Mafia

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Primera parte » 11

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Cristianno

Podría haberme pasado el resto de mi vida haciéndole el amor de aquella manera. Pero necesité más. Y era ambiguo que lo necesitara de todas las formas existentes.

La embestí con fuerza una vez más mientras me quitaba la camisa. Kathia volvió a gemir y tembló cuando salí de ella y le di la vuelta. Me lancé a su boca. Probablemente no esperaba una respuesta como esa, pero me dio igual. Me lo había puesto tan difícil…

La besé contradiciendo mis ganas de hacerlo lentamente y saborear el momento. Sus labios me dieron una ansiosa bienvenida mientras mi lengua se enroscaba ansiosa a la suya. Conocía su boca, sabía qué movimientos necesitaba hacer para volverla loca, pero esa vez yo perdí la cabeza mucho antes que ella. Fui puro pasto del deseo y la codicia.

Rodeé su torso provocando que su pecho quedara completamente atrapado por el mío. Kathia se aferró con fuerza a mi cuello emitiendo un excitante resuello. Un segundo más tarde deslicé las manos por sus caderas y la levanté del suelo. Ella enseguida comprendió lo que quería y enroscó las piernas a mi cintura mientras la llevaba a la cama. Nos lancé sobre el colchón sin importarme nada más que el hecho de estar entre sus muslos. Sentía como mi pelvis se endurecía un poco más por la presión de la suya y como ese calor me azotaba en las piernas llegando incluso a creer que me paralizaría.

Me alejé de sus labios y resbalé por su barbilla, hacia la clavícula, mientras mis dedos buscaban su pecho. Kathia arqueó la espalda para dejarme más espacio y me permitió levantar la camisa. En apenas un instante perdí el control y capturé uno de sus senos con mi boca.

La sensación que le siguió al gesto me enloqueció. Kathia jadeaba de placer al tiempo en que mi corazón se desbocaba. Su piel me exigía y no le importaba que estuviera siendo rudo. Quería más, así que abandoné su pecho y deslicé mi lengua por su vientre. Me incorporé sobre las rodillas, terminé de desnudarme y me quedé observándola fijamente mientras su torso se encorvaba con la entrada del aire en sus pulmones.

Apreté los dientes. La incontinencia había estado a punto de hacer que me perdiera aquel momento. Si lo hacía aprisa y obedeciendo a mis necesidades más salvajes, sabía que no lograría saciarme del todo. No quería que ese momento fuera a quemarropa.

Así que me contuve y decidí equilibrar las sensaciones y el hambre que tenía de ella.

Acerqué un dedo a sus labios. Sin apartar la vista ni instante de la mía, Kathia lo lamió y después suspiró al notar como ese mismo dedo, ahora húmedo, resbalaba por su escote. Seguí la línea hacía su ombligo, deteniéndome en el centro húmedo y ardiente de su cuerpo. Kathia abrió un poco más las piernas y me miró con fijeza sabiendo que mi boca estaba muy cerca de ella. Esa química que desprendía cada uno de nuestros movimientos casi parecía surrealista. Había deseado mil veces no ser Kathia y Cristianno. Sin embargo no serlo nos habría robado sentir ese fuerte deseo desgarrador. Estábamos demasiado conectados.

Coloqué las manos sobre la almohada, dejando su rostro entre medias, y flexioné los brazos para regresar a su boca de nuevo. Esa parsimonia con la que sus labios se aferraron a los míos hizo que tuviera un escalofrío que aumentó en cuanto mi pelvis se apoyó en la suya. Justo en aquella zona, la excitación se desbordaba, nos reclamaba. Y me acerqué al balcón de su cuerpo.

—No sabes lo mucho que necesitaba tocarte de esta manera —suspiró y después dejó que la punta de su lengua rozara mi labio inferior.

Poco a poco me introduje de nuevo en ella. La humedad me estremeció. Su interior me absorbió con firmeza, oprimiendo mi miembro hasta el punto de hacerme rozar el clímax con las yemas de mis dedos. Y me contuve, apretando los dientes y reprimiendo la respiración porque quería compartir el orgasmo con ella. Hice presión en su cintura con la mía al tiempo en que la besaba y engullía uno de sus gemidos.

—Pienso llegar hasta el final… Lo sabes, ¿verdad? —jadeé al tiempo en que ella sacudía las caderas. Me quería mucho más adentro.

—Sí…

—¿Y lo quieres? —Tartamudeé.

—Quiero todo de ti —me susurró al oído—. Todo…

—E incluso más, mi amor…

La embestí de nuevo, suavemente. Entrando y saliendo de un modo en que pudiera sentirme con total plenitud, al completo. Kathia encorvó la espalda, se retorció de placer mientras sus uñas se clavaban en mis glúteos e incrementaban la presión.

Siempre habíamos hecho el amor, pero jamás pudimos disfrutar de un sexo tan cargado de erotismo y dureza. Nos fusionamos, fuimos uno en todos los sentidos.

Kathia

Apoyé mi cabeza en el pecho de Cristianno mientras él acariciaba mi hombro y acompasaba su respiración a la mía. Nuestros cuerpos desnudos, sin barreras, enredados y completamente pegados. El esplendor de nuestras emociones lentamente volviendo a la normalidad después de haber alcanzado una y otra vez orgasmos profundos y descontrolados.

Esa forma que tuvimos de hacer el amor, intensa y desmedida, sin reservas ni barreras, compensó con creces cada uno de los minutos que habíamos pasado separados. Durante ese momento no creí en nada que no fuera aquello.

—¿Estás bien? —Susurró Cristianno, acariciándome el cabello.

Le miré y fruncí el ceño.

—¿Acaso aparento lo contrario? —Ambos sonreímos mientras me acercaba a su boca y la besaba una vez más. Ese gesto hizo que mi cintura prácticamente quedara sobre la suya. Noté como el centro de su cuerpo se agitaba.

—Por un momento creí que me había excedido —confesó él acariciando mis caderas.

—Eso no ha sido exceso, Cristianno. —Había sido pasión en estado puro. El deseo más profundo. Ciertamente, había sido brusco, pero yo se lo había exigido. Ese había sido nuestro momento y lo habíamos vivido como deseábamos.

—Me encanta cuando me nombras de esa manera —gimió repasando el arco de mi espalda. Tuve un escalofrío cuando rozó mi pecho.

Me quedé mirándole, venerando aquella mirada suya, ahora de un azul que hasta dolía.

—Cristianno. —Siseé su nombre. Esa vez con toda la intención de enloquecerlo.

Él soltó una carcajada.

—Eres una bruja —bromeó antes de besarme.

Cristianno

Kathia no se dio cuenta de que había abierto las piernas y se había colocado a horcajadas sobre mi pelvis desnuda. Notaba el calor que desprendía aquella parte de su cuerpo y el deseo por repetir de nuevo lo que habíamos hecho.

Así que me incorporé y la acomodé sobre mi regazo, de sobra preparado para el siguiente nivel. Pero recordé toda la ingente cantidad de insultos que sabía cuando de pronto escuchamos el crujido de un altavoz. Le siguió la melodía típica de apenas un par de notas que indicaba la advertencia de los pilotos. Supe que habíamos llegado a Tokio un instante antes de que hablara.

—Al habla el comandante.

—Qué oportuno, joder… —Resoplé escondiéndome en el cuello de Kathia. Ella contuvo una sonrisilla excitada.

—Le informamos que estamos a punto de aterrizar en el aeropuerto internacional de Haneda. —Su cuerpo se contrajo—. Les rogamos tomen asiento en sus butacas y abrochen sus cinturones. Efectuaremos el descenso en veinte minutos. Gracias.

Genial. Kathia era un lince, sabía perfectamente a qué país pertenecía aquel aeropuerto. No sería de extrañar que al mirarla me encontrara con un ceño fruncido y una mirada suspicaz.

—¿Cristianno? —Habló tímida y un tanto insegura. Fue bastante inesperado—. ¿Qué hacemos en Japón?

Volví a suspirar, cabizbajo. Ahora toda mi efervescencia se había mezclado que con algo de la incertidumbre que había arrastrado la voz de Kathia al preguntar. La miré de reojo, ella me observaba indecisa. Desde luego no sospechaba absolutamente nada y era de esperar. Habían pasado demasiadas cosas desde que hicimos aquella promesa.

Tragó saliva dejando que su alborotado largo cabello enfatizara la mirada que me estaba regalando. Si todo salía bien, iba a pasar el resto de mi vida con ella. Acaricié su rostro.

—Se nos ha acabado ese té verde que tanto te gusta —comenté y ella enseguida hizo una preciosa mueca y me empujó.

—No te burles de mí.

—No lo hago…—sonreí.

Y entonces ella agachó la cabeza, enroscó mi muñeca con sus dedos fríos y besó la palma de mi mano.

—Dímelo… —jadeó sabiendo que la miraba completamente fascinado.

—Ya te lo he dicho antes: solo cumplo tus deseos —susurré—. ¿Tan mala memoria tienes? —Le di un corto y suave beso en los labios.

—Tú tampoco me lo pones muy fácil que digamos —dijo aún con mi boca sobre la suya.

—Puede…

Nos vestimos, después llevé a Kathia al salón, tomamos asiento y nos abrochamos los cinturones. Aterrizamos en Tokio con las manos entrelazadas.

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