebida se diseñó en honor del nuevo Gobernador del Estado, Samuel Jones Tilden, un gran aficionado al Bourbon, y a la esposa de éste, fiel consumidora del Vermouth Rojo.

 

Ingredientes

5 centilitros de Jack Daniel's

2 centilitros de Vermouth Rojo

Unas gotas de angostura

Una aceituna

Una corteza de limón

 

Preparación

Se mezclan el Jack Daniel's, el vermouth rojo y un par de gotas o tres de angostura en una coctelera con mucho hielo y se agita durante un minuto.

A continuación se cuela y se sirve sin hielo en una copa de Martini helada.

Por último, le añadimos la aceituna y la corteza de limón.

Pruébenlo. Es sin duda uno de los mejores cocktails del mundo. Se lo dice un especialista en la materia. Casi tanto como Bob Conway. ¡Salud!

SERIE DETECTIVE

BOB CONWAY

 

Bob Conway # 1. Manhattan.

 

Bob Conway # 2. Gin Fizz.

 

Bob Conway # 3. San Francisco.

 

Bob Conway # 4. Daikiri.

 

Bob Conway # 5. Mai Tai.

 

Bob Conway # 6. Whisky Sour.

 

Bob Conway # 7. Mojito.

 

Bob Conway # 8. Gimlet.

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