Mafia

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Segunda parte » 15

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15

Kathia

Hacía más de tres horas que habíamos dejado Tokio y se me habían hecho terriblemente largas.

En todo ese tiempo, Cristianno y yo no habíamos tenido valor a dirigirnos siquiera una mirada de soslayo. Inconscientemente, creíamos que, si lo hacíamos, todos los malos presentimientos cobrarían vida. Y sabía que él no dejaba de pensar en lo sencillo que habría sido sobrellevar la situación si yo no hubiera escuchado la conversación que había mantenido con Enrico antes de despegar.

Pero fue inevitable.

Ambos estábamos metidos de lleno en todo lo que estaba pasando. Dejarme fuera habría sido una batalla innecesaria entre los dos. Porque ninguno de los dos se atrevería a dejar al otro.

Ni siquiera una ducha de agua caliente me calmó. No dejaba de pensar en las horas que me separaban de mi hermano, de Mauro y de Sarah. Todos estábamos en peligro ahora. Que el silencio y esa quietud existieran, me martirizaba, porque quizá en Roma se estaba desatando una tormenta.

Resoplé y me froté el rostro antes de empezar a vestirme. Lo hice rápido y de forma mecánica. Después salí de la habitación y me propuse regresar al salón, junto a Cristianno, pero cometí el error de mirar hacia el otro lado.

Ken dormía en aquella parte del jet, una especie de sala de descanso abierta que se comunicaba con el pasillo. Había insistido en venir con nosotros. Pero cuando subió al avión y vi como guardaba su maletín me pregunté demasiadas cosas. Probablemente el contenido de aquello no tenía nada que ver conmigo. Pero ahora estaba abierto y, desde mi perspectiva, pude ver su interior. Un libro llamó mi atención.

Entrecerré los ojos. Mis pies ya habían comenzado a moverse en aquella dirección. No era un tomo cualquiera. Me parecía más una agenda o un diario cuyo contenido quizás no me incumbía.

Sin embargo, ya lo tenía entre mis manos.

Muy despacio, lo abrí al azar.

19 de Agosto. 2003

El examen genético realizado a Enrico Materazzi ha dado positivo.

Los resultados concluyen que Kathia Carusso y él comparten la secuencia de ADN. Ambos son descendientes de Leonardo Materazzi.

Contuve el aliento.

Aun sabiendo la verdad de aquello, no me restó estremecimiento. Todavía no me había habituado a ser la hermana de Enrico. Y aunque aquello, de por sí era perturbador, lo fue mucho más comprender que tenía entre mis manos unos de los diarios de Fabio, escritos de su puño y letra.

Me llevé una mano a la boca y traté de controlarme. No podía dejar que la confusión me dominara. Pero creo que si no la hubiera sentido de aquella manera, no habría sido capaz de dar con el error.

Enrico me había contado que Fabio descubrió la verdad cuando Hannah le extorsionó y aquello sucedió tras la muerte de los Materazzi. Por tanto no tenía sentido que Fabio nos hiciera un examen genético a Enrico y a mí, dado que yo por aquel entonces tenía seis años y se suponía que él ya sabía que no era su hija.

Tantas preguntas debían tener respuesta, y sabía quién podía dármelas.

Le tenía muy cerca.

Cristianno

Cerré los ojos.

Las navidades de mi séptimo año las pasamos en Maranola, un pequeño pueblo costero en la provincia de La Spenzia, al norte de Italia. Había sido empeño de mi madre. Quería hacer algo nuevo por las fiestas y mi padre no dudó en satisfacerla. Ella misma decidió el destino y todos nosotros la seguimos muy ilusionados con la idea.

La tarde de Nochebuena, Mauro y yo salimos a jugar. Éramos intrépidos, no reconocíamos el peligro y, aunque nos alertaron de que no nos alejáramos demasiado, no hicimos caso.

Curiosamente ese año nevó y todo el peñón estaba salpicado de blanco. Era el escenario ideal para dos niños que querían explorar y divertirse. O eso creíamos antes de que Mauro cayera en un escarpado y profundo hoyo que había entre las rocas.

El agua que le llegaba a las rodillas se tiñó de rojo. Se había herido en la pierna y mi constitución no podía hacer nada por sacarle de allí, por mucho que insistiera. Era un puto crío, joder. Tan solo pude alcanzar su mano.

Me quedé con él, sosteniendo sus dedos hasta que cayó la madrugada. Mauro no apartó la mirada de mí ni un instante, siquiera para acomodarse. La mantuvo fija en mis ojos como si de ese modo la conexión que había entre los dos fuera a sacarle de allí. No me importó nada más, solo el hecho de estar con mi primo; ni siquiera sentí el frío o el hambre. Solo necesité estar con él.

Alrededor de las dos de la madrugada nos encontraron unos guardias. Mi familia había levantado a todo el pueblo para encontrarnos.

Mauro se desmayó por hipotermia cuando le sacaron de allí. Había resistido para no preocuparme, para demostrarme que lo único que le importaba era tenerme a su lado.

Grité porque su pierna tenía un aspecto muy feo y porque su piel había adquirido un grisáceo bastante alarmante.

Esa misma noche me prometí a mí mismo que jamás me separaría de él. Que cualquier cosa que nos deparara el destino la compartiríamos juntos, porque era mi primo y no quería entender una vida lejos de él.

Pero, de vuelta a la realidad, ya no sabía si esa vida continuaría.

Parecía una estupidez recordar el pasado que me unía a Mauro, pero no pude evitarlo.

Alguien nos había vendido y Enrico no había querido decírmelo. Esa estrategia perfectamente confeccionada para la victoria había sido corrompida por alguien de absoluta confianza. Un inesperado traidor nos había expuesto sin importarle nuestro final. Nuestros planes, nuestra integridad, todo acababa de irse a la mierda y, sin embargo, ya no me importaba. Solo era capaz de pensar en que Mauro, Sarah y Enrico ya estaban sentenciados. Muy lejos de mí.

¿Qué iba a hacer yo si ahora perdía a mi gran compañero?

¿Cómo sería mi vida si no le tenía a mi lado? ¿Cómo podría mirar a Kathia sabiendo que habíamos perdido a nuestro hermano? ¿A Sarah? ¿A esa pequeña vida que crecía en su vientre?

Quise perder la cabeza…

Quise volverme loco…

Pero Kathia… me tocó.

Su cálido contacto sobre mi mejilla me hizo saltar de mis pensamientos a los suyos.

Esa mirada que compartimos, todo el poder que había entre los dos se intensificó hasta el punto de cortarme el aliento. No era vulnerable si la tenía a ella. Todavía teníamos una oportunidad. Confiaba.

Confiaba.

Quería creerlo.

Cogí su mano e hice presión sobre ella.

—Lo que sea que estés pensando es tan tuyo como mío, ¿me oyes?

—No soy invencible, Kathia —susurré más tímido que nunca. Sin saber que Kathia se estremecería.

Apretó los dientes y dejó que su rostro adquiriera una autoridad que jamás había visto.

—Tampoco lo son nuestros enemigos —masculló. Y el suelo del jet tembló por una turbulencia sin importancia.

Ajena a mis verdaderos temores, Kathia experimentaba lo mismo que yo. Su hermano podía morir en cualquier momento y sin embargo ella había decidido no acobardarse. Cualquiera habría pensado que era el momento perfecto para la rendición, pero Kathia no lo veía así. Lucharía hasta el final. Y lo menos que yo podía hacer por ella era responderle de la misma manera. Las personas que amábamos se lo merecían.

Extrañamente, Kathia tragó saliva y desvió la mirada hacia sus manos. Sujetaban un diario que me entregó con lentitud y cierta ternura. Lo capturé, cabizbajo, y sintiéndome atrapado. Había llegado el momento. No podía ignorar las respuestas que necesitaba Kathia. Y ciertamente era lo mejor para los dos.

—Quizás si empiezas por el principio, todo tendrá más sentido… —aventuró, pidiéndome permiso tácitamente.

Asentí con la cabeza.

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