Mafia

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Segunda parte » 41

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Cristianno

Ahora que sabía que la noche había pasado porque las horas las marcaba un reloj, empezaba a echar de menos la luz del día o el simple vaivén del viento. Me quedé dormido sobre las seis de la mañana, precisamente porque la respiración de Mauro había dejado de asustarme. Creer que corría peligro era una soberbia gilipollez; Terracota había dicho que las heridas sanarían y que la hipotermia no debía preocuparnos. Pero lo cierto fue que el silencio y la cantidad de temores, que me había producido creer que Enrico había muerto, no me dejaron tranquilo.

Tal vez por eso siquiera pude permanecer en pie cuando entré en la sala donde nos habíamos reunido con uno de los doctores que se había pasado la noche con Xiang Ying.

Kathia fue quien me despertó con una caricia. Después me susurró al oído que mi padre me esperaba porque que quería que yo estuviera cuando nos informaran del diagnóstico de la hija de Wang. Dejé a Mauro profundamente dormido y me dirigí hasta el lugar cogido de la mano de mi novia.

Miré al doctor.

Se estaba tomando demasiadas molestias en empezar a hablar. Era joven, con reciente experiencia. Su rostro contraído y cansado, las manos cruzadas y tensas. Era el aspecto de un hombre que no estaba seguro de cómo contar lo que se había examinado. No me agobiaba que tardara en expresarse porque enseguida me hizo pensar que quizá aquel había sido el primer caso de esas características con el que se había topado.

—Doctor Omaggio —instó mi padre, comprensivo—. No tiene que ser cuidadoso con nosotros. Las cosas es mejor contarlas tal y como son.

Llevaba razón, pero el modo en que el doctor observó a mi padre nos indicó que el asunto no era tan sencillo.

Omaggio cogió aire, se miró las manos y se humedeció los labios.

—La paciente presenta signos severos de violación. —Con solo escuchar esa frase, todo mi cuerpo se tensó y se preparó para lo que le seguiría—. Tiene fuertes contusiones en la vagina y también varias costillas fisuradas. Laceraciones en el tórax y en las extremidades, además de pequeños cortes en el rostro. Fractura en la clavícula izquierda y una fuerte desnutrición con evidentes signos de hipotermia. —Siquiera escuchaba las respiraciones de los que estábamos allí. Absolutamente todos quedamos perturbados con el diagnóstico—. Pero eso no es todo. —Tragué saliva y contuve el aliento sin saber que Kathia lo haría casi al mismo tiempo—. Me he tomado la libertad de practicarle… un aborto. Sé que en este tipo de casos, debería haber consultado con ella o con su tutor o familiar, pero no creo que hubiera sido adecuado hacerle decidir a alguien que ha experimentado una situación así. —Apreté la mano de Kathia, porque temí lo que pudiera decir el doctor a continuación—. Lo más amargo de todo es que era virgen.

Fruncí los labios. Reaccionar con conmoción era lo más natural si se tenía un poco de empatía. Sin embargo, en mi caso además, se mezcló con la rabia. No conocía a esa chica, pero fue sencillo sufrir por ella y para colmo mi mente fue mucho más allá. Todo ese resultado en Ying era algo por lo que Kathia también podría haber pasado. Y eso me mortificaba.

Miré de reojo a mi hermano Valerio. Él había agachado la cabeza y todo su cuerpo se había tensado ante la noticia. Quizás podía parecer una reacción sin sentido, pero ni él ni yo éramos tontos y no obviábamos el hecho de que había empatizado con la joven china.

—¿Has encontrado restos? —mascullé.

Entonces Kathia me miró. Seguramente pensaba que eso no tenía importancia, que no cambiaría el hecho de que la pobre chica había sido violada con apenas diecinueve años.

—Cristianno, no creo… —intentó decir Omaggio.

—Me da igual —le interrumpí—. Sé que lo has verificado para descartar posible contracción de enfermedades virales. —Me incliné hacia delante, apoyando la palma de la mano para darle un poco más énfasis a mi postura—. Dímelo. —Esa orden le persuadió por completo.

Omaggio no fue capaz de mirar a otro lado.

—Han aparecido los restos biológicos de cuatro personas diferentes —admitió bajito—. No por ello descartamos que hubiera habido más.

—¿Se incluye? —Todo el mundo allí supo a quién me refería.

Omaggio asintió con la cabeza antes de responder.

—Sí.

Por tanto Valentino había participado activamente en la violación empleando el mismo modo que habría utilizado con Kathia en Génova de no haber llegado a tiempo.

Me quedé en blanco, incapaz de pensar en nada. Hasta que miré a mi familia y compañeros. Pero a ninguno les miré a los ojos, porque Kathia salió acelerada de la sala.

Me levanté de la silla, asentí con la cabeza a modo de disculpa y la seguí. Ella también lo había imaginado. Ella también había temido al recordar lo que hubiera sido experimentar aquella fiesta privada de Valentino. Y como no le costó suponerlo, hizo suyo el dolor por el que Ying había pasado.

Kathia

Días antes, cuando un vestido de novia colgaba de mi cuerpo y caminaba apoyada en el brazo de Angelo hacia un altar, si Cristianno y Enrico no me hubieran sacado de allí, tal vez siquiera habría sobrevivido a lo que Ying había sufrido.

Era demasiado salvaje. Hasta entonces jamás creí que existieran personas capaces de tales atrocidades. Quizás porque era demasiado ilusa y cría. Pero en mi realidad, ese infantilismo que me hacía creer en un mundo de hadas, ya no existía.

Creo que en ese momento dejé de ser adolescente. Y era mezquina porque sí, me había herido la verdad sobre Ying, pero no dejaba de pensar en las manos de Valentino manoseándome, confesándome todas las cosas que deseaba hacerme en cuanto fuera su esposa.

Puse los brazos en jarras y apreté el arco de mi cintura luchando por controlar mi respiración disparada. Había huido de la sala porque no quería que Cristianno notara mis temores, no quería darle la oportunidad de descubrir el único secreto que le guardaba. No era justo para ninguno de los dos.

Pero percibí su presencia tras de mí. No pude evitar mirarle de súbito, todo lo que él desprendía tenía el don de paralizarme.

—Sé lo que estás pensando… —Casi susurró observándome con demasiada fijeza.

Y yo negué con la cabeza tras resoplar una sonrisa.

—No, no tienes ni idea.

<<Ten cuidado, Kathia… No des demasiadas pistas>>, pensé antes de agachar la cabeza.

Cristianno se acercó un poco a mí.

—O quizás sí y por eso le odio tanto. —Nos miramos uno al otro intentando descifrar nuestros pensamientos. Pero no parecía que fuéramos capaces de lograrlo. De manera automática e inconsciente hermetizamos nuestra mente.

Tragué saliva cuando noté sus dedos enredándose con los míos. Pero en ese preciso instante me di cuenta de que no éramos los únicos que estaban en aquel pasillo. Podría haber reconocido aquella presencia incluso con los ojos vendados.

Enrico nos observaba de un modo sutil y respetuoso, pero igual de poderoso. Algo que en el fondo me tranquilizó porque, por muy herido que estuviera, seguía siendo el mismo. Una sensación que me hacía estar en casa, bajo el confort de la tranquilidad y la mejor de las protecciones, en mitad de los hombres de mi vida.

Aun así me preocupó muchísimo que estuviera en pie, bajo aquel atuendo de hospital que él convertía en una prenda demasiado atractiva.

—¿Qué haces aquí? —dije precipitada, acercándome a él y capturando su brazo porque mi fuero interno no quería entender que Enrico era capaz de mantenerse en pie por sí mismo. Algo de mí todavía sentía su sangre resbalando por mis dedos—. No estás recuperado, debes permanecer en reposo.

Mi hermano me regaló media sonrisa al tiempo en que acariciaba mi cabeza hasta enroscar un mechón de cabello a mi oreja. A continuación miró a Cristianno. Este quizá no era consciente del modo tan fascinante con el que se había quedado observando a su hermano postizo. En esa mirada, sin reservas, estaba implícito la enorme admiración y el cariño que sentía por él. Para él también había sido muy duro creer que podía perderle.

Enrico se dio cuenta de ello y su rostro adoptó un gesto de sobra afectuoso. Eso que sentían el uno por el otro siquiera se podía describir con palabras.

—Vamos a terminar con esto, ¿no, Cristianno? —Una afirmación tan poderosa que nos hipnotizó y llenó de fuerza.

Cristianno era un hombre fuerte, decisivo, poderoso y muy capaz, pero eso no significaba que no necesitara a los suyos. Lo único que le hacía falta para poder dar el siguiente paso era que Enrico estuviera bien y Mauro a salvo. Con ello, era invulnerable.

Sonrió, lenta y perversamente.

—Esa es la idea. —Y Enrico decidió imitarle con una sonrisa un poco más abierta. Después me miró y volvió a acariciarme.

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