Mafia

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Tercera parte » 49

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Cristianno

Kathia jamás lo admitiría, probablemente porque era demasiado obstinada, pero la conocía bien y sabía que su cuerpo temblaba por lo que acababa de ocurrir. Sentir la certeza de que Olimpia había muerto prácticamente a manos de ella misma conmovía los principios de cualquiera que no estuviera acostumbrado a la mafia. Y Kathia había vivido lo suficiente en ese mundo, pero no le restaba impresión.

Caminó hacia mí evitando mirar hacia el cristal. Tras esa gruesa capa de vidrio antibalas, el cuerpo sin vida de Olimpia comenzaba a desangrarse mientras los forenses levantaban el cadáver. Pero esa era una imagen que no nos hacía falta ver; a Kathia porque solo le interesaba perderse en mi mirada, y a mí porque solo me interesaba perderme en la suya.

Quizás éramos demasiado frívolos, pero me importaba una soberana mierda. De haber podido, Olimpia habría hecho lo mismo con nosotros.

Abracé a Kathia en cuanto ella enterró su rostro en mi pecho.

—Ya está… —jadeó antes de levantar la mirada—. Lo hemos conseguido…

Le sonreí cogiendo su rostro entre mis manos. Su hermano nos observaba, con los brazos cruzados sobre el pecho, como si fuéramos el centro de su universo.

—Casi… —susurré.

Todavía necesitábamos capturar a Alessio y Valentino estaba en paradero desconocido. Ni siquiera se había sabido de él tras la muerte de Adriano. Lo que provocaba que el equipo de rastreo que mi padre había creado para localizarle no lo tuviera tan fácil como creíamos; tal vez porque se desconocía que tipo de ayuda tenía.

Pero con todo, nos sabíamos tan cerca del final que ninguno, ni siquiera Enrico, predijo que algo malo pudiera pasar. Una respuesta totalmente inverosímil. Pero, que, por remota que fuera, existía más vigorosa de lo que pudiéramos imaginar.

Uno de los agentes de Enrico entró en aquella sala con un gesto completamente empalidecido.

—Jefe, tiene que ver esto… —habló sin apenas aliento. Lo que hizo que los dedos de Kathia entorno a mi cintura se agarrotaran.

—¿Qué sucede? —Preguntó Enrico que se había incorporado de súbito. Él, como yo, supo de pronto que aquello era el inicio del fin. Lo que no teníamos claro era por donde nos iba a saltar.

—Ha habido una explosión en el edificio Gabbana —comentó el agente—. Está saliendo en todos los medios.

Y mi mente se llenó de caos mientras el corazón me latía sobre la lengua. Por puro instinto, como si algo de mí predijera un golpe muy hiriente, empujé a Kathia tras de mí.

—¿Qué civiles había en el interior? —quise saber.

El agente me observó como si hubiera echado sal en una de sus heridas.

—Todavía es pronto para saberlo, pero creemos que Alessio estaba entre ellos. —Lo explicó algo retraído sin pensar que la muerte de mi tío nos quitaba un quebradero de cabeza y, al mismo tiempo, nos arrebataba una explicación.

Enrico fue el primero en echar a caminar y le seguimos de inmediato. Teníamos que verlo con nuestros propios ojos, teníamos que ver las llamas del edificio copando los informativos de todas las cadenas de televisión del país. No hacía falta mucho para saber que Valentino tenía algo que ver, pero un suceso así nos ponía en una situación un tanto compleja. Principalmente porque no teníamos ni idea de lo que demonios pretendía.

Era bien sabido que la ambición de Valentino era tener a Kathia porque creía que con ella podría conseguir cualquier cosa de nosotros, y estaba en lo cierto. Pero llegados a ese punto, ya no sabíamos qué pensar. El Bianchi había perdido la cabeza, sus obsesiones le estaban trastornando. Y un hombre loco era un enemigo invencible.

—Quiero Trevi acordonada —ordenó Enrico mientras caminábamos por el pasillo. Kathia y yo nos habíamos quedado rezagados tras de él mientras un tumulto de hombres le rodeaba—. Y ponme en contacto con Silvano. Tenemos que estudiar la situación.

Entonces algo estalló.

Salté sobre Kathia y cubrí su cabeza con mis brazos mientras miraba a mi alrededor en busca del rastro de aquella explosión. Era lógico esperar que nos viéramos rodeados de escombros y llamas, pero nada de eso ocurrió porque al parecer la bomba había estallado al otro lado del edificio.

Lo que si pudimos ver fue el humo, y la forma de unas siluetas.

No supe qué pensar. No supe qué hacer. Tenía la impresión de que cualquier movimiento nos proporcionaría la peor de las respuestas. Quizá por eso miré a Enrico creyendo que podría encontrar alguna manera de digerir todo aquel trastorno. Pero él parecía igual que yo, se sentía completamente perdido. Apreciaba el peligro, pero no era capaz de discernir de donde venía.

Hasta que de pronto noté un tirón en mi cuello.

Kathia

Al principio pensé que eran imaginaciones mías, que una situación no podía cambiar tanto en apenas unos minutos. De tener el final rozando la punta de nuestros dedos y creernos ganadores, a ser meras marionetas del peligro. Resultó que una sombra me arrebató a Cristianno de mis propios brazos. Y buscaba robarle el aliento para siempre.

Le oí jadear al tiempo en que se ponía en pie y se alejaba unos metros de mí.

—¡Cristianno! —exclamé palpando el suelo para poder impulsarme.

Pero me detuve. Y después sentí que el suelo se abría a mis pies. Valentino estaba allí. Era él quien había capturado a Cristianno.

De pronto todos los agentes, incluyendo mi hermano, empuñaron sus armas y apuntaron en su dirección. No iban a disparar, no podían porque Valentino se había encargado de que Cristianno le escondiera bien. Mirara al lugar que mirara, no había hueco posible que alcanzara al Bianchi sin herir a Cristianno. Además de las varias docenas de esbirros suyos que nos rodeaban.

Quizás por eso Valentino sonrió de aquella manera; se sabía bien protegido, con el control absoluto de la situación. Después sacó un objeto del bolsillo de su pantalón que no alcancé a ver y, sin remilgos, lo hincó en la yugular de Cristianno.

—¡No! —grité antes de llevarme las manos a la boca.

Un escalofrío me recorrió el cuerpo y me hizo ponerme en pie. Tenía que ir hasta él, pero Enrico me detuvo aferrándome con fuerza sin dejar de apuntar a Valentino con su arma.

Este volvió a sonreír y después lanzó el objeto a nuestros pies antes de hacerse con una pistola y apuntar a la cabeza de Cristianno.

Era una jeringuilla.

—Una vida por otra —dijo mientras mis ojos se perdían en aquella aguja. Mi cuerpo supo mucho antes que mi mente cuál había sido su contenido. Noté unos fuertes temblores asentándose en mi vientre, presionándolo con tanta fuerza que apenas me dejaron respirar—. Dime, Enrico, ¿qué vas a hacer ahora que sabes que a tu Cristianno le quedan horas de vida? He acelerado el proceso añadiéndole un poco de escopolamina. ¿Qué os parece?

—¿Qué quieres? —gruñó mi hermano. Y yo miré a Cristianno.

Nuestras miradas se encontraron con fuerza, casi silenciando nuestro entorno. Por un segundo, mi mente fue incapaz de procesar el terror que comenzaba a respirarse en el ambiente. Solo era consciente de aquellos ojos azules clavándose en mí, ignorando cualquier otra cosa. Ajenos a que habitaban en un cuerpo infectado por el virus Zeus.

No volvería a tocarle. En menos de dos horas no podría acercarme a él, ni volvería a sentir su boca pegada a la mía. Iba a morir. Iba a morir a manos de algo que había creado su tío Fabio con la ambición de hacer el bien.

—Pareces tranquilo —continuó Valentino, refiriéndose a mi hermano.

—Te he hecho una pregunta —insistió este.

—Quiero… Veamos… —El Bianchi se hizo el interesante. Estaba disfrutando de todo aquello. Nos tenía sometidos—. Quiero… —Me miró a mí—. Tú lo sabes bien.

Todo el mundo allí lo sabía.

Y entonces pensé en gritarle, en decirle que no le serviría de nada porque no era quien él creía que era. Pero al ver que Enrico callaba, detuve mis impulsos. Tal vez si él decidía no comentar que era su hermana se debía a que esa información podía cabrear a Valentino y así matar a Cristianno.

Me obligué a respirar y me insté a pensar como lo haría mi hermano. Y, aunque jamás lograría alcanzar su potencial, llegué a buena conclusión. Ken Takahashi había sido el compañero de Fabio y estaba en Roma. Él sabía bien todo lo relacionado con el proyecto Zeus y disponía de los inhibidores correspondientes para paliar los efectos del virus; siempre y cuando no se sobrepasaran las dos primeras horas. En ese tiempo, el organismo luchaba contra la infección como si de un resfriado se tratara. Pero pasado ese período, el desarrollo del contagio necesitaba de un tratamiento que estaba en fase experimental y nadie aseguraba su éxito completo.

Lo que multiplicaba el peligro porque Valentino se había encargado de administrar escopolamina para así rebajar el nivel de reacción del organismo de Cristianno.

Teníamos que alcanzarle y llevarle junto a Ken cuanto antes para tratarlo.

—…Por favor… —Aquella era mi voz, que surgió en un susurro sin control—… Te lo suplico, suéltale, por favor. —Rogué tratando de esquivar la mirada encolerizada de Cristianno para poder observar de frente a Valentino.

Sabía que iba a odiarme por intervenir, que iba a dejarse la piel por impedir que Valentino siquiera me rozara. Pero no teníamos alternativa. Así como él pensaba en protegerme, yo debía salvarle a él del infierno que iba a desatarse en su cuerpo. Tenía que ponerle a salvo fuera como fuese, por encima de mi vida.

—Cállate, Kathia —jadeó mi hermano porque sabía lo que me proponía.

—¿Qué vas a darme a cambio, Kathia? —Valentino empezaba a divertirse. Señal de que había esperado mi reacción.

—Por favor… —Me vi derramando unas lágrimas que ardieron sobre mis mejillas.

—Enrico, llévatela… —gruñó Cristianno, aniquilándome en silencio.

—Él no tiene la culpa de nada. —Di un paso al frente ignorando las protestas—. No mezcles tus rencores.

—Forma parte de ellos, Kathia —explicó Valentino—. Una de mis ambiciones es ver como muere lenta y agónicamente. ¿Qué vas a hacer tú para persuadirme?

Cristianno apretó los dientes. Sabía lo que iba a responder.

—Lo que quieras. —Cerró los ojos.

—¡Enrico! —gritó antes de que mi hermano tirara de mí.

—¡Se acabó! —exclamó.

—¡Yo digo cuando termina! —chilló Valentino antes de disparar al aire. Enseguida volvió a apuntar la sien de Cristianno, haciéndome temblar—. La próxima bala terminara en su cabeza. Abrid paso.

—Valentino… —Tuve un fuerte espasmo.

—Obedeced. —Ordenó Enrico al tiempo en que sus hombres abrían paso al Bianchi caminado de espaldas.

Valentino iba a salir de la comisaría con Cristianno y nadie allí iba a ser capaz de hacer nada porque estábamos completamente rodeados. No lo sabíamos a ciencia cierta, pero a la salida seguramente nos esperaban más esbirros y si no obedecíamos corríamos el riesgo de morir acribillados.

No sé por qué, pero eché de menos a los chicos y a mis cuñados. Eché de menos a los Gabbana y nuestros aliados apareciendo allí y equilibrando las cosas, dándonos una oportunidad. Pero nadie iba a aparecer, porque estaban muy lejos de nosotros. Aquel era nuestro final y lo viviríamos solos.

La brisa nocturna nos azotó en cuanto las puertas de la comisaría fueron abiertas por dos esbirros de Valentino. Olía a tierra húmeda e invierno, parecía que iba a llover.

—No… —jadeé.

—¿Lo quieres? —preguntó el Bianchi, provocándome un sollozo.

—Sabes qué sí —le espeté.

Dios mío, le tenía tan cerca. Y me parecía tan lejos.

—Tómalo. —Súbitamente empujó a Cristianno hacia mis brazos.

Pude tocarle, pude abrazarle por un instante e incluso besar su mejilla y creernos fuera de peligro. Pero una vez más fui una ilusa. Todo aquel movimiento buscaba obtener desconcierto. Y durante esa reacción, Valentino me capturó con fuerza. Tiró de mí dejando a Cristianno sin saber cómo retenerme.

Me estampé contra el pecho de Valentino notando como

el arma que hacía unos segundos apuntaba la cabeza de Cristianno, ahora apuntaba mi vientre.

Nos miramos de frente.

—Despídete de él —murmuró—. Seguramente esta será la última vez que os veáis con vida.

—¡NO! —Gritó Cristianno queriendo llegar hasta mí—. ¡KATHIA!

De pronto empezó un tiroteo.

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