Mafia

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Segunda parte » 31

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Cristianno

Prima Porta era una casucha de ladrillo en mitad de un descampado de maleza seca que me llegaba a la cintura. Desde allí podía verse el pueblo y el camino mal asfaltado que comunicaba la zona con las carreteras principales.

Pero ese no era el verdadero refugio. Ni yo hubiera imaginado que bajo aquella tierra se encontraría un enorme cobijo con capacidad para esconder a más de doscientas personas y capaz de soportar un bombardeo. En efecto, se trataba de un búnker militar de la Segunda Guerra Mundial por el que se descendía desde el interior de aquella choza.

—¿Qué es este lugar? —Preguntó Kathia aferrada con fuerza a mi mano. En realidad siquiera la había soltado mientras conducía. Había querido permanecer conectada a mí en todo momento.

—Nuestra nueva sede —dije sin dejar de observar el modo en que los hierbajos prácticamente se colaban por las ventanas derruidas de la cabaña.

No había sabido de la situación de aquel lugar hasta que Thiago me dio la información antes de marcharse con Eric y los demás.

Mi padre no había querido contar los detalles del que sería nuestro refugio a menos que llegara el momento de precisarlo, y yo tampoco quise preguntar porque supuse que ni siquiera nos haría falta. Pero desde que me topé con sus sospechas, supe que en algún momento podría estar en algún lugar como aquel. No me sorprendía. Él no se basaba en dudas, sino en actos. No había nada que contradecirle cuando se trataba de su experiencia en la mafia.

—Un escondite. —Sí, Kathia lo había entendido a la perfección—. Todo lo que hemos hecho nos ha llevado a tener que escondernos bajo tierra. Como si estuviéramos muertos.

La miré cabizbajo. Quizá no debería haberme sentido así porque yo no tenía el control sobre las decisiones que tomaba la gente, pero no pude evitarlo. Así como tampoco pude evitar pensar que su hermano luchaba entre la vida y la muerte bajo nuestros pies.

No sabía bien lo que decirle, pero de todos modos ella no me dejó hablar.

—Borra esa expresión de inmediato, Cristianno. —No me había mirado, pero lo sabía y había sentido que estaba hecho una puta mierda—. Tú eres lo mejor que me ha pasado. —Un quejido se me escapó. Kathia me obligó a mirarla—. Lo mejor… —susurró al acercarse a mis labios.

¿Sabría ella, entendería, que la amaba hasta el descontrol?

Empezamos a caminar, Kathia un poco más adelantada que yo. Noté en sus hombros como su aliento se había precipitado.

—Te quiero… —Se detuvo de súbito y agachó la cabeza antes de mirarme con los ojos humedecidos. Ninguno de los dos esperábamos que pudiera escapárseme un sentimiento con tanta intensidad. Realmente era la primera vez que se lo decía de aquella manera tan desgarradora—… Más incluso de lo que puedo expresar con palabras, Kathia.

Nos abrazamos hasta que los latidos de mi corazón se mezclaron con el suyo. De no habernos sentido tan desolados por el daño que estábamos recibiendo, ese momento quizás habría sido mágico.

Volví a coger su mano y tiré de ella hacia el interior del cobertizo. No había nada importante que ver allí; tan solo era un espacio de veinte metros cuadrados, lleno de polvo y muebles cochambrosos. Pero la trampilla que había en el suelo marcaba la diferencia. No se podía abrir de forma manual, estaba mecanizada. Lo que insinuaba que la zona estaba vigilada por cámaras y que no podríamos entrar hasta que los guardias verificaran nuestra presencia.

Entonces se escuchó un chasquido y la trampilla comenzó a deslizarse hasta mostrar unas escaleras de hormigón. Kathia ni siquiera se sorprendió, simplemente se limitó a seguirme, y bajó en el más estricto silencio.

A priori todo parecía bastante obsoleto, pero conforme nos adentrábamos íbamos reconociendo las renovaciones. La tensión de Kathia poco a poco se intensificó, sabía que estábamos muy cerca de Enrico.

—Chicos, os estábamos esperando —dijo Marcelo, uno de nuestros esbirros de confianza—. La cosa está un poco desmadrada. —No era necesario que lo asegurara, se lo noté en el rostro.

Kathia se precipitó hacia delante.

—¿Es mi hermano? —Exigió saber con desesperación.

Marcelo agachó un poco la cabeza. No era una señal de peligro, pero sí de respeto. Enrico era demasiado admirado y respetado por todos nuestros hombres.

—Todavía está en quirófano —admitió y yo me acerqué un poco más a ellos mientras Kathia suspiraba.

—Marcelo. —Acaricié la espalda de mi novia para que no olvidara que estaba a su lado y que compartía todas sus emociones—. ¿Dónde está mi…?

—¡Cristianno! —Una exclamación desesperada. Alex se acercó a nosotros caminando a trote por aquella pasarela—. Joder. ¡¿Dónde estabais?!

No deparaba nada bueno su actitud. Algo había sucedido mientras Kathia y yo veníamos de camino. Algo muy gordo.

—¿Qué coño pasa? —La imagen de Mauro cobró mucha fuerza en mi mente.

—Hemos recibido un mensaje de Valentino.

—¿Cómo? —preguntó Kathia, con el ceño fruncido.

Yo en cambio sentí la certeza. Mi primo o estaba muerto o bien estaba a punto. Se me encogió el estómago. Sentí un tirón tan violento que creí que me hincaría de rodillas en el suelo. No tener a

Mauro, arruinaría mi vida por completo.

—A través de Thiago —comentó Alex con sigilo—. El muy cabrón sabe bien quienes son nuestros aliados.

—¿Qué dice el mensaje? —Dije por inercia. Y le miré a los ojos. Mi amigo no quería hablar, pero sabía que debía hacerlo.

—Nada bueno. Es un vídeo.

Tenía que moverme. Tenía que ver aquellas imágenes y buscar una solución si todavía podía. Pero ¿y sí ya era demasiado tarde? ¿Y sí Mauro ya me había dejado? ¿Y si había muerto solo?

Ahora era Kathia quien procuraba un contacto entre nosotros. Y eso me hizo poder seguir a Alex por la pasarela notando como las piernas me pesaban toneladas.

Kathia

Hubiera podido creer mil cosas, pensar en mil situaciones y hasta incluso empezar a buscar soluciones. Pero mi mente se detuvo casi al tiempo en que aquella sala enmudecía al vernos. Se respiraba duda, miedo, rencor, incertidumbre. Ira. Pero también la certeza de que nadie allí podría comparar sus emociones a las de Cristianno.

Jamás creí que me toparía con una imagen como esa.

Que Mauro estuviera encadenado a unas columnas con el torso amoratado, el rostro inflamado y el labio sangrante daba sentido a la expresión que todo el mundo tenía.

Ahogué una exclamación y noté como la humedad aumentaba en mi vista. Me llevé una mano a la boca; era el modo en que contendría mi reacción, pero, aunque lo logré, no sentí resistencia. Todo aquello ya era demasiado. Primero mi hermano, Eric, Sarah… Y ahora Mauro.

Me apoyé en el marco de la puerta. Fui incapaz de moverme. Y también de continuar mirando. Mauro era uno de mis compañeros, mi gran aliado. Él se había mantenido fiel a mí y a mi amor por su primo desde el comienzo, no me había abandonado ni un instante. Siquiera cuando más perdida estaba. Su sufrimiento, era mío.

Pero todo mi dolor resultó insignificante cuando miré a Cristianno.

Él se había quedado inmóvil. Los ojos completamente abiertos, solo pendientes de una imagen. Ya no sentía los latidos de su corazón, ni tampoco su aliento acelerado o el contacto cálido de su piel. Todo en él era frío y distante.

Le titilaron las pupilas un segundo antes de comenzar a caminar y lo hizo lento. Cauto, como si su primo dependiera de su forma de moverse. Nadie se atrevió a decir algo, tan solo se escuchaba el sollozo contenido de Giovanna que estaba en un rincón. Todo el mundo permanecía atento a los movimientos y reacciones de Cristianno mientras él se acercaba a la pantalla.

No sé si alguien se dio cuenta, pero comenzó a temblar. Percibí la primera sacudida en sus manos antes de cerrarlas en un puño, después en su cuello y terminó en sus mejillas. Cristianno no lloraría porque sentía mucha más rabia que tristeza. Pero su dolor necesitaba manifestarse y no le importó que pudieran notarlo.

Se colocó frente a la pantalla y miró el rostro de su primo. Lo examinó bien mientras fruncía los labios. Empezaba a costarle resistir. Mauro era la parte más importante de sí mismo. No necesitaba explicar que en ese momento estaban desgarrando un pedazo de su esencia.

Cristianno contuvo el aliento.

—Quiero verlo. Quiero saber qué quiere. —Se refería a Valentino.

Valerio tragó saliva, asintió con la cabeza y activó el vídeo. Empezó con una tos y enseguida se vio una de las manos del Bianchi capturar la barbilla de Mauro. Le obligó a levantar la cabeza con un movimiento brusco. No fue difícil deducir que le habían drogado.

—Queridísimos amigos, en realidad había pensado en extenderme, pero iremos al grano. —La voz de Valentino me produjo un escalofrío demasiado hiriente—. Seré práctico. Vosotros me entregáis a Kathia y yo os devuelvo a Mauro con vida o por lo menos parte de ella. —Soltó el rostro de Mauro y este cayó sin fuerzas—. Es bien sencillo, no estoy pidiendo nada que no sea mío. —Cristianno lentamente se descontrolaba, sabía que Valentino le había acorralado—. La entrega se hará en Villa Borghese. Tenéis cuarenta y ocho horas. Si no obedecéis, Mauro muere. —Una risa placentera—. ¿Qué harás, Cristianno?

Justo ahí se detuvo el vídeo. En todo momento Mauro fue el plano principal. Valentino había sido listo al optar por esa actitud, sabía que nos acorralaba.

—Hemos analizado el contenido —explicó Valerio—. El archivo se grabó desde un terminal móvil ilocalizable. Por tanto no tenemos demasiadas alternativas.

—Siempre y cuando pensemos solo en el paradero de Valentino. Mauro está en Riano —añadió Thiago, cruzado de brazos a unos metros de mí.

Pero eso no fue lo que más me importó. Cristianno ni siquiera era consciente de lo que su hermano decía. Sabía que su gente se había puesto a hablar, intentado dar con una solución que nos mantuviera a todos a salvo, pero a él solo le importaba aquel plano congelado de su primo.

Lentamente levantó una mano y la acercó a la pantalla colocándola sobre el rostro de Mauro, como si quisiera acariciarle. Después agachó la cabeza y permitió que su temblor aumentara.

Aquella imagen de él, aislado y roto, me destrozó. Porque de mí dependía la vida de su primo, por mi culpa Mauro había llegado hasta ese punto. Y yo no podía hacer nada por evitarlo.

Excepto una cosa.

Entregarme a Valentino.

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