Magic

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Parte III. El trabajo está hecho » Capítulo 14

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—Un momento —dijo Corky—. ¿Crees que debes pasar por esa prueba?

—Le debo eso.

—Pero estás cansada, lo sabes muy bien. Creo que estás dejándote arrastrar por un absurdo estallido emocional. Llámale cuando nos hayamos establecido en algún lugar decente. O escríbele una larga carta. Eso es lo que yo haría.

Peggy lo miró y dijo: —Durante toda mi vida hice cosas absurdas, sobre todo no dar nunca la cara en los momentos de apuro. Hoy, el día de hoy, ha sido el más duro de todos en mi existencia, pero me siento satisfecha de él, Corky. Tengo que lograr que el Duque comprenda esto, tanto por mi bien como por su orgullo. Tiene que saber que yo no le abandono por otro hombre. Ha de comprender que hemos fracasado juntos. Éstas son las palabras que debe escuchar de mis labios.

Peggy consultó su reloj de pulsera y añadió: —Pronto llegará a casa. Está oscureciendo y no puede cazar a estas horas.

—Me agradaría convencerte de que yo tengo razón.

Peggy lo abrazó y permaneció un instante inmóvil entre los brazos de Corky. Luego murmuró: —Debes ir al bungalow y prepararte, preparar tus cosas. Yo haré lo mismo. Él no tardará en llegar, chalaremos, entonces iré a buscarte y… adiós.

Corky la besó sin decir nada y Peggy le correspondió apasionadamente.

—Ahora vete, por favor.

Corky se dirigió hacia la puerta y de repente Peggy preguntó: —¿Cómo es que no han venido los mecánicos de «Rolls-Royce»?

Corky sonrió y dijo: —Va a ser una sorpresa. Llamé a el Cartero cuando tú te habías ido y le pregunté si podía cancelar el aviso a los mecánicos y prestarme el automóvil por unos días.

—¿Te dijo que sí?

—Me aprecia mucho. Solamente va a cobrarme cincuenta centavos por kilómetro recorrido.

Peggy se echó a reír.

—Peggy Snow corriendo hacia la puesta del sol con un hombre que la ama y en un coche de ochenta mil dólares.

Suspiró hondo y añadió finalmente: —Bueno… En cada vida siempre ha de haber un poco de miel.

—Te quiero —dijo Corky cuando la muchacha empezaba a subir la escalera.

—Será mejor que me quieras, granuja —respondió ella alegremente.

Corky alzó una mano desde la misma puerta antes de cerrarla.

—¿Qué es lo que hay? —preguntó Fats cuando Corky entró en el bungalow.

—Nada importante. Se trata sólo del futuro.

—¿Y…?

Corky sacó su maleta del armario.

—¿Lo abandona? —interrogó Fats nuevamente—. ¡Fantástico!

Corky se inclinó en una reverencia versallesca.

—Repugnantemente increíble.

—¿Crees que no estoy un poco conmovido o nervioso?

—¿Y ahora qué?

—Pienso que nos largaremos con el «Rolls» para poder conocernos mejor el uno al otro.

—¿A dónde? ¿A dónde nos vamos?

—No te enfades, pero he pensado en que una luna de miel ha de ser solamente para dos.

—¿Hablas en broma?

—Hablo muy en serio.

—¿Quieres decir que piensas dejarme atrás?

—Te pedí que no te enfadaras. Sólo he pensado que tanto a mí como a Peg no nos haría ningún daño conocernos mejor… a solas.

—Lárgate de aquí con ese llamativo Corniche blanco y no tardarás en conocer la celda de una cárcel. No puedes irte sin mí, Corky… ¿Quién iba a pensar entonces por ti? Admito que aún no hayas pensado en eso del coche robado.

Corky se encogió de hombros y comenzó a preparar la maleta.

—Dejaré el coche en cualquier rincón, por ahí, dentro de un par de días. Ahora nadie lo busca. Lo abandonaré en una zona de barrio bajo, y créeme, ya habrá alguien que lo aprovechará. Entonces Peg y yo ya habremos desaparecido. Quiero enseñarle París.

—Hablas como si fueras el viejo Chevalier. No has estado nunca en París, ¡diablos…! ¿Qué significa eso de «enseñarle» París?

—Bueno, lo único que deseo es estar con ella. El resto del mundo puede irse a la mierda.

—¡Eh! Me parece que hablas en serio.

Corky afirmó con la cabeza.

—¡Ah, vamos, Corky! Mira que estás hablando conmigo. Yo soy el mundo para ti.

—Lo sé. No creas que esto es fácil.

—Entonces, ¿por qué lo haces?

Corky suspiró hondo.

—Porque, sinceramente, ha habido veces en las que tú has sido demasiado fuerte para mí. Eres una fuerza imponente y terrible… Quiero ver si puedo conseguir un poco de objetividad.

—No te atrevas a dejarme.

—Por favor, no conviertas esto en un drama.

—Te juro que… cualquier noche, cuando estés actuando y cuando menos lo esperes, contaré a todo el mundo lo que ha sucedido aquí.

Calmosamente, Corky replicó: —No lo creo.

—¿Qué es lo que te hace tener tanta confianza?

—Porque desde ahora en adelante trabajaré solo.

Fats no dijo nada.

—Creo que ahora ya tengo confianza en mí mismo para hacerlo —continuó diciendo Corky—. Y esa confianza se llama Peggy. Hice para ella algunos trucos con las monedas, trucos que resultaron ser algo magnífico. Es ella, Fats. Eso es lo que ella puede hacer por mí. Y voy a aprovecharlo mientras pueda.

—¿Quieres que te suplique?

—No sigas…

—¡Vaya, muchacho! ¿Recuerdas dónde estabas antes de que yo me presentara en escena? El gas estaba abierto.

—Lo sé.

—Me estás matando, ¿lo sabes? Te salvé y estuve presente en la creación… No puedes dejarme tirado ahora que estás arriba.

—No estoy arriba. He procurado progresar antes sin ti, y es posible que lo haga otra vez. Lo único que te digo es que deseo probar.

—¡Eh, Cork, por favor! Déjame estar contigo. Puedo ayudarte mucho… Al menos déjame estar cerca y puedes escribirme unas líneas de vez en cuando, no puedes vivir sin…

Corky continuó preparando la maleta.

—Te estoy suplicando… ¡Por Dios, cambia de idea! ¡Por favor, di: «Está bien, viejo Fats, puedes acompañarme…»!

Corky movió la cabeza, negando.

¿Sabes lo que significa la soledad?

Corky miró a Fats y asintió con una inclinación de cabeza.

—Yo también la he pasado —dijo Corky—, pero no más…

Una hora más tarde Peg llamó a la puerta.

—No lo entiendo. He preparado el equipaje y ya estoy dispuesta. He ensayado mi discurso hasta aburrirme. ¿Dónde estará el Duque?

—Puede que su paseo sea más largo de lo que pensábamos y que tarde en llegar.

—Es posible —asintió Peggy—. Generalmente no se mueve de esta zona, pero a veces sí lo hace.

—Tengo la impresión de que te estás enfrentando con algo a lo que no debes enfrentarte. Sería mejor para todos que nos fuésemos.

Peg movió la cabeza negativamente.

—Ha de ser como yo digo. Pero…

Peggy se detuvo repentinamente y Corky la miró esperando que continuara hablando.

—No me gusta esperar sola en la casa. Hay demasiados recuerdos que a veces me dan miedo. ¿Te importa que me quede aquí hasta que él llegue?

—¡Oh, nada de eso! ¿Por qué iba a importarme? Todo lo contrario, deseo que estés aquí conmigo.

—Y en honor de tu estancia con nosotros —dijo Fats—, me gustaría cantar una canción, una pequeña canción que yo mismo he compuesto: Se llama El Duque.

El Duque es un fantasma que a algunos nos hace vomitar Pero no quiero cantar más porque no tengo mi ukelele… —La verdad es que no estás muy inspirado —le dijo Corky.

—Sólo trato de ayudar a la pequeña Peggy a pasar el tiempo.

—Espero que no esté por ahí emborrachándose.

—¿Hay algún bar por aquí cerca?

—No, pero el año pasado por esta misma época y por dos veces se encontró con otros dos cazadores que tenían coche. Se fueron a Normandy y el Duque volvió tambaleándose a la una de la madrugada.

—¿Qué hora es? —preguntó Fats.

—Aún no son las seis —respondió Peggy.

Fats imitó el tono de una Bette Davis al decir: —Que todo el mundo se ponga el cinturón. Va a ser una noche muy sonada.

—¿Quién se supone es la persona que habla con ese tono?

—Parece que has oído a mi ego romper los barrotes de su prisión —dijo Fats—. Ése es Ezio Pinza, querida.

Peggy se echó a reír.

—Procura no animarle tanto —dijo Corky.

—Está bien. Me doy cuenta de cuando no me aprecian. Cierro la boca y arrojaré muy lejos la llave.

—Gracias por tan enorme favor —dijo Corky.

Peggy se puso de pie y miró por una ventana hacia el lago.

—¿Sabes si se ha llevado consigo alguna linterna? —preguntó.

—Lo único que vi es que llevaba el rifle para cazar elefantes. Probablemente era un tirabalas, pero lo cierto es que a mí me impresionó bastante. Sólo me indicó, como te dije antes, que sería muy agradable para todos que yo me largara de aquí, de manera que si vuelve espero que no me vea.

—Ya no puede tardar mucho —dijo Peggy—. Paciencia sobre todo.

Se sentó ante la mesa y Corky cerca de ella. Esperaron.

A las seis y media, Peggy se preguntó si debía empezar a preocuparse. Corky repuso que aquello era cosa suya.

A las siete, Peggy dijo si debería o no llamar a la Policía. Corky respondió que a donde debía llamar era a los bares. Peggy entonces decidió mandar su paciencia al diablo.

Estaba nerviosa.

—¡Maldita sea! —exclamó a las siete y media.

—Bien… vámonos de una vez —dijo Corky.

—No.

No tiene sentido seguir esperando…

Ya sé cuál es tu opinión, Corky. No tienes necesidad de repetirla de nuevo.

—Un poco de sentido común es conveniente, Peggy.

—¡Ah, dulce misterio de la vida, al fin te encontré! —exclamó Fats—. ¡Ahhhhh, por fin conozco tu significado!

—Creí que habías cerrado la boca —comentó enfadado Corky.

—Bien, alguien tiene que rescataros de vosotros mismos.

—Y tú eres un formidable rayo de sol, ¿no es así?

—Bien, no quiero fanfarronear, ¡diablos! Pero no me han nombrado director social de la Isla del Diablo por nada.

—Respuesta de malísimo gusto —dijo Corky.

—Puedo cantar otra vez esa canción de el Duque.

—Ahórranos ese tormento —dijo Peggy.

—Eres un público duro, pero espera, ya lo tengo. Celebraremos un festival Vera Hruba Ralston… No, no puede ser, he olvidado mi proyector.

Peggy comenzó a sonreír.

—Ella era terrible. Mi madre era una gran aficionada al cine… Incluso me bautizó Peggy Ann Garner.

—No sabía eso —dijo Corky.

—Bien, vosotros dos estáis empezando… Peg probablemente no sabe que guardas los recortes de las uñas de los pies. Pues sí, lo hace. Tiene una colección fabulosa. Figura como socio en Nails Unlimited.

Fats miró a los dos y añadió: —Las cosas comienzan a estar más calientes, ¿no?

—Un poco —admitió Corky.

Fats dijo a Peg:

—Ve a buscar los naipes de Corky. Te diré el porvenir.

—¿Tiene Corky naipes aquí?

—¿Acaso un oso evacúa en los bosques? ¿No estoy mejorando mi lenguaje? Tengo que hacerlo, el Papa está deseando que yo actúe en el Vaticano la próxima Semana Santa y no quiero que se asuste por mi manera de hablar.

Peggy rió y Fats añadió: —Sí, hay naipes. En la caja. Tiene que haber por lo menos seis o siete barajas.

—Necesito practicar un poco —dijo Corky cuando Peggy se acercó con unas barajas.

—Extiende los naipes para que pueda concentrarme —dijo Fats.

Corky, con una sola mano, formó un abanico con los naipes.

—¡Hummm! —murmuró Fats mirándolos—. Los naipes lo dicen todo.

—¿Como qué? —preguntó Peggy.

Fats cerró los ojos.

—Tu nombre es… es… a ver, se está haciendo claro, sí, tu nombre es Peggy Ann Blow… no… no…

—El Papa va a quedar encantado con errores como ése —comentó Corky.

Fats miró de nuevo a los naipes y dijo: —Snow, cierto, Snow, y tú eres… Ahora viene el sexo… Eres una mujer.

—Definitivamente —dijo Corky.

—Y tienes miedo —añadió Fats— de obrar bien largándote con el rey de los que guardan recortes de uñas, pero los naipes dicen que las probabilidades son buenas porque es un baboso, cierto, pero también es honesto, y tú eres una dama que busca la honestidad de manera que, en conjunto, yo diría que si puedes lograr enseñarle a tomar un baño una vez a la semana lo necesite o no, darás en el clavo con tanto éxito como cualquiera que… como dos que partiesen juntos hacia la puesta del sol.

—Gracias —murmuró Peggy casi en voz baja.

—Y por ahora ya está bien de mieles —repuso Fats—. Corky, diviértenos un rato con un poco de magia.

Corky negó con la cabeza.

—No tengo humor para eso.

—Está bien, entonces lo haré yo.

—¿También sabes hacer magia? —preguntó Peggy.

Fats movió la cabeza con gesto de duda y respondió: —Corky hace magia y yo solamente hago trucos, algo así como ejercicios de precalentamiento, o de ensayo. ¿Cómo he de empezar?

Fats cerró un ojo, inclinó la cabeza hacia un lado y se detuvo. Luego dijo: —¡Qué diablos, comencemos por un «Haz lo que yo hago»!

—¿Un… qué? —interrogó Peggy.

—Es una serie de trucos con la misma base de estratagema. Hacen efecto cuando no los conoces, pero cuando se saben hacer son un aburrimiento.

—Enséñame eso.

—¿Quieres que te lo explique o hago el truco?

—Cualquier cosa de las dos.

—Coges dos mazos y los barajas separadamente, y entonces tomas un naipe de uno de los mazos, cortas y me entregas ese mazo y tú tomas el mío y eliges un naipe y yo tomo el tuyo y saco el mismo naipe de tu mazo.

—Eso no es un truco —dijo Peg.

—Lo es, créeme —dijo Fats.

No es un truco…

—Vas a hacer que abandone la trampa. Tienes que creer lo que te digo.

—¡Magia! —murmuró Peg.

Estaba comenzando a derrumbarse, totalmente deprimida.

—Es tan sencillo que te dejará helada de asombro —añadió Fats—. Mira, todo el secreto está en que cuando tú barajas yo atisbo de rápida ojeada cuál es el naipe del fondo de tu mazo y entonces cuando tú eliges un naipe lo colocas en la parte superior del mazo y terminas el corte y esta operación hace que el naipe del fondo que yo conozco esté encima del que tú conoces, y así cuando me das tu mazo todo cuanto tengo que hacer es encontrar el naipe debajo del naipe del fondo y ese naipe será el tuyo.

—Mientes…

—Sé que no puedes creerlo —dijo Fats— porque parece excesivamente sencillo para engañar a la gente, pero Corky lo convierte en un gran espectáculo, sobre todo cuando desea acostarse con alguna dama que ha elegido entre el público, momentos en los que pone de relieve su magnífica facilidad de palabra, diciéndole que han nacido el uno para el otro, que puede adivinar sus pensamientos, y si ella cree que lo hace, no tienes la menor idea de cuánta gente hay que cree en la magia… Corky se ha acostado con infinitas damas desde costa a costa empleando este truco… y…

Fue entonces cuando Peg se puso de pie. Su decisión de resistir el ataque había sido tan fuerte que cuando se esfumó no quedó nada tras ella, ninguna clase de defensa, y así la histeria ocupó su lugar. La expresión de sus facciones cambió terriblemente y echó a correr hacia la puerta, y ya estaba subiendo por la colina cuando Corky pudo alcanzarla. Pero Peg en aquellos comentos era un terrible vendaval y él no pudo retenerla ni sacarle una sola palabra en la puerta de la casa principal, ni siquiera sosteniéndola con fuerza entre sus brazos, ya en las escaleras. Cuando Peg se encerró en su dormitorio, Corky golpeó con los puños la puerta hasta hacerse daño en las manos. Pero Peg estaba llorando demasiado fuerte para poder oírlo y cuando Corky finalmente se dio cuenta de que no le permitiría entrar, que jamás se lo permitiría, volvió al bungalow. Fats le miró fijamente cuando entró y antes de que Corky pudiera pronunciar una sola palabra, gritó agudamente: —¡Esto solamente ha sido el principio!

Corky se encogió de hombros diciendo: —Esto ha sido el fin.

—No lo creo.

—Antes te hubiera dejado cómodo, en un lugar decente, seguro, cálido. Ahora no me importa que entre aquí ese maldito gato para saltar sobre tus ojos.

—Escucha…

—Ya he hablado bastante.

—¡Escúchame!

—Lo lamento.

Tienes que escucharme.

—Pues date prisa.

—Lo haré, lo haré, pero no te muevas de esa manera como el monstruo de Frankenstein… Siéntate.

—Tampoco quiero más bromas ni chistes —dijo Corky sentándose ante la mesa.

Fats se había sentado en un sillón, con los ojos muy abiertos.

—¿Por qué crees que he hecho sonar el silbato?

—Para hacer daño.

—Ésa no es la razón principal. ¿Qué más?

—Porque estás celoso. Porque yo iba a dejarte. Estabas indignado. ¿Quieres que siga?

—No aciertas.

—Entonces, dímelo tú.

—¿Estás preparado?

—Tanto como en cualquier momento.

—Es una estupidez.

—No importa, dime cuál es esa estupidez.

—LO HE HECHO PORQUE PODÍA HACERLO.

Corky parpadeó.

Fats se echó a reír.

—No te das cuenta, ¿verdad?

Corky negó con la cabeza.

—¿POR QUÉ NO ME HAS DETENIDO?

Corky esperó.

—NO LO HAS HECHO PORQUE NO PODÍAS.

Fats casi gritaba.

—Todavía no lo entiende. Es un imbécil como un castillo de grande. Está ahí sentado, como un estúpido sin entender nada de nada. ¿Recuerdas, hace un rato, cuando estabas dejándome, y dijiste que yo era una fuerza imponente y terrible? Dijiste que había veces en las que casi era demasiado fuerte para ti. ¡Diablo! Siempre fui demasiado fuerte con todas esas estúpidas y malditas cosas que te empeñaste en meterme en el cerebro. «Estoy muy preocupado por Corky». «Corky teme al éxito». «¿Qué les sucede a todas esas mujeres que Corky ve sólo una vez?» Creías que me estabas engañando cuando era yo el que te engañaba a ti.

—¿Ya te arrepientes de lo dicho?

—No del todo. No hago más que exteriorizar unas cosas que tenía guardadas para ti. No me importa compartir de vez en cuando las luces de candilejas cuando el beneficio es común, pero esta noche, cuando te supliqué, cuando me humillé, y tú me despreciaste diciendo que ibas a trabajar sólo… Bien, ésa fue la gota que llenó el vaso y aun rebasó su contenido. ¿Dónde estaba ella cuando comenzó a salir el gas? No recibí nada a cambio, sólo una sonrisa estilo Dick Nixon, y acto seguido creé un auténtico artista. Y no voy a consentir que ahora se presente una imbécil a comerse el pastel. Desde ahora en adelante, seremos tú y yo, y no tú y ella. Tú y yo solamente.

—¿No crees que ya va siendo hora de que cambies el disco?

—Si te aburres ahí sentado, puedes ir a dar una vuelta.

Corky comenzó a recorrer la estancia de un lado a otro.

—Ve a mojarte la cara un poco. Puede que eso te ayude a recuperar el interés perdido.

Corky se acercó hasta el fregadero de la cocina y abrió el grifo del agua para refrescarse la cara. Cuando terminó, Fats estaba riendo.

—Quizá no he entendido la broma —dijo.

—La broma o el chiste eres tú.

—Me parece que eres demasiado rápido para este público.

Fats estaba riendo con tantas ganas que le costaba trabajo hablar.

—Esos trucos, los que contamos a Peggy, se llaman «Hazlo como yo hago», ¿no?

—¿Y qué?

—Podríamos llamar a nuestro truco «Haz lo que yo digo». Siéntate, Corky.

—No tengo ganas.

—¡Siéntate!

Corky se sentó en la misma silla de antes.

—Bosteza.

—No estoy cansado.

—Seguro que lo estás.

Corky bostezó y se estiró perezosamente.

—Vamos, muchacho… Ahora arrástrate por el suelo.

Corky comenzó a arrastrarse por la habitación.

—Imítame.

—¡Eh, esto es asquerosamente fantástico! —exclamó Corky imitando la manera de hablar de Fats.

—Levántate y ponte a saltar.

Corky se puso de pie rápidamente.

Fats comenzó a marcar el ritmo.

—Está bien, muchacho. Uno, dos, tres… Está muy bien, uno, dos, tres. Muy bien, muy bien. Fats te ordena reír a carcajadas.

Corky después de saltar y reírse a carcajadas se detuvo jadeante.

—¿Me crees ahora, imbécil?

Corky hizo un gesto afirmativo.

—Es nuestro secreto, tuyo y mío. Lo administraré suavemente en público, jamás lo revelaremos. Y después en privado. Jugaré de vez en cuando de esta manera sólo para recordarte que hubo un momento en el que me quisiste abandonar por una mujer.

Corky seguía respirando agitadamente.

—Ahora puedes hablar y decir lo que quieras mientras yo quiera que lo hagas, y cuando yo esté aburrido jugaremos un poco más.

—Escucha…

—Estoy aburrido. Juguemos, ve a buscar los cuchillos…

—¿Cuchillos?

—Los de el Duque, ve a buscarlos.

Corky se acercó a la diminuta cocina para coger los cuchillos.

—¿Qué es lo que crees que debemos hacer con ellos? —preguntó Fats.

—¿Quieres que talle algo?

—Bueno.

—Soy muy rápido. Puedo hacer cosas en un abrir y cerrar de ojos, de verdad…

—Estoy buscando algo que tenga verdadero interés.

Corky permaneció de pie, esperando.

Fats no pudo contener un acceso de risa.

—¿Qué significa eso de tallar cosas? ¿Intentas engañarme? Aquellos días va no volverán, ¡diablos! Pienso acompañarte, estar contigo en cada paso que des. Ahora dime, ¿qué crees que debemos hacer con esos dos magníficos y afilados cuchillos de el Duque?

—No lo sé —contestó Corky.

—Todavía no percibo ningún interés en tu tono —comentó Fats.

Por favor, no la mates.

—Jamás te privaría de ese placer. ¿Acaso crees que soy cruel o algo por el estilo?

—No puedo.

—Tengo fe en ti.

—Ella no me permitirá entrar. La puerta está cerrada con llave y no puedo derribarla.

—Emplearás el viejo truco del corazón de madera. Yo esperaré aquí con toda confianza, y cuando vuelvas ya me lo contarás todo.

—¡NO LO HARÉ!

—¿Cómo está tu cabeza, Corky?

—¿Mi cabeza?

—Sí. Creo que está comenzando a dolerte un poco. Es la jaqueca.

—No, no me duele.

Pero su ojo izquierdo comenzaba a parpadear.

—Parece que el dolor será muy violento. Uno de esos ataques de dolor que pueden durar días.

Las manos de Corky hicieron presión sobre el ojo izquierdo.

—¡Aparta de ahí las manos!

Las manos de Corky descendieron a los costados.

—Puedo asegurarte, Corky, que el dolor está aumentando cada vez más. Y estás poniéndote pálido.

—Por favor, déjame.

—¿Verdad que ahora el dolor es más fuerte?

Sí, sí.

—¡Sorpresa!

Corky dejó de parpadear.

—¿Te vas ahora?

Corky hizo un gesto afirmativo.

—El dolor ya no es tan fuerte. ¿Verdad que empieza a desaparecer?

Nuevo asentimiento de Corky.

—¿Ya ha desaparecido?

—Sí.

—¿Quieres volver a sentirlo? ¿Quieres que vuelva a ser no el mismo sino cien veces peor y con una duración de cien días?

Corky se estremeció.

—Entonces, adelante.

Corky guardó los cuchillos en los bolsillos posteriores del pantalón y se dirigió a la puerta.

—Y hazlo bien —aconsejó Fats.

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